01. gelatto

01. CAPÍTULO UNO
helado

NO SABÍA CÓMO LO HABÍA LOGRADO, pero Sarah había convencido a Sabrina de poner un pie fuera de su delicioso Airbnb. Argumentaba que Sabrina no podría empezar a componer la última canción necesaria para su álbum sin algo de azúcar en su sistema. Con el sol brillando bellamente sobre su piel, el ulular de los pájaros acaparando su entorno y el animado parloteo de las pocas personas que transitaban las calles, la rubia no encontraba forma de levantar su ánimo como debía ser. Parecía ser que sus preocupaciones y malestares se habían subido en su maleta de mano y la habían seguido hasta tierras mexicanas.

            Al llegar al puesto de helados más cerca, las hermanas se tomaron su debido tiempo para poder elegir uno de los tantos sabores que ofrecían, además de poder darse a entender con la joven que atendía el negocio. Sabrina se reprendió a sí misma por no haberle dado seguimiento a sus clases de idiomas, pero parecía ser que Sarah llegaba a defenderse con su español roto.

            Teniendo una atractiva bola de helado sobre un cono de galleta en su mano, Sabrina sintió que quizás ese era el remedio adecuado. Caminó lentamente fuera del local, mientras enrollaba una servilleta en el interior de su mano para prevenir terminar pegajosa del dulce. Definitivamente debió haber puesto su atención por donde caminaba, pues en cuanto puso un pie en la calle de afuera un grito la hizo dar un brinco.

            —¡Hey! —vociferaron en su dirección.

            Con afán de no atropellarla, un ciclista maniobro bruscamente hacia un lado, haciendo que este cayera violentamente al suelo. Sabrina lo vio accidentarse con una mano cubriendo su boca de la sorpresa. El joven rodó sobre su espalda, algo empolvado del suelo, y maldijo por lo bajo. Ella quiso disculparse de inmediato, pero su atención fue atraída por la bola de helado que tanto se había saboreado ahora en el suelo.

            —Oh, no!

            El ciclista no pasó por alto su latente preocupación por el dulce, mientras se ponía de pie para sacudirse la tierra. A pesar de ser una corta expresión, él identificó rápidamente el acento que cargaba consigo. Mientras recogía su bicicleta para volver a montarse, la miró de arriba a abajo.

            —Americanos —pronunció casi en queja, acomodando sus pies sobre los pedales de su transporte.

            —Excuse me? (¿Disculpa?)

            Sabrina se podía dar una idea de a lo que se refería, pero no entendía por qué lo decía como si fuera algo malo. Después de todo, tanto él como ella pudieron haberse fijado mejor por dónde iban. Esta vez sí pudo observarlo mejor: con cabello rizado, ojos marrones y una nariz que profundizaba las facciones de su rostro. Dios mío, era atractivo. Casi atrapó todas las palabras dentro de la boca de Sabrina. No tenía pinta de andar en bicicleta por deporte, más bien tenía a un lugar a dónde llegar; y la miraba con evidente gesto de desaprobación.

            Después de un par de segundos que parecieron eternos en los que el ciclista la examinó ahí parada, labios fruncidos y un helado rosado derritiéndose junto a sus pies, él finalizó por casi sonreír ladinamente. Le guiñó un ojo, se subió a la bicicleta y se fue.

            —What the...?—ella se tragó su posible exclamación altisonante para poder alcanzar a gritar en un intento de español—. ¡Perdón!

Fue en vano. Ella lo vio alejarse cada vez más hasta desaparecer en el horizonte.

            —¡Brina, qué...! —Sarah se frenó en seco—. ¿Qué le pasó a tu helado?

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