Second rose

Entró a paso rápido en la sala de uso común para médicos y residentes de la clínica, no soportaba el dolor de cabeza, noviembre era un mes caótico donde tenían que recibir múltiples partos de omegas y betas femeninas. Se tomó tres ibuprofenos de seiscientos miligramos juntos, era lo único que podría calmar su jaqueca sin arriesgar su presión con medicamentos más fuertes. "Ni siquiera soy obstetra" se quejaba buscando alguna bebida energética en la heladera del lugar. Suspiró frustrado al no encontrar ninguna, e insultó unas cuantas veces mirando al techo antes de sentarse completamente derrotado. Necesitaba descansar por al menos una hora, pero cuando alguien azotó la puerta gritando su nombre sabía que aquello no sería posible por al menos unas cuantas horas más.

—¡Doctor, Hernández! ¡Doctor, Hernández! —exclamaba el residente con la frente empapada de sudor, se había corrido al menos más de la mitad del hospital en su búsqueda.

—¿Qué pasó? —inquirió con desgano.

—Tenemos una cesárea de emergencia, el bebé se enredó con el hilo umbilical y ya no tiene líquido amniótico —farfulló desesperado sosteniendo la puerta para que ambos salieron disparados hasta la habitación donde esperaba el paciente, Martín al escuchar el reporte no dudo en usar sus últimas fuerzas para emprender la carrera a la que lo invitaba el residente.

Al llegar, el sujeto ya estaba siendo anestesiado por un profesional, y las enfermeras ya habían colocado la cortina que separaba la cabeza del paciente de su vientre para trabajar con más comodidad; y para que el sujeto en cuestión no se espantara al momento de realizarle el corte. Martín por tanto no tuvo que hacer más que asear sus manos y antebrazos, y luego dejarse colocar la bata, los guantes y el gorro para comenzar a operar. Preguntó por la disponibilidad de algún obstetra, pero todos estaban ocupados asistiendo partos de embarazos de alto riesgo, especialmente de betas femeninas embarazadas de alfas, donde la tasa de supervivencia del sujeto era de apenas un veinticinco por ciento.

Martín luego preguntó por si había algún familiar del paciente para que lo acompañe, pero los enfermeros se miraron unos a otros desconcertados, ya que el paciente había sufrido una descompensación del pánico y se encontraba inconsciente. Se lamentó por aquello, pero no podía continuar perdiendo tiempo, por lo que rápidamente solicitó el escalpelo para comenzar la extracción del infante una vez que el anestesiólogo confirmó que el sujeto ya se encontraba listo. Comenzó la incisión por encima de la zona púbica tratando de cortar lo menos posible, no quería dejar una gran cicatriz en alguien tan relativamente joven. Cuando el corte estuvo hecho, dos enfermeras lo ayudaron a sacar al bebé lentamente teniendo cuidado de no tirar demasiado para no lastimar su cuello en donde se encontraba enredado el cordón umbilical. El infante al sentir el frío y desinfectado aire de la habitación lloró cuánto sus pulmones se lo permitieron, al menos los presentes estaban seguros de su buena salud pulmonar. Pero Martín se sentía mal, la pequeña (porque ya había comprobado su primer sexo), parecía llorar desesperadamente llamando a su mamá.

—¿Sigue inconsciente? ¿No tienen algo para despertarlo? —preguntó a los enfermeros que buscaban quitarle la bebé de los brazos para que procediera con la costura del corte.

—Puedo intentarlo con unas feromonas que activan la alerta de peligro en los omegas —propuso el anestesiólogo buscando en su kit portátil aquel dichoso frasquito de feromonas líquidas.

—Si, por favor, quiero que hagan la vinculación —dijo revisando cada extremidad del bebé. Era una niña preciosa con una pequeña mota de pelo rubio platinado en el centro de su cabeza.

Un enfermero, estando él extrañamente hipnotizado por la ternura de la recién nacida, logró quitársela y llevarla a otra mesa de la habitación donde la limpiaron, pesaron e hicieron controles simples. Un poco molesto, continúo con su trabajo y poco a poco fue cerrando la incisión, tuvo especial cuidado de dar puntadas pequeñas para que a futuro la cicatriz no fuera tan visible. Finalmente, las enfermeras retiraron la cortina y el anestesiólogo logró mezclar las feromonas correctas para estimular una respuesta de peligro en el inconsciente del omega. Lo que hizo que éste despertara de pronto con la respiración agitada y los ojos yendo de un lugar a otro tratando de reconocer su entorno. Martín se acercó cuando fue informado de que su paciente había recobrado la consciencia, pero al verlo... Quedó perplejo.

—¿Qué pasó? ¿Dónde está mi bebé? —inquirió el omega muy inquieto por culpa de las feromonas que habían utilizado.

—Cálmate, tuve que generarte miedo para que volvieras en sí, pero no hay ningún peligro del que debas preocuparte, tu bebé está acá, ahora te lo vamos a dar para que lo coloques en tu pecho y hagan su primera vinculación —le explicó el anestesiólogo con voz pasible mientras abría otra botellita de feromonas líquidas, en este caso, unas que transmitía la sensación de seguridad y bienestar.

Martín continuaba al lado del paciente, al estar con barbijo y gorro, no era fácil de reconocer para éste, ni siquiera había percibido su aroma al estar más pendiente de que sus brazos pudieran abrazar por primera vez el preciado fruto de su vientre.

—Arthur Kirkland —lo llamó una enfermera que se acercaba a él por el otro lado de la camilla—. Te presentó a tu bebé, una preciosa niña completamente sana —agregó con una gran sonrisa ayudando a que la pequeña se recostara en su pecho. Arthur tocó casi con miedo su frágil cuerpo y las lágrimas fueron cayendo una a una de sus verdes ojos.

—She is beautiful...—murmuró sonriendo con la felicidad más sincera que nunca antes en su vida había experimentado, se sentía en sueño, en una fantasía que por tantos años anhelaba con todas sus fuerzas.

El argentino salió de aquella habitación casi espantado, sentía que el oxígeno escaseaba en sus pulmones, sus manos comenzaron a temblar y su mente se hizo un lío sacando cuentas del Rut que pasó con él y la cantidad de tiempo que desapareció de allí en más, tiempo en que no volvió a saber de él, tiempo en el que dejó su restaurante a cargo de sus empleados.

"¡Nueve meses! ¡Nueve meses! ¡De finales de marzo a mediados de noviembre hay nueve meses! ¡Esa niña es tuya, Martín, no seas pelotudo! ¡Es tuya!". Su conciencia no dejaba de hablarle, de torturarlo, pero tampoco hablaba mentiras, la niña tenía que ser su hija.

Corrió escaleras abajo. Bajó un piso, bajó dos, bajó tres, llegó al subsuelo y, cómo poseído por un demonio, empujó las puertas del laboratorio. Su amigo Jeremías saltó del susto, estaban demasiado cerca de la morgue para que alguien entrara con tal escándalo, estaba a punto de cantarle un rosario de insultos, pero al ver el rostro pálido del porteño, se preocupó más que molestarse.

—¿Qué mierda te pasa, qlia? —inquirió dejando la computadora de lado.

—¿Cuánto puede llevarte un análisis de ADN de urgencia? —preguntó tan agitado que estaba asustando a los demás profesionales que estaban trabajando en el lugar.

—La ciencia ha avanzado mucho, pero aún así un examen de ADN tardará al menos siete días.

—Bien, hacelo ahora mismo —le ordenó sin ninguna vacilación para el desconcierto de Jeremías—. Seguime, te voy a dar lo que necesitas —agregó en igual tono autoritario y desesperado.

El pelinegro decidió no cuestionar más de lo necesario, Martín no parecía estar bien, algo muy "jodido" había pasado. Aunque al llegar al ala neonatal del hospital, el cordobés comenzó a intuir por cual lado venía la cosa. No obstante, jamás se imaginó que tendría que hacer un análisis de ADN de una posible hija de su primo. "La concha de la lora, boludo. No me ilusiones con ser tío" murmuró emocionado antes de comenzar su trabajo para tomar una muestra de ADN de la menor, aunque todo aquello fuera ilegal sin el consentimiento explícito de la madre.

Martín decidió quedarse al margen hasta que los resultados estuvieran en sus manos, se limitó a observar a la bebé mientras se encontraba lejos de Arthur, por lo que siempre la hallaba dormida. Quería cargarla, arroparla, olfatear su aroma natural, tratan de adivinar su sexo secundario. Pero tenía miedo de acercarse demasiado y que resultara no ser suya, sabía que no podría manejar una decepción de ese tipo.

...

—Hoy el aweonao del Francisco intentó convencerme de que un hijo nos haría bien, que le haría bien a nuestra relación —comentó Manuel al llegar del trabajo. Martín se encontraba cocinando unas milanesas, desde que Arthur ya no atendía el restaurante, prefería comer en su casa cualquier cosa que pudiera hacer rápido.

—¿Y eso por qué? —preguntó el rubio para seguirle la corriente.

—Porque dice que nos hemos vuelto muy rutinarios, que un bebé nos renovará —respondió acercándose a su pareja por detrás hasta llegar abrazarlo de la cintura y apoyar su perfil derecho sobre su ancha y cálida espalda—. ¿Crees que nos hemos vuelto muy rutinarios? ¿Qué falta emoción en la pareja? —inquirió con un tono meloso e infantil.

—Un bebé no es algo emocionante, es una responsabilidad. Si quieres algo emocionante, hacemos un trío o te compras un traje de látex —le propuso de mala gana, no tenía ganas de conversar cosas tan triviales con Manuel, su cabeza solo podía pensar en la posibilidad de que aquella niña que ayudó a nacer fuera suya.

—Chuta, que amoroso weón... —espetó el castaño separándose de él.

—Perdón, estoy muy estresado por el trabajo —se excusó rápidamente para no hacer sentir mal a su pareja.

Manuel estuvo a punto de rechazar las disculpas de su esposo, pero esa noche se sentía particularmente caliente. Su cuerpo necesitaba de las atenciones de su alfa, las cuales no recibía muy a menudo, ya que con sus largas horas de guardia no lo veía tanto como quisiera, y no era como si pudiera molestarlo en sus días libres, donde dormía hasta pasado el mediodía.

—Ya, weón, olvídalo. Tomaré un baño y nos iremos a la cama —le dijo antes de retirarse de la cocina comedor del departamento.

Martín se sirvió su milanesa con puré instantáneo y se sentó a la mesa, pero se quedó mirando su plato pérdido en sus pensamientos, qué haría si aquella niña era suya, que iba a pretender con su derecho de padre. Una parte de él deseaba que sus suposiciones fueran meras conjeturas y que la bebé no tuviera nada que ver con él, de esa forma continuaría su vida normalmente junto a su omega. Pero otra gran parte de él, ansiaba con locura convertirse en padre, y desdeñaba la idea de volver a esa fatídica rutina que le ofrecía Manuel.

—¿Sigues aquí? Te dije que vinieras a la cama, weón —le regañó la persona en que justamente estaba pensando.

—Ah, si, perdón, pensaba cosas del trabajo —se justificó de forma convincente.

Manuel se le acercó lentamente, casi como si estuviera acechando a su presa, algo que hizo erizar su piel y encender todas sus alarmas de peligro. El castaño poco a poco fue pasando sus manos desde sus hombros hasta el interior de su camisa, podía sentir sus suaves manos recorriendo sus pectorales.

—Ven a la cama, Rucio, voy a quitarte el estrés —le susurró al oído con una voz ronca y grave que le hizo sentir un extraño cosquilleo sobre su espina dorsal.

Martín se levantó de golpe de su asiento y se dio la vuelta para tomar el rostro de su omega con ambas manos, lo observó por algunos segundos analizando cada una de sus facciones, era innegablemente hermoso, sería fácilmente la locura de cualquier alfa, como alguna vez fue la suya. Cómo es que el tiempo desgastó tanto ese deseo irrefrenable de amor y pasión que alguna vez alojó en su pecho.

—Llévame a la cama... —volvió a pedirle abrazando su cuello para cortar la distancia de sus bocas, las cuales se chocaron en un beso profundo y hambriento. Luego bajó una de sus manos y acarició el bulto de su alfa por sobre la ropa, podía sentir como crecía a cada segundo que sus lenguas se enredaban y su mano lo estimulaba.

El argentino lo soportó más y se apartó tan solo un poco para tomar de la muñeca a su esposo y arrastrarlo hacia la cama. Satisfecho, Manuel se dejó tirar sobre ella y con ansias recibió el cuerpo de su amante sobre él. Sus manos, con desesperación, comenzaron a desabrochar su camisa. Martín hundía su nariz en el cabello húmedo del castaño y aspiraba su aroma dulce y empalagoso a vainilla. Con su diestra invadía los pantalones del susodicho para acariciar su pene sin ninguna tela molesta en medio. Manuel dejaba escapar pequeños gemidos de entre sus labios y movía sus caderas en búsqueda de más contacto. Pero aquello nunca llegó, porque de pronto, el celular del rubio sonó y éste no lo ignoró a pesar de la actividad íntima que se encontraban iniciando.

—Hola, Tincho —lo saludó Jeremías, Martín al reconocer la voz de su primo se bajó rápidamente de la cama para la sorpresa y disgusto de su omega.

—Hola, decime, qué pasó —inquirió fingiendo que era algo de su trabajo.

—Perdona que te llame a esta hora, estuve todo el día con los gemelos y después con el Francisco, recién ahora estoy solo —le comentaba mientras buscaba el sitio más recóndito de su casa de dos plantas—. Tengo los resultados del ADN —susurró mirando hacia todos lados, no quería ser escuchado por su pareja, quien era un amigo cercano del esposo de Martín.

El rubio al escuchar lo último, salió de la habitación y se encerró en el baño de un portazo que hizo temblar al castaño.

—¿Qué dice? ¿Soy o no soy? —cuestionó con su frente húmeda de un repentino sudor frío.

—Te los acabo de enviar al mail pero si... si sos el padre —respondió sin saber exactamente cómo reaccionar—. Dios, Martín, qué hiciste.

El susodicho no pudo decir nada, siquiera defenderse o justificarse, se quedó allí petrificado con el celular en la mano, con la boca semiabierta y los ojos desencajados. De la noche a la mañana, era padre, y encima había asistido en la cesárea de su propia hija. Tenía muchísimo para procesar, pero no podría hacerlo sin antes obtener unas cuantas respuestas, por lo que colgó la llamada y con manos temblorosas volvió a abrochar su camisa y a acomodar su pantalón. Mojó su cabello, respiró hondo y abandonó el departamento rumbo al hogar de Arthur.

—¿Me estai webeando? ¿Este saco de wea se acaba de ir? —inquirió Manuel completamente desconcertado. Rápidamente se levantó de la cama y salió de la habitación en búsqueda de su esposo, del que siquiera encontró el saco. Suponía que se había ido al hospital por alguna operación de emergencia, pero le hacía mucho ruido el que no le dijera nada. Martín no era un tipo desconsiderado, pero en aquellos días estaba muy extraño, distraído y poco empático; parecía estar en otra parte.

Manuel de pronto estaba demasiado ansioso, se acercó a su espejo de cuerpo completo y se levantó la camisa para verificar su abdomen. ¿Estaba gordo? No, no comía carbohidratos hacía años, y seguía una dieta muy estricta, además de que no había faltado ni una sola vez al gimnasio. Tenía que estar bien, debía estar bien. Por lo que también verificó su trasero, suponía que estaba lo suficientemente redondo y duro. ¿Qué podría estar mal en él? Tal vez se estaba engañando y debía cuidarse el doble, tal vez no se veía tan bien cómo él creía, tal vez era obvio que su alfa preferiría trabajar que intimar con él. Había tantos tal vez rodando por su cabeza que una terrible jaqueca le obligó a sentarse en uno de los sillones de su sala, la cual se veía tan grande y vacía, tan fría y olvidada.

En qué momento todo se había vuelto así, tan oscuro y silencioso. 

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Nota:

Me tardé un poco, pero lo prometido es deuda. Espero que hayan disfrutado de este segundo capítulo, no se olviden de dejarme sus comentarios, necesito que dramaticen conmigo. ¿Cómo creen que reaccionara el Manu cuando se entere? ¿Qué hará el Arthur cuando vea al Tincho en su puerta?

No saben lo bien que me hace sacar esta historia corta para cortar un toque con toda la seriedad de "El arte de recuperarte", aunque ya tengo diseñado los capítulos 7 y 8, solo resta escribirlos, así que termino esto y al toque me pongo a trabajar en eso, así que no me odien :c


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