epílogo
—Vladimir pedirá tu mano en año nuevo, no me decepciones esta vez, Gibrán.
—Sí, madre —murmuró. Sus ojos claros se desviaron de la mujer Alfa frente a él, blanca como el papel y con el cabello tan negro como el carbón. A lo lejos pudo ver a su cachorro corriendo por el extenso jardín de lo que alguna vez fue su hogar. A su pequeño tratando de llamar la atención de sus tíos—. ¿Qué le pasará a mi cachorro?
—Lo cuidará como suyo, pero quiere uno propio para el año próximo. Supongo que para estar seguro de recibir su parte del trato —la miró de reojo, estaba de pie en medio de su estudio. Repleto de libros, de sillones de cuero negro donde desfilaban sus amantes. Gibrán asintió, podía oír la risa de su cachorro desde ahí—. Gibrán.
—¿Qué?
—Pidió condiciones.
Sonrió de lado, casi sin poder creerlo. Las mejillas de Gibrán se pusieron coloradas, tal vez porque sabía qué tipo de Alfa era Vladimir o porque la situación ya le hervía la sangre. Volvió a desviar la mirada hacia la ventana, todos sus hermanos, los seis grandes Alfas de la familia, riendo, comiendo todas aquellas delicias como malditos cerdos. Los odiaba, los detestaba tanto. Si tan solo hubiese nacido Alfa, si tan solo aquel fatídico día donde su cuerpo se llenó de humedad y calor no hubiese existido... no estaría parado ahí, frente a mamá. Frente a sus ojos amarillos y su increíble porte. Ella lo miraba desde arriba, con superioridad.
—No quiere que su cachorro se engendre de forma... antinatural, según él. No como el hijo de Dean.
Su cuello se volvió con tal rapidez que sintió un leve tirón caliente en el músculo. La miró sorprendido, atónito, sus labios se entreabrieron incluso antes de poder hablar siquiera.
—Tienes que acostarte con él —dijo. Gibrán negó, sus ojos empezaron a cristalizarse de rabia contenida—. Es un Alfa importante, no como el fracasado que buscó tu padre.
—¡Ningún Alfa mugriento va a tocarme! —gruñó y su madre se levantó de su asiento. Pegó con fuerza la palma de su mano contra el escritorio, su mirada destelló, vibrante, poderosa. Gibrán apretó el puño contra el pecho y su cuerpo tembló. No pudo aguantarle la mirada.
—¡Eres un maldito Omega, Gibrán! ¡Cumple con tu deber una vez en tu vida! —rugió y el Omega retrocedió. Gibrán chocó contra la puerta, sonrojado por completo. Todo su cuerpo débil, tembloroso, toda la naturaleza frágil que su jerarquía le prometía frente a los ojos de su madre. Su mirada de desvió, sus hermanos pegaban sus ojos como buitres a la ventana, alimañas, ratas inmundas y asquerosas. Gibrán sintió que las lágrimas descendieron por sus mejillas—. Tan débil... casarme con tu padre solo me trajo un engendro infeliz y delicado como tú.
—Casarte con mi padre evitó que perdieras la empresa de tu sucia familia, que ni sola pudiste mantener. Sin él serías igual de fracasada que Dean.
—Cachorro estúpido —escupió, Gibrán sintió la ira brotando de sus poros. No podía creer que la sangre de aquella mujer recorriera sus venas—. Los Omegas no pueden hacer nada sin nosotros. Vete, anda si quieres, toma a todos esos Omegas que buscas dominar como los míos... nada te quitará la inferioridad de tu naturaleza. Acepté una vez que te casaras con la elección de tu padre, y fracasaste. ¿Qué creías? ¿Que Mark cumpliría tus caprichos de vuelta? Yo le dejé la primera vez, la segunda no. Te casarás con Vladimir el año que viene, y ni bien tengas ese maldito anillo en el dedo quiero que cierres la boca y prestes ese jodido útero que llevas para beneficiarte a ti y a la familia que te alimentó. Ya sea artificial, ya sea con un Alfa sometiéndote, no importa.
—Lo dices porque no es tu maldito cuerpo. No es a ti a quien tomarán de las piernas y...
—Gracias a Dios que no —interrumpió ella caminando hasta la ventana, tenía una odiosa sonrisa en los labios—. Pero mira el lado bueno, mi sangre hizo que engendraras un bello Alfa y seguramente los próximos tendrán jerarquías dominantes.
—También me engendraste a mí, un Omega —su mirada se clavó en Gibrán.
—Eso fue culpa de tu padre.
—¿Qué? ¿Que sus genes sean más fuertes que los tuyos?
—No, Mark tiene el mismo problema que tú, desde joven —comentó, todo su cuerpo se volvió hacia su hijo menor. Ella se acercó, mirándolo siempre con aquellos aires de superioridad desde que se había presentado como un Omega puro. Gibrán levantó la barbilla también—. A él también le gusta dominar a la jerarquía débil.
Sus manos temblaron. Claro que lo sabía. Lo sabía desde que era pequeño. Papá siempre había buscado el consuelo en Omegas como él. Gibrán recordó el rostro de Eliazar, sabía que había pertenecido a su padre una vez antes de terminar en las manos de Dean. Apretó los dientes, mirándola directamente, sin miedo, sin nada. Él no quería ser un Omega como su padre, no quería ser como Eliazar, pasando de mano en mano. Porque muy en el fondo, a pesar de que la odiaba con todo su corazón, anhelaba el poder que su madre tenía. El orgullo de su jerarquía y la seguridad que le brindaba.
—Él también era así como tú —continuó—. Fuerte, dominante... hasta que lo reclamé como mío. Hasta que lo dejé en cinta y tú viniste al mundo... ni siquiera él, Gibrán, se negó a su naturaleza. Sé que lo admiras por ser el único Omega a parte de ti en la familia, aprende de él. Aprende cuándo ceder.
—Tú quieres que un Alfa me viole y me llene el vientre de una cría que no quiero.
—Y aunque lo digas de esa forma... nada cambiará. No puedes sobrevivir a esta sociedad sin un Alfa a tu lado. Tu padre lo sabe, todo maldito Omega lo sabe.
Gibrán rechistó, miró a su madre con desdén. Quería que reventara, que su orgullo como Alfa se sintiese herido tanto como su orgullo de Omega.
—Y supongo que te enojó que papá buscara en los brazos de otros Omegas... lo que tú como Alfa no pudiste darle nunca —comentó y al segundo su mejilla ardió de la fuerte bofetada que su madre le propinó. Gibrán perdió el equilibrio, cayendo hacia el suelo. Las gotas de sangre marcharon el mármol brillante, podía ver la silueta enorme de su madre reflejaba en ella.
—Vete.
No dijo nada. Gibrán se levantó, sin mirarla.
—No quiero verte hasta año nuevo. Si no vienes, borraré mi apellido de tu nombre y te quitaré todos los bienes que, como mi hijo, posees.
Maldita, pensó Gibrán, serpiente venenosa. La odiaba, la detestaba tanto.
—Ah... Gibrán, mi nieto se quedará conmigo hasta entonces —se volvió, su labio roto, partido, la sangre bajaba por su barbilla y en sus ojos se reflejó el temor por primera vez—. No es moral que un Alfa crezca solo con un Omega, en especial con uno que se encierra con otros de su misma jerarquía en la habitación. Dañarás su cabeza.
—Es mi cachorro, soy su madre —susurró bajo.
—Y espero que sigas con muchos deseos de seguir siendo madre hasta año nuevo, porque tendrás otro bebé —los dientes le crujieron. Gibrán gruñó de frustración y arrojó la mesita de café de su madre que estaba próxima a él. Ella soltó una carcajada sonora.
—¡Muérete! —rugió, cerrando la puerta con fuerza cuando salió de su despacho.
Cruzó como un animal descontrolado por todo el hogar, hasta dar con el patio. Algunos de sushermanos estaban ahí, sentados como reyes, bebiendo de aquel asqueroso té verde. Supuso que se veía de la mierda, porque sus rostros se iluminaron por una fracción de segundo.
—Supongo que ya sabes te casarás con Vladimir —comentó su hermano mayor.
—¿Dónde está mi hijo? —preguntó.
—Corrió dentro para buscarte —volvió a responder su hermano. Lo miró con el ceño fruncido, estaban casi todos sus hermanos... menos...
—¿E Ivan? —preguntó apresuradamente. Sus hermanos lo miraron con sus rostros serios, en coro, bebieron de su té a la par y un leve movimiento en los hombros bastó para que echara a correr dentro de la casona. Sintió que su garganta se cerraba, que sus pulmones ardían. No. No. Tenía que calmarse. Llamó a su cachorro en voz baja, no podía gritar. No podía alzar la voz. Debía encontrarlo antes que Ivan, antes de verlo. Antes de...
Escuchó ruidos. Forcejeo. Gibrán se detuvo y se abalanzó contra la puerta de golpe. Su hombro dolió como la mierda, todo su cuerpo tembló en ira cuando vio la espalda desnuda de su hermano mayor. La habitación apestaba a feronomas y automáticamente llevó las manos hacia su nariz. Golpeó su cuerpo contra la puerta, cerrándola sin querer. Su mirada se aclaró, a pesar de que su cuerpo temblaba y su piel empezaba a transpirar. Ver su cuerpo semidesnudo embistiéndo a otro le trajo náuseas, pero no pudo describir el alivio de ver que no era alguien que le importase contra aquella mesa.
Gibrán apartó la mirada cuando el miembro de Ivan abandonó la entrada de ese Omega.
—Vaya... Gibrán —su voz gruesa estaba ronca. Sus manos apretaban las caderas del Omega que gimió debajo suyo—. Estoy en algo con mi Omega, si no te importa.
Nada pudo salir de sus labios. Sus ojos se encontraron, el aterrador Ivan frente a él. Gibrán apretó la mano en el pomo de la puerta, le temblaban las piernas.
—No te pongas así... me haces desearte —murmuró el Alfa desviando la mirada de él, su mano tomó su miembro, guiándose por la entrada del Omega una vez más. Escuchó que este soltaba un exclamación ahogada, el semen le chorreaba por las piernas—. Así que... Vladimir te tendrá así... como yo tengo a este. Yo me opuse por ti... claro que no me hicieron caso.
Susurraba, su cuerpo se inclinó por toda la pequeña espalda del Omega. Su rostro varonil aún lo miraba—. No me harían caso... sabiendo lo que tú me causas. Vladimir es un idiota... sé lo que quiere hacerte, me lo dijo con lujo de detalle. Y lo que más me enoja... es que quiere llenarte el vientre de su asqueroso linaje, como Dean hizo. Mamá no me hizo caso y me dio este bonito Omega... que no eres tú.
—Cállate... —murmuró, sus dedos se presionaban con fuerza contra el pomo de la puerta, pero no podía girarlo, no podía. Su fuerza parecía haberse erradicado por completo. Ivan se enderezó, follando al Omega suave y profundamente— Déjame ir... tus feromonas...
—A él no le molesta que lo llame por tu nombre —murmuró bajito, enredando los dedos en el cabello lacio. El Omega empezó a gimotear, su espalda arqueada, su piel sudorosa. El lubricante mezclado con semen se deslizaba entre sus piernas—. Gibŕan... Gibrán...
—Eres... asqueroso, tenemos la misma sangre —susurró, volviéndose. Sus manos temblaban, apretó el pomo con las muñecas y trató de girarlo con la presión.
—Escapa, Gibrán... —se detuvo. Gibrán se quedó atónito. Ya no escuchaba movimiento, jadeos, nada—. Escapa de mamá, de papá... de mí. Porque si te veo en año nuevo... juro que mataré a Vladimir y te tomaré en su lugar.
Su corazón se aceleró incluso más que antes. La presión en sus muñecas fue tanta que cuando logró salir de ahí dos manchas rojizas decoraban la tierna piel. Al sentir el aire fresco de su hogar sus pulmones ardieron, cayó al suelo, jadeante. La saliva le corría por la barbilla. Gibrán se levantó como pudo, las rodillas le temblaban y le dolían los huesos. Levantó la cabeza, estar en aquella casona le daba náuseas. Sentir las feromonas de su hermano le habían descolocado por completo. Miró a los lados del pasillo.
—Cachorro... —llamó—. ¿Dónde estás? Vamos a casa con mamá.
—¿Ma? —oyó y levantó la mirada con más atención. Su Omega soltó un suave sonido, único, llamando a su cachorro entre tantas paredes. A lo lejos, cerca del salón, lo vio asomarse por el umbral. Corrió hacia él y lo alzó rápidamente. Sus mejillas estaban cubiertas de azúcar impalpable—. Mamá.
—Vamos, no digas nada.
Tomó su mochilita y salió en silencio, atento a que nadie notara su ausencia. Gibrán escapó como tantas veces lo había hecho de joven, de hurtadillas, con aquella leve presión contra la nuca por miedo a ser descubierto. Se subió a su auto y su cachorro trepó hasta los asientos traseros, lo ayudó a sentarse y le colocó el cinturón. Gibrán miró la gran casona donde había sido criado. Donde prometieron su mano por primera vez, donde conoció a Dean y le dijeron que tenía que tener un hijo suyo.
Arrancó el auto, las palabras de su hermano rondaron por su cabeza durante el transcurso. No era casualidad los matrimonios arreglados. No desde que se presentó como Omega la primera vez, en su juventud temprana. Lo recordaba como fuego ardiente contra la piel, solito en su habitación. Gimoteando, jadeando como un animal lastimado y urgido. Ivan había llegado a casa esa vez. No se había controlado, y mamá le echó la culpa de lo sucedido. Gibrán descubrió que le gustaban los Omegas más tarde, Ivan desenterró ante la familia el deseo que sentía por su hermano Omega. A Gibrán le pusieron un anillo en el dedo y un cachorro en el vientre. A Ivan lo llevaron al extranjero y lo casaron con un Omega. No era el hijo favorito de su madre, y sus hermanos eran tan indiferentes que una u otra cosa no importaba.
Papá era su única salvación. No sabía dónde estaba ahora, pero cuando llegó a su casa bajó a su cachorro del auto y marcó su número mientras sacaba la maleta. Su bebé se quedó en el sillón, jugando con un peluche con forma de perro. Gibrán Corrió hasta su habitación, Tomó apenas algunas prendas y del fondo del armario extrajo una caja con documentos y nuevas tarjetas. Había sido lo suficientemente precavido para abrir otra cuenta en el banco en nombre de su hijo y guardar todos los ahorros ahí. Solo esperaba que su madre no lo tocara.
Ya tenía la maleta lista. Repasó todas las cosas que llevaba.
—Cachorro, ven para cambiarte de ropa —dijo, dirigiéndose hacia la sala. Se detuvo de repente en el umbral de la puerta. Su mano se sostuvo de la pared.
—Nunca cambiaste la cerradura —lo escuchó murmurar. Gibrán se quedó perplejo. Dean estaba alto y delgado, tenía el cabello corto y pudo observar por primera vez cómo la cicatriz del golpe que se había dado aquella vez relucía entre las hebras de su cabello corto. Su bebé lo miraba en silencio, con sus grandes ojos. Tal vez ya ni siquiera lo recordaba.
—¿Qué haces aquí? —preguntó.
—¿A dónde vas? —cuestionó él en respuesta. Gibrán apartó la mirada a la maleta, la tomó y la acercó a la salida de su hogar. Caminó hacia su cachorro y le quitó el abrigo con cuidado. Dean lo miraba en silencio—. Gibrán.
—La verdad es que no quiero casarme con otro Alfa inmundo —respondió colocando otro suéter a su pequeño—. Vete, tengo muchas cosas que hacer.
—¿Ese Alfa quiere cogerte? —la voz de Dean retumbó contra sus oídos. Lo miró con disgusto, cubriendo los oídos de su bebé—. Supongo que sí, no harías tanto para escapar de aquí.
—¿Qué quieres, Dean? Tú no viniste aquí ni por mí ni por mi cachorro.
El Alfa apartó la mirada. Su leve ceño fruncido le dio la respuesta, lo miró con asco y bufó, colocando nuevas zapatillas en los pies del niño.
—Tú sabes dónde está.
Gibrán negó.
—Lo dejé en el hospital como me pidió aquella vez, Dean. Lo dejé ahí bañado en sangre por tu culpa.
—Te lo llevaste.
—Tengo problemas más grandes —rugió enojado, alzó a su bebé, este recostó la cabecita en su cuello con sueño—. No es culpa mía que no cuides lo tuyo. Supongo que huyó, tal vez lo agarró otro tipo después de haber perdido al bebé.
Dean frunció el ceño y bajó la mirada.
—No hay rastro de él por ninguna parte.
—Tal vez lo encerraron como tú hiciste. Seguramente ya está preñado, ríndete, cerdo asqueroso. Eres tan patético. Si tanto te preocupa búscalo mejor, joder, no me molestes —Gibrán caminó hacia la puerta. Tomó la maleta y esperó—. No vuelvas a llamarme, ni a aparecer por aquí. ¿No estás en bancarrota? Busca un empleo, quita esa cara de perro y tal vez encuentres un compañero algún día. O mejor, quédate soltero y no le arruinarás la vida a nadie.
Dean lo miró con oscuros ojos. Por un segundo, su rostro demacrado le perturbó. El Omega retrocedió disgustado y cabeceó hacia la salida.
—Anda —murmuró. Dean se levantó. Cuando pasó por su lado sus ojos se encontraron.
—Tú tampoco le arruines la vida a ningún Omega.
No dijo nada. Dean subió a su auto, ni siquiera saludó a su hijo. Gibrán lo observó irse y no supo porqué algo dentro suyo dolió. Tal vez por su cachorro.
Cuando tuvo todo listo dentro del auto, se quedó un minuto observando su casa. Buscaría lo demás después, si es que su madre no le vendía todo antes. Papá no le había respondido ninguna llamada.
Simplemente se fue. De repente los edificios, las grandes casas, todo el mundo de gente que iba y venía empezó a desaparecer. Su pecho ardía, pero la calma empezó a rodearle como un río seco ante una glorifica lluvia. Gibrán bajó las ventanillas cuando los árboles inundaron el camino. Cuando grandes campos desolados le trajeron paz y las casonas de madera enormes decoraban de vez en cuando la vista del camino.
Se detuvo frente a una enorme casona de piedra color miel. Los tejados rojos, las plantas en los balcones llenaban de color el lugar. De lejos pudo ver los árboles de manzana, de naranja, la huerta de tomates, zapallos, papas, todo seguía igual de siempre.
Gibrán bajó del auto, fue en busca de su cachorro y entró cuando apartó el portón de madera. A lo lejos, ya en el campo puro, pudo observar los caballos recorrer el lugar.
—Señor Gibrán —escuchó. Se volvió, una anciana beta le sonrió con gusto. Gibrán se lo devolvió y le tendió su bebé cuando ella extendió los brazos. Ella lo había cuidado desde pequeño—. ¿Se queda el fin de semana?
—Claro —murmuró, no tenía tiempo de dar más explicaciones. Ella entró y su esposo le saludó y fue en busca de las maletas. Gibrán elevó la mirada a la casona, era el único lugar que le quedaba gracias a papá. Se lo había dado de regalo de bodas cuando se casó con Dean. No lo había entendido aquella vez cuando le dijo que ahí, en esa casa, podía ser libre.
Gibrán se quitó el abrigo, los calzados, todo lo que le diese calor. En el campo el tiempo climático era más cálido. Sobrepasó la huerta y abrió el portón de madera que daba a los campos. Observó a su caballo blanco pastar al lado del de su papá. Los árboles eran enormes, anchos, a lo lejos el sol estaba a punto de ocultarse y los últimos rayos de sol iluminaban el verde pasto con luz amarillenta. Avanzó sin más, y entre flores silvestres lo vio recostado en una manta gruesa y blanca.
Su corazón se aceleró. Siempre que estaba en el campo le gustaba llevar aquellos vestidos color crema, la fina cadena color dorada en la delgada cintura. Gibrán se detuvo a unos cuantos metros cuando el Omega se levantó, su cabello desordenado, rizado, su rostro joven y pálido se cubrió de un bello rubor cuando sus miradas se encontraron.
Apenas dio tres pasos cuando lo vio sentarse, un ramo de flores silvestres descansaba en la manta, al lado de un plato lleno de frutas y un canasto enorme color celeste, donde descansaba una pequeña bebé rubiecita y con prendas crema. Gibrán sonrió de lado.
—Tienes pasto en el cabello —dijo.
Eliazar llevó una mano hacia la zona. Sus ojos claros bajaron hacia el ramo y los tomó con cuidado, juntándolos. Su rostro sonrojado era risueño, despreocupado. El vestido se había deslizado por su hombro y dejaba ver sus delgadas clavículas. Ya no observaba en él aquel semblante asustado, decaído, como la primera vez.
Ambos se miraron.
—Te hice un ramo de flores —susurró Eliazar con timidez. Observó las flores con cuidado, pensando en el rostro demacrado de Dean. En su voz quebrada preguntando una y otra vez por el Omega que tenía en frente. Cada vez que veía al Alfa, lucía más apagado, desgastado. Pero a diferencia de él, Eliazar había adquirido un color bonito de piel, un rostro sereno, mejillas sonrojadas y una sonrisa tímida y sincera cada vez que veía al cachorro que tenía al lado.
Gibrán sonrió. Apartó la mirada y se acercó para tomarla. Eliazar se levantó, agarrando a su bebé en brazos. El otro Omega cargó el canasto y tomó la manta.
—Vamos a casa a ponerlas en agua.
—En realidad quiero ponerlas en mi habitación.
—Pero son mías.
—Entonces ya no quiero dártelas.
Se carcajeó. Los últimos rayos de sol iluminaron a ambos Omegas hasta que sus presencias se ocultaron dentro de la casona.
Eliazar le había puesto a su bebé el nombre de su madre. No conocía tanto de su pasado, hasta que una noche se lo contó. Dijo que así su bebé sería fuerte. Gibrán lo entendió.
No lo escuchó susurrar el nombre de Dean nunca más, incluso en sus celos. Gibrán sabía que, a pesar de ello, la presencia del Alfa estaría grabado en sus recuerdos como todas las personas que pasaron por su vida. Que a veces, por las noches, cuando lo sentía transpirar y llorar sabía que lo veía en sus sueños como una pesadilla.
Un Omega roto, pensó, igual que él. Y que pedacito por pedacito empezaba a construir lo que muchos habían destrozado.
Pobre cachorro. Aún en sus llantos nocturnos podía oír el rumor de su inocencia perdida.
Muchas gracias por haber leído Llanto de cachorro.
♡
- Hunter.
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