Lance Wallace acababa de cumplir los dieciséis años, y se sentía exactamente igual que cuando aún tenía quince; perdido. Sabía lo que le gustaba, la historia, los idiomas y las plantas. Pero por más que lo pensaba, no encontraba un futuro con ninguna de esas cosas, algo a lo que pudiera dedicarse cuando acabara bachillerato. Bueno, más que no saber lo que quería estudiar, era que le aterraba alejarse de donde vivía para hacerlo, estar rodeado de desconocidos en un lugar desconocido y, por encima de todo, descubrir que en realidad no servía para lo que eligiera. Si su padre o su madre vivieran todavía, seguro que sabrían guiarle.

Era pronto por la mañana, tal vez las ocho, y había salido al frondoso jardín de la mansión para tumbarse sobre la hierba un rato y absorber todos los rayos de sol que pudiera antes de encerrarse en su habitación y no hablar con nadie hasta que pasara su cumpleaños. De hecho, a esa hora seguía sin darle los buenos días a su abuela, y no porque no quisiera, sino porque se había desvanecido por millonésima vez.

Se sentó y se sacudió el pelo castaño, sin peinar todavía. Siempre huía de la mayoría de interacciones humanas y de las llamadas de teléfono el día de su cumpleaños, más que de costumbre; pero una de las pocas personas con las que se sentía cómodo no estaba disponible. Suspiró y dejó que la brisa mañanera y el sol le acariciaran la piel clara un poco más, luego cogió un ramo de capuchinas y se metió en casa con un suspiro más.

Dieciséis años, igual de patoso que siempre. Dieciséis años, los mismos problemas y miedos que cuando tenía diez. Tan estancado como una charca en pleno verano. ¿Tal vez era la adolescencia? ¿Cobrarían sentido las cosas cuando tuviera veinticinco? Ojalá que sí, porque empezaba a desesperarse.

Con la mano en el pomo de su habitación, se giró hacia las escaleras y gritó:

— ¡Abuela! ¡Si necesitas algo, estoy en mi cuarto! —Aguardó unos instantes por si recibía respuesta, pero tal como esperaba, sólo hubo silencio. No le preocupaba. La abuela habría ido al bosque a hablar con los árboles, otra vez.

Estuvo un buen rato sentado en su escritorio, escuchando música y leyendo un libro sobre la Inglaterra medieval, sin darse cuenta de que la habitación había cambiado sutilmente durante el tiempo que había pasado en el jardín. No fue hasta que metió la mano en la cesta de mimbre donde guardaba su amplia colección de marcapáginas (normalmente casi vacía porque los usaba mucho), que se topó con algo que no estaba ahí una hora antes. Era un paquete pequeño, envuelto en papel marrón y con una nota pegada. Era de su abuela.

Lo sacó, extrañado, porque la anciana no solía hacerle regalos de esa clase. Le gustaba darle flores, árboles, piedras... Una vez le regaló un cuerno labrado en marfil, jurando que era un cuerno de unicornio de verdad. Aquel paquete se le antojaba mundano, aunque la nota era tan críptica como todo lo que su abuela hacía y decía.

"Mi pequeño Lancelot. 

Feliz decimosexto cumpleaños, mi niño. Últimamente te noto decaído, siempre suspirando amargamente por cada esquina. Sé por que motivo estás así, pero no quiero forzarte a hablar de ello. Por eso, en este gran día, te regalo esta maravillosa llave. Lleva generaciones en la familia de tu madre y las hadas me han dicho que perteneció a la mismísima Morgana le Fay. Esta llave te llevará a un nuevo mundo, donde podrás descubrirte a ti mismo.

Hoy no volveré a casa hasta tarde, pero prometo llevar un delicioso pastel cuando vuelva.

Tu abuela, que te quiere mucho."

Lance desenvolvió el paquete y se encontró con una caja de madera oscura, vieja y muy adornada. La abrió y vio la llave. Era preciosa, con lo que parecían esmeraldas engarzadas en la plata ennegrecida de la cabeza y un polvillo verde que brillaba cuando movía el objeto y hacía que la parte central, de forma espiralada, se asemejara a una serpiente en movimiento. Tenía que admitirlo, le encantaba. Ignoraba como aquella llave iba a llevarlo a ninguna parte (la biblioteca de la mansión siempre estaba abierta, así que seguramente se trataba de uno de los delirios de la abuela), pero tenía claro que podía ser una buena inspiración para alguna de las historietas que escribía de vez en cuando, y era tan bonita que no le importaría dejarla en algún sitio donde pudiera verla todos los días.

Se le ocurrió el modo perfecto de hacerlo nada más pensar aquello. La llave era poco más grande que su dedo meñique, y pesaba relativamente poco. Rescató de debajo de la cama el baúl donde acababan todas las joyas y accesorios que le regalaban su familia y amigos y eligió una cadena de plata no muy gruesa. La metió por el agujero de la llave y se la colgó al cuello.

Un inesperado sentimiento de felicidad lo embargó cuando el metal tocó su pecho por encima de la camisa. Allí la vería cuando le apeteciera.

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Bueno, he aquí una pequeña intro al personaje, y en teoría a las diferentes historias. Ahora a ver como lo encajo jaja

En cuanto a Lance (se llama Lancelot, pero no le gusta su nombre completo porque algunos individuos se meten con él), espero que haya quedado bien presentado 😅

De todos modos, aquí van algunas cositas más sobre él:

Ojos verdes, delgado y no demasiado alto; le dan miedo las gallinas (es una larga historia); sus notas son más bien mediocres, excepto en Inglés, Francés, Lengua y Literatura, e Historia; la ansiedad se lo come vivo (probablemente ya lo hayáis notado); a pesar de su edad, ya sabe conducir y le resulta relajante hacerlo (la culpa es de su abuela, pero el se ha jurado no ponerse de nuevo al volante de un coche hasta tener el carnet); es español, de ascendencia inglesa; le gusta hacer tareas domésticas (también le relajan); y por último, su signo zodiacal es Cáncer.

Hay más cosas pero, si hay suerte, podré utilizarlas en las diferentes historias que escriba para este desafío. Si no, pues habrá que esperar a que escriba a su libro 😋💚🖤

Sé que no es un personaje rudo, épico ni nada parecido, pero no todos tienen por qué serlo, ¿no?

¡Espero que os guste!