| Uno: Muerte por mil cortes
☪️ | Muerte por mil cortes.
Suguru lo recordaba todo demasiado bien. En ese pasillo sin fin que decaía y se burlaba de él. Exorcizar y absorber, lo tenía que hacer una y otra vez.
Exorcizar.
Absorber.
Ninguno conocía el sabor de las maldiciones.
Exorcizar.
Absorber.
Su vida había sido preciosa hace apenas un año, ¿cómo había cambiado tanto? Se detuvo cuando de la bruma de su mente un recuerdo brillante se hizo presente, la sonrisa de Keitaro y sus ojos verdes viéndolo con adoración. El niño de once años que fue la primera persona que lo miró con emoción y no con preocupación como lo hacían sus padres. No, sus padres lo amaban, pero no entendían, ellos no entendían. Ah, lo recordaba, era un recuerdo precioso y ahora le carcomía el temor de dañar a la persona que amaba.
Todo había empezado el primer día de clases de su último año en la escuela primaria, tenía once años y sus pensamientos se dividían en dos preocupaciones: 1) tener buenas calificaciones para entrar a una buena escuela secundaria y 2) posiblemente comenzar a fingir que no veía espíritus, así dejaba de tomar esos medicamentos recetados para sus alucinaciones. Encontraría otra solución, los adultos siempre tenían más ideas, ¿no? Se sentó en su asiento elegido para el resto del año escolar, tenía amigos, tenía buenos compañeros y él sabía cómo ganarlos, era bueno con las palabras desde pequeño.
Fue entonces cuando un niño que no conocía entró al aula, llevaba el estuche de una guitarra colgada por su espalda y estaba guardando sus auriculares en su mochila. En ese tiempo era más alto que él. Suguru se sintió un poco fuera de lugar cuando vió que otros niños parecían conocerlo, así que le dió mucha curiosidad. Se inclinó hasta uno de sus amigos, al compañero que se sentaba a su lado. Ahora ya no recordaba su rostro.
—Sasaki-san, ¿quién es y por qué parece que no lo conozco?
—Vas a disculparme pero tampoco sé quién es —contestó el niño en un susurro, ambos miraban al recién llegado, analizando curiosos. El niño sentado frente a ellos giró cuando los escuchó, al parecer no estaban hablando tan bajo o solo se metió en la conversación. Pero a Suguru no le molestó, también se llevaba bien con él.
—¡Es del Clan Fujiwara! —exclamó en otro susurro, inclinando su silla junto a la niña que se sentaba a su lado. Así los cuatro se acercaron para poder juntar información.
¿El Clan Fujiwara? Se preguntó Suguru alzando las cejas con sorpresa. Los Fujiwara eran la familia ancestral y antiguamente poderosa de todo Japón, tenían su asentamiento aquí en Kioto en la colina más alta. Para haber sido rechazados por la familia real, la mitad del terreno de Kioto les pertenecía. Suguru siempre podía ver las puertas de torii cuando salía de su casa, en lo alto del bosque de los zorros. Se sabía que la familia no permitía que sus hijos asistan a las escuelas, en cambio se les instruía en su hogar ancestral, por lo que ver a un miembro de ellos en su escuela pública había causado mucha conmoción por parte del alumnado. Al menos quiénes lo reconocieron al instante, Suguru no sabía cómo los niños de ese tiempo supieron quién era él antes de escuchar su apellido.
—Al parecer dejaron que esta nueva generación estudiara fuera de su hogar —susurró la niña, ya no recordaba su nombre en este momento—. Oí que el mayor, Hiroshi, también está asistiendo a una secundaria cerca de aquí.
—Es raro que elija esta escuela, ¡es como una celebridad!
Suguru soltó una risa, pensando en lo triste que habrá sido para todos los niños de esa familia no tener la libertad que sus compañeros e incluso él tenían de ser, bueno, niños normales —si es que él podía considerarse normal—, por el simple hecho de llevar el apellido Fujiwara. El niño se llamaba Keitaro y su cumpleaños caía en Halloween. Las primeras semanas, Suguru y Keitaro no intercambiaron palabras, el pequeño Fujiwara se sentaba en la primera fila y se volvió rápidamente popular. Cuando salía de clases a veces podían ver a su primo Hiroshi, en ese entonces de catorce años, esperándolo en la entrada. Las facciones eran iguales, pelo negro, nariz pequeña y afilada, ojos verdes y postura relajada. Sasaki tenía razón, eran como celebridades.
Un día antes de que su vida cambiara, sus padres lo llevaron a su consulta diaria. Para ese momento ya se había arrepentido de haberles dicho sobre los espíritus y cosas que ellos claramente no veían, pero aún así pensaba que debía haber una solución, ¿por qué él podía ver cosas que los demás no? Una vez, cuando era más pequeño, vio una de esas cosas sobre el hombro de su madre. Era gordo como una oruga, de color azul oscuro y unas alas diminutas que no cargarían con su peso. Los hombros de su madre estaban decaídos y tenía sombras bajo sus ojos, estaba estresada, tal vez por el poco dinero, tal vez porque no durmió bien, no lo supo, pero sí recordaba haber gritado y llorado. La oruga no se fue del hombro de su madre por un largo tiempo, meses que se sintieron como el infierno para Suguru. Porque él podía verlo y su madre, preocupada, no lo hacía.
Entonces las consultas empezaron, los doctores, los psiquiatras, los medicamentos y cada día que pasaba su casa estaba repleta de espíritus. Pequeñas y horribles, pero ahí estaban, en todos lados. Mientras crecía pudo notar que aparecían cada vez más cuando el lugar se sentía horrible, como en el hospital o la escuela en días de exámenes o su propia casa, cuando sus padres ya no sabían que hacer más con él.
Era jueves cuando pasó, los parciales habían comenzado y cuando entró a clases ese día ya había un gran espíritu en forma de ciempiés acostado en uno de los pasillos. Agradeció que no estaba de su lado, no quería tener que crear una excusa de por qué se desvió para llegar a su lugar. Sasaki venía justo detrás de él repasando el cuestionario del libro, guiándose de su espalda para no caer. Cuando se sentó en su asiento, había elegido la tercera fila a lado de las ventanas, sus ojos no dejaron de fijarse en el ciempiés y como todos lo ignoraban, incluso pasaban encima de él. Recuerda haber tragado saliva al oír sus patitas arañar el suelo, ni siquiera se molestó en volver a estudiar, era imposible concentrarse.
Keitaro llegó a la misma hora de siempre, con dos de sus amigos. Llevaba la guitarra de vuelta y Suguru recordó que era jueves, tenía clase de guitarra ese día. Era una materia a elección, Suguru había elegido otra cosa. Keitaro solía dejar el instrumento en la parte trasera de la clase, así no molestaba a nadie, luego volvía a su lugar en la segunda fila de en medio. Cuando Suguru se preparó para verlo pisar el ciempiés como todos y escuchar el sonido de sus patas arrastrarse, el niño se detuvo, miró el suelo e hizo un mohín. Suguru nunca le había prestado tanta atención hasta ese entonces. Se fijó en la dirección de sus ojos, estaba viendo al espíritu, ¡lo pudo ver! Recuerda haberse puesto derecho en su asiento esperando su próxima reacción. El ciempiés se movió, retrocedió hasta los casilleros de atrás, lo que permitió al Fujiwara moverse, Suguru no entendía.
El ciempiés se quedó a lado del niño cuando este dejó su guitarra recostada por su casillero, volvió a mirar al espíritu y, para gran sorpresa de Suguru, le dió una patada. La cosa chilló y se abrazó a sí mismo antes de que Keitaro caminara hasta su asiento. Suguru Geto quedó petrificado en su lugar, acababa de ser testigo de como Keitaro Fujiwara, la celebridad de la escuela, notaba la presencia del espíritu y lo golpeaba como si fuera nada. El ciempiés, sin importarle el puntapié recibido, se arrastró hasta el ojiverde y se acurrucó cerca de sus pies. Desde su posición no podía ver la expresión del niño pero no estaba tenso, tampoco asustado como Suguru cuando los vió por primera vez.
No recordaba cómo salió de ese examen ni si lo aprobó, sus pensamientos y sus ojos habían estado en todas esas horas centradas en Keitaro. Incapaz de ir a hablarle y decirle que también los veía. No sabía cómo hacerlo, no tenía idea, por un momento en su vida había pensado que el problema era él por ver cosas que no debía, jamás pensó que habría alguien más. Su corazón parecía haber corrido un maratón cuando bajó las escaleras, la campana del receso había sonado hace solo unos minutos y Keitaro ya se le había perdido de vista. Se relajó momentos antes de salir al patio, había dejado a Sasaki y a los demás atrás. Cuando lo vió sentado en las gradas comiendo un bento con sus amigos toda inseguridad despertó en él, ¿qué pasaba si solo había visto mal? Tal vez podría ser un efecto adverso de sus nuevos medicamentos, tal vez sea su esperanza de no estar solo. De todos modos, Keitaro era un niño popular y Suguru estaba al borde de ser diagnosticado con esquizofrenia.
Así que se detuvo a medio camino y se desvió hasta el comedor, no tenía sentido, nada tenía sentido. Pero ese día apenas empezaba y las sorpresas con ella. Para el segundo receso, Suguru se regañó a sí mismo cuando volvió a mirar al acusado, el ciempiés aún lo seguía como si fuera una mascota, suspiró desde uno de los asientos del patio y aunque deseaba ir a preguntarle muchas cosas, solo era un niño, entonces fue a jugar a la pelota con sus compañeros. Pasó rápido, Keitaro aprovechó que nadie lo veía, pero Suguru nunca dejó de hacerlo. Solo lo vió escribir algo en un cuaderno, parecía una libreta y los trazos eran largos, un dibujo. El ciempiés estaba a su lado mordiendo sus zapatos, entonces Suguru lo vió, retiró el bolígrafo, apretó el borde y apuntó al ciempiés, este no hizo ningún sonido cuando desapareció en medio de un manto oscuro y el olor de una energía extraña llegó hasta su cuerpo, se estremeció.
Suguru volvió a petrificarse por segunda vez en el día, lo había hecho desaparecer, así como así. Keitaro podía ver a los espíritus, no les temía y podía deshacerse de ellos. Recordó cómo la emoción lo embargó, recordó que había pensado que no estaba solo, que no estaba loco y un sentimiento cálido se instaló en su pecho. Con Keitaro nunca se sintió solo. Ese día no se acercó a hablarle, fue al día siguiente, cuando las clases terminaron y Hiroshi no lo vino a buscar que Suguru decidió seguirlo. No creía que hablarle sobre espíritus y energías raras era lo apropiado en una escuela. Quería ver si volvía a hacer esa clase de magia, quería estar seguro si sus ojos no lo engañaron porque la ansiedad de acercarse a conversar con él era demasiada, muchos sentimientos se acumularon en su pequeño cuerpo esos días —en la noche no pudo pegar un ojo—, tal vez si se estaba volviendo loco.
Ambos estaban en una calle vacía, faltaban pocas calles para llegar a las puertas de torii y sabía que si no decía nada, lo perdería. Era viernes, no iba a aguantar hasta el lunes. Pero Suguru no hizo nada, fue Keitaro. Siempre había sido Keitaro el primero en hablar.
Suguru lo seguía como un criminal hasta que el otro se detuvo, se había ocultado detrás de una muralla baja como un cobarde, ¿qué se supone que le diría?
—Sé qué estás ahí, ¿por qué me sigues? —preguntó Keitaro, era la primera vez que lo hablaba y el recuerdo de su pequeña y linda voz siempre lo haría sonreír en este mundo horrible. Suguru no tuvo de otra que salir de su escondite con una sonrisa de disculpa—. Oh, eres tú. ¿Estás bien? —ladeó la cabeza con inocencia, muchos niños lo seguían por su apellido o para ver la entrada de su hogar—. ¿Quieres ver las puertas de torii?
Suguru parpadeó, no pensó que lo reconocería. Aunque sonaba encantador ver al menos a las afueras del hogar ancestral de los Fujiwara, negó con la cabeza.
—Yo mmm… vi lo que hiciste ayer —murmuró inseguro, el ojiverde lo miró confundido sin recordar qué hizo ayer con exactitud—. El ciempiés, lo viste.
Oh.
Esta vez fue turno de Keitaro para parpadear, giró completamente hacia él sujetando las tiras de su mochila. Su reacción fue lenta, Keitaro nunca había conocido a otro niño de su edad que pudiera ver maldiciones y aquello lo hizo saltar hasta llegar a Suguru.
—¿Lo viste también? —se apresuró a preguntar, el aludido asintió contagiándose de su emoción.
—Los veo siempre —apuntó, sintiéndose bien decirlo en voz alta por primera vez. Así de cerca notó con más fuerza el color verde en los ojos de Keitaro, eran brillantes y oscuros, como esmeraldas recién pulidas. Soltó un jadeo y luego una risa.
—¡También eres hechicero! Nunca había conocido a otro hechicero de mi edad, mi primo no cuenta —sonrió, le sonrió solo a él. Suguru no entendió, ¿dijo hechicero? ¿eso qué significaba? Al parecer su expresión confusa fue muy obvia por lo que Keitaro se alejó un paso—. Oh, no lo sabes. —Lo miró tratando de ver a través de él, Keitaro pensó en las historias que le contaban, uno de esos relatos llegó a su mente, el de chamanes con padres no-hechiceros, no había muchos de ellos pero no era imposible. Volvió a sonreírle, esta vez sus ojos brillaron más fuertes que las esmeraldas, y le pasó la mano—. Fujiwara Keitaro.
Suguru le respondió el saludo, era muy formal y la sonrisa, una sonrisa alegre y emocionante, no con esa falsa amabilidad que a veces hacía. No estaba solo, no estaba solo. Sus manos eran pequeñas en ese momento, pero la apretó como si no quisiera que se fuera. Estaba encantado en conocerlo.
—Geto Suguru.
Y desde ese día, la vida de Suguru fue mejorando, todo gracias al niño de la guitarra y ojos verdes. Keitaro le enseñó lo que sabía, le introdujo al mundo de la hechicería, le dió un propósito. Los Fujiwara fueron muy amables con él, el clan y el bosque de los zorros se convirtieron en su hogar, ahí escapaba cuando las cosas se volvían feas. Dejó los medicamentos, dejó las consultas y sus padres estuvieron muy felices al ver que su hijo había mejorado. Ahí descubrió su técnica, ahí estuvo cuando Keitaro lo abrazó orgulloso cuando se dieron cuenta que era un grado especial. Y Suguru estuvo feliz de seguir a su mejor amigo a la escuela de Tokio, rompiendo miles de años de tradición solo para ver como un Fujiwara no seguía su educación de hechicero en Kioto como todos los demás.
Oh, ellos rompieron muchas reglas, lo recordaba tan claro como el agua que corría cerca de la habitación de Kei en el Clan, en donde pasaba días y noches junto a él. Se sentía como la muerte por mil cortes.
Y se enamoró de él como un tonto y siguieron conquistando el mundo, al menos así fue hasta el verano de 2007.
OMG ESTÁ PASANDO AL FIN PUDE CONTINUAR CON LDA (un fanfic de ao3 me ayudó ksndk)
este capítulo no estaba pensado en publicarse ya pero me gustó cómo salió, además también me dió inspo que la s2 de jjk empezara con geto, así que dije why not.
espero les guste, dejé referencias de taylor por ahí hehe, díganme que opinan 🥺
las canciones de este capítulo son estas:
¡muchas gracias por leer! 💜
mag.
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