I
Elizabeth con z, es un nombre común, bien estructurado para un niña de buena familia, con futuro por delante y quizás con un marido que la mantenga. Elizabeth definitivamente no se sentía de esa manera, así que una tarde de verano, mientras acariciaba el suave pelaje de su adormecida cachorra tomó la decisión de que se cambiaría de nombre.
Hizo una ardua investigación, buscó significados y personajes célebres pero ningún nombre la podía convencer. Meditó, pensó, se puso de cabeza para dejar que las ideas fluyan, incluso se le cayó el teléfono de su hermano— el cual había tomado sin permiso— en la cara un par de veces, pero eso no evitó que diera taps en muchos enlaces que siempre la llevaban a páginas con fondos pasteles que felicitaban a las futuras madres. Cabizbaja, y con la idea clara de que nunca tendría un hijo— eso de ponerle un nombre estaba muy complicado— regresó el teléfono a la mesa de donde lo había cogido.
Con una sonrisa entre sus labios, sigilosamente intentó salir de la habitación sin despertar a Ryan, quien había estado dormido mientras Elizabeth hacía uso arbitrario del único aparato con acceso a internet en toda la casa.
—¡Eli!— la reprendió despertándose espontáneamente al escuchar la puerta crujir. La niña saltó de sorpresa mientras que su hermano se desprendía de las sábanas y prácticamente saltaba a alcanzar su teléfono.— Te he dicho que no entres aquí sin permiso y deja coger mi celular—. Murmuró molesto revisando el historial de uso. Soltó un suspiro. Elizabeth por su parte, decidió encogerse de hombros e ignorarlo. Tenía mayores problemas en los que pensar.
—Tranquilo, no he vuelto a abrir la carpeta que empieza con P.
Ryan sonrojado al recordar el contenido de la carpeta creyó que era mejor cambiar el rumbo de la conversación y llevar la mente de su pequeña hermana lejos de las fotos escondidas ahí, no quería tener esa incómoda charla.
—¿Para qué lo querías de todas formas?.— cuestionó frunciendo el ceño al ver las distintas páginas de maternidad que se abrían al entrar la navegador. Las puntas de sus dedos se entumecieron ante la idea de su hermanita menor embarazada, así que fugazmente desechó la idea. Elizabeth era solo una niña que aún creía en la posibilidad de un mundo donde las sirenas existían.
—Me quería cambiar el nombre— sin darle más cabida a una conversación se retiró de la habitación y entre ideas locas se encontró a sí misma sentada en el columpio de su patio trasero.
Una peculiar brisa helada acariciaba su tostada piel, mientras a ojos cerrados recordaba los incidentes previos a la descabellada idea de cambiar su nombre.
"Elizabeth es un nombre de princesa y tú definidamente no eres una. Deberías conseguirte un nombre que rime con tu torpeza, y tus molestosas ideas. Quizás deberías llamarte Ursula, el nombre está igual de grotesco que tú"
Soltó un suspiro tratando de borrar las palabras que hacían eco no solo en su mente pero en su corazón. Catorce años de vida y ya sentía que había tenido suficiente, que no quería saber nada más del colegio, o de sus amigas, o de la vida en general. Se estaba ahogando en un vaso de agua, lo sabía, pero que ganas que tenía de ahogarse.
Estaba por regresar al interior de su casa cuando escucho el familiar anuncio de su llegada. Un pequeña sonrisa se dibujó en los labios de la niña y los insultos huyeron asustados a atormentar a otras niñas de catorce años. Entonces, ya sin ningún sentimiento de temor abrió los ojos para encontrase con un sonriente saludo.
—¿Y ahora por qué lloras, Lizzie?
Elizabeth se bajó del columpio limpiándose las lágrimas con la manga de su abrigo de lana; rosado, como casi toda la ropa que usaba. El joven caminó hasta ella y en un simple movimiento de dedos le dio un pequeño topecito en la frente.
—Eres una llorona, princesa—. Una mueca apareció en escena, seguido un por un casi inaudible murmuro.
—No soy una princesa.
— Cierto, tú eres Elizabeth, eres mucho mejor que eso— concretó sin ningún silencio de intermedio, como si hubiese practicado esa respuesta varias veces frente a un espejo. Pero ambos sabían que todo era pura espontaneidad. Palabra a palabra la sonrisa del joven se hacía más grande y genuina, buscando propagarse a los labios de su espectadora, pero solo causó caos, las lágrimas volvían a hacerla su presa.
— Todas las Elizabeths tienen que ser refinadas, elegantes como una princesa. Yo no soy eso, ya no tengo ni nombre.
El muchacho se echó a reír con fuertes carcajadas. Elizabeth asombrada cesó de llorar y arrugó la frente disgustada. ¿Se estaba burlando de su desgracia?, ¿Qué tenía de gracioso no tener identidad alguna?.
—Definitivamente perdiste la cabeza— aún sin entender no apartó la mirada de su vecino—¿te cuento un secreto?— ella asintió curiosa, tratando de escuchar entre líneas y buscar alguna concordancia en sus palabras— Las princesas son muy aburridas, pido disculpas por haberte comparado con una. Tú eres— guardó silencio, arrugando un poco el ceño, pensativo en sus siguientes palabras, tratando de organizar ideas en busca de la manera más sencilla de por fin hacerla sonreír— tú eres una Lizzie.— concluyó, dejando un gran signo de interrogación en el rostro de Elizabeth.
—Payaso— dijo enojada— eso es un apodo, no significa nada.
—Al contrario, niña, significa todo. Significa todo lo que tú quieras—. Dijo con seriedad, tanta que incluso la tomó por sorpresa. Julián nunca hablaba con seriedad, así que decidió creerle. Ella era Lizzie, ella era todo lo que ella quisiese ser.
Poco a poco, sus rostros cambiaban y pequeñas sonrisas salían a asomarse. Abrazados bajo un sauce llorón nació Lizzie. Abrazada a su vecino entendió que algo extraño estaba pasando dentro de su pequeño corazón, porque no paraba de palpitar con rapidez. Era agradable.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top