| Tres: Debajo del cielo púrpura
☪️ | Debajo del cielo púrpura.
Keitaro se dió cuenta de algo ese primer día: Satoru Gojo era un idiota.
Como era bien sabido, la mitad de Kioto le pertenecía al Clan Fujiwara por cuestiones políticas, un ligero respeto a sus años de oro en el Periodo Heian. La familia había gobernado a lo ancho del archipiélago, en aquel tiempo incluso tenían más poder que el propio emperador. Empero a sus días de antaño, ya no poseían títulos ni algún cargo y la familia real era la única cabeza de Japón.
Eso, claro, del lado político. ¿Del lado del mundo de la hechicería? La otra mitad de Kioto pertenecía al Clan Gojo. Sin embargo, aunque nacieron en la misma prefectura y posiblemente con la misma costumbre, Keitaro jamás había visto al heredero de los Seis Ojos en persona. Ambos Clanes se llevaban relativamente bien, casi obligados a sentirse bien en la presencia del otro por asentarse en la misma ciudad, aunque la verdad era que ninguno de sus integrantes cruzaban palabras desde el Periodo Edo —y, bueno—, hasta ahora.
Keitaro y Suguru se encontraban parados lado a lado en el corredor luego del término de la reunión, el ojiverde se mordió el labio dudando de sus pasos y en cambio Suguru lo codeó en las costillas. Se quejó en silencio y desvió otro atentado hacía él, discutiendo en señas como si fueran unos niños. Con un suspiro y la cabeza inclinándose hacia adelante en señal de derrota, Kei tomó aire y se acercó finalmente al chico que caminaba a unos metros frente a ellos.
—Gojo-san —llamó, lanzando una plegaria cuando vió que se detuvo, no se dió cuenta cuando su ceja se frunció en un sobresalto. Gojo Satoru era incluso mucho más alto que Suguru y trató, de verdad que lo hizo, de no achicar sus hombros ante él.
Keitaro odiaba sentirse así, amaba a su familia y daría su vida por ellos, ¿pero por qué tenían que obligarlo a hacer esto? Quería hacer amigos, pero no así. El peliblanco se dió la vuelta despreocupado y lo miró de la misma forma, o eso supuso, pues sus ojos estaban tapados por los lentes oscuros. Pero Kei notó las cejas fruncidas y como sus labios se torcieron, decidió ignorar las señales y terminar con esto antes de que ya no pueda soportar la presión.
—¿Huh?
—Eh, soy Fujiwara Keitaro, un gusto. —Se inclinó en forma de presentación y respeto, así como le habían criado, así como pensaba que le gustaría. En cambio, sólo recibió un silencio eterno que revolvió su estómago con nerviosismo, no se atrevió a mirarlo. Gojo frunció la frente y ladeó la cabeza, su vista fue a parar al chico de pelo largo que esperaba a unos metros detrás de ellos, y para sorpresa de Suguru, se acercó a él.
Satoru Gojo desvió a Kei como si fuera un objeto sin importancia en su camino, cortando la distancia que lo separaba con dos grandes pasos, ignorándolo por completo.
—¡Oye, flecos! —Por un momento, ambos chicos de Kioto se quedaron congelados en su lugar. Suguru miró a su nuevo compañero con confusión, tomándose su tiempo antes de saber que le estaba hablando a él y que había dejado a Kei en medio del pasillo—. ¿Eres el de grado especial, no? Puedo verlo.
—¿Eh?
—Si, si. ¿Cómo es que un grado especial estaba oculto? ¿Cómo funciona tu técnica? —El chico tenía la cabeza ladeada, pareciendo evaluarlo con curiosidad. Keitaro tenía los ojos abiertos, mirando fijamente el piso. Se enderezó con lentitud, sus movimientos en automático y sus músculos rígidos como si hubiera visto un fantasma, dirigió de la misma forma la mirada hasta la interacción de ambos hechiceros que ocurría a tan solo unos metros de él. Y desde donde estaba, Kei notó el ceño fruncido de su mejor amigo.
—Él te habló primero —indicó Suguru, señalandolo con la cabeza—. ¿Puedes al menos prestarle atención? Te quería decir algo.
—¿Quién? —volteó su torso de vuelta hasta Kei, parado ahí como si fuera un tonto, sin saber que más hacer. Gojo chasqueó la lengua y devolvió su atención a Suguru—. ¿De verdad eres grado especial?
—¿Pero qué…?
—¡Solo responde!
—¿Lo estás ignorando a propósito?
—¿Ah? Ah, ¿por qué debería darle atención a alguien débil?
Una vez, hace mucho tiempo, su tío lo había obligado a ir a entrenar y en aquel momento, cuando estaba en el jardín lateral de su casa, comenzó a llover a cántaros. La lluvia era tan intensa que parecía que las nubes soltaron todo el agua que había acumulado de una sola vez e incluso así, su tío, Ichiro Fujiwara, no lo dejó entrar bajo el resguardo del techo. Sus padres habían salido de compras, al igual que su tía, así que no tenía a nadie que lo salvara de aquel castigo. Su tío no soportaba tener hechiceros débiles en el Clan y era bien sabido que era capaz de hacer cualquier cosa para que la familia vuelva a lograr ser el epítome del poder, como antaño. Sin importar mantener a un niño bajo la lluvia para tratar de darle una lección.
Keitaro le había temido por mucho tiempo y recordaba aquel día como si fuera ayer, había estado temblando de frío, empapado, tratando con todas sus fuerzas invocar con su poder algo digno para los ojos de su tío. No lo había logrado y su tía llegó para salvarlo momentos despues. Recordaba la impotencia y el miedo, la frustración y el rencor hacia si mismo de no poder lograr una simple tarea. Porque Keitaro era débil, un simple grado dos al que exigían más de lo que podía ofrecer. Todo porque había nacido el mismo año que el portador de los Seis Ojos.
Y parado ahí, en medio del pasillo, volvió a sentirse de la misma manera que aquel día bajo la lluvia.
—¿Qué dijiste? —La voz de Suguru lo sacó de sus pensamientos, Kei nunca lo había visto tan enojado como en este momento. Una niebla oscura y espesa se formó detrás de él, de ella se pudo ver tres ojos que giraron hasta del origen del enojo de su portador. Gojo sonrió con altanería, alzando su dedo índice y corazón demostró la emoción en su rostro al ver la técnica de otro hechicero de grado especial.
—Oh, por favor, no me digas que eres su defensor. —Una luz azul se formó en la punta de su dedo y cuando la maldición que Suguru había invocado salía de la niebla, una alarma resonó por todo el lugar de forma estridente y no paró hasta que ambos desactivaron sus técnicas.
—¡Recién es el primer día! —El rugido furioso del profesor Yaga se oyó venir desde el final del pasillo y por un momento, los tres estudiantes se quedaron congelados en su lugar, sin posibilidad de escapar.
Keitaro rezó para que la tierra lo tragara y lo escupa muy, muy lejos de aquí.
𓆝 𓆜
Había una razón en específica para que todas las responsabilidades de su familia se hincaran en sus hombros, esperando algo grande en él desde que era pequeño. Podría decirse que tanto Keitaro como Hiroshi se sentían de la misma forma, pero aquello era mentira, ninguno de los dos era el elegido al igual que todos los niños de las últimas generaciones desde el Periodo Edo y tampoco había razones para que los futuros niños lo fueran. Era una completa mierda, si se lo preguntaban. Aún así, Keitaro seguía peleando por llegar a ser más fuerte.
¡Su familia debía estar orgullosa de él! Al ser grado 2 ya podía ir a misiones en solitario en su primer año, sin embargo, si el mismo Kei no se sentía satisfecho con ello, sabía que el Clan tampoco. Sus padres lo amaban, era consciente de aquello, lo habían educado bien, le dieron todo el amor y comprensión que tenían. Pero él sabía, claro que sabía, que estarían más alegres si alcanzaba a ser más fuerte y Kei deseaba hacerlos sentirse orgullosos de él, sin importar qué hacía para lograrlo.
Y aunque ya había ido a su primera misión en solitario, al llegar al colegio el silencio fue estremecedor. Recordó entonces, mientras entraba a su habitación y dejaba su katana recostada por la cama, que Suguru y el chico Gojo habían sido asignados a una misión juntos. Primero se preocupó, temiendo que se terminaran matando antes de acabar con la maldición, luego se burló de la cara refunfuñada de su mejor amigo y ahora que estaba solo, se dió cuenta que estaba jodido.
Había fallado en cada una de las promesas que había hecho, no había logrado ser amigo de Gojo Satoru y mucho menos lograr ir a una misión de alto rango. Entonces llegó a una conclusión, sentándose sobre su cama, mirando la vasta variedad de pósters pegados en su pared, decidió hacer su testamento.
—Me voy a matar —susurró para sí mismo, fue el pensamiento más tranquilo que pasó por su cabeza y que fue recibido por el silencio de su habitación—. Haré un testamento, mi guitarra para Katsuki, mi set de dibujos para Hiroshi, mi iPod para Suguru, le haré una playlist, no sé por qué, pienso que debería tener canciones que le recuerden a mí… —Ocultó su rostro entre sus manos sintiéndose patético al pensar hacerle una playlist.
Lanzó un lamento ahogado antes de pararse y tomar su iPod para hacer exactamente eso. Estuvo así por un momento, seleccionando las canciones y escuchando algunas, mientras abría su cuaderno de sketch para terminar algunos dibujos, ahogándose entre todas las distracciones que encontraba para no pensar más. Sus ojos verdes se fijaron en el dragón blanco y púrpura, pasando la punta del lápiz por la pupila rasgada unas cuantas veces hasta lograr el sombreado que deseaba. Con un suspiro pasó la mano por su cabello, acarició las puntas que le daban cosquillas en la nuca, dándose cuenta que estaba creciendo más rápido desde la última vez. Miró a su dragón un largo rato y con el ceño fruncido cerró el cuaderno de forma brusca.
No fue hasta que la música que sonaba en sus audífonos cambió, que lo volvió a abrir en la primera página, aunque si era sincero, hace mucho dejó de serlo porque había arrancado unas cuantas hojas cuando el dibujo no le salió. Las orillas de las dos páginas se veían un poco maltratadas, usadas de tanto pasar los dedos por ella y la única razón por la que no lo había votado aún era porque le gustaba el diseño. En ella se podía ver el dibujo de un zorro, con sus ojos y pupilas dobles, los dientes afilados y aún así con la mirada amable, el cuerpo grande y una sola cola que se alzaba hasta una de las orillas. Kei pasó los dedos por ella con cuidado, como si al mínimo contacto se rompería en pedazos, al igual que sus sueños. Encima de su lomo estaba escrito una palabra: Inari.
Cada integrante del Clan Fujiwara tenía algún dibujo de Inari en sus libretas, pero cada uno era diferente del otro. Hiroshi le había dibujado siete colas, su tía Sayuri había sido audaz y en cambio a los colores tradicionales le puso pelaje negro con detalles en verde (había causado conmoción pero era bastante hermoso), el de su padre tenía la máscara del kitsune colgando de un lado de su oreja. También sabía que su abuelo lo había dibujado y su padre antes de él. Cada Fujiwara tenía la habilidad de invocar cualquier cosa que dibujaran, pero no con Inari, porque era él quien te elegía y el último hechicero que lo logró murió hace trescientos años atrás y con él, se llevó al zorro.
Nadie más pudo llegar a tal hazaña pero aún así, trescientos años después, seguían intentando, como si Inari les tuviera alguna clase de compasión solamente por ser su técnica familiar.
Cerró el cuaderno y lo dejó sobre su cama, metió su iPod en su bolsillo escuchando First Date de blink-182 de fondo. Al pararse vió por la ventana y recién ahí notó que el sol ya se estaba ocultando. Salió de su habitación con pasos perezosos, dirigiéndose hasta la máquina expendedora sin ánimos. Su cabeza se movió inconscientemente siguiendo el ritmo de la guitarra eléctrica y la batería, una vez frente a la máquina se tomó su tiempo en analizar lo que quería, siguiendo esa mala costumbre de subir el volumen al punto de aislarse del mundo. Sintió el lado izquierdo de su auricular ser arrebatado y saltó en su lugar como un gato asustado, llevando la mano a su pecho giró bruscamente.
—Ay, no quería asustarte. —La risa de Suguru llegó a su oído libre mientras se ponía el auricular robado, inclinándose hacia él en el proceso con aquella sonrisa que causaba que su corazón latiera con más rapidez y que, para nada, se debía al susto. La misma sonrisa que contradecía sus palabras—. Esa es buena.
—Pero que hijo de… no vuelvas a hacer eso —gruñó dándole un zape en la cabeza haciendo reír al más alto, para nada arrepentido de su pequeña travesura. El lado del auricular de Kei se cayó dejando a Suguru solo escuchando el siguiente tema de una larga lista acumulada durante años. Cuando volvió a ponerse oyó que se había puesto Wonderwall de Oasis y recordó que momentos antes de disociar había estado haciendo una playlist para el chico delante suyo. Se aclaró la garganta—. Si, bueno, hola, ¿cómo te fue?
Suguru bufó y rodó los ojos, fue suficiente para que Kei entendiera todo. Sonrió aguantando la risa, nadie diría que había estado en crisis por no haber asistido justamente a esa misión hace solo unas horas. Probablemente hubiera seguido pensando en lo fracasado que era sin esta agradable interrupción.
»¿Así de mal?
—No lo soporto, estuve a punto de dejarlo solo pero no quería que Yaga me regañara —suspiró aún inclinado hacia él con su auricular puesto—. No sabes lo que hizo.
—Cuéntame. —La voz de Kei era suave, como si la presencia de Suguru eliminara cualquier estrés alojado en sus hombros. Se mordió la lengua cuando un te extraño casi salió de su boca, no sería raro pero por algún motivo evitó decirlo. Volteó para seleccionar dos latas de la máquina expendedora, actuando de forma desinteresada. Con una mano sujetó su iPod para que siguiera escuchando las canciones al agacharse a recoger las bebidas, entregándole una de ellas.
Suguru no dijo nada en esos segundos, se atrevió a mirar cada movimiento que hacía Kei aunque fuera solamente recoger dos latas de té helado. Cuando se mudaron a Tokio, inocentemente habían pensado que tendrían mucho tiempo para ellos, incluso más de lo que tenían en su hogar natal pero olvidaron el pequeño detalle de sus diferentes grados. Sobraba decir que aquello le frustraba a Kei de manera descomunal. Suguru sabía esto, porque se sentía de la misma forma.
—Estábamos en un hospital abandonado y el tarado me dejó solo peleando con la maldición —comentó finalmente, cuando abrió la lata para darle un sorbo. Kei lo miró con una mezcla de incredulidad y diversión.
—¿Lo exorcisaste tú solo? ¿Y él que hizo?
—Mirar.
Keitaro lanzó un bufido muy parecido a una risa ahogada, ocultó su sonrisa detrás de su bebida a medio tomar y Suguru lo golpeó con su lata, tal vez solo fue una excusa para verlo sonreír.
—¿Se pelearon, no? —El silencio reinó entre ambos, el de pelo largo puso una mueca desviando la mirada—. Suguru.
—Casi, la maldición nos interrumpió. Es demasiado egocéntrico.
—Y tonto.
—Y su cabello, mhm.
—Lo sé.
Se miraron un rato antes de romper a carcajadas, durante todos sus años de amistad era raro encontrar alguien de quién hablar mal pero al parecer Gojo Satoru excedía el límite de ambos. Tiraron las latas una vez terminaron de beber y se encaminaron de vuelta hasta las habitaciones. La noche caía lentamente, el atardecer bañaba de colores el cielo como una pintura de un campo de lavanda, dándole serenidad y calma. Sus brazos se rozaban al caminar, debido a la nula distancia proporcionada por el cable del auricular, la música había bajado de intensidad mientras seguían hablando de cosas triviales entre risas.
Kei no podía evitar mirarlo de reojo cada vez que podía, apretando el pobre iPod escondido en uno de sus bolsillos. Sus manos se rozaron una vez y ambos fingieron no sentirlo, dejando que la acción se repitiera todo el trayecto que tardaron en llegar. La habitación de Suguru se encontraba a lado del suyo y para ese momento solo podían oír la música invadiendo sus oídos y sus pensamientos, tal vez fue casualidad que se pusiera la favorita de ambos. Se detuvieron al llegar a la puerta de Kei, quien dolorosamente no quería que este momento acabara.
—¿Me devuelves mi auricular o piensas quedártelo? —preguntó el ojiverde dándose la vuelta hasta él, se dió una palmadita mentalmente en la espalda cuando aguantó la intensa mirada de Suguru.
—¿Justo cuando suena mi canción favorita?
—Así es la vida. —Se encogió de hombros con una sonrisa de lado, extendiendo su mano y mordiéndose la mejilla. Geto tragó saliva bajo su mirada, quitándose el auricular a mitad de la canción pero siguió escuchándolo entre la brisa de la noche. Kei asintió nervioso, tomando el picaporte con la mano libre, su corazón latía con tanta rapidez que pensó que si se descuidaba saldría de su pecho—. Buenas noches, Suguru.
Se despidió en un susurro y se dió la vuelta para abrir la puerta, casi como si estuviera escapando. Suguru lo miró, su garganta estaba seca y el nudo en ella le impedía decir todo lo que quería, así que fue impulsivo, antes de darse cuenta qué hacía su mano sujetó la muñeca de su mejor amigo, deteniendolo y obligando a que sus ojos conectaran una vez más.
—Kei… —Su voz salió en otro susurro, había tantas cosas que deseaba decirle pero ninguna sola palabra pudo salir de su boca. Keitaro tragó saliva y apretó su mano en un puño. Sintió sus mejillas calientes y esperó que no pudiera verlo, aunque para este punto parecía que ya no importaba.
—¿Si? —Su corazón latió como un tonto y esa pizca de esperanza que era tan peligrosa como hermosa, recorrió todo su cuerpo. Suguru miró su rostro, recorriendo desde sus pestañas negras, sus ojos verdes hasta sus labios entreabiertos y su corazón le ganó a su lógica.
Sin pensar en las consecuencias, se inclinó sin soltar su muñeca. Kei abrió los ojos y la respiración se le atoró en la garganta, solo podía observar el púrpura en los ojos del chico frente a él, bañados en su color favorito y solo en ellos. No existía color más bonito que ellos. Soltó un suspiro cerrando sus ojos y estirando su cabeza, como un magnetismo que lo arrastraba hacia él, como el sonido de sus dos corazones cuando se tocaron y formaron una melodía única.
Entonces, finalmente, debajo del cielo púrpura los dos mejores amigos se besaron por primera vez. Sus labios se movieron lentamente, torpes e inexpertos, con el sabor del té helado invadiendo sus gustos y sentidos. Con la brisa de la música suave saliendo del olvidado iPod, solo eran ellos dos en medio de aquel solitario pasillo, con sus respiraciones entrecortadas y corazones latiendo con fuerza. Sus manos, igual de torpes y temblorosas, se sujetaron como pudieron y Keitaro casi se derritió cuando sintió las manos de Suguru en sus mejillas.
Y solamente necesitaban aquello luego de ese día lleno de estrés, volviéndose los chicos más afortunados del mundo mientras sus labios danzaban una melodía que solo ellos dos conocían.
HOLAAA [cries] lamento muchísimo haberme retrasado tanto pero AL FIN CAPÍTULO NUEVO (si están en mi canal sabrán que casi me doy un tir-)
al fin se besaron !!! y gojo es un tonto (lo extraño mucho 😭) díganme que tal les pareció el capítulo o lloro.
espero les haya gustado, ¡nos leemos!
mag.
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