Capítulo 7: Crisis
Luego de presentarse, caminan rumbo a la aldea Claro Este, para que los extraños puedan ver al Rey Peters. Los aldeanos miran con asombro a los dos jóvenes y comienzan a susurrar y temer. Estos se sienten incómodos por las miradas de los lugareños.
Los chicos Edmund y Renfaz se encuentran delante, seguidos por Denathal y Won, y por último Lizäri y Jena, quienes conversan en voz baja, casi en susurros. Sin embargo, para el lobo y el venthyr es normal, debido a su oído agudo.
—No creo, Liza, no... —dice Jena observándola. Conoce a Lizäri tan bien que puede saber lo que siente sin necesidad de palabras.
—¿De qué hablas, Jena? —responde Lizäri, fingiendo no entender a qué se refiere su amiga.
Por un momento, se siente atraída hacia Denathal. Algo en él le provoca una extraña sensación de paz que se apodera de su mente. Jena se da cuenta, pero no del todo, pues cree que solo es atracción física.
—No te hagas, te conozco muy bien —afirma Jena.
—Te repito que no sé lo que insinúas —contesta Lizäri, intentando que Jena no hable más del tema.
—Solo no hagas nad...
Lizäri le indica con el dedo en los labios que no diga más nada, a lo que Jena suspira, cansada, y hace un puchero.
—Bien.
Won está atento a las murmuraciones de las chicas, por lo que hace un gesto de risa burlona, cosa que Denathal ve, pero ignora. Para romper la tensión, pregunta:
—¿Cómo sabes que queremos hablar con el Rey?
—Como te dije, mi padre me dio órdenes de que, si alguna vez veía a su amigo o a su hijo, lo llevara ante él, y eso es lo que hago ahora —contesta Edmund, mientras un semblante serio se apodera de él. No le agrada mucho el venthyr, pero debe obedecer a su padre—. No sabía que querías hablar con él, así que es mera coincidencia.
—Es decir, me dio detalles de sus apariencias, por lo que te reconocí de inmediato.
Lizäri, con curiosidad, suelta la pregunta que la tiene intrigada. A ella le encantaría explorar otros lugares, pero por cuestiones de normativas, está prohibido el paso al Oeste y al Sur.
—¿De dónde son ustedes? —pregunta, pues desconoce por completo otros lugares; solo conoce la aldea y sus alrededores.
—Somos de una aldea llamada Oeste Sombrío, un lugar muy diferente al resto, con un toque único, agradable en gran manera para nuestros ojos —responde el joven huargen.
—Es solo que... —hace una breve pausa, sintiendo vergüenza, por lo que su amigo Denathal continúa diciendo:
—Venimos a pedir ayuda —susurra Denathal. Un silencio incómodo se instala entre ellos.
Jena, curiosa, pregunta:
—¿Qué sucede que sea tan grave para venir por el Rey?
—Es muy grave. Los ogros están derramando mucha sangre, invadieron nuestras tierras, quieren destruir todo lo que conocemos. Y eso no es lo peor de todo... mejor hablemos frente al Rey —responde Won, con un tono sombrío.
—Nosotros solos no podemos, y mi padre... dijo que le pidiese ayuda al Rey Peter, que solo él podía ayudarnos —agrega Denathal, con la mirada apenada y cabizbaja.
—Sí que es grave. Solo espero que no los hayan visto y seguido, podrían cruzar y armar un desastre acá —reclama Renfaz, preocupado.
—Nadie puede cruzar el campo magnético, únicamente aquellos que tienen conexión con el Rey pueden hacerlo. A menos que... —dice Edmund, dejando la frase en el aire.
—¿A menos que, qué? —pregunta Lizäri, impaciente.
—Pues, debiliten la protección con esencia arcana, pero eso es imposible —asegura Edmund con firmeza. El campo de protección fue colocado por la mejor sacerdotisa, la más poderosa, y por Delmas Lóbrego, padre de Denathal, en conjunto con otros sacerdotes y magos.
—No sabemos de lo que pueden ser capaces —sugiere Jena, dudando de lo dicho por Edmund.
Lizäri comienza a imaginarse todo un caos en su aldea y el mundo que conoce. De pronto, entra en una crisis jamás vista por sus amigos. Cae de rodillas en el camino, con las manos en el rostro, y dice:
—¡No! No, mi aldea, mis amigos, mi gente, no... no puedo permitirlo —dice la joven cazadora, con lágrimas en los ojos—. Caos, guerra, peleas... No, no... ¡eso no puede suceder!
Sus amigos se alarman, pues jamás habían presenciado tal crisis. Es la primera vez que le ocurre, por lo que no saben qué hacer para calmarla. Algunos aldeanos que la conocen también presencian el trance en el que ha entrado la joven cazadora. Susurran que puede ser obra de los desconocidos y de la temible Esencia Arcana Negra.
—Amiga, calma, todo estará bien —dice Jena, colocando su mano derecha en el hombro de Lizäri.
—No, no lo está —exclama Lizäri, quitando bruscamente la mano de su amiga del hombro—. Habrá sangre, muertes, catástrofes... eso no puedo permitirlo.
Denathal, sin pensarlo, camina hacia ella y se coloca delante de ella en cuclillas. Con su mano derecha toma su barbilla, la levanta levemente, la mira a los ojos y la llama con firmeza:
—¡Lizäri! Hermosa...
Lizäri reacciona de inmediato, sintiendo una pequeña corriente en su mentón. Denathal ha logrado que la joven humana salga del estado de pánico en el que se encontraba. Se miran fijamente y él le dice con sutileza:
—Hermosa, mírame. Todo estará bien. Hemos venido para evitar un desastre en nuestros hogares. No te alteres así.
Lizäri mira a los ojos al joven venthyr, sintiendo un alivio en su corazón. Poco a poco se calma, pero comienza a sentirse extraña, mientras Denathal la observa con ternura y le pregunta:
—¿Ya estás bien?
La joven humana asiente con la cabeza y pide disculpas por haber perdido el control. Edmund se acerca y dice:
—No pasó nada, Liza. Vamos. —La toma de la mano.
El venthyr nota la tensión en el príncipe y se aleja.
Proceden a retomar el camino dentro de la aldea con dirección al castillo. Esta vez, Lizäri va delante con Edmund, mientras Renfaz y Jena caminan en medio, cerca de su amiga, aún preocupados por lo que escucharon de ella. El chico venthyr y el joven huargen van detrás.
Lizäri aún siente que todo lo que dijo en parte ocurrirá, pero no quiso contarlo; piensa que estaba alucinando. Denathal va más atrás, con una sensación rara tras haber tocado a Lizäri. También siente un deber de estar cerca, como si supiera que pertenece a ella, pero no conoce el motivo de la conexión.
Won, asombrado, interroga a su amigo:
—¿Cómo lo hiciste?
—¿Qué cosa?
—Calmarla de esa manera. Ninguno de sus amigos pudo —menciona con certeza Won, pues ni Edmund, ni Renfaz ni la chica elfo pudieron ayudar a su amiga.
—Simplemente, tuve la necesidad de hacerlo y lo hice —resume con naturalidad.
La mente de Lizäri se siente abrumada. Comienza a confundirse y reflexionar sobre lo que sintió. Fue muy extraño, algo que jamás ha experimentado y algo que con certeza cambiará su futuro.
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