Juu hachi | 18.

El lastimado, lastima al otro sin querer.

—¡Buenos días, estimados! Espero que hayan tenido un perfecto fin de semana. ¡El día de hoy no quiero caras largas o se las verán con mi borrador de mano! —saludé con todas las ganas del mundo al arribar a mi aula.

Era lunes, había llegado temprano, no había olvidado nada en casa, el frío se sentía cada vez más por la madrugada y llevaba el uniforme en su lugar. ¡Nada podía salir mal ese día! Estaba segura de ello. ¡Buenas mañanas, buenas tardes y buenas noches!

Algunos adormilados muchachos contestaron a mi saludo, como siempre, unos más despiertos que otros, y allí, en la segunda fila de terceros lugares, Chuuya parecía estar avergonzado de mi escondiéndose detrás de su libro de texto.

—¡Buenos días, número dos! —así que grité para llamar su atención. Vi perfecto como todo el cuerpo le tembló con un escalofrío.

—¡Deja de hacer tanto ruido, por dios! —me regañó dejando con violencia el texto sobre su mesabanco.

Me acerqué corriendo en puntitas y me incliné en su lugar, después dije un:

—No, gracias, vuelva pronto —solté con sorna.

Chuuya se levantó enseguida, así que corrí lejos. Poco después me seguía entre las filas con la intención de que me quedara quieta por unos segundos, sin embargo, al andar por toda el aula, llegué sin querer hasta el mesabanco del castaño, que por supuesto, estaba presente y bien escondido –muy escondido- detrás de su tomo de manga.

—¡Oh, buenos días, Dazai-san! —saludé feliz, y cuando el Nakahara estaba a punto de alcanzarme, le lancé mi mochila, así que tuvo que atraparla y retroceder tambaleándose.

—Buenos días, Ishinomori-san —me devolvió el gesto, aunque enseguida hice un puchero al escuchar cómo me llamaba. Creí que ya había quedado claro eso de los nombres.

—¡Nada de buenos días, ustedes dos! —No pude retenerlo más tiempo, el pelirrojo volvió después de poner mis cosas en mi lugar—. ¡Dazai-san, deja de consentir a Ritsuko!

No entendí tal como el de lentes, hasta que recordé a que se refería.

—No es necesario que lo digas...

—Su madre me llamó ayer por la noche, porque Kunikida-sensei le llamó por la tarde. Ella reprobó la prueba piloto final de su clase, y si sigue así, también reprobará la oficial. —me acusó como a un ladrón sin salida.

Chuuya mentía... Bueno no lo hacía, pero que vergüenza aceptarlo. Después de estudiar como un loco sin casa para la prueba piloto de Kunikida-sensei y desvelarme leyendo Los Hermanos Karamazov para Literatura III y satanás, ese había sido el resultado. ¡Tanto esfuerzo para nada! Por eso Ritsuka no estaba orgullosa de su hermana mayor y yo que quería ser todo un ejemplo de vida.

—¿¡Có-cómo!? ¿¡La prueba de la semana pasada!? —Dazai me miró con sorpresa. Su tono había sido un tanto desconcertante, así que bajé la mirada avergonzada después de asentir levemente.

—Por eso digo, que ya basta de consentir sus caprichos. Si tienes tiempo, Dazai-san, ayúdale con las notas. Por supuesto que yo también lo haré... —Volteó a verme con maldad—. Este fin de semana no vas a despegar tus ojos del libro de texto —sentenció con alguna clase de sentimiento intenso y competitivo.

—¿Este fin de semana?... —Pero a mí no me quedó más que preguntar aquello de manera distraída—. Tengo planes... ¡Auch, duele! —me quejé no mucho después, pues Chuuya jaló un mechón de mi cabello.

—Te lo diré más tarde —avisó para luego irse.

—¿Qué se cree? ¿Mi madre? —renegué en siseos para que no me escuchara, aunque luego, sonreí penosa cuando mire de nuevo al castaño, pues este también me miraba.

—Se preocupa mucho por ti, no te molestes con él. —Sonrió sincero, luego volvió la vista a su tomo de manga cuando la campana sonó y los demás entraron al salón—. También te ayudaré con tus notas, te prometo que no reprobarás la prueba oficial, Ritsuko.

¡Tenía a dos bellos ángeles cuidándome la espalda! Estaba muy agradecida.

Llegó la hora de receso, y aunque batallé como nunca, arrastré al castaño hasta el lugar que Chuuya y yo compartíamos, al igual que él hizo con el extranjero, Fyódor.

—¡Mal, mal, mal! ¡A veces no sé qué piensas, Chuuya-san! —reprendí con la boca llena de arroz, por lo que comencé a ahogarme.

—¡No tienes ningún derecho! ¡Solo porque prefieres a los niños lindos de las novelas, no significa que la protagonista vaya a quedarse con él! —él también se defendió. Aplastó su cartón de leche y se regó el líquido en su mano.

Aunque no era como si aquello nos hiciera detenernos. Aún en mi condición seguimos discutiendo acerca de lo de siempre. ¡Novelas de adolescentes! Tosía queriendo hablar y a él se le manchó el puño de la camisa.
Sin embargo, los presentes mantenían otra faceta: mientras el ruso estaba serio y comiendo con elegancia, Dazai tenía un semblante asustado mirándome discutir hasta morir, pero luego se pusieron manos a la obra. El castaño me pegó en la espalda con fuerza y el azabache limpió con una servilleta la mano del anaranjadito y quitó también el cartón de leche.

Nuestros salvadores, que más que eso, parecían nuestras niñeras.

—Hasta que te encuentro, Ritsuko-chan. —Fuimos interrumpidos por otra persona que iba acompañada de otras más. Era Kiyoko. Su semblante creído daba miedo.

Todos nos quedamos en silencio.

—¿Para qué soy buena? —cuestioné amable a la vez que tomaba una servilleta para limpiar mi desastre.

—Oh, bueno... —Aunque estaba ciertamente distraída, logré darme cuenta de la mirada que le dio a mi acompañante en la mesa—. Aquí está tú premio. Las entradas para el cine.

Detuve mis movimientos como máquina temporizada y levanté el rostro. Me di cuenta que Chuuya y Fyodor veían a las muchachas con recelo, en cambio, Dazai, había bajado la mirada.

Acerca de su cambio de apariencia en la escuela, si bien nadie le molestó en el primer periodo, cayeron bastantes miradas sobre él. Fue algo exagerado. Literalmente me había tocado espantarlas como a las moscas: con sonido y un abanico de mano.

—Pero yo no aposté nada. —Me limité a contestar con la verdad.

—¿Cómo? ¿Acaso no habíamos apostado todas por invitar a Dazai Osamu al baile? —una de las extras soltó con gracia y le miró con asco.

Chuuya me miró sin entender, pero negué al mismo tiempo para que me dejara aclarar la situación. Dazai ni siquiera levantó la mirada nuevamente.

—No fue así como sucedieron las cosas... —intenté defenderme.

—Oh, parece que quieres hacerte la santa. Acéptalo, Ritsuko-chan. Apostamos esto. —Otra extra, a la que deseaba arrancarle el pelo por su tono de voz. ¡Deseaba pegarle!

—No...

—Bueno, bueno. Podemos hablar más tarde de eso. Mientras tanto, aquí te dejo tu premio, cariño. —fue Kiyoko está vez quien me interrumpió. Las bastardas no me dejaron soltar palabra y luego se marcharon casi en fila detrás de la abeja reina.

Quedamos nuevamente los cuatro, salvo que sin dudas, todo se había puesto demasiado incómodo para sobrellevarlo.

—¿Tú no... apostaste? —Chuuya me preguntó incrédulo y tanto él como Fyódor me miraron fijamente.

—No lo hice —me negué de tajo con voz firme y luego volteé a ver al castaño—. ¿Escuchaste? No aposté para llevarte al baile —me dirigí a él directamente.

—¿Cómo... sé que dices la verdad?

Mi reacción después de la pregunta que hizo el afectado, fue abrir bien los ojos mientras le miraba cerrar su historieta. Poco después me miró, y aquello... Me hubiera dolido más una patada en el estómago, que ver su mirada reflejar desconfianza pura.

—Oye, no me hagas esto... —supliqué enseguida—. No les creas a ellas antes que a mí.

Cómo acto reflejo, intenté tocarle el hombro a la par de mis palabras, pero este fue más rápido y se levantó enseguida de la banca. Nos miró a todos con el semblante asustado y luego comenzó a dar grandes zancadas.

Le miré perderse dentro de la escuela.

—¿Qué esperas? Ve tras él. Si le explicas como sucedieron las cosas, Dazai-san te creerá —recomendó el ruso.

—¿Ustedes me creen? —Sin embargo, me quedé sentada en mi lugar.

No correría detrás de Dazai Osamu, porque estaba triste de saber, que prefería creerle a Kiyoko y a las extras, que creerme a mí. Aun después de todo, aun después de confesarle que me gustaba, aun después de besarlo... Por muy lastimado que estuviera, yo no merecía aquello.

—Claro que te creemos, Ritsuko, en especial yo. No podría desconfiar de ti. Lamento lo de antes, vacilé, pero te conozco como la palma de mi mano —Chuuya me consoló.

—Pero Dazai-san no querrá escucharme —me lamenté como idiota.

Pocas veces algo me dolía tanto hasta el punto de hacerme llorar. Por supuesto que lo hacía cuando estaba emocionada y feliz, aquello nadie podía reprendérmelo, pero llorar por una herida de aquellas. ¡Qué alguien por favor me diera una cachetada!
Entendía que Dazai estaba muy roto por dentro, él no podía confiar en alguien, porque al parecer jamás tuvo a quien dejarle su entera disposición como amigo o compañero. Entendía su comportamiento, pero era difícil aceptar que todavía me quedaba camino para ser yo su soporte.

Dazai Osamu fue el primer chico en lastimarme de aquella manera. Por algo que sonaba muy tonto.

—Ritsuko... —Chuuya volvió a llamarme, supuse que insistiría en convencerme a que fuera detrás del muchacho, pero justo la campana para volver a clases sonó por todo el patio.

Me levanté sin verlos no mucho después, tomé mi basura y rápidamente me fui a echarla a un bote cercano. Por último, volteé a ver a los dos y les hice una seña de que me adelantaría.
Aunque no me dirigí directo al aula de clases, sino que fui al baño de chicas para lavarme las manos, y como estaba solo porque ya era hora de clase, me eché a llorar frente al espejo.

Dentro del salón a la hora de Literatura III, la última clase del día, me encontré sentada junto al mesabanco del castaño chico. Chuuya y el Dostoyevsky me acompañaban, pero estaban en lo suyo con el trabajo del concurso tan importante al que ya no le faltaba demasiado para ser celebrado. Por ello mismo, me quedé en silencio. Aunque tampoco era como si tuviera muchas ganas de hablar como siempre.

El motivo de mi arruinado estado de ánimo, se debía a que Dazai no estaba presente. En el cambio de clases, había salido del salón con las manos vacías, por lo que no me pareció preciso detenerle, podía ir al baño, yo sé que sé, así que no quería incordiarlo más de lo que le había hecho ese día. No obstante, me equivoqué, porque él no volvió al aula. Se estaba pasando una clase y no podía sentirme menos culpable por su perfecto historial de calificaciones.

Me había esperado hasta esa hora para poder hablar de lo que sucedió y no funcionó.

—Ritsuko, este fin de semana te quedarás en mi casa. —Llamó mi atención el Nakahara, así que le miré—. Hace tiempo que no vas y mamá te extraña mucho, así que le pidió permiso a tu madre. Además, me ausentaré de la escuela por una semana, porque mi tío francés está delicado de salud y quiere que vayamos a visitarlo antes de que muera. Aprovecharemos para estudiar y para que me cuentes todo lo que no me has dicho, yo también lo haré. —Me sonrió amable al final.

Sorry por estas horas de publicar, culpen a rakkistories por mantenerme jugando Mario Kart online jsjsjs.

¡Gracias por leer!

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