CAP 01: "Deidad bondadosa"
Carlo llevaba horas buscando aquel encargo, los ingredientes de aquella receta tan extraordinaria y única de su maestro le estaban volviendo loco, ¿Cómo diablos conseguiría todos en ese día? La mayoría de los mercaderes le decían que sí, que sí podían conseguírsela, pero en días, días de espera que no eran una opción, de tan sólo imaginar a su maestro y él con las manos vacías le provocó un escalofrió que lo hizo saltar. El hombre era buena persona, pero, cuidado y se metan con su comida y recetas, allí su amabilidad estaba en duda.
El muchacho de 15 años llevaba una túnica oscura sobre su cabeza y cuerpo, prefería esconderse una vez que entraba a territorios poco agradables como los mercados negros de la zona baja del reino, esa zona que sólo piratas, ladrones y demás personas de dudosa reputación habitaban. Él, aunque fuese humano, era de los esclavos más envidiados, ser esclavo de la realeza era uno de los mejores destinos para un humano, pero de los peores trabajos vistos para su propia raza. Los humanos odiaban a los buzarianos y concebían a los esclavos de la realeza como meros perros y traidores a su raza. Es por ello que, Carlo no podría mostrar su estatus, estatus que se notaba gracias a un brazalete en su brazo derecho. Aún oculto no podía arriesgarse.
—¿Qué necesitas?
Carlo entró al bazar más grande de la ciudad, el cual era justamente en aquel barrio bajo. Las miradas de todos se posaron sobre él, sentía que le analizaban, le desnudaban para ver más allá de esa tela que le ocultaba.
—Necesito ramas de Bluquiobita si tiene, deme 3 por favor.
El hombre en el mostrador le miró por segundos, esperando ver más allá de esa oscura sombra que era su rostro.
—Déjame ver…
El hombre se dedicó a buscar, de entre tantas cosas buscaba escombrando cada chuchería que tenía dentro ¿Qué tanta organización tenía allí?
—¡Oh jo,jo,jo, ya lo encontré! ¡Tengo 3 ramas justamente! — Embolsó las tres ramas y las depositó sobre el mostrador esperando su paga— ¿Algo más?
—¿Cuánto es?
—40 zafiros dorados.
Carlo sabía que esa cifra era exagerada, ¿Qué clase de costo era ese por tres ramitas de una planta? Claro, no podía quejarse ni ponerse mono estando en la circunstancia que está; sin embargo, tampoco podía dar la imagen de tener tanto dinero, sería sospechoso.
—Sólo tengo 10 zafiros, y son de plata.
El hombre carcajeó, la gente de su alrededor mostraba una sonrisa maliciosa. ¿Se estaba equivocando al intentar negociar?
—¿Me ves cara de fiar? ¿Ves que aquí es una casa benefactora?
—No, pero no tengo más.
—¿Seguro? Yo diría que para venir hasta acá tienes más dinero del que dices tener. ¿Quién eres? Niñito.
—Está bien, siento las molestias, con permiso.
Carlo se dio la media vuelta, dispuesto a irse de aquel lugar, supuestamente.
—Está bien niño, tú ganas, dame esos 10 zafiros. Considérame un buen hombre.
—Gracias.
Carlo tomó la bolsa, la cual depositó en su morral y dispuesto a pagar ofreció el dinero acordado sobre el mostrador, el hombre miró cada zafiro con ansia; Carlo en un rápido movimiento, pero moderado para no denotar su nerviosismo pagó y se dispuso a irse, pero frente suyo ya estaban dos hombres esperando en la puerta.
—Disculpa niño, pero… me parece que tus zafiros son demasiado bonitos, como de realeza, ¿dónde los conseguiste?
—Señor, el dinero es dinero, no tiene dueño legítimo.
—El niño está jugando con nosotros. ¡Seguro es un vil esclavo de buzariano real o noble!
—¡Muestra tu rostro niño!
Carlo no movió su cuerpo, ni su boca, pensaba en la manera de salir de allí, ¿dónde? ¿cómo?
—Revísenlo.
Los dos hombres se abalanzaron contra él, Carlo se dejó tomar, sin resistirse, lo cual sorprendió a los hombres. Le descubrieron apreciando su cabello negro como la noche y sus ojos tan extraños como los de…
—¡Es de la realeza!
—¡Buzariano de sangre divina!
Esto siempre pasaba, «Ah, ya van a empezar» bufó en sus adentros un Carlo con rostro fastidiado de siempre lidiar con la misma sorpresa. Pero, esa sorpresa era oportunidad para él. Probablemente el mismo Francis, quién debería conocerle más que cualquier persona, desconocía lo ágil de su cuerpo a la hora de correr por su vida. De un golpe en la mandíbula aturdió a uno de los hombres, agachándose en un movimiento veloz con la mano derecha golpeo la corva de la rodilla del otro hombre cayendo inevitable al suelo. Saltó sobre ambos hombres eludiendo a demás sujetos tras él, excepto uno que le alcanzó a tomar del delantal rasgándose en el proceso.
Carlo no lo pensó dos veces, deslizándose por debajo del delantal se deshizo del agarre y corrió lo más lejos que pudo.
Debía aceptar que eso le gustaba, lo mantenía en forma, su agilidad le hacía sentir que volaba, libre, de alguna forma.
—¡Hey tú!
Un guardia buzariano le detuvo con su lanza como obstáculo. Un guardia era otra cosa, así que obedeció.
—¿De dónde vienes tan deprisa? ¡Identifícate!
Carlo estaba por mostrar su brazalete, pero el guardia soltó un gritillo de sorpresa, «Oh vamos, aquí viene de nuevo» pensó el muchacho, víctima de su físico.
—¿Prin-princesa?
Las personas alrededor escucharon la palabra mágica y llegaron como aves hambrientas hasta él. Carlo frunció el ceño, ¿Cómo podían confundirlo con la princesa todo el tiempo? Se las pasaba que fuese con un buzariano, pero en específico con esa niñita consentida, arrr es el colmo.
—¿La princesa está aquí?
—¿Dónde?
—¡Oh es tan hermosa nuestra princesa!
—¡Perdóneme!, no la vi mi señora… un momento...
—¿eh?—Exclamaron los buzarianos.
—¿Por qué está vestida así? Y ¿Dónde está su guardia real?
Carlo se quedó sin palabras, dentro suyo un fulgor de furia se estaba conteniendo.
◇◇◇
De nuevo allí, frente a su madre, apretando los labios para soportar el sermón, conteniendo su voz para protestar, la princesa Cleonice arrodillada al suelo ante la majestuosa reina de Buzáles no podía ni mirar a su progenitora al rostro, no sólo por vergüenza, sino por rabia, una profunda rabia hacia su propia raza.
—Aún no estás lista para ser reina, ni por mínimo.
La reina, Morica Bumolca, de hermosa belleza, admirable piel, no presumía del cuerpo esbelto de una mujer ideal buzariana, más su cabello, negro y brillante como si de una cascada se tratase caía por toda su espalda, deslizándose hasta el suelo en rizos que invitaban a la mirada perderse entre sus bucles oscuros. Sentada sobre su trono, en la ausencia de su esposo, afligida intentaba hacer entrar en razón a su única hija, la cual llevaba sobre su hombro una responsabilidad que parecía no percibir.
—Gobernar un reino no significa mandar y que te obedezcan arbitrariamente, reinos así han caído. ¿Qué pensabas que podía pasar, si actuabas como una princesa benevolente, ayudando a un pobre esclavo humano mal herido que claramente te estaba provocando? —La princesa mantuvo silencio, la reina sonrió—, bien sabes que fue un acto de estupidez que pudo costarte la vida. Recuerda Cleonice, no somos inmortales; que el espíritu deidad del agua que posee aún tu padre, haya elegido a nuestra hija como su nuevo receptáculo, es una bendición y honor que no podemos poner en duda o ridículo ante el reino. Una deidad no puede subyugarse a sus siervos, por mucha piedad que haya en tu interior, Cleonice, lo que has hecho ha decepcionado a tu pueblo entero.
—¡Pero estaba enfermo! ¡Terrible apariencia y aun así lo mataron! —Cleonice, rompió el silencio.
—¡Sabía que no podías mantenerte callada por más de dos minutos! —La reina se levantó furiosa enfrentando los ojos rebeldes de su hija— ¿Preferías sacrificarte por él? ¿En qué clase de deidad te quieres transformar? ¿En una deidad humana? ¿Quieres que te adoren los humanos mientras devoran tu carne?
—¡No!... no es eso…
—¡No es nada más que tu falta de madurez!
—¡Lo mataron! ¡Mataron a ese hombre y apresaron a otro joven esclavo sin oportunidad de explicarse! ¡Él sólo quería ayudarme!
—¿Estás segura? ¿Y cómo sucedió eso? ¿Quién fue quién propició todo esto? ¿Fue acaso el esclavo que murió o el que está ahora en el calabozo? ¿O tal vez fueron los monjes o los guardias quienes llevaron a su princesa a peligrar en contra de su voluntad? Dime Cleonice, ¿De quién fue la culpa?
La princesa simplemente agachó la mirada derrotada.
—Afronta tus actos y no pidas que tu madre u otra persona resuelva tus errores— La reina volvió a sentarse, tomando un respiro, prosiguió—. Aquel esclavo iba a matarte, no le importaba si te apiadabas de él, si le protegías igualmente, a él, eso no le importaba. Su odio por ti era más grande que cualquier acto de bondad. Además, no puedes llegar y plantarte ante un humano como un ser de buen actuar, sería un acto de burla, una hipocresía; para ellos somos sus enemigos, demonios que han matado y pisoteado su libertad, no puedes componer al mundo, no puedes componer los actos pasados, ni sus pecados, ni los de anteriores reyes. Cleonice, mírame.
La reina extiende su mano derecha esperando que su hija responda a su seña, ésta responde, entre lágrimas silenciosas corre a sus brazos, se refugia en ellos y llorosa enmudece su lamento en el pecho de su madre.
—¿Cómo te sientes de tu herida? — Pregunta la reina, más calmada.
—Bien, duele un poco, pero, si voy a rezar seguro curará.
—¿Te asustaste mucho? — La reina acariciaba el cabello de su hija la cual sollozaba con más fuerza.
—¿Por qué no podemos llevarnos bien con los humanos? ¿Por qué llegamos a matarlos y esclavizarlos de esa manera? ¿Por qué mamá?
La reina llevó sus manos al rostro de su hija secando sus lágrimas con sus dedos, su hija era tan inocente, tan ingenua, un alma en blanco que pronto podría teñirse de dolor, odio y lo peor: sangre, por el simple hecho de proteger a su pueblo.
—Hija, ser una divinidad no es siempre hacer el bien para todo el mundo, lamentablemente, gobernar un pueblo es tomar decisiones que te hacen un ser monstruoso, pierdes la moral muchas veces, la bondad y el significado del bien cambia en ti. El mal para los demás podría ser el bien para tu pueblo. Es por esa razón que los humanos por muy bondadoso que sea tu corazón, no puedes tratarlos igual que a tu pueblo…
—¿Por qué no? — La princesa se soltó de su madre molesta, confundida ¿Qué clase de gobernante debía ser al recibir esas palabras? ¿Acaso debía aceptar ser un demonio, justo como los humanos le nombran? —, entonces… ¿Debo resignarme a pisotearlos como viles insectos? ¿En verdad… la paz entre nosotros no es una opción?
La reina cerró sus ojos negros y profundos en desesperación por no poder ofrecerle paz mental a su hija, más que tribulaciones.
—Nunca se te ha dicho por qué odiar a los humanos, por qué los hemos destruido hasta convertirlos en esclavos y reducirlos a un reino que se mantiene en pie a duras penas. Todo tiene un porqué, y nuestro pasado con ellos es el resultado de éste presente. Alguna vez, los humanos eran tan libres y fuertes como los buzarianos, hace algunos años, nuestros reinos eran uno sólo.
La princesa se quedó sin palabras, con la mirada congelada.
◇◇◇
La comida estrella que deseaba servir se alejaba de estar lista a cada minuto que pasaba ¿Dónde estaban sus ayudantes? Sus nervios estaban en la punta de sus dedos imposibilitado a realizar su trabajo. Ciertamente eran humanos, pero en estos años, desde niños los ha tenido a su cuidado y trabajo; los estima, más de lo que le gustaría aceptar, le preocupan. Mas el solitario Carlo, quién nunca se demora en sus tareas, y simplemente parece siempre estar perdido en sus pensamientos o en el cuidado de un Francis que ni cuenta se da. ¿Se habrán perdido? ¿Estarán en algún rincón oscuro mal heridos o muertos? ¡No, no, no! ¿Cómo pensar tal barbarie?
Justamente llaman a la puerta principal de la cocina. El chef no demora más que un segundo en abrir esperanzado a que sean sus niños.
—¡Niños! — Sus ojos alegres se desvanecen— ¿Sólo uno? ¡¿Sólo uno me regresa a casa?!
Su indignación lo hace desfallecer colgado a la puerta, aquel hombre parecía un total exagerado ante los ojos del guardia que llevaba en escolta al único niño que regresaba con bien.
—¿Es éste su prin… dgjo su esclavo?
—¿Qué hizo señor guardia? ¡Tomo toda la responsabilidad!
El maestro cocinero seguía colgado a la puerta con ademanes de tragedia que incomodaban a los dos presentes frente a él. Carlo, acostumbrado ya a todas las caras de su maestro se dispuso a entrar sin más.
El guardia se despidió diciéndole unas cuantas palabras al chef, tras cerrar la puerta, la única cara a la cual no estaba aún acostumbrado Carlo, la sentía venir.
—¿Trajiste mis ingredientes verdad? —Sus dientes rechinaban al intento de contener la furia.
Carlo sin mostrar ninguna emoción abrió su morral, todos los ingredientes se hallaban intactos y completos, el chef se calmó y le sonrió, más Carlo no le correspondió.
—¿Dónde está Francis? —Preguntó Carlo, con la seriedad que sólo tomaba cuando se trataba de su amigo.
—Si no lo sabes tú, menos yo.
—Si no está aquí, creo sé dónde está.
◇◇◇
Cleonice dejó caer su cuerpo al suelo, sintiendo el frio suelo al contacto con su piel, buscaba calmar sus emociones encontradas, perdiendo su vista en el dibujo detallado de aquellos azulejos.
—No busco que odies a los humanos, pero sí tengas en cuenta que en el pasado se les dio la oportunidad de ser un igual que nosotros, buzarianos amaban a humanos e humanos a buzarianos, convivían en un reino que era uno de los más poderosos, pero ellos, ellos fueron quienes fallaron a su palabra, y al dichoso amor que tenían a su Dios. Cinco dioses se apiadaron de su existencia solitaria y sin causa, cinco dioses fueron traicionados por ellos y ahora no poseen ni un solo espíritu que desee protegerles.
Cleonice seguía sin decir nada, parecía como si dentro suyo algo doliera tanto, sus manos las condujo a su pecho mientras lágrimas resbalaban de su rostro al suelo.
—No sé cómo funciona el ser un receptáculo para una deidad, pero tu padre tenía ese mismo semblante cuando se hizo las mismas preguntas que tú y le fue develada la verdad. Es como si Suu, el espíritu del agua transmitiera sus emociones a tu cuerpo. Todas las deidades tienen una estrecha relación, y para Suu seguramente perder a 5 de ellas debió ser muy doloroso.
—Una deidad… ¿Siente?
—Claro, así como también muere. Desde tiempos inmemorables las deidades han protegido a sus razas, desde la raza más pequeña tiene un espíritu guardián, su poder y estatus también va dependiendo de su fuerza y número. Los humanos nunca tuvieron poderes ni ningún otro atributo merecedor a temer, pero, tenían el afecto de 5 dioses, una familia que los amo y se encargó de extenderlos como granos de arena por todo el mundo y los dotaron de inteligencia y poder que superó su ego y terminó destruyendo todo a su paso.
Cleonice se levantó del suelo, dirigió sus pasos hasta la imponente vista del castillo, un cielo azul tan grande cubría su pueblo, un pueblo rodeado de arena, un desierto monstruoso que se pierde con el cielo hasta la lejanía.
—¿Tan grande era su estirpe?
—Demasiado, así como ves al desierto, basto e interminable, los humanos lo eran por todo el mundo. Seguramente, aún hay demasiados. Más eso no debe interesarnos, ¿Qué más da los desiertos de otros continentes? Tú como la próxima deidad y reina sólo debes mirar por el desierto que tienes enfrente, mantener a raya a aquellos humanos y engrandecer tu raza.
—Pero… no entiendo… ¿Cómo es posible que lograron traicionar a sus 5 dioses? ¿Qué les pasó exactamente? ¿Dónde están ahora?
La princesa miró a su madre, se negaba aceptar aquella verdad.
—Una deidad, muy bondadosa de hecho… se le conoce como “La deidad bondadosa de carne” la última diosa en nacer como espíritu protector de los humanos, ella era hermosa, cariñosa y maternal, amaba a sus humanos como ningún otro de sus familiares. Tanto era su amor que decidió ser humana y brindarles una protección y descendencia como ninguna. Sus hijos, bellos humanos de cabellos dorados como el sol poseían no sólo esa divina belleza suya sino, una longevidad rayando casi a lo inmortal. Esos humanos descendientes de la diosa eran concebidos para ser líderes y reyes, y tantos engendró que no cabían por el mundo. Es así que la diosa les había dotado ahora de un nuevo poder, uno que entre ellos mismos comenzó a estorbar. La realeza era tan longeva que los próximos en gobernar se hartaban de esperar. Traiciones, mentiras y muerte manchaba sus cabellos dorados de aquellos hijos divinos. La diosa, al ver todo ese caos decidió aislarse, parar de multiplicar a esos hijos que tanto amaba— La reina, tomó un respiro para proseguir—. Fue así que los humanos decidieron elevar su ego hasta lo insospechado, comenzaron a creer que de nada les servía más una diosa de longevidad, ni tampoco dioses que limitasen su poder a como ellos decidieran. Deseaban ser dueños de ellos mismos, deseaban crecer y descubrir por ellos mismos, ya tenían la inteligencia y el poder para lograrlo, así que ningún Dios era necesario y…
—¿Y?
—Los mataron… empezaron por la diosa más débil de los 5, el espíritu que más les amaba, por allí empezaron, y nada ni nadie les pudo detener, ya que, aunque eran 5 dioses, amaban a sus humanos y no se defendieron, no hicieron nada, aceptaron la muerte como parte de su destino.
—¿¡Qué!? ¡¿No hicieron nada?! ¿Por qué? ¡ah! — La princesa sintió una punzada cerca del corazón, se desplomó adolorida al suelo. —, que… ¡quema!¡Mamá! — La reina, bajó la mirada soltando una lágrima.
—El dolor que sientes, es el dolor que cargarás al ser el receptáculo de una deidad, sentirás su ira, su desesperación y un profundo odio te embargará hacia los humanos. Es por eso hija mía, que debes preparar tu cuerpo y mente para poder soportar aquella carga. Si estamos vivos a pesar de formar parte del pasado de los humanos no es por benevolencia suya sino, la fuerza y convicción que nuestro gran espíritu Suu nos provee.
La princesa se retorcía de dolor, en su mente, la figura de una mujer de cabellos rubios la martirizaba, la plagaba de sentimientos inexplicables, ¿Eso era ser una deidad? ¿Cómo podría soportar todo aquello sola?
La reina se levantó de su trono aproximándose a su hija que gritaba adolorida implorando con sus manos ayuda.
—Hija mía, es ésta nuestra realidad, perecen los humanos o pereces tú. Tú eliges, sólo siente, sólo escucha, sólo rememora el pasado de Suu y descubrirás el cómo la bondad lleva a la perdición.
Cleonice siguió pidiendo ayuda, sus manos se estiraban en busca de su madre, sus dedos rozaron el vestido de ésta en vano. La reina Morica se limitó a mirar la agonía de su hija, la miraba directamente a los ojos, sin emoción alguna, y su pobre hija, asustada por lo desconocido de todo ese sentir soltaba lágrimas ahogadas en su propia garganta ¿Qué estaba pasando? ¿Cómo era posible que su madre no le ayudase? Se sentía traicionada, se sentía desolada y su cuerpo ardía como si en brasas ardientes yaciese.
—¡Su real majestad!
La voz grave de un guardia devolvió a la reina, aturdida, hizo la señal de permitir al hombre hablar. El martirio de la princesa también había cesado, sobre el suelo, respirando agitada trataba de ordenar sus ideas y secarse aquellas lágrimas y sudor de su cuerpo.
—Disculpe majestad, pero el chef real está aquí solicitando una pequeña audiencia con usted.
El guardia, postrado a los pies de la reina miraba el suelo sin atreverse a mirar más allá, temblaba, había escuchado los lamentos de su princesa.
—¿Una audiencia?
◇◇◇
El polvo caía sobre los cabellos rubios de aquel reo, se sacudía ya por décimo tercera vez ¿acaso moriría sepultado entre restos de un calabozo que gritaba ¿“me voy, me voy, hay te voy”? Él tenía la culpa, lo habían mandado a buscar a su amigo no a su verdugo.
El sonido de una celda se escuchó a lo lejos, ¿otro reo? Vaya, se comenzaba a sentir solo allí. Se levantó del suelo para ver quién se unía al festín del polvo y para su sorpresa eran caras conocidas.
—¡Carlangas eres tú!
—Cállate tonto.
—¡Es el colmo! — Gritó el chef real quien acompañaba a Carlo y a un guardia.
—Señor chef, no grite tanto, el calabozo ya está viejo.
—Dígamelo a mí— Interrumpió Francis que escupía polvo de la boca— No llevo mucho aquí, pero ha como ya estoy satisfecho de comer tierrita.
—¡Francis! — Grita nuevamente el Chef provocando que caiga nuevamente polvo— El señor guardia nos ha hecho el favor de traernos aquí y te pones a desobedecer sus palabras.
«De hecho fue usted…» pensaron al unísono ambos adolescentes que se miraban incomodos el uno al otro.
—En verdad que no sé qué hacer con ustedes— se queja el Chef mientras el guardia abre la celda del recluso dejándolo libre—a uno lo mando a que me traiga ingredientes de alta calidad y me regresa desgarrado…
—Sólo fue el delantal maestro— Se defiende en voz bajita.
—¡Y el otro! — Vuelve a gritar— Lo mando a buscar a su amigo perdido y ¿Dónde lo encuentro? ¡Sepultado bajo escombros de un calabozo que claramente necesita mantenimiento! ¿A dónde van mis impuestos que mi esclavo morirá bajo piedras impulsadas por la gravedad y no por la gravedad de sus delitos?
El guardia mejor se fue, ya conocía a ese maestro chef, parecía que el calor de la lumbre ya le había dado artritis en el cerebro.
—¡En fin! —Volvió a gritar— ¡Vámonos Francis que ya pagué la multa y besé los pies de la reina para que perdonasen tu cuello!
No hubo respuesta.
—¿Dónde está tu amigo, Carlo?
—Sigue allí, pero ha gritado tanto usted que ha quedado sepultado.
—¡Oh Dios mío! ¡Lo he matado!
◇
Todo había salido bien, Francis logró ser perdonado gracias a las indulgencias de su amo: el chef real; ser esclavos de aquel hombre les ha valido una gran suerte, eso Carlo lo sabe más que nadie ya que si no hubiese sido el caso, Francis no estaría allí riéndose a carcajadas de sus travesuras. Carlo lo sabía, sabía que el mundo donde vivían no era tan fácil como aparentaba.
—Bueno— Consiguió llamar la atención de su amigo, quien miraba el cielo con una mirada perdida— ¿Y a ti que te pasó exactamente que no aparecías con los ingredientes?
—Me… me confundieron… con la princesa.
Un silencio incomodo permaneció por unos momentos.
—¡hajajaja! ¿Otra vez Carlo? ¡Vaya que tú tienes una suerte!
—Hump…
Francis se echaba a reír, le causaba tanta gracia saber que su amigo siempre tenía esos percances, es por ello que a donde quiera que va debe llevar una túnica para cubrirse el rostro, vaya desdicha. Por su parte, mientras caminaban detrás del Chef rumbo a su lugar de estancia, Carlo sonrojado y molesto se cubría más entre esa tela azul sobre su cabeza, odiaba ser comparado con esa princesa, odiaba parecerse a ella.
—Pero ¿Sabes que es lo más gracioso Carlo? Jajaja— Aún no paraba de reír ese amiguito suyo, Carlo quería golpearlo—. Que en definitiva son unos ciegos.
Carlo se detuvo en seco. No se atrevió a mirar a su amigo, ya que deseaba escuchar más aquello a lo que se refería.
—Es verdad que la princesa tiene unos bonitos ojos azules, pero, tus ojos y los de ella por lo cual te confunden tanto con ella no se comparan— Francis alcanzó a su amigo poniéndose frente suyo—, si algo debe envidiarte la princesa son tus únicos y hermosos ojos Carlo— Francis sonrió, esa sonrisa tan sincera que Carlo conocía muy bien, no le mentía—, jamás podría confundirte.
—¿Jamás? —Quiso reiterar, miraba de frente los ojos castaño claro de Francis, deseaba estar seguro de eso.
—¡Jamás! ¿Dudas de mí? — Volvió a sonreír de esa manera juguetona para hacer enojar a su compañero.
Carlo simplemente siguió de largo.
Llorosa
Capítulo 01: Deidad bondadosa.
Por Matialvy Dos Santos
Y aquí el segundo capítulo, aunque es primero jajaja me gusta el 00. Ahora bien, me da gusto, mucho gusto que estén leyendo esta historia a pesar de no ser del fanfom de Sonic y que es original. Agradezco su apoyo y soy feliz por ello.
Gracias, muchas gracias.
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