105.
No pudo evitarlo. Tuvo que llamarlo en voz alta, sin importar que ni siquiera se hubiese presentado al dueño de esas tierras.
—¡Ame! —lo abrazó con efusividad.
—¿Sweetie? —USA tardó un poquito en reaccionar—. ¿Qué haces aquí?
—Vine a visitarte —sonrió feliz antes de volver a abrazarlo—. Quise que fuera sorpresa.
—Es una linda sorpresa —respondió con dulzura, acariciándole la espalda con cariño.
Fue su pequeño momento después de tanto tiempo lejos el uno del otro.
Pero no duró mucho.
—Es un gusto conocer al tan mencionado Canadá —URSS sonrió apareciendo junto a ellos.
—Oh no —y el americano dio un brindo—. ¡Ni te le acerques, comunista! —se colocó frente a Canadá.
—No veo anillo en su dedo —comentó divertido.
—Hijo de...
—No está en mi dedo, pero lo llevo en mi collar —Canadá sonrió al imponente URSS—. Un gusto conocerlo —extendió su mano—, soy Canadá, el esposo de América.
USA sonrió orgulloso de aquella presentación. Aunque sabía que URSS no se iba a rendir tan fácilmente.
—El gusto es mío.
—Vamos a mi cuarto, sweetie —tomó la mano de Canadá—. Así me cuentas como estuvo tu viaje.
—Está bien.
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