𝘁𝗵𝗶𝗿𝘁𝗲𝗲𝗻. bitter meeting

013. ┊໒ ⸼ | 𝗖𝗛𝗔𝗣𝗧𝗘𝗥 𝗧𝗛𝗜𝗥𝗧𝗘𝗘𝗡 | 🐝•˖*

❛ 𝖻𝗂𝗍𝗍𝖾𝗋 𝗆𝖾𝖾𝗍𝗂𝗇𝗀 ❜

(comenten o mato a Sirius, Lupin y Cedric)

Navier sintió cómo su corazón latía descontrolado, pero eso no era lo que más le molestaba. No podía escuchar nada, ni los susurros de Harry, ni el sonido del viento que movía las hojas a su alrededor. Era como si el mundo hubiera dejado de existir, dejándola sola en un vacío insonoro y angustiante. Sus orejas habían desaparecido, y con ellas, su conexión al exterior. El pánico comenzó a invadirla, como una marea oscura que la arrastraba a lo más profundo de sus miedos.

Odiaba ver a los animales ser heridos. Tal vez comenzó a sus cuatro años, cuando su abuelo mató a su... mejor no hablar de eso.

De repente, sintió una sacudida. Harry estaba a su lado, zarandeándola suavemente, llamándola desesperada, pero ella solo veía sus labios moverse, sin entender qué decía. Finalmente, el contacto de sus manos sobre sus hombros, la presión firme y segura, le permitió volver en sí. Las orejas regresaron, y con ellas, el mundo real.

─ Ya paso, Navs.

El rencor la envolvió por completo. ¿Por qué no había terminado como Draco? Después de todo, habían crecido en circunstancias similares. ¿Qué hacía diferente? Pero luego recordó: no era mejor que él. Ella también mentía. Fingía una vida perfecta que no existía. Les había ocultado tantas cosas a sus amigos, tantas verdades. No les había contado sobre su infancia rota, ni sobre los días oscuros que pasaba con sus abuelos. Se creó una versión falsa de sí misma, una que no merecía la confianza de nadie.

─ ¡Hagrid! ─la voz de Harry la hizo salir de sus pensamientos, viendo a su amigo darse la vuelta para regresar a la cabaña.

─ Lo vamos a meter en más problemas, mejor vamonos. ─pidió Hermione, pero Harry no le hizo caso.

─ Harry Potter, regresemos al castillo. ─intervino Navier, su voz cargada de cansancio. Necesitaba poner fin a todo esto antes de que se saliera de control.

Con un suspiro resignado, Harry aceptó y extendió la capa de invisibilidad sobre los cuatro, cubriéndolos de la vista de cualquiera que pudiera cruzarse en su camino. Mientras caminaban hacia el castillo, el silencio que los rodeaba solo era roto por el sonido inquietante de Scabbers, la rata de Ron, retorciéndose en sus manos.

─ ¡Estate quieta! ─murmuró Ron, irritado, mientras intentaba mantener control sobre la asustada criatura ─. ¿Qué te pasa, tonta?

Navier lo miró con una mezcla de exasperación y preocupación. No podía dejar de sentir que algo iba terriblemente mal. La rata se movía de una forma extraña, como si supiera algo que ellos no. Algo que los otros no podían ver.

─ Si nos descubren por su culpa, la mato. ─murmuró Navier, aunque su tono intentaba ocultar la creciente sensación de incomodidad que la invadía.

De repente, Crookshanks, el gato de Hermione, apareció de la nada, lanzándose hacia Scabbers. La situación se descontroló rápidamente. Scabbers escapó de las manos de Ron, quien salió de la capa en un intento desesperado por atrapar a su mascota, internándose en la oscuridad.

Navier corrió tras él, su corazón acelerado, transformando sus ojos en los de un búho para poder ver mejor en la oscuridad. Era la primera en llegar a Ron, que luchaba por atrapar a Scabbers mientras intentaba mantener a raya a Crookshanks. La tensión en el aire era palpable, como si algo más grande estuviera por suceder.

─ Odio a tu rata ─murmuró Navier, sujetando al animal lo más lejos posible de su cara, y apretándolo un poco como si la amenazada ─. Si, te odio, rata.

─ No le digas eso. ─reprendió Ron, tomando a su mascota, quien apenas salió de las manos de la Black, fue a refugiarse en el bolsillo de su dueño.

─ ¿Estan bien?

─ Si, Harry. Mejor vamos a meternos bajo la capa otra vez. ─respondió Navier, queriendo ir a dormir.

Sin embargo, antes que pudieran acomodarse para ir bajo la capa, escucharon los pasos de unas patas gigantes. Algo que se acercaba a ellos en la oscuridad: un enorme perro negro de ojos claros. Harry intentó tomar su varita, pero ya era muy tarde. Aquel perro negro había dado un gran salto y sus patas delanteras golpearon su pecho, haciendo que cayera de espaldas. El empujón lo había llevado demasiado lejos; estaba aturdido, sintiendo dolor, como si le hubieras roto las costillas.

Navier gritó su nombre, corriendo hacia él, pero el perro estaba frente a ella, gruñendo, amenazante. Su cuerpo temblaba, pero no podía dejar a Harry solo, no ahora. Se colocó delante de él a manera de escudo, incluso cuando tenía mucho miedo del animal, mucho más cuando este comenzó a rugir, amenazando con atacar otra vez.

Cerró los ojos, esperando el ataque, pero antes de que pudiera suceder, Ron se lanzó al frente, recibiendo el mordisco en su brazo.

Todo sucedió en un instante, pero para Navier, fue como si el tiempo se hubiera detenido. La sangre de Ron manchaba el suelo mientras el perro lo arrastraba como si no fuera más que un muñeco de trapo. Harry intentó levantarse, pero el dolor lo mantenía en el suelo.

Navier estaba a punto de advertir a sus dos amigos sobre donde estaban, pero escuchó a Hermione y Harry gritar de dolor y terminar en el suelo. Ella, por su parte, corría de un lado al otro, esquivando las raíces del sauce boxeador como podía.

─ ¡Lumus! ─susurró Harry.

La luz de la varita iluminó un grueso árbol. Habían perseguido a Scabbers hasta el sauce boxeador, y sus ramas crujían como azotadas por un fortísimo viento y oscilaban de atrás adelante para impedir que se aproximaran.

Al pie del árbol estaba el perro, arrastrando a Ron y metiéndolo por un hueco que había en las raíces. Ron luchaba denodadamente, pero su cabeza y su torso se estaban perdiendo de vista.

─ ¡Ron! ─chilló Navier, intentando correr hacia él, pero era difícil hacerlo cuando un árbol está intentando matarte, aunque se vio obligada a detenerse cuando una de las raíces la golpeó, haciendo que tuviera un gran corte en el abdomen ─. ¡Ron!

Navier se quedó congelada cuando vio la pierna con la que el muchacho se había enganchado en una rama para impedir que el perro lo arrastrase... Esto no era bueno, porque un horrible crujido cortó el aire como un pistoletazo.

La pierna de Ron se había roto, y él seguía siendo arrastrado por el perro.

─ Harry, tenemos que pedir ayuda. ─gritó Hermione. Ella también sangraba. El sauce le había hecho un corte en el hombro.

─ ¡No! ¡Este ser es lo bastante grande para comérselo! ¡No tenemos tiempo!

─ No conseguiremos pasar sin ayuda.

─ Si ese perro ha podido entrar, nosotros también. ─jadeó Harry, corriendo y zigzagueando, tratando de encontrar un camino a través de las ramas que daban trallazos al aire, pero era imposible acercarse un centímetro más sin ser golpeados por el árbol.

─ ¡Socorro, socorro! ─gritó Hermione, como una histérica, dando brincos sin moverse del sitio ─. ¡Por favor!

Crookshanks dio un salto al frente. Se deslizó como una serpiente por entre las ramas que azotaban el aire y se agarró con las zarpas a un nudo del tronco.

De repente, como si el árbol se hubiera vuelto de piedra, dejó de moverse.

─ ¡Crookshanks! ─gritó Hermione ─. ¿Cómo sabía...?

─ Es amigo del perro ─dijo Harry con tristeza ─. Los he visto juntos...

─ Saben ─dijo Navier, acercándose a sus amigos ─. Odio a todas sus mascotas.

─ ¿Por qué odias a Hedwig?

─ Porque se robó mis galletas la otra noche. ─refunfuño Navier.

Los tres se metieron por el hueco que se había formado entre las raíces, siguiendo al gato de Hermione. Entraron gateando, metiendo primero la cabeza y luego deslizándose por una rampa de tierra hasta llegar abajo.

─ ¿A donde ira este túnel? ─pregunto Hermione.

─ Estaba en el mapa del merodeador ─respondió Navier, quien es la que más había investigado con el mapa ─. Creo que va a Hogsmeade.

Avanzaban tan rápido como podían, casi doblados por la cintura. El pasadizo parecía infinito, casi tan largo como el que iba a Honeydukes. Navier tenía la posibilidad de adaptarse, pero le preocupaba Harry, quien parecía estar sufriendo por estar en aquella posición, quizá por el golpe que le dio el sauce boxeador.

─ Harry ─llamó ella, pasando su brazo por detrás de la espalda de su amigo ─. ¿Duele mucho?

─ No te preocupes. ─le dijo.

Aunque sí le dolía y le costaba respirar aquí abajo, las cosas comenzaron a mejorar cuando el túnel empezó a elevarse y luego a serpentear. Ahora por fin veían aquella luz al final. En ese momento, los tres se detuvieron para recuperar el aliento y analizar la habitación donde ahora estaban. Era un lugar muy desordenado y lleno de polvo. El papel se despegaba de las paredes, los suelos llenos de mancha, muebles destrozados.

─ No puede ser ─murmuró Navier, saliendo por la abertura ─. Creo que es la casa de los Gritos.

Harry miró a su alrededor. Posó la mirada en una silla de madera que estaba cerca de ellos. Le habían arrancado varios trozos y una pata.

─ Eso no lo han hecho los fantasmas. ─observó.

En ese momento oyeron un crujido en lo alto. Algo se había movido en la parte de arriba. Miraron al techo. Hermione le cogía el brazo a su mejor amiga con tal fuerza que perdía sensibilidad en los dedos. Ella la miró. Hermione volvió a asentir con la cabeza y lo soltó.

Tan en silencio como pudieron, entraron en el vestíbulo y subieron por la escalera, que se estaba desmoronando. Todo estaba cubierto por una gruesa capa de polvo, salvo el suelo, donde algo arrastrado escaleras arriba había dejado una estela ancha y brillante.

Llegaron hasta el oscuro descansillo.

Harry y Hermione apagaron la luz de sus varitas, y luego de una señal, los tres entraron, sosteniendo sus varitas en el frente.

Crookshanks estaba acostado en una magnífica cama con dosel y colgaduras polvorientas. Ronroneó al verlos. En el suelo, a su lado, sujetándose la pierna que sobresalía en un ángulo anormal, estaba Ron, así que sus amigos se acercaron rápidamente.

─ ¿Estas bien? ─preguntó Navier, arrodillándose junto a Ron y examinando la pierna, recordando el hechizo correcto. Lo había usado un par de veces en su propio cuerpo, cuando en su casa le rompieron el brazo ─ ¿Donde está el perro?

─ No hay perro ─gimió Ron. El dolor le hacía apretar los dientes ─. Navier, esto es una trampa...

─ ¿Que...? ─pregunto Harry.

─ Él es el perro. Es un animago...

Harry y Navier giraron sobre sus talones cuando notaron como Ron miraba hacia atrás de ellos con miedo.

Ahí, había un hombre oculto entre las sombras, cerrando la puerta tras ellos. Una masa de pelo sucio y revuelto le caía hasta los codos. Si no le hubiera brillado los ojos en las cuencas profundas y oscuras, habrían creído que se trataba de un cadáver. La piel de cera estaba tan estirada sobre los huesos de la cara que parecía una calavera. Una mueca dejaba al descubierto sus dientes amarillos. Era Sirius Black.

Navier se quedó congelada en su lugar cuando vio que aquel hombre estiraba los brazos y se acercaba a ella. La niña tenía tanto miedo que su mano temblaba cuando cogió la varita. Harry se colocó delante de ella, a punto de atacar a Black, pero él, usando la varita de Ron, lanzó un expelliarmus, quitandole la varita a los tres.

La tensión en la habitación era sofocante, como si el aire mismo estuviera cargado de electricidad. Navier sintió el latido en su pecho como si fuera un tambor desbocado, un eco del miedo que le recorría las venas. Quería gritar, quería correr, atacarlo... pero sus pies estaban clavados al suelo, y su mente no podía procesarlo.

─ Sabía que vendrías a buscar a tu amigo ─se dirigía a Harry ─. James hubiera hecho lo mismo por mí. Han sido muy valientes por no salir corriendo en busca de un profesor. Muchas gracias. Esto lo hará todo mucho más fácil.

El comentario hizo que los ojos de Harry ardieran de furia. La mención de su padre, el dolor, la pérdida que había marcado toda su vida, ahora convertida en burla. El odio se apoderó de él, empujando cualquier rastro de miedo a un rincón oscuro de su mente. Por primera vez en su vida, Harry deseaba tener su varita no para defenderse, sino para atacar... para matar. El odio crecía tan rápido que parecía quemarle el pecho.

Navier lo sintió incluso antes de que Harry hiciera algún movimiento. Era como si una tormenta se desatara en su interior, y, sin saber cómo, lo contuvo antes de que todo se desbordara. Su mano temblaba mientras sujetaba el brazo de Harry, tratando de calmarlo, aunque ella misma estaba temblando de miedo.

Hermione estaba petrificada, los ojos desorbitados y la respiración rápida, como si estuviera al borde de romper a llorar. Pero fue Ron quien, con el rostro pálido y tambaleándose por el esfuerzo, dio un paso adelante.

─ Si quiere matar a Harry, tendrá que matarnos también a nosotros. ─dijo con fiereza, aunque el esfuerzo que había hecho para levantarse lo había dejado aún más pálido, y oscilaba al hablar.

El silencio que siguió a sus palabras fue espeso, roto solo por la respiración entrecortada de los presentes. Algo titiló en los ojos sombríos de Black, una chispa de reconocimiento, de dolor, pero apenas duró un segundo.

─ Échate ─le dijo a Ron en voz baja ─, o será peor para tu pierna.

─ ¿Me ha oído? ─dijo Ron débilmente, apoyándose en Harry para mantenerse en pie ─. Tendrá que matarnos a los tres.

El rostro de Sirius se endureció.

─ Solo habrá un asesinato esta noche.

Harry, luchando por soltarse del agarre de Ron y de Navier, se adelantó, su respiración cada vez más pesada, las palabras saliéndole casi como un gruñido.

─ ¿Por qué? ─preguntó Harry, tratando de soltarse de Ron y de Navier ─. No le importó la última vez, ¿a que no? No le importó matar atodos aquellos muggles al mismo tiempo que a Pettigrew... ¿Qué ocurre, se ha ablandado usted en Azkaban?

─ ¡Harry! ─sollozó Hermione desde la esquina ─. ¡Cállate!

─ ¡Él mato a mis padres!

El grito resonó en la habitación, pero antes de que el eco muriera, Navier, con una voz apenas un susurro, pero cargada de una tristeza infinita, habló por primera vez.

─ ¡Él mato a mi madre!

Sirius no tenía ni idea quien era esa niña. Tenía una idea en su mente, pero no tenía sentido que ella fuera... no lo tenía.

Sus palabras, tan llenas de desesperación, parecieron detener el tiempo. Harry se liberó de sus amigos de un tirón, avanzando como una sombra cargada de furia. Había olvidado que era solo un niño, que era pequeño y frágil, y que Black era un hombre adulto. Nada de eso importaba en ese momento. Solo quería hacerle daño; quería que Sirius sintiera aunque fuera una pequeña parte del dolor que él y Navier habían cargado durante años. Cada día, cada pesadilla, cada momento de soledad, todo parecía culminar en este preciso instante.

Sirius, desplomado junto a la pared, lo observaba con una mezcla de cansancio y resignación. Su respiración era agitada, su cuerpo magullado y débil, pero en sus ojos brillaba algo que Harry no podía descifrar.

─ ¿Vas a matarme, Harry? ─preguntó, su voz rota pero serena.

─ Usted mató a mis padres. ─dijo Harry con voz algo temblorosa, pero con la mano firme.

─ No lo niego ─dijo en voz baja ─. Pero si supieras toda la historia...

Navier, perdida en el torbellino de sus propios pensamientos, apenas podía procesar lo que ocurría. Las palabras entre Harry y Sirius eran un zumbido distante, como si el mundo hubiera perdido su sentido. Ella solo sentía el vacío, la ausencia de su madre, la traición que le había arrebatado su infancia. Por primera vez en su vida, Navier no sabía qué decir ni qué hacer.

Y ella siempre sabía que decir.

─ ¡ESTAMOS AQUÍ ARRIBA! ─gritó Hermione de pronto, haciendo que Navier sea regresara a la realidad ─. ¡ESTAMOS AQUÍ ARRIBA! ¡SIRIUS BLACK! ¡DENSE PRISA!

En un abrir y cerrar de ojos, el profesor Lupin apareció en la escena, su rostro pálido como la muerte y la varita en alto. La mirada en su rostro era fría, evaluando la escena frente a él: Ron herido y luchando por mantenerse en pie, Hermione asustada junto a la puerta, Navier inmóvil en medio de la habitación, Harry apuntando con su varita, y Sirius, abatido en el suelo.

¡Expelliarmus! ─grito Lupin.

Navier se sintió aturdida, como si todo lo que había sucedido no fuera real. ¿Por qué el profesor Lupin estaba ayudando a Sirius? Nada tenía sentido. Todo lo que creía saber se desmoronaba frente a ella. Se sentía traicionada.

─ ¿Dónde está, Sirius? ─preguntó Lupin, con la voz baja y cargada de una emoción que Navier no podía descifrar.

Durante esos primeros segundos, el tiempo pareció detenerse, como si el mundo contuviera el aliento junto a ellos. Nadie se atrevía a moverse, cada uno atrapado en el silencio abrumador que llenaba la habitación. Navier sentía cómo la tensión se estiraba, un fino hilo a punto de romperse en cualquier momento. Los latidos de su corazón resonaban en sus oídos, acelerados, desacompasados, pero al mismo tiempo lejanos, casi irreales.

Finalmente, Sirius, con una mano temblorosa y débil, levantó el brazo y señaló a Ron, quien yacía en el suelo, herido pero aún desafiante. El movimiento de Black era tan lento, tan cargado de una fragilidad inesperada, que por un instante Navier creyó que estaba viendo a un hombre completamente roto. Lupin, quien hasta entonces había permanecido quieto como una estatua, dio un paso hacia él. Las palabras que intercambiaron, si es que las hubo, se perdieron en el caos de emociones que invadía la mente de Navier.

Pero lo que sucedió a continuación la sacudió hasta el alma. Lupin, el hombre en quien ella había confiado más que en nadie en los últimos meses, se acercó a Sirius. Lo ayudó a ponerse de pie, con una delicadeza que Navier nunca había visto en él, como si estuviera levantando algo más que un cuerpo herido. Y entonces, en el momento más inesperado, lo abrazó. No fue un simple gesto de apoyo, no, era como si se tratasen de hermanos. Un abrazo lleno de sentimientos.

Navier sintió como si algo dentro de ella se rompiera. La presión en su pecho era insoportable, un nudo que no podía desatarse. ¿Cómo podía Lupin abrazar a ese hombre, el hombre que había arruinado su vida? El hombre que le había arrebatado a su madre... Un hombre que le había arrebatado una mejor vida.

Navier no pudo contenerse más.

─ ¡Confié en usted! ─gritó, su voz temblando, pero cargada de una furia que apenas podía contener.

El abrazo entre Sirius y Lupin se rompió abruptamente, ambos hombres volviéndose hacia ella con expresiones de asombro. La habitación, que antes había estado tan silenciosa, se llenó del eco de su acusación. Pero Navier no terminó ahí.

─ ¡No le dije a nadie su secreto! ─continuó, su voz subiendo de tono con cada palabra─. ¡Le conté mis cosas! ¡Confié en usted!

Los ojos de Lupin reflejaban algo más que sorpresa. Había dolor allí, un dolor profundo que le hacía bajar la mirada como si sus palabras fueran latigazos. Navier podía ver que sus palabras lo herían, pero ya no le importaba. Los ojos de Lupin reflejaban algo más que sorpresa. Había dolor allí, un dolor profundo que le hacía bajar la mirada como si sus palabras fueran latigazos. Navier podía ver que sus palabras lo herían, pero ya no le importaba.

─ Nunca debí confiar en un hombre lobo.

Esa frase fue como un golpe invisible que resonó en la habitación, haciendo que el rostro de Lupin se contorsionara de tristeza. Era como si las palabras de Navier hubieran traspasado cualquier armadura emocional que él tenía. Su corazón se había roto.

─ Navier... ─Lupin intentó decir algo, su voz baja y serena, pero ella no le permitió continuar.

Sirius, quien había estado inmóvil, reaccionó al escuchar aquel nombre. Sus ojos se fijaron en Navier, parpadeando varias veces como si intentara asegurarse de que lo que veía era real. ¿Ella era Navier? ¿Su hija? ¿Su Navs? Sus últimos recuerdos eran los de una bebé de mejillas rosadas que adoraba cambiar el color de sus cabellos inexistentes. Recordaba aquel rostro, porque él fue quien la llevó en una canasta a la casa de sus suegros. Todos esos recuerdos comenzaron a regresar, pero ahora estaba viendo a una joven, fuerte y llena de ira, que claramente había sufrido más de lo que él alguna vez imaginó. Su corazón se estremeció al pensar en lo que había pasado durante esos años que él no estuvo.

Navier ni siquiera notó la mirada de Sirius, sus ojos estaban fijos en Lupin, su cuerpo vibrando con la adrenalina de la traición.

─ ¡Le conté cómo toda mi vida ha sido miserable por ese hombre! ─gritó, señalando a Sirius con una furia desbordada.

─ ¡Navier, por favor, escúchame! ─exclamó Lupin, su tono lleno de súplica─. Puedo explicarlo...

─ Siempre fue su amigo ─dijo ella, con una voz llena de desprecio─. Todo este tiempo... Siempre lo fue.

─ Estás en un error ─respondió con voz rota─. No he sido su amigo durante estos doce años, pero ahora sí... ahora todo es diferente. Déjame explicarlo, por favor.

Remus la miró; no podía cambiar de tema, sabía que no podía, pero quizá recordándole ciertas cosas a Navier podía hacer algo.

─ ¿Desde cuando sabes de mi condición?

─ El profesor Snape nos dejó un trabajo, y la poción que le llevaron a su despacho y que usted me dijo que solo era una bebida lo confirmó. Revisé el mapa lunar también.

Lupin sonrió.

─ Eres una bruja muy inteligente para tu edad.

Navier soltó una risa amarga, una que no tenía nada de diversión.

─ Oh, claro que lo soy...pero no lo suficiente, ¿verdad? ─dijo, con los ojos brillantes por las lágrimas que no dejaba caer ─. Me hubiera dado cuenta de que solo se estaba burlando de mí.

─ Navier, solo déjame que te lo explique, que se lo explique a todos ustedes.

Navier negó con la cabeza, el dolor nublando su juicio.

─ ¿Cómo me vas a explicar que no lo ayudas? ¿Por qué más sabías que él estaba aquí?

Lupin suspiró, como si cada palabra que decía le pesara en el alma.

─ Por el mapa ─explicó ─. Por el Mapa del Merodeador. Estaba en mi despacho examinándolo...

─ ¿Sabe usarlo? ─preguntó Harry, que había estado en silencio todo este tiempo.

─ Por supuesto ─contestó Lupin, agitando una mano con impaciencia ─. Yo colaboré en su elaboración. Yo soy Lunático... es el apodo que me pusieron mis amigos en el colegio.

Navier sintió que algo dentro de ella se rompía aún más.

─ ¿Usted lo hizo? ─preguntó en un susurro.

Pero antes de que pudiera procesar todo, la atención de Lupin se desvió hacia la rata que Ron sostenía con una mano temblorosa.

─ ¿Qué tiene que ver la sucia rata de Ron en todo esto? ─preguntó Navier, su voz aún cargada de incredulidad.

Lupin la miró con una tristeza profunda en los ojos.

─ No es una rata, Navier ─respondió en voz baja.

─ ¡Claro que es una rata! ─protestó Ron, apretando a Scabbers contra su pecho.

─ No lo es ─dijo Lupin, aún más suave ─. Es un mago. Un animago llamado Peter Pettigrew.

En ese momento, Sirius avanzó, su mirada fija en Scabbers.

─ ¡Blah, blah! ¡Hagámoslo ya, Remus! ─dijo con desesperación en la voz.

─ ¡Espera! ─gritó Lupin, intentando detener a su amigo.

─ ¡Yo ya esperé! ─gritó Sirius, su voz quebrándose con la emoción ─. ¡Durante doce años! ¡En Azkaban! ¡Lejos de mis hijos!

La palabra "hijos" cayó como una bomba en la habitación. Navier se quedó inmóvil, sintiendo como todo se desmoronaba a su alrededor.

¿Hijos? ─preguntó con incredulidad, su voz temblorosa.

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