Capítulo 2

¡Hola! Antes de que empieces a leer este capítulo quiero aclarar que en cada capítulo los narradores se van a ir turnando, por ejemplo. El anterior narró Ethan, este lo narra la Lizzie y el siguiente Ethan y así sucesivamente.

Gracias por tomarse el tiempo de leer esto y la historia en general. :3

        

  A lo largo de mi vida, me he acostumbrado a los diferentes tipos de miradas que tiene la gente. Desde las que están llenas de lástima, hasta las que reflejan asco y repulsión.

        Con el tiempo aprendí a ser indiferente a lo que el resto piense y me encerré en mi propia burbujita. Pasaba horas en la librería, mientras que las demás niñas se concentraban en peinar su cabello y pintarse las uñas.

        No mentiré que una vez intenté ser parte del grupo Fancy Bitch, pero no es lo mío.

        ¿Quizás por eso casi nunca me adoptaban?

        Y cuando lo hacían, bueno, siempre estaba de vuelta a la semana siguiente como máximo.

        Siempre había algo mal conmigo.

        ¿Es que ella no es normal? ¿Qué niña de siete años utiliza la palabra narcisismo?

        Esas y muchas más eran las quejas que normalmente la encargada del orfanato recibía.

        Siendo honesta, esto dejó de afectarme después de la decimotercera vez que me devolvían. Es más, lo tomaba como un juego.

        El que me devolviera en menos tiempo ganaba. El puesto se lo llevaron los Thomson, que me devolvieron a las tres horas de haber llegado a su casa.

        Pero no era de malos, o por mi rareza. Era por culpa de mis alergias a los gatos de la Señora Thomson. Ciertamente fueron los únicos que me habían caído bien desde el inicio.

        Por eso cuando me dijeron que los Miller estaban interesados en adoptarme, no empaqué mucho.

        Solo tres camisetas, dos suéteres y un jean. Y tampoco es que tuviese mucha ropa, pero si tenía más que eso.

        —Lizzie, prométeme que te portaras bien- dijo Marilyn, la anciana señora encargada de organizar el orfanato.

        Ella y yo teníamos una relación muy parecida a la de madre-hija. Digo, me conoce desde que leí por primera vez Alicia en el País de la Maravillas y eso fue cuando tenía seis.

        Lastimosamente, su posición económica no la dejaba adoptarme. Pero si algún día preguntan por mi madre, ella sería mi única respuesta.

        —No prometo nada— ella negó con la cabeza y me abrazó fuertemente, casi dejándome sin aire —Te voy a extrañar, mija.

        —Yo también.

        Después de varias palabras de despedida-que sinceramente yo creía innecesarias, ya que era obvio que iba a estar de vuelta en menos de quince días-era tiempo de embarcar. Al parecer la familia Miller vivía en New York, Manhattan. Al otro lado del país de donde yo estaba. El viaje fue aproximadamente de media hora, minutos que aproveche para terminar de leer City of lost souls. Uno de los pocos regalos que había recibido por mi decimosexto cumpleaños.

        Cuando estaba saliendo por la puerta de desembarque logré ver que en la puerta de salida al parqueadero del aeropuerto había un señor de mediana edad, quizás tendría unos cuarenta. Llevaba un abrigo negro grueso, jeans de color azul metálico gruesos y un gorro de lana rojo que desentonaba por completo con su bufanda morada chillón. En su brazo izquierdo colgaba un abrigo rosa de talla mediana, era de esos abrigos con gorro felpudo que había en las redes sociales de gente bonita. Con la mano izquierda sostenía un cartel que decía mi nombre con una muy mala caligrafía.

        Comencé a acercarme y él me sonrió. Lo cual me sorprendió, normalmente me miraban raro por el color de mi cabello, el cual me había teñido a petición de Marilyn, dijo que lo tomara como su regalo por mi cumpleaños. Lo traía rosado, ya que según ella, esa era la moda en internet. Yo solo le sonreí y acepte gustosa, aunque no lo estaba.

        — ¿Tú debes ser, Elizabeth?— dijo el señor con una mirada de paternidad que nunca antes me habían dedicado.

        Sus ojos parecían haber estado esperado verme por siglos, brillaban como pequeños frutos negros recién lavados.

        Yo asentí. Él me abrazó y yo simplemente le correspondí el abrazo. No soy muy fan del contacto físico, pero ese abrazo se sintió sincero, sin falsedad u ocultas intenciones.

        —Yo soy Logan Miller, pero me puedes llamar papá, o Luke, o simplemente Logan. Pero por favor no me llames Señor Miller, somos familia ahora— dijo una vez que dejo de abrazarme y para después regalarme una sonrisa, una de esas sonrisas que solo los padres saben regalar.

        Llamarlo "papá" era muy pronto y precipitado, además eso solo lograría que me encariñara con ellos y cuando me regresen al orfanato me duela más.

        —Está bien, Señ-Logan— contesté corrigiéndome a mí misma al final.

        El brillo de sus ojos desvaneció pero su sonrisa nunca se fue.

        — ¿Y tú equipaje?

        Yo me giré para mostrarle mi pequeña maleta haraposa.

        —No tengo mucha ropa-me encogí de hombros y él asintió en signo de comprensión.

        —Bien, afuera hace mucho frío. Y supuse que no ibas a traer los abrigos suficientes, así que te traje el abrigo de mi hija Bella, aunque en realidad se llama de otra forma, porque su nacionalidad es coreana. Pero nos...

        El señor Miller siguió hablando de sus hijos, su esposa, su familia en general mientras yo me ponía los abrigos.

        Él no dejó de hablar hasta que llegamos a la casa de los Miller, había sido un largo viaje y ya sentía como que conocía a toda la familia.

        Tenía cuatro hijas y tres hijos. Al principio abrí los ojos como platos. Eran demasiados, y cada uno –excepto por las gemelas– tenía una nacionalidad diferente.

        La Alemana, que se llamaba Lana, era la mayor. Fue a la que primero adoptaron y la única que criaron desde que era un bebé. Sandy, como se llamaba la esposa de Logan, le había puesto el nombre en honor a su difunta abuela. Según lo que me contaba, llevaba dos meses de casada, acaba de regresar de su luna de miel y planeaba irse el mes siguiente a vivir a Alemania, junto a su esposo.

        Luego venían las gemelas, Sky y Bella, ambas coreanas. Las adoptaron cuando Lana tenía seis y ellas cinco.

        Después estaba la británica, Kaya. Según Logan, de británica no tenía nada ya que el acento lo había perdido con el pasar de los años.

        Como siguientes en la lista estaban, Fran y Max, quienes tenían la misma edad, habían sido adoptados al mismo tiempo, pero tenían diferentes nacionalidades. Fran -valga la redundancia- tenía raíces francesas y Max africanas.

        Y el más pequeño de la familia –si no me contamos a mí– era Ryan, el único con raíces norteamericanas.

        —Te va a encantar tu cuarto, es la antigua habitación de Lana— dijo Logan mientras abría la puerta.

        Él llevaba mi maleta y yo sostenía en mis brazos mi libro.

        Apenas entramos, nadie nos notó. Lo que me dio tiempo a mí para ponerme cómoda y quitarme el abrigo rosa, quedándome solo con mi suéter.

        Cuando los cuatro chicos que estaban sentados en el sofá nos notaron y empezaron a saltar y celebrar. Yo dirigí mi mirada a Logan y él se encogió de hombros.

        Una señora de casi la misma edad de Logan, corrió a abrazarme. Supuse que era Sandy.

        Poco a poco todos los hijos que Logan había mencionado ya se habían presentado. Pero aún quedaba un chico de cabello rubio y ojos azules que no sabía quién era.

        Por educación, me acerqué a él y le pregunté quién era.

        —El amor de tu vida— contestó arrogante.

        Nunca había recibido esa clase de comentarios en toda mi vida. No sabía qué hacer, no sabía cómo reaccionar.

        Simplemente levanté mi libro y le pegué en la cabeza con él.

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