Capítulo 5

 

     —Hola, guapo— dijo una chica, cuyo rostro y voz se me hacían remotamente familiares. La rubia, con una falda que parecía más corta que las de los dibujitos chinos esos que solía ver Kaya. Ella se colgó de mi cuello y empezó a jugar con el dobles de la camiseta del uniforme escolar.

        —Hola, Linda— le sonreí, tratando de maquillar el hecho de que no recordaba su nombre.

        Ella me sonrió lasciva y entendí lo que quería. Honestamente lo necesitaba un poco. Explicarle al monstruo rosado matemáticas es como decirle a Colón que no había llegado a la India, si no a América.

        Tenía una mala manía de morder el lápiz cuando se concentra en un ejercicio. Claro, esto no sería ningún problema si los lápices mordidos fueran los de ella y no los míos.

        —Hoy en tu casa— le susurré en el oído. Ella se estremeció. Se mordió el labio y asintió.

        —1499 Avenue of the Americas— dijo extendiéndome un papelito, donde supongo estaba apuntado su número de teléfono y la dirección. Dio media vuelta y moviendo de una manera exageradas las caderas, se fue.

        Ryan estaba parado en frente del despacho del director, y detrás de él una pequeña melena rosada. Se la notaba nerviosa, zapateaba con el pie izquierdo ligera y disimuladamente. Sus manos pegaban El Álgebra De Baldor a su pecho. En sus pequeños ojos azules se reflejaba nerviosismo y preocupación, quienes también eran reflejados en sus labios. Se mordía el labio inferior con tanta fuerza que me sorprendió que no se lo hubiese roto.

        Todas esas actitudes o manías de ella me hacían recordar a un chihuahua. Un rosado chihuahua.

        Mis piernas, sin mi consentimiento, empezaron a dirigirse a donde estaban ellos. Una sonrisa se dibujó en mi rostro, mientras que Lizzie bufaba y murmuraba "Lo que me faltaba"

        —Ry, bro— lo saludé con el típico saludo de machos pechos peludos —Lizzie— le sonreí coqueto.

        Ella giró los ojos y Ryan me dio una colleja. Golpearme en la cabeza se estaba empezando a ser una adición para los hermanos Miller.

        —No empieces, Homo Sapiens— contestó molesta, mientras su cuerpo olvidaba por completo el nerviosismo que reflejaba.

        Sonreí ampliamente.

        —Homo ¿qué? No Monstrito, soy muy hetero— contesté para molestar y lograr que los nervios se le bajasen.

        Ella se pegó en la cabeza con el Baldor y luego me dio a mí con él.

        —No, imbécil. Homo Sapiens, no es-

        —Elizabeth Miller. Pase por favor— dijo la secretaria del director, quien sólo sacaba la cabeza por la puerta. Lizzie dio un brinquito y miró a la secretaria con ojos suplicantes de piedad. Ryan le palmeó la espalda y le deseo suerte.

        —No te equivoques tanto, Lizzie— le grité cuando la puerta se cerró tras ella.

        — ¡Cállate, Homo Sapiens!— gritó ella, mas lo que yo escuche solo fue el eco de este.

        — ¡Que soy Hetero!

        Aunque no la haya escuchado, podría jurar por todas mis revistas Playboy, que están escondidas en lo rebuscado de mi armario, que ella estaba gruñendo.

        —Vamos, que estamos tarde para la lección sorpresa de Química— le dije a Ryan, mientras lo jalaba de la agarradera de su maleta.

        — ¿Lección?, ¿De qué demonios hablas?— dijo tirando su cuerpo a un lado para que lo soltase y él pudiese caminar solo.

        —Sí. La hija del profesor, Antonieta, me lo dijo— le contesté mientras girábamos al pasillo de la derecha.

        La mayoría de persona pasaba corriendo, el timbre había soñado segundos atrás. Muchos tenían ojeras a causa de las ferias escolares que estaban cerca.

        —Se llama Antonella— me corrigió girando los ojos.

        —No, Antonella, es la hija de la profesora de Física.

        — ¡Que no! Antonieta es la hija del profesor de Química. No vez que ambos tienen esa misma nariz.

        Me estremecí ante la mención de la nariz de Antonieta, Antonella o como se llame. No es este fea, pero para besarla tenía que cerrar los ojos obligatoriamente.

        —Bueno, como sea. El punto es que hay lección— le dije una vez que ya estábamos cerca.

        — ¿Estudiaste?— me preguntó, mientras entrábamos al salón. No había mucha gente dentro de él, la mayoría del alumnado hace novillos en esta materia ya que nadie lo soporta. Yo no puedo darme ese lujo. Él me odia.

El Señor Hamilton estaba de espaldas, escribiendo en el pizarrón la fecha con su letra fea y que nadie le entiende. Mi letra es fea, pero la de el era como la mía al cuadrado.

        —Blade, Miller. Tarde otra vez- dijo el viejo cascarrabias en un tono enojado, antes de que pudiese contestar la pregunta de Ryan.

        —Aunque sea llegamos, hay algunos que ni vienen y mágicamente pasan de año.

        — ¿Que insinúa, joven insolente?— él se giró y me miró con ese tipo de miradas que deja a las personas frías del miedo.

        —Nada, adulto corrupto— Me encogí de hombros, mientras Ryan me murmuraba que me callara.

        — ¡Muy bien!— él dejó caer dramática y violentamente el marcador sobre el escritorio —¡He tenido suficiente de sus impertinencias y altanerías! ¡Retírese de la clase y vaya con el director!— gritó señalando la puerta por la que habíamos entrado.

        En su cuello se podía notar la vena, se moría de coraje. Yo volví a sonreír, pero esta vez de satisfacción.

        —Está bien— dije, mostrando el poco interés que tenía en su materia— al cabo que ni quería estar aquí— me giré para mirar a las pocas personas que estaban en el salón y les anuncié sobre la lección sorpresa, con respuestas y todo.

        Todo era opción múltiple.

        El profesor se enojó y me echó una vez más de su clase.

        Ryan se notaba enojado. Él era más un tipo pacifista, pero si te metes con lo que le importa, mejor es no haber nacido.

        Ir a la dirección era común para mí y más en los días que tenía química. Yo no lo soportaba, él no me soportaba. Era una hermosa relación maestro/alumno.

        Por alguna razón, la imagen de Lizzie dando el examen se coló en mi mente. Probablemente aun este dándolo y su lápiz tenga las marcas de sus dientes por todos lados.

        Negué con la cabeza, estaba loca. Demasiado loca.

        Vagué por un rato por los pasillos. Fui a la cafetería, compré una empanada –de esas que son más aceite que queso, pero que nunca las dejas de comprar porque es lo único mejor que los sanduches de pollo plástico y el atún pasado– y una cola.

        Lentamente caminé hacia la oficina del director, todos los pasillos estaban literalmente desiertos, ni un alma en pena se asomaba. Seguí masticando la empanada, cuando una melena rosa se cruza por mi campo de vista. Tenía el cabello recogido en una coleta, se notaba que lo tenía largo, casi, casi por la cintura. Se había cambiado de ropa, ahora llevaba el uniforme del colegio. La falda le llegaba ligeramente sobre las rodillas, a un largo que dejaba ver lo suficiente y no parecía vulgar, a diferencia de la falda que llevaba la chica de hoy cuando llegué al colegio. Tenía las medias hasta arriba, dejando que de piel solo se vea una fina línea de quizás un dedo y  medio de grosor. Reí internamente, normalmente las chicas de aquí se bajan las medias y se suben las faldas, no usan el pulóver y peor el abrigo. Pero Lizzie, no. Ella no. Ella parecía a la chica ejemplar que sale en el folleto con el que promocionan un colegio.  Tenía incluso los zapatos que pedía el colegio – ese que son tan feos que nadie los compra.

        Hablaba animadamente con un ñoño de por ahí. El capitán del equipo de debate y el presidente estudiantil. Normalmente él era el encargado de recibir a los nuevos y enseñarles todo el establecimiento. Tengo la teoría de que él nunca va clases, ya que comparto varias materias con él, pero nunca lo he visto en ellas. La única vez que lo vi sentado en su asiento fue antes de ser elegido como presiente, después de eso, nunca lo volví a ver en clases.

        Él era de estatura pequeña, o bueno, comparado conmigo él era pequeño, pero comparado con Lizzie, su estatura era normal. No usaba lentes, pero si los estúpidos suéteres que nos obligaban a usar — los cuales nunca he estrenado, estoy más que seguro de que siguen en su funda.

        Lizzie se reía de algo que él decía cada dos por tres. No podía escuchar que decían, porque estaban muy lejos de donde yo estaba parado comiendo la empanada, pero de seguro eran chistes muy buenos. Digo, si lograron hacer reír a la pelirosa.

        Quizás luego le pido que me cuente algunos.

        Seguí caminando a donde ellos estaban —  una, porque quería escuchar los chistes y dos porque en esa dirección quedaba el despacho del director—. El ñoño, cuyo nombre no recuerdo, aunque en realidad no hago esfuerzo por recordar, le señalaba cada uno de los afiches que estaban colgados en la cartelera de actividades.

        —Lizzie— la llamé, una vez que estuve cerca de ellos. Ella se giró bruscamente y me pegó en la cabeza. Esta vez el golpe se sintió más fuerte de lo normal, miré de reojo el libro mientras me acariciaba la cabeza y murmuraba insultos.

        ¿Cómo no me va doler el cráneo si ese libro es la Biblia y Baldor juntos?!

        — ¿Por qué siempre me saludas con un golpe en la cabeza? Sabes, normalmente me reciben con besos y abrazos.

        —Normalmente, la gente no aparece de la nada y asusta las otras personas— me contestó gruñona.

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