━𝐏𝐑𝐄𝐅𝐀𝐂𝐈𝐎: En la mirada del impostor
Prefacio: En la mirada del impostor.
(tw: shibuya arc spoilers)
📍22:50 ESTACIÓN SHIBUYA.
31 de octubre, 2018.
Keitaro había pensado que había sido afortunado de no ser parte del muy afamado y triste Club de los 27, no cuando la mitad de su vida había sido parte de horrores y destrucciones contra él mismo. Pero este día cumplía veintinueve años, estaba vivo, sano y sobrio. Pelear contra sus demonios y maldiciones personales seguía siendo una tarea del día a día, aún así, esta vida que había construido a partir de las cenizas que había quedado de amantes pasajeros y amores fantasmales era algo de lo que se sentía orgulloso.
Tenía una vida de la cual sentirse orgulloso, de la cual hablar, tal vez escribir un libro, seguir componiendo canciones y proteger a las nuevas generaciones de que no les pase algo similar.
Pero el universo no pensaba lo mismo.
El pelinegro bajó las escaleras que llevaban a uno de los pasillos, las luces parpadeaban en ciertas partes o simplemente no funcionaban, el silencio era tan pesado que al pisar el último escalón las suelas de sus botas rebotaron contra el vacío. El cambio era notorio, ¿dónde se encontraban todas las personas? Observó el suelo encontrando manchas y vidrios rotos de las luces, tragó saliva con los nervios a flor de piel. El pasillo apestaba, no a sangre ni otras pestilencias, desde lo más profundo le llegaba el desagradable aroma de maldiciones, la energía maldita que se acumulaba en este lugar le golpeaba la nuca en señal de peligro. Inari le advertía que no diera un paso más, le alertaba que si se hundía más en el hueco de aquella estación más popular y concurrida de Tokio, no podría salir.
No le hizo caso, no podía darse la vuelta en este momento y esperar ayuda, no había nadie más que él para enfrentarse a los terrores que acechaban desde lo profundo.
Suspiró poniendo ambos pies sobre el piso blanco y sucio por las cosas que cruzaron, el corazón le latía con fuerza y todo su cuerpo le exigía seguir corriendo hasta llegar a su objetivo. El anden -5, de la línea Fukutoshin, el más bajo y en donde había visto ir a Satoru por última vez. Arrugó la nariz llevando la mano a su katana que colgaba tras su espalda. Nunca debió dejarlo ir, ¿pero quién lo hubiera sabido? ¿quién se atrevería a pensar que sellarían al hechicero más fuerte? Pero no solo era eso, los fantasmas de los que huía y dejado atrás estaban ahí, vigilandolo, porque nunca se había ido y jamás lo harían.
Era irónico y un mal chiste, todo lo que había hecho, por lo que había caído hasta el más profundo abismo y escalado de vuelta hasta alcanzar la luz del sol había sido completamente en vano. Había luchado, estos meses luego de la Navidad del año pasado habían sido uno de los peores pero Keitaro había aprendido a dejarlo ir, ya venía siendo hora, solo para que al final él vuelva a perturbar su vida. No era justo y que Inari lo perdone, pero no iba a creer que los muertos regresaban hasta verlo con sus ojos.
Tal vez el peor error que cometería.
Escuchó un gorgojeo, alguna clase de quejido y risa aguda, de esa clase que solo se podía oír en esta clase de lugar, atestada de energía maldita y muerte. Desvainó en silencio su espada, la poca luz del pasillo impactó contra la larga cuchilla, haciendo brillar los patrones dibujados sobre la hoja antigua, de la katana que había pertenecido a su familia por largas generaciones y ahora descansaba entre sus manos firmes y callosas por tanto uso. Agudizó sus sentidos, el sonido se acercaba hasta él por detrás pero Keitaro no se movió, apretando la empuñadura dió un giro rápido acertando a la criatura dando un sonido sordo y austero cuando cortó la carne.
Pero el sonido de lamento fue muy diferente a cualquier maldición con la que se haya enfrentado, miró sobre su hombro solo para fijarse como la cuchilla de su katana había cortado hasta la mitad de la cabeza de una criatura deforme y colgaba de un lado, la sangre oscura salpicaba el suelo y la filosa hoja. Keitaro respiró antes de terminar de cortar el resto del miembro, cuerpo y cabeza cayeron uno a lado del otro pero no desaparecieron. Era un humano modificado. Era conciente de lo que se iba a enfrentar una vez que bajara más las escaleras, cada peligro y horror era peor que el anterior. Había oído los informes de Nanami e Itadori, pero esta era la primera vez que los veía y no supo si sentir pena o rabia.
Inari le advirtió no acercarse a la maldición de la cara parchada, no era su misión en este momento. Debía hacerse con la prisión confinadora o el equilibrio del mundo estaría en peligro, eso era más importante. Y Kei también era egoísta, porque necesitaba a Satoru a su lado.
La pantalla que mantenía a los hechiceros afuera había caído, sin más distracciones comenzó a correr confiando en que Inari le advertiría sobre algún peligro. Frenó al borde de otras escaleras, las luces se habían roto y la oscuridad engullía los pisos inferiores, observó hacia abajo notando luces parpadeantes a unas leguas de distancia. Mierda, aún estaba muy lejos. Cuando dió un paso enfrente, con intenciones de bajar, un escalofrío recorrió su espalda que lo detuvo al instante, era esa clase de energía tan turbia que le daba arcadas, alertó sus sentidos y los nervios cruzaron su pecho. No pertenecía a ninguna maldición, sin embargo, sabía de quien se trataba.
Devolvió su katana en la vaina antes de poner una mano sobre la otra y formó un símbolo con sus dedos.
—Ōkami —murmuró en el vacío y en el silencio que lo ponía nervioso, a su lado se formó un lobo blanco. El animal era tan alto como él, en su pelaje etéreo se formaban líneas naranjas que giraban alrededor de sus ojos, su cabeza y bajaban por su cuerpo hasta su lomo donde las líneas sobresalían de su piel y se movían como llamas danzantes. Sus ojos, oscuros como los pisos inferiores, lo miraron, en otro momento lo hubiera acariciado pero en vez de eso volvió a sujetar su katana—. Vamos.
Con el lobo protector a su lado, Keitaro bajó los escalones, la oscuridad lo abrazó pero no paró su caminata. Conocía los riesgos de materializar a uno de sus animales, la energía maldita atraería a los indeseados y, aunque sonara contradictorio, también los repelaria, eso ayudaría a llegar al anden más rápido. Paró su caminata sobre la luz que parpadeaba, odiaba tener que hacer las cosas lentas en un momento tan desesperado pero esa energía verde que chocaba con el suyo le obligaba a mantener la guardia en alto. Y tenía razón, la oscuridad fue tomada como si fuera absorbida, el mismo escalofrío lo recorrió, del vacío negro le llegó una risa y cuando giró a un lado escuchó pisadas, corriendo desesperadas, muy parecidas a las que él había dejado pisos superiores. Solo que estas venían de abajo, hasta él.
Keitaro no dudó, se puso en marcha hasta las sombras pero frenó tan rápido como se movió. Dos maldiciones, que supuso serían de clase media, se arrastraron persiguiendo a un humano modificado, sus rasgos diferentes una de la otra eran muy fácil de identificar, el humanoide era más desagradable de ver y el pelinegro volvió a odiar el mundo en el que vivía. Ōkami gruñó poniéndose en posición de ataque y el hechicero se puso de lado alzando la katana, suspirando hasta que se dió cuenta de algo. Las maldiciones no lo estaban persiguiendo, los tres estaban huyendo de algo. No tuvo tiempo de pensar de que podrían estar corriendo, que les había aterrorizado y el sonido de sus voces agudas se lamentaban en coro.
"¡Me duele! ¡Me duele!"
Entonces Kei pudo ver en vivo y en directo como las sombras del lugar se movían hasta crear una forma, las garras se alzaron por el techo y el monstruo de sombra apareció para arrastrarlos, abriéndolos en canal, dejando un reguero de sangre azul y negra, exorcisando. Tenía una forma terrorífica, los brazos y piernas eran tan largos que se sujetaba de ambos, su cuerpo colgaba en medio rozando el techo del pasillo, tenía una pequeña cabeza en comparación, redonda como un huevo, su rostro no tenía ojos, en cambio, poseía una boca llena de dientes puntiagudos de color negro que la cubría por completo. Podía reconocer tal abominación, la energía maldita de su cuerpo se puso tensa e Inari hubiera saltado por él si el lugar no fuera tan pequeño. Se trataba de una espíritu vengativo transformado en pesadilla.
La mitad del cuerpo de una maldición se arrastró por el suelo hasta donde él estaba, la katana cargada con energía dió un giro por la carne y la maldición desapareció entre humos. Keitaro maldijo en voz alta, si esa cosa estaba resguardando la entrada al anden estaba jodido, Inari era muy grande para invocarlo y no iba a arriesgar a Ōkami de esa manera. Mientras seguía planeando qué hacer, el tiempo se le estaba yendo de las manos. Temía que la prisión ya se pudiera mover y si eso pasaba jamás lo volvería a ver. Con eso en mente se movió hasta la pesadilla, ya no le importaba tener que pelear con algo asi, él iba a recuperar a Satoru Gojo.
Sus pensamientos fueron cortados de raíz a medio camino cuando una pequeña figura apareció desde las escaleras y salió por debajo de la sombra, Keitaro dejó de caminar. Claro que ella debía estar aquí, claro que debía tener algo que ver con esto, la pesadilla encima de ella se lo había dicho desde que apareció. Igualmente no querría pelear con ella, no deseaba hacerlo. Sin embargo, contra todo pronóstico, cuando los ojos verdes de Kagami Sato encontraron los suyos estos brillaron en una esperanza y felicidad que jamás había visto en ella.
—¡Keitaro! ¡Te estaba buscando! —exclamó y luego corrió hasta él, sin mediar palabra, tan desesperada como el mismo demonio, fue a abrazarlo. El hechicero se tomó unos largos dos segundos para entender que estaba pasando, parpadeó sintiendo los brazos de la menuda chica envolverlo, no tuvo tiempo siquiera de devolverselo, este día no podía ser más raro, se dijo.
Hace solo unos meses había intentado matarlo, ¿qué carajos? Pero la había estado buscando por casi un año que hubiera preferido tener más tiempo, en abrazarla y llevarla de ahí. Puso una mano en su hombro y la alejó de él para mirarla, su katana seguía en su mano derecha y su corazón en la garganta.
—Kagami, ¿qué mierda haces aquí? ¿No sabes por cuanto tiempo te he buscando? Okkotsu, él...
—Son un dolor de cabeza —lo interrumpió, al darse cuenta que seguía abrazándolo, la adolescente lo soltó pero sujetó su muñeca—. Primo, por favor, te lo imploro, ven conmigo, necesito tu ayuda.
—Espera, ¿qué? —frunció el ceño, era su pequeña prima quien le estaba rogando por ayuda pero también era un usuario maldito que ya había cometido varios crímenes. Deseaba confíar en ella, más no podía. Kagami gruñó, sin muchas ganas de seguir con aquel papel pero no tenía otra opción, Keitaro era el único que conocía y confiaba para esta tarea, y debía apresurarse antes que los demás llegaran.
—Carajo, Keitaro —bufó estirando la mano del mayor para llevarlo al piso de abajo, la pesadilla seguía ahí y el hechicero preferiría no mirarlo—. Necesito que mates al impostor, mueve el trasero, ya liberé el camino —alentó, su mirada estaba errática y el fuego en su alma era visible, los ojos de Kagami contenían la más pura rabia. Nadie a su edad debería verse así. Y luego dijo las palabras que lo congelaron—. Ya lo amaste alguna vez, ahora necesito que lo mates.
Fue solo entonces que se dejó arrastrar, Kagami era pequeña pero sus palabras eran fuertes y salvajes. La mente de Keitaro no dejaba de dar vueltas, las palabras de Mechamaru, el grito de advertencias de Yuuji, la mirada de Katsuki y la mano de Nanami ante el aviso que casi hizo que vomitara el pastel que había comido hace solo unas horas, cuando estaba soplando las velas y escuchando las risas de Satoru ante lo cerca que estaba de cumplir treinta años. Tan lejano parecía todo aquello mientras llegaba a la línea Fukutoshin.
La mano de Kagami lo soltó cuando llegaron al anden, el lugar estaba vacío, los trenes estaban parados, había daño en ciertas estructuras demostrando la pelea que se había realizado hace poco, todo estaba muy fresco y las arcadas atacaron nuevamente a Keitaro. Las tragó. El lobo detrás de ellos sobresaltó a su prima quien dió un paso al costado, parecía que no se había dado cuenta de la presencia del animal hasta ahora. Keitaro examinó todo el lugar, era enorme, pero al menos ya había llegado.
Ambos Fujiwara respiraron agitados, la carrera que ambos habían llevado los había cansado, era momentos de actuar. La mano que sujetaba la katana comenzó a temblar, temiendo aquello que ya le habían advertido, y aún así fue lo suficientemente terco en ignorarlo. No había nadie, nadie más que esa sombra que le daba la espalda y que podría reconocer entre un millar de gente, podría reconocer su largo cabello negro y las estúpidas ropas con las que lo vió por última vez.
Y cuando se dió la vuelta, como si lo hubiera esperado, Keitaro pudo verlo y todos los años, todas las cosas y aventuras que pasaron juntos lo arrollaron como un camión. Le habían dicho, le habían dicho, pero no lo creyó y ahora pagaría las consecuencias. El impostor le sonrió de lado, afilado como un cazador, sin embargo, segundos despues aquella sonrisa se volvió amigable, cariñosa y llena de añoranza. Como siempre solía ser, como siempre lo miraba, como si Keitaro Fujiwara fuera su mundo entero.
Suguru Geto se dió la vuelta ante ellos pero sus ojos no abandonaron los del hechicero, el mismo que se había quedado congelado en su lugar.
—¡Kei~! —exclamó, con esa sonrisa y los ojos cerrados, los abrió solo para fijarse en él de nuevo. Su forma de moverse, su forma de hablar, su cuerpo, su cara, era él y a la vez, tampoco lo era—. Que lindo es volverte a ver, feliz cumpleaños, amor mío.
Este era, por lejos, el peor cumpleaños que había tenido
AAAAA HOLA, al fin comenzamos con lda, estoy muy nerviosa porque amo jjk y esto a veces es MUY difícil, te odio gege. sé que algunas no están al día con el manga y no quise poner spoilers pero es imposible, pondré advertencias al principio igual.
no tengo muchas cosas que decir, más que espero que les haya gustado, díganme sus opiniones, pobre kei tbh ah.
¡nos leemos!
mag.
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