Relato 12 - El arte de ser
Lyon, Francia – 16p.m
Étienne caminaba por el parque como cada tarde, con su cámara colgando del cuello. Ese día particularmente hacía mucho frío, por lo que había menos gente de la habitual. Él iba distraído, caminando por el medio del césped, pateando una pequeña piedra blanca. Pensaba en Anaïs, su ex novia, ella lo había dejado en ese mismo parque hace tan solo un mes, le generaba algo de nostalgia estar allí, incluso podía percibir dolor, pero siempre dicen que hay que usar esos sentimientos y hacer arte, y es lo que el pretendía.
Durante todo ese mes, Étienne no había tomado una sola fotografía, y estaba decidido a romper con eso, a transformar la pena que Anaïs había dejado en su corazón.
Escuchó la risa de unos niños, y mientras los buscaba con la mirada, encendía su cámara y se preparaba. A pocos metros vio a una pareja de hombres con dos pequeñas idénticas, ambas sobre los hombros de ellos, riendo a carcajadas. Podía apreciar por el lente de su cámara, por sus rostros rojos, como el estómago de ellas dolía, incluso sentía la falta de aire de las pequeñas. Los padres las bajaron y ellas corrieron hacia los árboles. Étienne no dejaba de disparar, amaba retratar la felicidad de los niños, su inocencia y pureza.
Cuando notó que ya se iban, se acercó a ellos y les mostró las fotografías.
—¡Son maravillosas! —exclamó uno de ellos.
—¡Es nuestra primera salida con ellas desde que las adoptamos, gracias! —agregó el otro.
—Me alegra haber inmortalizado el momento, y gracias por no ofenderse.
—Gracias a ti por tal regalo, de verdad.
Del otro lado del parque estaba llegando Adelaide, con su mochila verde militar a cuestas, haciendo juego con el resto de su ropa. Sus auriculares, uno colgando por que no funcionaba y un cigarrillo apagado en mano. Tomó asiento en el primer banco que divisó y largó el suspiro que venía aguantando desde que salió del departamento de su novio, ahora ex, que la estaba engañando con quien creía su mejor amiga.
Intentó reprimir las lágrimas, incluso quiso prender el cigarrillo, pero le fue imposible. Subió las piernas al banco, lanzó el cigarro y se abrazó, liberando el torrente de lágrimas. No era consciente de como el tiempo pasaba, por lo que tampoco notó a aquel joven que se encontraba a metros suyo, observándola a través del lente.
Tomó la primera fotografía y se acercó unos pasos, tomó la segunda y se acercó más, esta vez carraspeando para llamar la atención de la joven. Ella elevó su vista y él tomó la tercera foto. No se alejó del lente de la cámara, al contrario, hizo zoom para poder apreciar a detalle el rostro de Adelaide. Tomó fotografías de sus ojos, nariz, boca, de cada parte de su rostro, pero en especial de sus ojos. Eran marrones, para muchos el color más común, pero para él eran el marrón del cabello de su madre, a quien había perdido.
Étienne por fin bajó la cámara y se observaron directamente a los ojos. Él estaba impresionado por la belleza de la joven, y ella se debatía si correr, enfrentarlo o simplemente dejarlo estar porque no tenía fuerzas para nada. Optó por la última opción, corriendo la mirada y secando sus lágrimas. No le importaba aquel joven, tampoco le importaba si se burlaba o si hacía algo con ella. Pero no esperó que él se sentara a su lado y le extendiera un pañuelo blanco.
—Los ángeles no lloran.
—Qué bueno que soy un demonio.
Étienne río. Era una risa dulce y suave, también ronca y profunda. Única. Una risa que hizo sonreír a Adelaide.
—Étienne —se presentó él, extendiendo su mano.
—Adelaide —respondió—. ¿No te parece un poco acosador tomar fotos a desconocidos?
—Es arte.
—¿Arte? ¿Una mujer llorando y chorreando mocos es arte? —preguntó con ironía, volviendo a generar una risa en él, pero más fuerte que la anterior.
—Perdón, no me río de ti ni de lo que sientes. No chorreas mocos.
—Gracias por aclararlo.
—Pero no podía no tomarte fotografías, sentí tu llanto, sentí tu dolor. Solo quería transformarlo en arte —tomó su cámara, encendiéndola para que lo vea por si misma—. Las personas están acostumbradas a guardar sus dolencias, incluso aunque les digas las palabras más hirientes, o el golpe más terrible de todos, sus rostros se van a mantener imperceptibles y sus ojos indiferentes.
Ella observaba atenta cada foto, las veía una más increíble que la otra. Cuando llegó a la de sus ojos comprendió las palabras de aquel desconocido.
—Tus ojos me mostraron todo lo que sientes. Inmortalicé un grito de ayuda retratándolos. Todos alguna vez nos sentimos como tú y no supimos expresar ese dolor, o no nos animamos a hacerlo. Pero tú sí, y cualquiera que vea esta fotografía te entenderá y sentirá que no está solo. Me sentí seguro en tus ojos, y sé que otras personas podrían sentir lo mismo.
Adelaide estaba maravillada con el sujeto frente a ella. Con su sensibilidad, con su capacidad de percibir las cosas, con el arte que había logrado tomar de ella.
—¿Vamos por un café? —se animó ella a preguntar.
—Solo si sonríes —dijo tomando la cámara de sus manos y preparándose.
Ella lo entendió, se giró en el lugar para quedar justo frente suyo y le regaló su sonrisa, le regaló los pequeños hoyuelos que se formaban en sus mejillas y le regalo esa peculiar separación en sus dientes incisivos. Él no quitaba los ojos de ella, haciendo que se ruborice y muerda su labio inferior.
—Yo no hago arte contigo, Adelaide. Tú eres arte.
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Nota:
No sé que tan malo o bueno será lo que escribí, pero tenía ganas de hacerlo y este fue el resultado...
Gracias por leerme♥
Isla Green
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