Lluvia

El viento caminaba galopante aquella tarde. Tenues hilos se dibujaban en las nubes, que se disponían a llorar. Los Apus(1), como fieles guardianes del valle, observaban mientras  empezaban a cantar.

La música en la Madre Tierra comenzaba, pero no impulsada por los pobladores que aquel día se habían dado cita en la plaza, no. Al contrario, la Madre Luna había decidido acompañar a su hija, que con tristeza había tenido que hacer fila junto a las demás.

Killa, cuyo nombre en quechua significaba «luna», agradeció que la incesante lluvia comenzara. Había decidido afearse lo más posible para que su destino final como aclla(2) no fuera el ordenado, más tuvo suerte. Con la ayuda fortuita de la lluvia que caía sobre su sukkupa(3), aunque no tanto si pensaba que se había encomendado a todos sus dioses la noche anterior, el agua volvía inservible el tocado sobre su cabeza al tiempo que la joven se protegía del viento que danzaba, como símbolo de enfado por lo que iba a suceder.

Desde muy niña había sido elegida para ser aclla, o virgen del sol. Su tío, el curaca de las tierras de Aiccha, estaba muy ilusionado por lo que esto significaría para él y para su estatus. Años atrás, la hija del curaca, Tanta Carhua, había sido enterrada viva en el Cerro Huancapeti como parte de un sacrificio; para alegría de su padre, para tristeza e ira de Killa.

Luego de pasar unos años en el Cusco —la capital del Imperio Inca— como parte de su educación como acllas, Killa y Tanta se habían vuelto muy unidas. La primera se había especializado en el aprendizaje de la textilería. La segunda, en labores de almacenamiento del maíz morado para la elaboración de la chicha. Esto último, junto con su indescriptible belleza, habían provocado que Tanta resaltase sobre el resto de las acllas a muy temprana edad.

La chicha era una bebida muy importante para ceremonias religiosas, las cuales se habían intensificado en los últimos años debido a las sequías que invadían a las tierras de los incas. Tanta, de solo ser una niña admirada por su belleza, pasó a ser un elemento esencial y bien considerado por los sacerdotes del imperio. Su precoz talento para la elaboración de la tan preciada bebida la hacía una aclla que más de uno reclamaría al crecer, ya fuera como concubina del Inca, ya fuera como sacerdotisa del dios Sol, o ya fuera como sacrificio próximo...

Ambicioso como era, el padre de Tanta no tuvo reparos en ofrecer a su hija al Inca como sacrificio, a cambio de obtener mayor estatus social. La niña, que había sido educada de manera muy sumisa desde muy temprana edad, no solo había aceptado de buena gana su destino, sino que se enorgullecía de ello:

—Gracias a eso nuestra tierra fortalecerá sus lazos con el Imperio —decía Tanta al tiempo que sonreía de manera ingenua, que solo la niñez podía otorgar—. Estoy muy feliz de que me escogieran.

—¿Estás orgullosa de morir? —le reclamó Killa mientras sentía que la ira la carcomía por dentro.

Para el sacrificio de su prima, le habían encargado ayudar en la elaboración de las mejores de sus ropas. Una fina túnica de vicuña, cuyo material únicamente estaba destinado a las mujeres más nobles del Imperio, yacía a pocos metros de las dos.

—No moriré. Me uniré a nuestros ancestros en el Hurin Pacha(4).

—¡¿Quién lo dice?! ¿Los sacerdotes? ¿Las sacerdotisas? ¿El Inca? —Azuzó los brazos con ira.

—Killa, ¡cállate! ¡No oses cometer sacrilegio! El Inca es el hijo del Sol y él establece nuestros designios.

La aludida movía la cabeza con desesperación.

—Ni siquiera lo dijo el Inca —a quien tanto adoras y a quien no tuviste miramientos en decirle que te ofrecías para morir luego de las fiestas que te dieron de bienvenida— sino tu padre, que te ha convencido con su astucia.

Tanta abrió los ojos ampliamente, para luego mostrar un gesto de evidente enfado.

—¡No insultes a mi padre!

—Mi tío es un hombre ambicioso que solo busca su conveniencia y el poder, a tal punto de que no le importa ofrecer a su familia, ¡a ti! ¡¿Es que no te das cuenta?! —La tomó de los brazos para hacerla entrar en razón.

—¿Acaso no hay mayor privilegio que servir para fortalecer los vínculos de los nuestros con el Imperio? —habló con una tranquilidad pasmosa que la dejó helada.

—¿A cambio de tu vida, Tanta? ¡¿A cambio de tu vida?!

—¿Y quién ha dicho que voy a morir, prima? Ya te dije que voy a ir al Hurin Pacha, luego regresaré para apreciar con satisfacción el fortalecimiento de nuestro pueblo y...

—¡Sí, claro! —la interrumpió—. Por eso es que Tiksi, Quyllur y Miski, nuestras amigas, han regresado a sus tierras, ¿o no?

Tanta ladeó la cabeza, pensativa.

—Luego de que se las agasajó con fiestas por tres días, para irse con todo el séquito a sus pueblos para ser sacrificadas, ¿acaso han regresado? ¡¿Han regresado?!

Su prima por un segundo la observó, pensativa.

—Cuando eres sacrificada no vuelves más. Serás como la abuelita Asiri —Killa cogió la tela de la fina túnica para hacerla trizas, como si, con eso, pudiera evitar que Tanta tuviera ese cruel destino—, que cerró los ojos y partió de este mundo para no volver jamás.

—La abuelita Asiri se volvió en guardián de nuestro ayllu(5) y actualmente habita en los Apus que bordean nuestro pueblo —afirmó, pero ahora sin la misma seguridad de antes. Parecía ser que Killa la estaba haciendo dudar.

—¿La has visto acaso cuando vamos a rezar allá?

—No, pero...

Tanta enmudeció. No sabía qué más decir.

—Ella murió, junto con su cuerpo físico... así como Tiksi, Quyllur y Miski, ¡y ya no las volveremos a ver más! Aquellos sacerdotes que nos dicen que regresaremos del Hurin Pacha convertidas en otra forma, están equivocados. —Negó con la cabeza—. Siempre pasa, los niños y mujeres acllas somos elegidos para los sacrificios... y nunca volvemos más. —La contempló para luego formularle la pregunta que durante meses la había estado rondando—: ¿Y por qué los hombres no, Tanta? ¿Por qué a los hombres no les pasa eso?

—Porque son útiles para la guerra, las labores agrícolas, las de construcción y...

—¿Y acaso nosotras no somos útiles? ¿No nos dedicamos a las labores de la casa, a criar a los niños del Imperio, a preparar la comida, a elaborar textiles? ¿Las que somos elegidas para ser acllas no somos útiles en diferentes tareas, incluso con pueblos recién conquistados para reforzar los lazos del Imperio?

Tanta frunció el ceño.

—¿No te sientes útil, prima? —añadió Killa.

—Sí, pero...

—Es injusto el destino que a muchas nos deparan.

—El servir como sacrificio para mi señor traerá prosperidad a nuestra tierra, prima.

—¡Estás equivocada!

La agarró de las manos para luego abrazarla con desesperación.

—Killa... —habló con estupor al tiempo que percibía como sus hombros se mojaban debido a las lágrimas que su prima derramaba sobre ella

Aunque había querido aparentar y mantenerse fuerte para convencerla de que no aceptara ser sacrificada, ver que sus esfuerzos eran en vano terminaron por doblegarla. Killa, la hábil niña sacerdotisa que era experta en hilar finos tejidos para la nobleza, ahora se sentía simplemente un cero a la izquierda. Nada de lo que pudiese hacer o decir podría impedir que el hilo de la vida de su prima se deshilachara para tener fin.

Tanta, a pesar de su determinación, se dio cuenta de que Killa sufría. Triste, pero noble como era, masajeó su espalda para soltarle su siguiente argumento:

—Sabes que el agua habita en forma de lluvia en el Hurin Pacha y que nos visita para traernos vida, ¿no?

Se separó de ella para mirarla con compasión

—Tanta... —dijo con la voz entrecortada.

—Yo volveré a estar a tu lado, prima. Te lo prometo. Podría volver en forma de guardián de los cerros, como nuestra abuelita, pero prefiero que sea en forma de lluvia —dijo al tiempo que con su dedo recogía las lágrimas que caían de las mejillas de Killa—. Como siempre has sido una llorona, creo que así te sentirás mejor cuando te des cuenta de mi presencia.

Killa, al escuchar sus palabras, no pudo evitar estallar de nuevo en llanto, pero ahora con mayor desesperación.

—Eres una llorona —dijo Tanta, mientras la abrazaba para seguirla consolando.

—Yo no quiero que vuelvas como lluvia. ¡Solo quiero que no te mueras! —exclamó desde lo más profundo de su corazón, rogando por ser escuchada por Tanta, pero era en vano.


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«¿Volviste en forma de lluvia, Tanta?», decía Killa al tiempo que se guarecía debajo del techo de una casa para protegerse de la torrencial que caía.

«¡Mentirosa! Dijiste que volverías, pero esto es solo una cruel lluvia, una fría e inerte lluvia».

Los dedos de su mano derecha, gracias a su brazo extendido, podían percibir la fiereza del agua que recorría sus venas para recordarle que Tanta nunca regresaría. En efecto, había muerto. Ella había tenido razón.

Metros más allá, una conversación que terminaría por decidir su destino se desarrollaba:

—Oiga, mi señor, debemos suspender la ceremonia —dijo un guardia a uno de los sacerdotes que se habían preparado para acompañar al séquito de Killa a la ceremonia de sacrificio.

—¿Por qué? —preguntó preocupado el tío de Killa, aquel hombre que no había tenido reparos en sacrificar a su hija Tanta tiempo atrás.

—Por cómo se ven las nubes —volteó la vista al cielo el guardia—, parece que incluso puede caer el Dios Trueno. Podemos estar en peligro todos los que iremos al Cerro Huancapeti, mi señor.

—¿En serio? —dijo el sacerdote mientras el tío de Killa pasaba saliva.

El guardia afirmó con la cabeza.

—Creo que la Mama Pacha no quiere hoy recibir a su ofrenda.

—Si hay peligro de truenos y rayos, mejor no ir —afirmó el sacerdote—. La vez pasada una de las cabañas, ubicadas a las afueras del pueblo, prendió fuego porque el Dios Trueno decidió posarse en ella.

—Está bien —afirmó el curaca—, aplacemos la ceremonia. —Frunció el ceño—. Pero, dígame, sacerdote, ¿cuándo podremos retomarla? ¿Va a demorar mucho?

—¿Cómo dice?

—¿Va a demorar mucho?

—Uhmmm...

—Si nos demoramos en hacer el sacrificio, puede que nuestro emperador durante ese tiempo mire hacia otras tierras en búsqueda de elegidas y sean otros los curacas en obtener sus virtudes —habló con ambición.

—No se preocupe, mi señor. Lo más probable es que no dure más de una semana. Últimamente ha habido sequías, de ahí que estos sacrificios sean necesarios.

—¡Estupendo! —exclamó victorioso el tío de Killa—. ¡Guardia!

—¿Sí?

—Dígale a mi sobrina que vuelva al templo, por favor. No queremos que estropee su vestuario. Bastante caro nos ha salido la elaboración de su túnica y demás.

—A sus órdenes, mi señor.

Pero, cuando el guardia se dirigió hacia Killa para acompañarla al lugar signado, simplemente ella ya no estaba.

Confiada en que la lluvia torrencial que había caído esa tarde había significado una señal de que la Madre Luna se había opuesto a su triste destino; quizá apoyada por Tanta, quien quizá había vuelto para mostrarle cuál debía ser su camino; Killa se decidió a ser libre.

Ya no sería una aclla que apoyaría sumisamente en cuantas labores de textilería le ordenasen. Ya no sería una aclla que aceptaría otorgar su vida para que otro obtuviese poder de manera injusta. Ya no sería una mujer relegada a meras labores a las que nunca había tenido poder de decisión.

Despojada de sus finas y mojadas ropas, y camuflada con las de una simple runa(6), se había escondido en la comitiva del pueblo vecino que había ido a ver la ceremonia. No sabía qué destino le depararía. El frío que la recorría gracias a la inclemencia del clima era poco, si se comparaba con el miedo que la teñía, pero, por lo menos, sabía que otras opciones que simplemente morir tenía.

—Gracias, Tanta —dijo Killa al tiempo que sus lágrimas se conjugaban con la lluvia que sobre ella caía.


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(1) Dioses de los cerros en la mitología Inca.

(2) Virgen del dios sol.

(3) Tocado en idioma quechua.

(4) Inframundo en la mitología Inca.

(5) Familia.

(6) Pueblerina.

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