Ni-juu roku | 26.
El principe y la princesa están destinados a encontrarse.
—¿Ishinomori-kun?
—¡Presente, Kunikida-sensei! —Me devolví en mi lugar cuando me llamó en el pasillo. Sonreí con ganas al verle, pero fue incómodo, ya que él no tenía un buen rostro.
—¿Quisiera saber cómo estás? Después de lo que sucedió quiero que sepas que tanto yo, como todos los profesores del curso, estamos para ti si lo necesitas —me apoyó enseguida. Su tono de voz lastimoso fue notorio y la Ritsuko que llevaba dentro dejó de sonreír, aunque la visible no.
—L-lo entiendo... —me interrumpí. El semblante que tanto me costó adoptar vacilaba junto con mis manos temblorosas y escondidas detrás de mi espalda y mochila—. Pero estoy bien, no se preocupe innecesariamente...
Justo, el timbre sonó en toda la escuela. Levanté la cabeza y volteé hacia mis lados cuando los demás alumnos cruzaban mi camino y bajaban la mirada. Era difícil esconder una noticia de aquellas, todo el mundo lo había sabido de primeras.
—No es innecesa...
—¡Ah, me tengo que ir! ¡Yosano-sensei no tarda en arribar al salón! ¡Hasta su clase, Kunikida-sensei! —me despedí cortándole la oración y corrí en dirección opuesta a la de él. Hui.
Sabía, eso no era lo único a lo que tendría que enfrentarme durante el día. Debía ver la mirada llena de lastima de las demás personas que no conocieron a mi hermana, escuchar buenos deseos que no venían directo del corazón, y lo más difícil era mantener la sonrisa falsa que llevaba encima.
Si bien había llegado a la escuela temprano junto con Dazai, ya que Mori se encargó de llevarnos, me había separado de él en la puerta y corrí hasta la máquina expendedora más lejana que había en la escuela, y es que aún no estaba lista para afrontar a mi clase.
—¡Buenos días, estimados compañeros! —Terminó siendo inevitable y crucé el umbral. La maestra aún no estaba presente.
—Buenos días —recibí a cambió de una manera extrañada e incluso deprimida.
Fui directo a mi lugar sin ponerle la mirada a alguien por más de un segundo. Sabía que el castaño estaría en su lugar, pero no deseaba incomodarlo aún más de lo que había hecho todo el tiempo que tuvo que cuidarme en su propia casa.
—¿En dónde te metiste? Dazai-san llegó hace diez minutos —me reprochó el ojiazul. Antes de contestar, me senté en mi lugar de forma despreocupada y le miré con amor.
—Me perdí en tu belleza, cariño. —Estaba segura de que me hubiera jalado un mechón de cabello de no ser por la situación. Él sabía que estaba fingiendo.
—Ritsuko, en serio. Ahora estoy preocupado por ti, así que te agradecería que pusieras de tu parte. No soy un desconocido, soy como tu hermano mayor...
—Querrás decir, menor —me burlé y reí cubriéndome la boca con mi mano. Chuuya gruñó molesto por haberlo interrumpido con un tema tan serio—. Estoy bien, Chuuya, perdona si te hago enojar, pero esta es la manera en que soy. —Pasé de reírme a estar seria abruptamente, y aunque sabía, eso le preocupaba más, era simple decir que no podía controlarme.
—¿Has hablado con tú madre? —cuestionó cuando ya tenía mi mirada puesta hacia el frente. Miraba la pizarra con la espalda recargada totalmente en la silla del mesabanco.
—No —contesté con la verdad.
Conocía a mi madre. Renashiko, ella no me quería cerca por esos momentos. Debía aceptar que era una persona inestable sentimentalmente cuando situaciones como aquellas se daban lugar. Solo habría que recordar la manera en que tomó la muerte de mi padre; ella incluso me mandó a vivir unas semanas con los Nakahara mientras Ritsuka se quedaba con mi tía Rikku, y en esta ocasión, me dejó a cargo de Mori Ougai, porque no tenía cabeza para aclarar que fuera a casa de Chuuya nuevamente a refugiarme.
Sin embargo, había que aclarar también, que no le odiaba por ello, porque no todas las personas podían ser fuertes de la misma manera, e infortunadamente le tocó pasar por un evento tan destructivo incluso más que el anterior. Perder a alguien que amas es una pesadilla que te alimenta de puro dolor a cada paso.
—Deberás darle tiempo... —Aunque sonaba vacilante, él entendía a la perfección lo explicado antes—. ¿Por qué no vienes a casa estos días?
—Quisiera, pero mamá le pidió a Mori Ougai que cuidara de mi hasta que ella volviera. Conociendo como se ha portado estos últimos días conmigo, dudo que lo consienta cuando ha hecho una promesa de palabra —expliqué decepcionada.
Los Nakahara eran como mi segunda familia, siempre iban a estar para mí, pero lo que decía no era para negarme a su hospitalidad. Si bien estaba cómoda con Dazai a mi lado, creía que no me haría daño que Kouyou me consintiera como solía hacer sin un motivo superior al de siempre.
—Entiendo. —Simple, dejó el tema.
—Además, me gustaría ir a mi casa. Tengo los libros de texto y ropa que quiero llevarme conmigo —hice saber.
Chuuya me observó enseguida con nerviosismo. Estaba preocupado de mi visita a mi propio hogar, pero era algo que tenía que hacer tarde o temprano, y por supuesto, solo iría como visita de doctor: de entrada, por salida.
—¡Buenos días, vayan sacando su libro de texto en lo que paso lista! —Mrs. Yosano arribó al salón poco después.
El auto dio vuelta en esa esquina que conocía bastante bien. Era mi vecindario, era la misma parada de autobuses, salvo que, de alguna manera, se sentía muy lejano y ajeno.
—Volveré enseguida con mis cosas, no me tardo. —Cuando el auto se estacionó frente a mi casa, solté la mano de Dazai y me apresuré a bajar.
—¿No necesitas ayuda? Puedo acompañarte —el castaño inquirió. Su rostro estaba levemente pálido.
Negué y sonreí con cariño. Ya era suficiente de necesitar su ayudar, bastante había tenido el pobre muchacho con verme sonreír falsamente frente a nuestros compañeros que se acercaron a darme el pésame entre clases. Por lo menos eso tendría que hacerlo sola.
Pronto me encontré corriendo por el camino hacia la puerta. Llevaba mis llaves, así que cuando me detuve frente a la madera, me apresuré a meter el metal en el cerrojo y abrir.
—He llegado —avisé en bajito a nadie cuando me adentré y cerré detrás de mí.
No tenía mucho tiempo, aun así, me tomé el suficiente de darle un vistazo a la sala vacía y oscurecida por las cortinas cerradas y los focos apagados. Que soledad, calaba en los huesos; ¿cómo era que una casa incluso perdía vida cuando alguien se marchaba? Seguro el piso extrañaba nuestras carreras a la cocina, y los muebles llenos de polvo, nuestros gritos cuando peleábamos sin descanso.
Subí las escaleras, tuve que pasar por la puerta de la habitación de Ritsuka, pero fui fuerte y seguí hasta llegar a la mía. Allí, tomé una mochila grande que parecía un bolso de viaje, entonces metí todo lo que necesitaba sin necesidad de pensar en algo más que no fuera encontrar mis cosas.
Una vez estuvo listo todo dentro, volví a salir a paso rápido, tan rápido para no ver hacía atrás, que en medio de las escaleras me resbalé como una tonta. Por supuesto que iba a darme un buen golpe, podía morir, no obstante, en vez de que mi rostro tocara el suelo, se estrelló contra el pecho uniformado de alguien que ya conocíamos muy bien. Mi ángel salvador.
—¿Estás bien? ¿No te lastimaste el tobillo? —preguntó rápidamente por mi estado.
El bolso era lo que menos importaba en ese momento, no supe a donde fue a dar por el resbalón.
—Estoy bien —negué, pero era una mentira, porque aproveché para abrazarlo fuerte. Mis manos se aferraron a su suéter apretando la tela con fuerza, ya que no me había dado cuenta, comencé a llorar.
—Acéptalo, Chuuya, has perdido. Está vez tienes que aceptar que la protagonista debía quedarse con el tipo lindo y arrogante. El bueno era simplemente basura, hasta parecía un extra —argumenté pasiva, pues no había manera en que el peli-naranja debatiera aquel hecho.
Cuando levanté la mirada presumida con el popote del jugo que tomaba entre mis labios, lo encontré apretando su botella y su semblante decía que iba a explotar. ¡Lo sabía, había ganado!
—¡Debe haber algo, lo sé, no puedo perder de esta manera! —susurró molesto, pero claro que los demás y yo en la mesa, Dazai y Fyódor, lo escuchamos con claridad. El ruso incluso sonrió agraciado.
Era miércoles, otro gran día para fingir estar bien conmigo misma y convivir con los presentes sin problema. También, otro día en que mi madre no me había contactado, por lo que sería otra víspera en la casa de Dazai y Mori.
—Ol-ví-da-lo —seguí con la burla—. Has perdido, ahora vamos a ponernos de acuerdo porque necesito que me ayudes a estudiar, no le puedes dejar toda la carga a Dazai-san, el pobrecillo ya no sabe qué hacer para que aprenda a utilizar las fórmulas de Kunikida-sensei y el examen es la semana que viene —me apresuré a decir para cambiar el tema, muy en el fondo temía un argumento bien elaborado que me hiciera perder.
—No tengo problema con ello, Ritsuko —Dazai, enseguida expresó.
—Igual, ya sabes que no tengo problema con ayudarte, después de todo necesitas mi ayuda sí o sí —presumió el bajito dejando de lado que había perdido. Cuando el ego le volvía, le volvía sin remedio.
—Estudiemos todos juntos entonces, nunca sobran manos de más. —Aunque lo dijo de un modo refinado, el Dostoyevsky ya comenzaba a hablar más como nosotros. ¡Pronto también pelearía por novelas de adolescentes!
—¡Perfecto, perfecto! —exclamé más que contenta por sus palabras.
—Podría ser en mi casa esta tarde, mamá no está y no me quiero quedar solo —confesó sin avergonzarse de ello el Nakahara.
—Mi padre podría llevarnos a la salida —ofreció enseguida el ruso.
Entre Chuuya y yo asentimos frenéticos. Era un buen plan, aunque yo fuera la única que terminaría saliendo airosa del encuentro, porque mi ayuda, no creía que necesitaran, es más, podía afirmarlo. Sobre todo, me agradaba saber que podríamos tener un buen momento los cuatro fuera de la escuela.
—Tendré que llamar a Mori-san entonces, me iré adelantando —el castaño avisó no mucho después, recogió su basura y se levantó de su lugar. Aún faltaban cerca de diez minutos para que el timbre sonara.
—Por supuesto, ve —le animé, nos sonrió con sinceridad y se marchó después.
—Y la bella joven de grandes orbes en uniforme escolar azul marino, admiró la espalda de su amado mientras se marchaba junto al ocaso. ¡Oh, mi querido, vuelve pronto que podría morir de soledad! —Chuuya actuó moviendo sus manos hacía todas partes. Fue una buena interpretación de mis pensamientos.
La risa espontánea que salió de mis labios me duró un buen rato, tuve incluso que poner las manos sobre mi estómago cuando comenzó a doler. Fue tan sorpresivo y gracioso.
—¿Cuándo serán oficialmente una pareja? —preguntó después llevándose una papa frita a la boca.
Me detuve lentamente y le miré fijo con decepción fingida. Algo parecido a tristeza bien "actuada".
—No lo sé, dos o tres... —Miré el cielo de manera dudosa y dije.
—Dos o tres, ¿qué? —Río con mi expresión.
—Ya sabes, aunque tal vez tres o cuatro... —Era evidente que le estaba tomando el pelo con mis respuestas incompletas.
—Bueno, sea lo que sea, espero que sea pronto, ustedes incluso duermen juntos.
Me sonrojé y miré al ruso. Él también me observó por el impredecible dato, que había sido innecesario en la mesa.
—¡Solo dormimos! —me apresuré a aclarar. Fyódor sonrió y bajó la mirada nuevamente. Chuuya río a su lado—. ¿Sabes qué? Voy a buscarlo justo ahora, no quiero morir junto al ocaso —afirmé mis sentimientos, aunque en realidad me apresuré a limpiar la mesa recogiendo mi basura, porque quería ir al baño y aún estaba a tiempo.
—¡Suerte! —me desearon los dos al mismo tiempo cuando les di la espalda.
Tiré la basura en un bote cercano y pronto comenzaba caminar entre los corredores rumbo al baño. No miré a Dazai en el camino, así que seguí mi paso firme. Entré a lugar, lo utilicé y terminé por lavarme las manos con cuidado, sin embargo, evité ver mi mismo reflejo en el espejo, y así salí como nueva. O eso me hubiera gustado decir...
—¡Perdón! ¿¡Estás bien!? —Miedosa me acerqué a intentar levantar al chico que había derribado con mi firme andar solo al salir.
¿¡Cómo podía ser tan distraída!?
—Si, no pasa nada, fue un accidente —negó divertido y aceptó mi mano, salvo que no dejó caer todo su peso en esta, sino que literal se levantó solo del suelo.
—Me alegra que estés bien, en serio pudiste haberte lastimado —me lamenté con torpeza y él me dio la cara por fin. Sonreía con amabilidad—. Oh, pero si tú eres Ayatsuji-san, el príncipe del baile —reconocí poco después.
—Si, Ishinomori-senpai, también princesa del baile. Es un gusto poder hablarte por fin.
¿Un... gusto? ¿Por... fin?...
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