XVI - Jeffrey 6
Se había convertido en tradición que, para cada cumpleaños, el equipo de Ingeniería saliera a comer a algún lugar diferente. Basado en las recomendaciones probamos la comida de un restaurante mexicano. Los Cuates eran reconocidos por su variedad en el menú y por su generosidad con las porciones. El plato principal era el matambre, y muy pocos eran los que se lo lograban terminar. Comimos también en un buffet que había adquirido fama, llamado Delicias, y era reconocido por su amplia variedad de platillos principales y complementos. En lo personal, era un fan de la chuleta, acompañada con ensalada fría, arroz amarillo y tostones. En ese lugar repetimos más de una vez. Fuimos también a un restaurante más fino, de hecho, el más usado por la empresa para reuniones de ejecutivos y capacitaciones de equipo en formación para asumir liderazgo. Las Praderas tenía platos exquisitos. Yo degustaba cada vez el cerdo a la plancha y nadie me hacía probar otra cosa. Cuando la cosa era más informal, salíamos de Sébaco e íbamos o a Matagalpa o a la Trinidad. En Matagalpa podíamos compartir una pizza en un restaurante italiano llamado Vita' e Bella o una noche de baile en Artesanos, aunque también intentamos con Restaurantes como El Balcón o la Casona. En la Trinidad siempre era la opción de un karaoke en Govenia's club. Por último, cuando era imposible salir, se hacía un pedido de algo más tradicional como un vigorón o chancho con yuca, o bien las pupusas salvadoreñas, y comíamos en la sala de capacitaciones.
Ese fue el caso aquel 3 de marzo de 2012. Celebrábamos el cumpleaños de Leo y pedimos el típico vigorón y chancho con yuca. Pedimos también un par de Coca colas de 3 litros y un pastel helado. Todo el equipo de Ingeniería participaba, incluyendo al equipo de Entrenamiento, en el cual estaban todas las instructoras. Para cada celebración, siempre tenía que lidiar con una escena de celos de Jeannete. Siempre preguntaba cosas como: ¿con quién bailaste? ¿Seguro que no le gustas a ninguna de ellas? ¿Seguro que a ti no te gusta alguna? ¿Quién está sentado a tu lado? Incluso en las ocasiones en que nos permitían llevar a nuestra pareja el problema no se solucionaba. Después de la actividad salía con comentarios como: "No creas que no me fijé como te observaba la tipa pelirroja" o "No me gustó la forma en que le hablaste a la flaquita, pareciera que te atrae". Pero en días como aquel, donde no salíamos, lluvia de mensajes se sucedían en mi pobre teléfono. Esa vez decidí no poner atención a sus reclamos. Temía que se enfadara conmigo por no contestarle, pero si queríamos que las cosas funcionaran, debíamos mejorar, sobre todo, en esos aspectos. Puse mi celular en silencio y traté de disfrutar de la reunión. Siempre había risas. En esa ocasión el tema de conversación era sobre las cosas graciosas que se recordaban de la empresa.
—Leo, ¿por qué no nos cuentas la forma en que te ganaste el apodo que te dicen en Finanzas? —incitó Brenda.
— ¿Cómo le dicen? —Quiso saber Melinda, sorprendida.
—Si le digo se nos arruina el chiste, jefa. Dejemos que él mismo nos cuente —insistió Brenda.
—Es que un día estaba revisando un costeo con Rosa, en su oficina. Ustedes saben cuanta gente hay ahí. Don Mario hablaba por teléfono con un amigo, y su manera de hablar era coloquial. Pues en un momento dijo: "Que no escuchas, culero". Y yo, que estaba concentrado, pensé que había dicho mi nombre, Leo, le quise responder: "Dígame señor". Todas las chicas de finanzas rieron. Desde entonces me dicen "culero". Llego y me reciben saludándome con un "Hola culero".
Cada uno aportó un apodo gracioso que conocía en la empresa, y resultaban ser uno más divertido que el otro. Después de eso pasamos a las anécdotas.
— ¿Recuerdan aquella vez que Antonieta corrió las piezas de pre producción en el área de Desarrollo? —contaba Norberto—. El Almacén se equivocó con la orden de producción, y le entregó todos los hilos para la producción programada. Pobre niña, moviendo en 2 polines el montón de cajas, cuando solo ocuparía una.
Todos rieron.
—Eso no es nada —Tomó la palabra Javier—. ¿Recuerdan a la customer service de Harley Davidson, la chica con el pelo más encrespado que hemos visto? —Todos asintieron—. En una reunión de planeación, aseguraba que un estilo que venía era súper sencillo porque no tenía bolsas. La gente de producción, confundida, le preguntó de qué estaba hablando, y ella mostró la pierna en la que se hizo la prueba de lavado. Pobre niña, cómo se lo ocurrió que un estilo se trataría sólo de una pierna.
Las risas fueron más escandalosas esta vez.
— ¿Recuerdan a don Mauricio? —intervino, ahora, Idrissi—. Convocó una vez a una reunión a toda una línea de producción para llamarles la atención por su mala calidad. Resulta que se empecinó en preguntarle a un chico si había entendido. El chico no le contestaba. Pensando que era rebeldía, insistió con las preguntas directas, y él joven seguía sin responder, haciendo ciertas muecas graciosas. Estaba tan ofuscado el pobre don Mauricio que no notaba que queríamos advertirle que el chico al que le hablaba era sordo.
Antonieta y Brenda casi se ahogan. Tenían comida en la boca cuando empezaron a reír. Eso causó mayor gracia a todos.
— ¿Ya les he contado del practicante que tuve el año pasado al que le mandé hacer una ayuda para la operación de pegar cargadores? —preguntó Melinda —. Pues el pobre, al hacer el diseño, cometió un dedazo y agregó un cero a una de las medidas. No revisó y mandó a hacer 30 ayudas con su diseño. Cuál es mi sorpresa cuando veo que el carpintero se atrevió a venir hasta la oficina con el gran aditamento que parecía mesa. Lo más chistoso fue ver al pobre chico correr detrás de él queriendo evitar que me enseñaran los resultados de su diseño.
Esta vez hasta yo me reí descontrolado, a tal punto que escupí la gaseosa de mi boca.
—Uhh eso no es nada —habló Antonieta, la instructora. Como era del campo, su acento ya hacía muy gracioso cada cosa que contaba—. Una vez dos mujeres de la línea estaban enojadísimas, porque, según ellas, una le quería quitar el novio a la otra. La cosa llegó tan lejos que, a la hora del almuerzo, se agarraron del pelo a las afueras del área de empaque. Obviamente, las corrieron. Pero cuál es la sorpresa de las dos cuando al final se dieron cuenta de que era una confusión, de que ambas se habían equivocado y al final no se trataba del mismo hombre.
Las carcajadas surgieron de manera súbita, y hasta patadas tirábamos al no poder controlarnos. Melinda, la pobre, hasta pidió que paráramos porque sentía que se iba a orinar.
—Pero nada supera lo que le pasó a Renato —dijo Sebastián —, la vez que estuvimos en Artesanos y se le pasó la mano con los tequilas. Estaba tan fundido que se terminó metiendo con aquella mujer gorda y fea. Pero el hombre parecía que estaba ligando con la miss universo.
— ¡Ay! —exclamó Melinda, que vio toda esa escena— ¡Ahora sí me orino!
— ¿Y a donde dejan al pobre Genaro? —intervino Omar—. Si es que la novia lo dejó mal parqueado aquella vez que se escuchó todo por el radio. Eso de que dijera que a veces no duraba ni 5 minutos. Menos mal que lo corrió jefa, hasta me daba pena que hablaran de él en cada rincón de la empresa.
Algunos rieron, otros se sintieron tristes. Renato me miró, y entendí en su mirada que temía el mismo fin de Genaro, por su relación con la inspectora. La plática continuó y mutó a algo más serio, de cosas que en el trabajo debían evitarse. Melinda aprovechó para reinventar su discurso sobre las relaciones con los operarios. Cuando todo terminó, me delegaron la tarea de devolver las llaves de la sala. Según Melinda, era el castigo por ser el más callado en la reunión. Lo cierto es que lo que estaba viviendo últimamente, sobre todo en el plano sentimental, me había convertido en una persona distraída, sumida en muchas ocasiones en mis pensamientos.
Antes de que tomara el camino hacia la oficina principal, Renato se me acercó para decirme algo al oído.
—Sé que elegiste a Jeannete. Pero no sé si te has dado cuenta, Amanda ahora es chica de oficina.
Quizás Renato pensaba que yo no había elegido a Amanda por el hecho de que antes era una operaria. Supongo que creía que después de decirme eso, mi decisión cambiaría. Aunque me había confundido, de algo estaba convencido, de que debía seguir mis principios y lo que la razón me pedía. Jeannete era mi novia, con quien llevaba muchos años, y era ella quien merecía mi esfuerzo porque las cosas funcionaran. Así lo había decidido y en eso me había enfocado, tanto así que no me enteré de la promoción de Amanda, ni siquiera noté que estaba en una oficina. Ni siquiera me entró la inquietud de saber cuál era la oficina.
Sin embargo, después de que entregué las llaves, cuando salía de las oficinas principales, tuve un encuentro incómodo e inesperado. Justo cuando abrí la puerta vi llegar a don Andreas, y tomada de su brazo iba Amanda. No pude evitar notar lo bella que se miraba. Su rostro estaba adornado con un poco más de maquillaje que de costumbre. Incluso algunos mechones que se miraban desacomodados la dotaban de cierta gracia. ¡Ah! Y el vestido que usaba, estaba realmente precioso y no le podía quedar mejor.
—Jeffrey, ¿qué tal? —saludó el señor, haciendo que entrará en sí, o quizás notando que mi mirada ya se había clavado en ella
—Don Andreas, muy bien, gracias —respondí, pero mis ojos no podían apartarse de Amanda. El verla así, y ver cómo él la llevaba, despertó en mi un sentimiento inexplicable. Serían acaso, ¿celos?
El tema de los celos se me hizo interesante. Intentaba reconocerlo como una muestra de amor. Es ese el rostro que siempre quise darle, pues era el que me llevaba a comprender a Jeannete, y a ser paciente con ella. Los celos, de cierta manera, no hacen más que demostrar que le importas a esa persona, que temes que alguien más tenga el afecto de eso que tú quieres. Es la respuesta natural al deseo de cada ser humano de tener exclusividad de esa persona escogida. Y era esa definición lo más cercano a lo que yo empecé a sentir.
Desde ese momento ya no podía ser indiferente a lo que hacía Amanda. Descubrí en qué oficina trabajaba, y la miraba desde entonces cada vez que pasaba. Tuve que lidiar con el hecho de encontrarla a veces con don Andreas, y aceptar que él estaba interesado en ella, trabajando por conquistarla. Y eso, de alguna forma, me afectaba. Eran celos.
Celos. Lo analizaba desde la perspectiva de la posesión y la obsesión. La forma en que ellos nos transforman puede ser devastadora. Te llevan a ser controlador y hasta tirano. Te hacen creer la ilusión de que eres el dueño y que puedes poner los límites que quieras. Invades la libertad de la persona a la que dices que amas, y la llevas a sentirse oprimida, agobiada. Quizás era el camino que había tomado Jeannete conmigo.
Si quería mantener mi decisión, debía aceptar que Amanda haría su vida y encontraría el amor. Y por mi parte, debía encontrar la forma de que Jeannete revirtiera ese proceso en el que se encontraba de convertirse en algo que no le haría ningún bien. Juntos, con esfuerzo y dedicación, podríamos lograr que todo se convirtiera en amor.
Creí encontrar la solución una tarde de sábado. Mientras caminaba hacia su casa, encontré una joyería. Ingresé.
—Que necesita —preguntó una joven, detrás del mostrador.
—Muéstreme todos los anillos de compromiso que tiene, por favor.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top