VI - Amanda 4
¡Cómo desearía que hubieras visto la cara de mamá cuando se enteró de que conseguí el trabajo! La prueba de costura fue más fácil de lo que pensé. Quizás lo más difícil estuvo al inicio, cuando me pidieron que enhebrara la máquina. Una máquina casera tiene un enhebrado un poco diferente al de una máquina industrial. Sin embargo, Brenda, la chica encargada de valorar mi conocimiento, fue muy amable. Enseguida notó lo nerviosa que estaba y me echó la mano para que pudiera pasar esta primera etapa. Cuando llegó el momento de coser, me sentí como pez en el agua, como musa que posa para el mejor pintor, o como pianista que recibe lecciones del mismo Beethoven. El movimiento de la aguja parecía una danza preciosa ante mis ojos, mientras la bobina capturaba el hilo, formando los lazos, creándose una hermosa puntada a ambos lados de la tela. Era una tela color khaki. Lo que más me llamó la atención ese día era ver el mismo color bañando las líneas de producción. El ruido de las máquinas a mi alrededor y en toda la planta se percibía en la piel. Una especie de vibración me tocaba las plantas de los pies y recorría mi cuerpo, hasta hacer que se movieran mis cabellos. Había una completa banda sonora creando música en el tejido, y yo estaba formando parte de ella. Brenda me explicó que en esa área se trabajaba para un cliente muy recocido, Levi's. En específico, se costuraban pantalones de la marca Dockers. Me mostró el ancla bordada en el panel trasero de la pieza, y me pareció hermosísima. Claro, la primera impresión puede ser engañosa. Con el tiempo aprendería que la calidad de una prenda implicaba mucho más de lo que uno imaginaba. Todo esto le conté a mamá, y su mirada escéptica no se apartó de mí un instante.
Supe que había creído en mí al día siguiente, cuando llegó la primera prueba de fuego, estar puntual en mi primer día de trabajo. Fue comprensiva y no me puso obstáculos para alistarme a tiempo. Estuve minutos antes en la puerta de la casa de mi amiga, Susana. Fue raro ver que en su mirada había cierto escepticismo. Felicidad había, también, claro está, pero nadie mejor que yo para detectar en su mirada cualquier tipo de sentimiento. Caminamos hacia la parada de buses donde tomaríamos el recorrido que nos llevaría a la empresa. El cielo aún tenía un color opaco. El sol no había salido del todo para aquella época, donde, por la temporada, las auroras sucedían más tarde. El camino nos tomaba unos 10 minutos. Aproveché para pedirle consejos. Recuerdo que me dijo uno que nunca olvidaré: "Es una empresa grande, y en ella trabajan muchas personas. Además, el horario es cansado. Empiezas tu jornada a las 7 y la terminas a las 5 con veinte. Son diez horas más lo que nos toma el viaje. El bus pasa siempre a las 5:50 am, y nos deja en la empresa a las 6:20. Tienes tiempo para desayunar. Hoy te darás una pequeña idea de cuánta gente hay. El comedor estará lleno. Desayunaremos juntas. Pero lo más importante, en temas de trabajo, es centrarte en tus funciones. Al haber demasiadas personas y al dedicar tanto tiempo a ese ambiente, puede ser normal que te llegues a fijar en un chico. No te dejes llevar por los impulsos. El amor en el trabajo no siempre deja buenos frutos. Y si, no lo puedes evitar, al menos ten en cuenta lo siguiente: trata de que el chico no sea de un nivel jerárquico más alto".
Y yo que estaba a punto de hablarle sobre Jeffrey, el ingeniero que me condujo el día anterior, y de lo que había sentido por él con una sola mirada. Fue la primera vez donde sentí que mi amiga podía juzgarme. Incluso en lo impuntual ella nunca me había juzgado. Insistía, más bien, en que era algo muy mío, y que al final, me hacía diferente a las demás, siempre y cuando, claro, no le afectara a ella. Te recuerdo que me lo dejó muy claro cuando le pedí viajar con ella el día de las pruebas. Pero ese día no fue suficiente guardarme lo de mis sentimientos para evitar que me juzgara.
El bus del recorrido se averió en el camino. Por políticas de la compañía, debíamos esperar a que el conductor lo reparara o a que llegara uno enviado por la misma empresa a recogernos. Aunque era una situación que merecía justificación, lo cierto es que el destino me confirmaba que la impuntualidad era algo que llevaba impregnado.
—Lo que nos faltaba. Tu primer día y ya nos pasaste tu mala suerte, Amanda —dijo Susana.
No respondí. El juicio era inesperado. Le dediqué mi silencio hasta que llegamos, después de que, sin que el conductor pudiera resolver el problema mecánico, un emergente llegara por nosotros. Ella por su parte, parecía realmente enfadada, porque no se preocupó en romperlo. Llegamos a la empresa, nos permitieron entrar, mostrando que estaban enterados de la situación, pero nos exigieron que nos presentáramos a nuestros puestos de trabajo lo antes posible. La misma chica que me recibió el día anterior, para el proceso de inducción, salió a mi encuentro.
—Usted viene conmigo —mencionó.
Caminamos por el jardín. Delante de mí muchas personas caminaban a paso apresurado. Mi estómago me hacía pequeños reclamos, a falta del desayuno. "¡Vaya día!" pensé, "tarde y sin comer. No sé si pueda aguantar hasta medio día".
—No es bueno para usted que en su primer día llegue tarde. Debe demostrar que puede hacerlo bien en la empresa. Espero que deje a un lado lo negativo, y una vez en su máquina, dé lo mejor de sí misma.
—Así lo haré —respondí, pero por dentro seguía pensando en que tenía hambre.
Stephanie me acompañó hasta la línea esta vez. Supe su nombre desde el primer día, pues lo leí en su gafete. Sin embargo, tuve que leerlo de nuevo para recordarlo. Una vez que me entregó a Brenda, se retiró deseándome suerte. En mi mente seguía pensando en la comida. Suerte para mí significaban dos cosas: comer algo pronto, la primera, o ver a Jeffrey de nuevo, la segunda. Brenda me guio hasta una línea que quedaba cerca de uno de los pasillos principales. Logré leer un rótulo que decía: "ÁREA DE TRASEROS". No pude evitar soltar una risita mientras pensaba: "Bueno, aquí va el mío, espero no lo usen de modelo algún día". Llegamos hasta donde estaba un puesto de trabajo vacío. En el poste de la máquina, donde se encontraban los hilos, había un sketch. Decía: "SOBRECOSIDO DE BOLSA".
—Esta es la operación que usted hará —dijo Brenda—. Le voy a explicar el método.
Me invitó a permanecer en pie, mientras ella tomó asiento y, una vez que verificó que la máquina estuviera en correcto funcionamiento, tomó una pieza del lado izquierdo, y empezó a instruirme:
—Esta pieza se llama trasero. La prenda tiene dos: una izquierda, una derecha, usted hará el mismo procedimiento en ambas. Sin embargo debe notar que el trabajo está dispuesto de una forma ordenada. Su deber es respetar este orden y mantenerlo una vez que su operación termine en cada prenda.
Me mostró cómo, en efecto, estaban organizadas en pares. Había varios pares dispuestos sobre una regla de apoyo que estaba fijada en la máquina. La regleta servía para que las prendas se sostuvieran justo al lado del operario, y para que fuera más fácil para éste alcanzarlas.
—Trabajamos con un sistema JIT, que significa, Justo a tiempo —¡Vaya pasada! El Justo a tiempo debía ser algo totalmente fuera del alcance de mi personalidad —. Eso significa que la línea está balanceada para que el trabajo fluya más rápido. Eso quiere decir, que no debe dejar que se le acumulen muchas piezas en su ayuda de trabajo.
Cuando dijo ayuda de trabajo, apuntó a la regleta fijada en la máquina. Yo logré notar que ya había muchas piezas acumuladas en ella, y que por el peso, la regla parecía que se iba a romper.
—Como usted vino tarde hoy, el trabajo está acumulado. Sin embargo, es algo que ya tenemos considerado, pues sabemos que usted aún no será capaz de cumplir la norma. Tiene 8 semanas para cumplir el 100% de la meta de producción. Deberá ir subiendo su número cada semana, cumpliendo con los porcentajes que le iré pidiendo. Mi trabajo será que no le falte trabajo, que tenga todo lo necesario para no atrasarse y que aprenda a trabajar rápido y con calidad. ¿Entendido?
—Sí —respondí, mientras movía mi cabeza.
—La operación consiste en tomar y acomodar el panel en la mesa, levantarlo y moverlo hacia su derecha. Podrá ver la manta debajo. Justo entre la manta y el panel está esta pieza que se llama vivo. Como puede ver, está suelta. Usted debe hacer una costura para que quede fija. Alinea las orillas, tanto arriba como abajo, sin que queden pliegues. Una vez alineado, hará un pequeño doblez a lo largo del vivo, formando una bastilla. Luego lleva debajo del prensa-tela, mientras, con la rodilla, usted levanta el prensa-tela. Una vez acomodado, baja el prensa-tela y cose recto. El prensa-tela se encargará de que usted mantenga el margen de la costura. Recuerde realizar un remate al inicio y al final. —dijo todo esto mientras hacía cada paso y terminaba la operación, disponiendo la pieza en la regla que quedaba del otro lado, que, seguramente, se convertiría en el trabajo pendiente de la siguiente operaria.
Lo hizo varias veces más y me pidió que la observara, mostrándome la diferencia entre lo que se hacía en un panel izquierdo y un panel derecho. Después, me preguntó si estaba lista para probar con una pieza. Le dije que sí. Me senté, y me dispuse a coser, no sin antes mirar hacia todos los lados, para contemplar el panorama que se veía desde mi máquina. Mucha gente a mi alrededor, a mis espaldas el pasillo, pero arriba, cuando vi hacia el techo, noté una plataforma que se extendía sobre el piso y que salía desde las oficinas. Allí estaba Jeffrey, hablaba por teléfono. Me quedé mirándolo, y en ese instante, él también me vio. Nos conectamos por un momento, lo justo como para que Brenda y las operarias cercanas se dieran cuenta. Fue hasta que él apartó su mirada que logré entrar en sí.
—Estoy esperando —afirmó Brenda.
Nerviosa, intenté hacer la operación, mientras seguía pensando en Jeffrey. No sé cuánta suerte pudo ser, o si en realidad fue suerte. Después de terminar la operación, noté un pequeño pliegue en la costura.
—Eso sería un rechazo —entonó Brenda, enfáticamente. Tomó un descosedor y rompió la costura —. Hágalo de nuevo. Esta vez, concentrada.
Cerré mis ojos, respiré profundo, los abrí y lo intenté de nuevo. La costura salió bien esta vez. Obtuve su aprobación y me invitó a hacer más. Cada vez salía mejor, y más rápido. Cuando vi, ya tenía cubierto todo el trabajo pendiente.
—Por ahora su operación consiste en eso. En realidad, comprende más, pero por ser usted nueva, la hemos dividido en dos para que usted se adapte. Por lo que veo, lo hará rápido, y será en menos de seis semanas que usted ya estará realizando la operación completa. La dejaré un momento, porque tengo que cubrir pendientes. Mientras tanto, mantenga el ritmo de las chicas.
Luego, se dirigió a las operarias que estaban antes y después que mí, las que a partir de ese día empecé a llamar vecinas.
—Adela, mantenga el ritmo. Como pudo ver, la chica es rápida, así que no se confíe, no quiero que le falte trabajo. Y usted, Ramona, recuerde verificar el trabajo de Amanda.
En frente de mí había una joven rubia de hermosos ojos azules. Pude notar que hacía lo mismo que yo. También pude observar que lo hacía un poco más lento. Pero lo que se me quedó grabado fue que su mirada no dejaba de clavarse en mí y en todo lo que hacía.
—Así que viniste tarde porque se averió el bus. Me dijeron que el bus averiado fue el de Darío. ¿Eres de allí? —preguntó Ramona. Parecía tener más de cuarenta.
—Sí, señora —respondí —. Soy de Darío.
—Es un gusto conocerte, Amanda. Nosotras somos de Matagalpa. También viajamos en recorrido. Los buses de esta empresa están todos malos. Rezamos cada día para que no nos pase nada grave. Lo bueno es que ya estás aquí, y esperamos que te adaptes.
—Hola, mi nombre es Rebeca —dijo la chica rubia —. También soy nueva. Debemos ponernos de acuerdo para que nos exijan igual.
—Calma Rebeca —dijo Adela —. Las semanas de entrenamiento son las mismas. Eso no lo van a cambiar. Mientras vayas bien con tu gráfica no tienes de qué preocuparte.
Rebeca hizo un gesto con sus ojos. Al parecer no estaba a gusto con el hecho de que Adela hubiese dicho aquello.
—Bueno chica, esta es nuestra hora de ir al baño —dijo Adela —. Ramona y yo siempre vamos juntas. Te dejaremos costurando un rato, sin presión. Y tú Rebeca, no la distraigas. También tienes una meta qué cumplir.
Ramona y Adela se levantaron de sus sillas y se dirigieron a los baños. Yo quise concentrarme en hacer mi operación, pero Rebeca insistió en hablarme.
—Vas bien, Amanda —Me dijo —. Es tu primer día, no tienes porqué ir tan rápido. Puedes cometer algún error de calidad. Me pasó a mí. Además, es mejor lento y seguro que acelerado y con riesgos, ¿no es así?
—Sí, creo que tienes razón —respondí. Notaba su empeño en hacerme trabajar lento.
—Si es verdad que viniste tarde por lo del bus, puede que no hayas comido. Toma —mencionó, mientras me compartía una pieza de pan, que al parecer era de harina pasada por aceite.
— ¿Está permitido comer acá? —cuestioné.
—No —contestó —. Pero no vas a resistir sin comer hasta mediodía. Come. Yo te cubriré para que la entrenadora no te descubra. Por ahora, los supervisores están lejos.
El hambre pudo más que la razón y accedí a comer. Una vez que terminé, la ansiedad me llevó a seguir trabajando. Rebeca no habló más, y siguió en lo suyo. Adela y Ramona volvieron del baño.
—Cuando quieras ir al baño, Amanda, nos avisas. Cualquiera de las dos con gusto te acompaña. Es la mejor manera de protegernos del acoso en esta empresa —dijo Ramona.
—Ya verás que trabajar acá es muy entretenido. A partir de las 9 en adelante, cuando terminan las reuniones de los gerentes en las oficinas, suceden cosas divertidas. A veces, vienen nuevas noticias, y otras, escuchamos cosas chistosas en los radios de los jefes —contó Adela.
—Chicas, voy al baño —dijo Rebeca, mientras se levantaba y se iba sola.
— ¿A ella no le importa lo del acoso? —pregunté a Adela.
—Para nada —contestó ella —. Al parecer, más bien, lo disfruta. Acá entre nos —masculló, acercándose a mí, con la intención de que nadie más la escuchara —, no es de fiar. No te recomiendo que hagas amistad con ella.
Asentí, al momento en que me puse a trabajar de nuevo. Minutos después de trabajo lleno de concentración, se acercó un muchacho con una carreta en la que llevaba muchas piezas cortadas.
—Hola Evaristo, detén el tren por acá, cuéntanos, ¿Qué noticias tenemos? —gritó Ramona.
—Hola señoritas —habló Evaristo. Era un chico gordito, blanco, que sudaba mucho, pues ya tenía la camisa empapada y no daban ni las 9 —. Pues la reunión de hoy ha durado menos. Caras largas de todos los jefes, eso seguro, pero la noticia importante tiene que ver con nosotros. Se dice que el cliente Levi's no está satisfecho. Incluso se habla de que podemos perderlo. Al parecer, muchos defectos.
—Como dices, Evaristito, eso no es bueno —reflexionó Ramona.
—Tito, debes irte, el supervisor ya viene, no quiero que te regañen —dijo Adela.
Un señor bastante tosco se acercó a nosotras. Empezó a preguntar por las cantidades de piezas producidas a cada uno de los operarios. A más de alguno le dedicó una regañada. Cuando llegó a mí, no supe qué dato darle.
—Atenta, las funciones de radio empiezan pronto —me dijo Adela.
—Don Lorenzo, adelante —Sonó el radio del supervisor.
—Adelante, aquí Lorenzo, cambio —respondió el tipo al que solicitaban.
—Mande por favor un mecánico a la línea 5 de ensamble.
—No tengo uno disponible, deberá esperar. En cuanto pueda se lo mando —Nosotras estábamos expectantes. El supervisor hizo el ademán de que iba a apagar su radio.
—No lo apague —pidió Adela —. La nueva quiere escuchar el chiste del día.
El supervisor sonrió.
—No me importa que no tenga disponibles, don Lorenzo. Desocupe a uno. Esto urge. La tengo parada.
—Pues dele gracias a Dios —se escuchó decir a don Lorenzo, siempre por el radio.
— ¿Por qué le voy a dar gracias a Dios? —sonó otra vez el radio. Yo no sabía quién era el que hablaba.
—Pues porque todavía se le para. A su edad yo tenía mis dudas.
A mi alrededor todos empezaron a reírse.
—Veré como hago con su mecánico, cambio y fuera —Quiso retomar la seriedad, don Lorenzo, pero el daño ya estaba hecho.
Al parecer sólo yo no había entendido el chiste. Ramona me lo explicó, y rompí a reír. Todos rieron de nuevo. Esta vez, al parecer, porque les causó gracia que yo riera tan tarde. Pero el buen rato me duró poco.
—Amanda, revisa tu máquina... ¿está botando aceite? —preguntó Ramona.
Revisé y negué con la mirada.
—Tus piezas... están manchadas de aceite —insistió Ramona.
Pensé en Rebeca, en su ofrenda y en las advertencias que me hicieron de ella. Luego recordé lo que dijo Evaristo sobre Levi's y los defectos. Y ahí estaba yo, en mi primer día de trabajo, causando uno de los peores defectos que se le puede hacer a una prenda.
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