Una cosa que nunca llegué a entender de ti, Blythe, es el hecho que no te gustaran tus ojos. “Demasiado comunes; unos ojos como los míos los puedes encontrar en cualquier parte, así que no digas que son únicos”, y terminabas la conversación apartando la mirada y frunciendo el ceño.
     Venga, pajarillo, ¿por qué decías esas cosas?
     Eran castaños, como el color de la corteza de un árbol después de la lluvia, más oscuros cuanto más se acercaban a la pupila y más claros conforme se alejaban. La parte más baja del iris estaba llena de pequeñas motas grises como el polvo, que se confundían y camuflaban llegando a ser casi invisibles.
     Recuerdo que tenías los ojos más grandes que jamás he podido admirar, siendo tan grandes que el Sol los amaba y la luna los envidiaba.
     Y tu mirada...
     ¡Oh, pajarillo, tu mirada...!
     Era profunda como el océano y clara como el río, descriptiva en todos los sentidos e indescriptible si nunca la has visto.
     Tu mirada era un auténtico cristal a través del cual podía ver todo lo que pensabas en un momento determinado, todo lo que sentías. Era lo que conectaba tu corazón con el mío, lo que me hacía soñar despierto con fantasías de humo y azúcar.
     Podría haber pasado horas enteras observando tus ojos, mirándolos sin pausa ni tregua, por esa mirada que hablaba sin palabras y me hacía sentir sin sentido. Era mi puerta al Mundo de las Maravillas...

     Y, sin embargo, tú seguías sin ver eso. Solo te fijabas en el problema que ocultaban.
     ¿Por qué te obcecabas tanto, pajarillo? Nunca lo logré comprender. ¿Por qué unas gafas iban a estropear tus ojos? ¿Por qué iban a estropear tu mirada?
     Era una creencia ridícula, y lo sabías, porque la verdad era que ni siquiera tenías que llevarlas siempre. Pero no te fijabas en eso, simplemente porque pensabas que ese diminuto e invisible fallo eclipsaba todo lo demás.
     ¿Acaso no sabes, Blythe, que las cosas más hermosas se exponen en una vitrina? Esa es la razón por la cual llevabas gafas, pajarillo: tus ojos eran tan bonitos que tenían que observarse desde detrás de un cristal.