Una Chica, Diez Chicos (Final)
Capítulo Final: Una Chica, Diez Chicos
Luego de aquella discusión, Linka fue a hospedarse en el Royal Woods Spa y se dedicó a pasar lo que quedaba de la velada en el bar ahogando sus penas en cocteles bajos en calorías.
–Oye, ¿estás bien? –le habló galantemente un joven de ascendencia hispana, de no más de unos dieciocho o diecinueve años de edad.
La peliblanca no respondió, tan solo exhaló un suspiro y bebió otro sorbo de su trago.
–Ah, perdona, no quise molestarte –se excusó el latino.
–Ah, no eres tu –dijo Linka–, solo tengo demasiado en mi mente... La familia.
–Ah si, ninguna viene con instrucciones, je je –rió el muchacho.
–Dímelo a mi –le sonrió ella–. Yo crecí en una casa pequeña con diez hermanos varones.
–¿De verdad?, eso suena interesante. Cuéntame más.
–Bueno, ¿por donde podría empezar? Cuando eres la única hija en una familia tan grande, las cosas que aprendes bien podrían llenar una biblioteca.
–Eso es fascinante. Carl –se presentó formalmente el joven a su lado en la barra.
–Linka –correspondió ella al saludo con un apretón de manos.
–Dos más por favor –pidió Carl otra ronda al barman.
Y así, durante el siguiente par de horas, Linka y Carl bebieron y platicaron amenamente, descubriendo en el proceso que tenían mucho en común, en especial que ambos habían crecido en familias numerosas.
– ...y le dije –siguió relatando Linka a Carl una de sus divertidas anécdotas–: ≪En realidad, la mayoría de las cajas están vacías. Excepto por las que están llenas con tus cosas. Así que, tal vez quieras detener al camión≫; y entonces el echó a correr calle abajo, ¡ja ja ja ja ja ja ja!
–¡Ja ja ja ja ja ja ja...! Hay Linka, tu familia y tu están bien locos.
En cuanto los dos pararon de reír, se miraron fijamente a los ojos, cedieron a la química que había entre ellos y se besaron apasionadamente.
–Oye –se le insinuó Carl–, ¿sabes que estamos en un hotel?
–Y yo estoy en el 406 –le dio Luz verde Linka mostrándole las llaves de su habitación.
–Adelántate, yo pagaré.
Linka se retiró de la barra haciéndole una caricia sugerente en el hombro a Carl. Antes de seguirla, el latino volvió a dirigirse al barman.
–Cárguelas a la 406 –pidió señalando las copas vacías.
***
Al día siguiente, tras una apasionada noche de sexo desenfrenado con aquella mujer que conoció en el Royal Woods Spa, Carl regresó a la gran ciudad para visitar a su familia durante las vacaciones.
–Que bueno que viniste mijo –recibió Rosa a su nieto en la residencia Casagrande llenándolo de besos y apapachos–, debes tener hambre después de un viaje tan largo.
–Hola abuela.
Carl ingresó al apartamento en el que solía vivir cuando era pequeño y se sentó a saludarse con su familia mientras todos tomaban buena parte de los exquisitos platillos de la señora Casagrande.
–Cuéntanos hijo –le conversó Carlos, su padre–, ¿Cómo van las cosas en Canadá?
–Estupendo, la universidad allá es fantástica, he aprendido muchísimo; y camino hasta acá conocí a una mujer increíble, por fin todo el paquete.
–¿En serio? –se alegró de oír eso su primo Bobby.
–Si –afirmó Carl muy ilusionado–. Es una dama lista, elegante y hermosa. Saben, he oído hablar de almas gemelas por años, pero jamás lo entendí hasta anoche.
–Bien por ti –le sonrió Carlota, su hermana mayor.
–Si, al fin encontré una mujer de verdad.
–Pues yo les tengo una historia de una mujer que no van a creer –tomó su turno de hablar Bobby–, ¿recuerdan a mi amigo Loki Loud de la universidad?, ¿el que tenía diez hermanos? Pues bien, hace unos días me invitó a la fiesta de cumpleaños de su papá y ahí me enteré que uno de ellos ahora es mujer.
–¿Bromeas? –se echó a reír Carlitos, el hermano menor de Carl.
–Nop, se cambió de sexo.
–¡Ja ja!, pero que gracioso –rió divertido Carl.
–¿Verdad?
–¿Y cual de todos fue?... –preguntó curiosa Ronnie Anne, la hermana menor de Bobby–, ¿el que tocaba la guitarra?
–No... De hecho fue el que era tu amigo de cuando vivíamos allá en Royal Woods.
–¡¿Lincoln?! Vaya, ¿por qué no me sorprende?
–¿Tu novio de la infancia? –preguntó sorprendida la tía Frida y madre de Carl.
–El no era mi novio –aclaró Ronnie Anne–. Admito que me gustaba, si, pero el... No era lo que esperaba y... El caso es que perdimos contacto con el tiempo cuando vinimos a vivir aquí.
–¿Y cómo se ve? –preguntó Carl a Bobby.
–Ah, de hecho no tan mal. No la verías dos veces, pero no tan mal.
–Hay dios, saben, le espera un duro camino. Digo, ¿que hacen esas personas en cuanto a relaciones y sexo y todo eso?
–Yo no sé –se encogió de hombros Ronnie Anne–. Debe haberle quedado un desastre ahí, ¿no? Debe ser como un enorme estofado de porquería.
–¿Está en su casa? –volvió a preguntar Carl–, hay que ir a verla.
–No, se pelearon –contestó Bobby–. Se fue al Royal Woods Spa.
–Diablos, vengo de ahí.
–¿En serio? –el abuelo Héctor levantó ambas cejas.
–Si –Carl rió burlón–, tal vez la vi en la recepción y no me di cuenta.
–Ja ja, no, te darías cuenta –acertó a decir Bobby.
–Demonios, ¿y ahora como se llama? ¿Sigue siendo...?
–Lincoln –completó su prima.
–Ese, ¿sigue llamándose Lincoln?
–No –respondió Bobby–, y no me encantó su nuevo nombre.
–¿Cuál es? ¿Cómo... Liberty?
–No, Linka... Mira, aquí tengo una foto de ella que Loki me envió.
La piel de Carl se puso tan blanca como las extensiones de la mujer que le devolvía la mirada en la imagen del celular de su primo. Mujer que no pudo olvidar de la noche anterior y más nunca volvería a olvidar.
Un sudor frío corrió por su frente y sus pupilas se redujeron. Por fortuna si apartó la cabeza a tiempo para no vomitar en la comida.
–¡BUUUUUUUUUAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHGGGG!
Vomitó, inundando casi todo el piso de la sala comedor, hasta que su estomago quedó completamente hueco. Luego gritó traumatizado para el resto de su vida.
–¡AAAAHH!
–¡Mijo!, ¿qué te pasa?! –se levantó a examinarlo su tía María, la mamá de Bobby y Ronnie Anne.
–¡¿Estás enfermo?! –la siguió Rosa–, déjame buscar en mis...
–¡Me acosté con ella! –Gritó escandalizado.
–¡¿Qué?! –exclamaron horrorizados los demás.
–¡Me acosté con ella en el Royal Woods Spa!
–¡Ah!, ¡¿por qué?! –gritó Ronnie Anne.
–¡No sabía!, ¡no sabía que era ella!
–¡Hay virgencita! –gritó la señora Rosa antes de caer desmayada.
–¡Mamá! –corrieron a socorrerla Carlos y María.
–¡Ah! –gritó Carl.
–¡Ah! –gritó su padre.
–¡Ah! –gritó su madre.
–¡Ah! –gritó su hermana.
–¡Ah! –gritó su hermano.
–¡Ah! –gritó su abuelo.
–¡Ah! –gritaron sus primos.
–¡Ah! –gritó su tía.
–¡Hurra! –aplaudió CJ, su otro hermano con necesidades especiales–, ¡Carl tiene novia!
–¡¿Cómo pasó esto?! ¡Cuando se mudan a un nuevo lugar deben avisarle a los vecinos, así funciona!
–¡Es que no se mudó, está de visita! –explicó Bobby sin dejar de gritar.
***
Pasado el mediodía, Linka regresó a la casa Loud esperando que las cosas ya se hubieran enfriado.
En cuanto cruzó la puerta sus papás y sus hermanos, los diez, la recibieron con un dejo de alivio en sus rostros.
–¡Hijo!...., Digo, hija –la abrazó Lynn Sénior–. ¿Dónde estabas? Nos tenías preocupados.
–Leon tiene algo que decirte –informó su madre.
–Lincoln... –el menor dio un paso adelante avergonzado con la cabeza gacha y ambas manos tras su espalda–. Yo... Me siento muy mal por las cosas que dije anoche. Fui egoísta.
–No, no lo fuiste –repuso Linka incándose a su altura–. Entiendo que te pedí demasiado. Me equivoqué al creer que entenderías y aceptarías todo esto. Pero créeme, he sido muy feliz por mucho, mucho tiempo.
–Guau... Pero yo quiero que seas feliz. Eres mi hermano, y si eres feliz, estoy feliz por ti. Lo siento... Linka, te quiero.
–Y yo te quiero Leon.
Y con esto, hermana y hermano sellaron su reconciliación con un abrazo.
–Ya que quitamos el sentimentalismo de en medio –les contó Linka a su familia las buenas nuevas–, les tengo noticias.
–Dinos, dinos hija –le sonrió Rita.
–Conocí a alguien.
–¿Qué?, ¿en serio? –se contentó Luke por ella.
–Hay chicos, es increíble –dijo con la mirada de una colegiala enamorada–, no podría estar más feliz.
–¿En serio?, ¿cómo se llama? –preguntó Loki.
***
–¡NOOOOOOOOOOOOO! –se oyó gritar a este ultimo a todo pulmón en todo el vecindario y aun más lejos.
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