Correr y llorar

Lila caminaba por la ruidosa ciudad con sus auriculares colgando de su delgado cuello, cualquiera que la viera pensaría que el artefacto pesaba más que ella. Su contextura física siempre había llamado la atención, pero la expresión de su rostro se mantenía tan neutral que aunque quisiera nadie podía imaginarse en qué pensaba.

Pero ella no pensaba, solo disfrutaba del espeso aire que chocaba su rostro y le hacía sudar, de las mariposas que revoloteaban de jardín en jardín y de los niños que cortaban la calle para jugar al fútbol. Lila no pensaba, Lila vivía.

Su cuerpo desprendía un fuerte olor a repelente para mosquitos, no recordaba cuántas veces se había puesto antes de salir al campo de batalla. Era temporada alta para el dengue y tomaba todas las precauciones que podía: despejaba las canaletas, limpiaba el recipiente de agua de su perro para que el agua no se estancara y recolectaba la basura que caía en su jardín. Nunca salía sin antes rociarse repelente hasta estar casi segura de haber cubierto todo su cuerpo.

El calor de la vereda comenzaba a traspasar la suela de sus zapatos y en vez de caminar daba saltitos, «El suelo es lava» pensó y rió por lo bajo.

A dos cuadras del departamento de Carla se planteó volver a su casa, pero el abrasivo sol del mediodía le recomendó correr a los brazos de las latas de refresco y refugiarse en la trinchera con aire acondicionado.

Entró al edificio y esquivó el ascensor, no confiaba en la caja metálica que tantas veces había mantenido cautiva a Carla y que ella seguía utilizando con terquedad. Subió los cinco pisos por las escaleras, el cabello se le pegaba al cuello y la frente, debía tomar bocanadas de aire para que este ingresase a su cuerpo y las piernas le vibraban.

Antes de golpear la puerta del departamento, tomó un elástico de su muñeca y recogió su cabello  en un moño desordenado, secó el sudor de su rostro con el extremo de su remera y relajó su respiración.

Apenas sus nudillos tocaron la puerta ésta se abrió mostrando a una morocha con una gran sonrisa y los brazos extendidos, «Por favor que no me abrace» pensó Lila, sin embargo su compañera ya la estaba apretujando contra su pecho mientras chillaba de la emoción.

—¡Al fin viniste! —expresó y la tomó de la muñeca para meterla dentro del departamento.

—No, soy un holograma —murmuró con desdén.

La morocha hizo una mueca elevando sus comisuras pero presionando los labios, la joven sabía qué significaba y sintió algo de pena, con la mirada clavada en el piso saludó a todos los que estaban en la sala y se sentó lo más alejada posible de ellos.

No quería quitarse la mochila porque sentía que en cualquier momento debería salir disparada de ese lugar, aunque le molestaba y no lograba una postura cómoda en la que los cuadernos dentro de ésta no se clavaran en su espalda. Así que a duras penas se la quitó y la dejó pegada a sus pies.

—¿Querés algo para tomar? —le ofreció Carla. Lila negó con la cabeza y tragó en seco.

Moría por algo de beber, pero no sabía por qué siempre contestaba que no a preguntas absurdas como esa, aun ante su negativa su compañera le acercó un vaso de agua helada. Lila le agradeció en su mente.

—Bueno, a él no lo conocés, Lila. Él es Román.

Un joven de aspecto rebelde se encontraba sentado justo frente a ella, su pierna derecha estaba sobre el reposabrazos del sillón y su largo cabello cubría más de la mitad de su cara. Lila elevó una ceja y simuló una sonrisa como saludo que rápidamente borró.

—¿Él también tiene que hacer el trabajo de Biología I?—preguntó para confirmar a lo que había ido.

—No, pensamos que con este calor...—Lila ya estaba tomando su mochila para irse, sabía que no debía haber ido. Siempre le hacían perder el tiempo los grupos de trabajo—, era mejor ocupar el sábado con amigos.

La joven ya se encontraba de pie colocándose la mochila cuando su compañera, Luisa, le tomó de la muñeca y la arrastró  de nuevo al sofá.

—Solo será un rato, un rato con amigos —Sus grandes ojos azules hipnotizaban a cualquiera, luego de estar unos minutos perdida en ellos aceptó de mala gana, pero esta vez no se quitó la mochila.

Román la observaba en silencio mientras jugueteaba con el piercing de su ceja.

—¿Tengo algo en la cara? —le espetó y antes de que tuviera tiempo de responder se dirigió a Carla—. ¿Qué haremos?

Como si fuera algo obvio para todos en la sala, menos para ella, respondieron a coro:

—Charlar, ¿qué más?

La tarde sería larga para Lila, se abrazó a sí misma e intentó sonreír y seguir la charla.

Pasaron 30 minutos y sentía que su cabeza iba a explotar, no podía creer la cantidad de tonterías que hablaban y lo random que eran. De hablar del Papa argentino «Un orgullo para nosotros» decía Lucas, saltaron a hablar sobre el vestido de una conductora de un programa de chismes  «Un delito contra la naturaleza» repetía Carla. 

 Ahora el debate estaba entre qué era mejor: Burger King o McDonald's.

—Ambos venden hamburguesas con papas.  —anunció Lila intentando cortar el tema.

—No saben igual, Lila. Por Dios, ¿has ido a alguno?—preguntó Lucas y como siempre no esperó su respuesta—. Pues, deberías ir a McDonald's, te aseguro que no hay retorno. Cuando pruebes la Big Mac vas a saber de lo que hablo.

—Pero cállate, boludo ¿qué decís? No hay nada como el sabor de una hamburguesa a la parrilla ¿probaste las Whopper? Seguro que no porque no estarías diciendo semejante boludés.—Luisa parecía querer sacarle los ojos a Lucas si seguía desprestigiando a Burger.

Lila comenzaba a sentir un picor en el cuello, giró hacia Román y definitivamente este le estaba mirando.

—¿Qué tanto mirás? —le espetó demostrando su incomodidad, las voces de los demás fueron bajando el tono lo suficiente para escuchar, pero no tanto para que los jóvenes cortaran la conversación.

—Te miro, ¿no puedo mirar?

—No, me estás clavando la mirada y es molesto.  —confesó y escondió sus manos bajó sus piernas.

—Te gustaría que te clavara otra cosa. —El tono "provocativo" que usó a Lila le revolvió el estómago. 

—Sí, un puñal en medio del corazón para acabar con esta tortura.

La risa seca de Román hizo eco en la habitación que empezaba a reducirse para la joven, el cuello y las manos le transpiraban.

—Me caes bien...

Antes de que Román dijera algo más, Carla se puso de pie y les ofreció a todos ver una película que había descargado el día anterior. 

—¿Aun seguís descargando películas? No seas tacaña y pagá Netflix.—le criticó Luisa mientras se acomodaba bien pegada a Lila buscando el mejor ángulo para ver la pantalla.

—¿Para qué? Nunca estoy acá y cuando sí me bajo una película, la veo toda la semana y listo, boluda. No jodas otras vez con la mierda de Netflix que encima leí que se paga en dolares —Conectó el pendrive al tele y con el control buscó entre las carpetas la nueva descarga—, ¿De dónde querés que saque dolares? De pedo puedo salir de joda los viernes y sábados, vos me querés cortar las piernas.

Cuando Carla puso la película Lila se veía venir el monstruo, le estaban dando artillería a Román y de la pesada.La muchacha se removió en su lugar intentando refugiarse entre el respaldar y el reposabrazos, creyendo que mientras más se hundía en el sofá más pasaría desapercibida.

Ellen Page aparecía en escena recordando y Lila sentía su cuello arder, la intro de "Juno" la distrajo un poco. Ella adoraba la mezcla de fondo dibujado con figuras reales, sabía que ese estilo tenía un nombre pero no lograba recordarlo. El comentario bomba no se hizo esperar.

—Esta es la película de la minita que se embaraza, ¿no? —Luisa confirmó.—. Por eso más vale pájaro en mano, que padre antes de los 30.

Las risas inundaron el ambiente, todos reían menos Lila y mientras ella esperaba no ser notada, Román más la veía.

—¿Por qué no te reís de mis chistes, flaca?

La joven sabía que esa pregunta iba dirigida a ella, pero estaba segura de que no recordaba su nombre como para llamarle la atención y hacerle saber que hablaba con ella. Así que mantuvo la mirada fija en la pantalla, aunque no veía nada. Su vista estaba borrosa.

Luisa golpeteó su pierna, Lila la miró y su compañera le indicó con señas que mirara a Román. La joven lo miró de reojo, este arqueó sus cejas aun esperando una respuesta.

—Porque no me causan gracia, Román. —No tenía ganas de hacerse la desentendida, «Mejor cortar el tema cuanto antes» se dijo.

—Me parece que alguien necesita una sacudida allá abajo, desde acá veo la telaraña. —Otra vez lo acompañaron las risas.

—Creo que el que necesita la sacudida es otro, pero en donde se supone que debería estar su cerebro. —cortó Lila, las palabras habían escapado de su boca sin que pudiese analizarlas.

—¿Sabés lo que sos? —El ambiente se tensó y la joven le dedicó media sonrisa incitándolo a terminar—, una brígida mal cogida de mierda.           

Esta vez la que rió fue Lila para sorpresa de todos, Román comenzó a sonreír creyendo que al fin había logrado ablandarla.

—Esperaba un insulto mejor, ves que necesitás esa sacudida.

Aguantando la respiración cruzó la habitación y desapareció del departamento antes de que alguien pudiera digerir lo sucedido. Bajó las escaleras a toda velocidad y cuando estaba por traspasar la puerta de entrada del edificio alguien la tomó por la cintura.

—Che, ¿ya te vas y sin mí? —murmuró Román en su oído. 

—¡Déjame! —chilló dando patadas y golpes al aire, él la soltó solo para tomarla por las muñecas. Esta vez estaban frente a frente.

—Ya está, no hace falta que finjas. Los chicos no están —Se relamía los labios cada dos o tres palabras y era algo que a Lila le provocaba nauseas—, se que te re gusto, ya está.

—Antes me decapito, pelotudo. ¡Soltáme! 

Intentaba forcejear pero él presionaba más sus muñecas. Román comenzó a acercarse con claras intenciones de besarla y a la muchacha no se le ocurrió otra cosa que escupirle, justo en la boca que estaba semiabierta. Del asco y del asombro la soltó, Lila aprovechó para escapar.

Salió disparada, corrió hasta que el aire no pudiera ingresar a sus pulmones y sus piernas se sintieran tan pesadas como el cemento. Corrió hasta llegar a su casa, a su habitación, a su cama.

Aun sentía la necesidad de seguir corriendo, la voz de Román había quedado atrapada en su oído y sus manos estaban alrededor de sus muñecas. Si abría los ojos él estaba a centímetros de su rostro, así que se hizo un ovillo y ahí se quedó con los ojos cerrados, el corazón acelerado y los pulmones a punto de estallar.

Al día siguiente se levantó casi por obligación, su cuerpo le pedía ir al baño y aunque no quisiera moverse juntó toda la fuerza de voluntad que había en su pequeño cuerpo.

De regreso a su habitación revisó su celular y chequeó los mensajes, tenía tres de Carla, todos notas de voz.   

—"Che, Lila. No te agobies que Román te estaba jodiendo" Sí, claro —refunfuñó y reprodujo la siguiente nota—. "Le re gustas, es obvio, no sé por qué te hacés la dura si es un divino" ¿En serio, Carla? Qué ciega fui y yo creyendo que me acosaba —Antes de oír la última nota de voz, se tiró a la cama y respiró hondo—. "Dale, Lila no seas forra con el pibe, dale una chance. Si sé que te gusta" Me re gusta, no sabés.

Arrojó su celular lo más lejos posible, abrazó su almohada y por un momento consideró que Carla tenía toda la razón. Pero luego recordó la mirada perversa, los labios que relamía una y otra vez, y sus manos lastimando las muñecas que todavía estaban enrojecidas y lloró.

Lloró porque no tenía el valor de contarle a alguien lo sucedido, lloró porque aunque lo contara sus compañeros la llamarían exagerada y no le creerían, lloró porque la sensación no se iría y lloró porque recordó que el conserje estaba ahí a metros de ellos y no intervino.

Lloró porque quería seguir corriendo.                                                  

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