2. Brechas

Cuando la más joven salió del salón, Amanda la siguió. Hizo un alto en su habitación, cogió su mochila, de la que aún no había sacado muchas cosas, se la echó al hombro y subió hasta el dormitorio de la muchacha. Se la encontró acurrucada contra la cabecera de la cama, mirando al vacío.

–No trates de persuadirme... –musitó Casandra.

–No voy a hacerlo –prometió la joven acercándose.

–Porque podrías conseguirlo –añadió dejando caer la frente contra las rodillas.

–¿Vas a hacerlo por nosotros? –planteó sentándose junto a ella.

–Entre otras cosas –murmuró la adolescente sin incorporarse.

–No te preocupes por nosotros.

–¡¿Cómo no voy a preocuparme?! –exclamó, para recuperar al instante siguiente una tensa serenidad con gran esfuerzo.

–Sabemos cuidarnos –aseguró Amanda con una sonrisa amarga.

–¿Incluso si un vampiro va a por vosotros?

–No sé por qué nos eligió Azogue –meditó con gravedad–. Creo que porque todos somos bastante delincuentes y no podemos ir a la Policía a denunciar que los vampiros quieren convertirte contra tu voluntad.

–Y para que no importe mucho si algo os pasa –añadió lúgubremente.

–Sin duda –coincidió Amanda mientras rebuscaba en la mochila–. Pe­ro una nunca sabe con qué te puede salir un delincuente –sacó un estuche.

Casandra levantó la cabeza.

–Hace unos días me dijiste que si te mentía, me lo harías pagar –con­tinuó mientras Amanda abría el estuche.

–¿En serio? –se sorprendió la adolescente.

–Más o menos con esas palabras, pero sé que era broma... más o menos –le enseñó el contenido: media docena de largas cadenas plateadas.

–Ah... ¿y me has mentido? –tanteó Casandra.

–Sí –desenganchó una cadena de la que colgaban lágrimas de cristal y pequeñas cruces de madera–, te mentí –confesó cerrando el estuche–. Ve­rás, esto que he decidido hacer es muy arriesgado, va contra mis principios, pero si sirve para que estés más tranquila... –inspiró hondo y conjuró una barrera en torno a la habitación. Vio cómo Casandra fruncía el ceño–. ¿Lo has notado?

–Se me han taponado un poco los oídos.

–Acabo de aislar la habitación, debes de haber notado el cambio en la energía –Amanda inspiró hondo–. Te mentí con mi oficio. No soy ladrona... de poca monta. ¿Recuerdas que me preguntaste cuál sería mi posición en una escala del uno al diez?

–Sí... –murmuró Casandra entrecerrando los ojos–. Me dijiste que eras cero con cinco o cero con seis... ¿no?

–Y tú me respondiste que no me creías, que como mínimo cinco o seis. Bien, pues... –le tomó el brazo derecho y le enrolló la cadena alrededor de la muñeca, por encima de las vendas– estoy en el diez.

–¿Cómo?

–En una escala del uno al diez, donde el Ladrón Fantasma sea el máximo, estoy en el diez. Soy el diez.

–¿Eh? ¿Tú...? –alucinó Casandra.

–Sí, soy yo –asintió Amanda con sinceridad.

–P-Pero...

–¿El nombre te sugiere un hombre? –sonrió–. Diego tiene razón, el Ladrón Fantasma es una joven de veinte años. Soy yo.

–¿Seguro? –inquirió Casandra.

–La última vez que robé algo, lo era –comentó socarrona.

–¿No me lo dices para... no sé, que no me preocupe tanto?

–Precisamente para eso te lo digo. Pero no te miento, palabra de ladrona –levantó la mano derecha para jurar–. Me guardarás el secreto, ¿verdad? –preguntó amigable, aunque estaba tensa, era la primera vez se lo confiaba a alguien.

–Pero... ¿por qué después de estas tres semanas de repente... me lo sueltas así? –preguntó Casandra incapaz de aceptarlo.

Amanda se encogió de hombros.

–Sé que sabes guardar secretos y que acabarás asimilándolo. Además, me caes bien y... estoy harta de tener que fingir con todo el mundo. Porque puedo ser el personaje del que todos los periódicos hablan, ¿pero sabes lo que quema que la gente con la que hablo piense que soy una rubia tonta? Sé que es el papel que interpreto, pero...

–Eres castaña –le recordó Casandra medio en broma–. Creo que te comprendo, aunque no... no sé cómo...

–Son cosas de tu pasado. Mejor déjalo ahora y centrémonos en lo que te he puesto. Cadena de veinte centímetros de esponja purificadora.

–Pues parece de plata normal –comentó mirándola desde cerca.

–Pues no lo es. Absorberá los maleficios que te puedan echar y se irá oxidando según se sature. Te dejará realizar maleficios a ti, actuando como un pequeño seguro en el caso de que se te descontrolen. No podrá hacer frente a cosas como la Finite Tempus, pero los Morpheus se los merienda.

–Oh, qué útil –comentó interesada.

–Ni tanto. Las cinco cruces de madera contienen barreras, por si no tienes magia suficiente o te la han suprimido. Tienen la potencia de unas siete capas neutrales integradas, que te rodearán y durarán entre media hora y un minuto, dependiendo de la dureza del ataque.

–¿Y qué tiene que caer para que dure un minuto? –se espantó curiosa.

–Algo que ataque por todos los frentes, como una maldición opresora.

La muchacha asintió, guardando todos los datos, como siempre.

–Y las lágrimas de cristal crean luz, el Solanum Lux Expansio, pero no de cualquier manera. Tienen que caer sobre una superficie cuanto más lisa, mejor, y harán que irradie una luz muy potente. Una vez conjurada, es muy difícil de apagar o tapar. Tiene una duración aproximada de cinco minutos. No la mires fijamente.

–Me... gusta. Además, parece una pulsera normal.

–Ése es mi estilo. Y no preguntes cuánto valdría esto en el mercado.

–¿Es muy caro? –preguntó a pesar de todo, preocupada.

–Ya que insistes... algo más de doscientos auris. Para que te hagas una idea, un buen sueldo mensual.

–Oh...

–Pero no te preocupes, no se romperá fácilmente. Se activarán cuando las necesites, no tienes que conjurar nada –le dio unas palmadas en antebrazo vendado–. Lo que sea por mantenerte a salvo.

Casandra hizo un amago de sonrisa agradecida, pero acabó borrándola y bajando la cabeza.

–Ya verás como todo sale bien –prometió la joven ladrona.

–Amanda... –empezó con voz dolorida, como si fuera a echarse a llorar– detesto que me digan eso. No eres adivina, no sabes lo que va a pasar, así que no me prometas cosas que puede que luego no se cumplan.

–Lo siento –musitó impactada.

–¿Puedes dejarme sola, por favor? No me he enfadado –se apresuró a aclarar Casandra–. Pero necesito prepararme para... lo que voy a hacer.

–De acuerdo... –se puso en pie–. Estaremos en el salón.

–Vale... –musitó–. Gracias por la pulsera... Fantasma.

–Shh, es un secreto –le recordó Amanda saliendo del dormitorio.

–¿Y se supone que yo antes hubiera podido con esto? –preguntó en alto y tuvo la extraña sensación de notar la esperanza de ser respondida.

Pasó varios minutos observándose las vendas y el regalo de Amanda, y otros tantos con la vista perdida en las paredes. No lograba creérselo, pero algo en su interior latía por la curiosidad. ¿Y si...? Se puso en pie con lentitud y desgana. Pero, ¿y si podía? Abrió los brazos con un gesto impetuoso, todas las velas se iluminaron en verde. Se asomó al baño y se contempló en el espejo, tenía un aspecto demoníaco con aquella iluminación. ¿Y si lo que hubiera bajo el caparazón del olvido fuera un monstruo capaz de hacerle frente a un vampiro? Cerró los ojos con fuerza. "No es el momento de pensar en ello".

Al abrirlos, se sobresaltó; durante un mínimo instante le había parecido que su reflejo sonreía torciendo la boca hacia la derecha y que sus ojos brillaban en verde. Se convenció de que era un efecto de las llamas titilantes. Salió del baño antes de que el espejo pudiera darle más sustos.

Casandra se calzó las botas negras. Sintió la necesidad de taparse con algo; no era que tuviese frío, sino que necesitaba protegerse; pero el fondo de armario vania no le ofrecía nada decente. Entonces reparó en el montón de ropa que se apilaba en una esquina y que había estado evitando desde el día en el que le borraron la memoria. Se acercó despacio, algo avergonzada por haber repudiado su pasado, y rebuscó en ella hasta que dio con la sudadera negra con telarañas verdes bordadas. La acarició, le transmitía tanto sensaciones malas como buenas.

–Candelabro –murmuró poniéndosela, aquella palabra encendió una chispa de orgullo en su pecho.

Con algo más de seguridad en sí misma, salió al pasillo. Fue bajando poco a poco, algo temblorosa, sentía un ladrillo en el estómago y unas horribles ganas de llorar, pero sus pies continuaban caminando con ritmo vacilante. Se detuvo un momento junto al salón, la puerta estaba abierta y sus cuatro compañeros estaban dentro.

–Casandra, no tienes que hacerlo por nosotros –le recordó Amanda.

Ella entrecerró los ojos, las llamas de las velas se tornaron verdes.

–¿Qué te tengo dicho de hacerme dudar? –preguntó procurando no perder la poca seguridad que había acumulado.

–Lo siento. Te tendré vigilada –prometió tocándose las pulseras.

–Vuelve en menos de media hora. Despáchalo rápido –exigió Diego–. No me obligues a ir a buscarte.

La muchacha dibujó una ligera sonrisa.

–Sí, papá.

–Todo irá bien –prometió David.

–¿Acaso eres adivino? –le espetó un poco molesta, no apreciaba aquellas muestras de apoyo.

–No, soy Fortuna y mi Diosa me ha susurrado que volverás sana y salva. Vamos, que he tenido una corazonada –terminó con una amplia sonrisa.

–Sus corazonadas siempre son ciertas –corroboró la ladrona.

Casandra asintió aceptándolo y se volvió hacia Víctor, por si quería añadir su aportación antes de que se marchara a la guerra.

–Ánimo, Candelabro.

Se sorprendió al escucharlo llamarla así, en un acto reflejo se llevó las manos a los bolsillos de la sudadera, se sentía reconfortada. Amplió un poco más la sonrisa y continuó adelante sin decir nada más, acababa de caer en la cuenta de que no le gustaban las despedidas.

–¿Estamos recuperando a la antigua? –preguntó David cuando estuvo seguro de que se había marchado.

–Parece que, poco a poco, sí –respondió Amanda.

–Por lo menos ha vuelto a ponerse la sudadera –añadió el jugador.

–Debe de sentirse protegida con ella –continuó la ladrona.

–No es sólo eso –intervino Víctor–. ¿No os habéis dado cuenta de có­mo ha reaccionado cuando la he llamado Candelabro?

–¿Qué quieres decir? –preguntó Amanda.

–Candelabro es el apodo que le pusieron los FOBOS por el incidente de Ritara. No es sólo el apodo de su protegida, es el de alguien que caza asesinos con lo primero que pilla.

–Y que habla con Kreuz como si nada y nos presenta al Marrok –añadió David.

–Y siempre consigue salir de todos los problemas –murmuró ella.

–No tendríamos que haberla dejado marchar –rumió de repente Diego–. Algún día se le acabará la suerte.

–Pero ya no necesita tanta suerte –le respondió Víctor con ligereza–, ahora puede conjurar fuego.

–¿Encender velas? –planteó el Capitán con escepticismo.

–Cuando le haga la segunda marca...

–Tú lo estás deseando –cortó Diego acusador.

–Oh, vamos, te apuesto lo que quieras a que se la hace esta noche –sus dedos bailaban sobre los reposabrazos, parecía que, bajo su aparente despreocupación, estaba inquieto, o quizás ansioso–. ¿Soy el único que ve que, cuantas más marcas le haga, peor será para él?

Le respondió un incómodo silencio y el joven se ganó unas cuantas miradas de desconfianza.

–No te lo tomes a broma –le reprochó Diego de mal humor–, esto es muy serio.

–Que no me pase el día echando pestes no significa que no me lo tome en serio –le respondió Víctor, cambiando de postura por enésima vez, como si tuviera pulgas o lo hubieran maldito con Puctum.

El Capitán fue a quejarse, pero el moreno se le adelantó.

–¿Dónde está Casandra? –preguntó dirigiéndose a la ladrona.

–Pues... –ella consultó su pulsera por millonésima vez– está rodeando el castillo, viene hacia este lado.

–Oh, rápido se han encontrado –opinó Víctor.

–¿Cómo estás tan seguro de ello? –le preguntó David, parecía cansado, abatido recostado en el sofá con los ojos cerrados.

–No sé, algo me dice que Casandra bajaría en directa al pueblo –ex­plicó encogiéndose de hombros y se puso en pie.

–Eh, ¿a dónde vas? –interrogó Diego cuando le vio las intenciones.

–Al baño, ¿quieres que especifique a qué? –preguntó Víctor con tono burlón saliendo al pasillo.

–¿Pero qué le ha pasado a éste? –exclamó Amanda.

–Diría que se está mostrando cómo es en realidad –opinó el Capitán.

–¿Un loco despreocupado? –planteó David.

–O alguien que nos tenía engañados y nos traicionará –añadió lúgubre.

Los aplastó un silencio lleno de incertidumbres.

Casandra salió del castillo con paso inseguro, le temblaban las rodillas y se sentía como una rea condenada a muerte. Perdida en el jardín a oscuras, caminó con lentitud hacia el pueblo. Cuánto más se alejaba, más miedo tenía. Encontró una vela clavada en mitad del camino, iluminando un par de metros a la redonda. Se detuvo desconcertada y miró alrededor. "¿Qué se supone que significa esto?", se preguntó. Entrevió otra vela en un camino más estrecho que se abría a su izquierda. "Oh, vamos, ¿está de broma?", pensó encaminándose hacia allí.

Casandra alcanzó la segunda vela y pudo distinguir una tercera más adelante. "¿Qué clase de juego es éste?", se dijo sin relajarse ni un ápice. Siguió media docena de señales luminosas hasta llegar a un estanque rodeado por un círculo de velas.

–Pero... ¿qué es esto? –preguntó en alto, descolocada.

–He querido ser detallista –habló una sombra con acento silbante diferenciándose de las demás al internarse en la zona iluminada.

Casandra se sobresaltó al ver al vampiro, a pesar de que lo esperaba.

–Ven, acércate –él le hizo un gesto con su pálida mano, ella obedeció para no enfadarlo–. ¿Una sudadera de los FOBOS? ¿Acaso viajas con algu­no? –preguntó levantando la vista hacia el castillo.

Ella hizo el mismo gesto y descubrió que estaba en la fachada este, muy cerca de la torre donde dormían. Se lo tomó como una amenaza.

–No... M-Me la dio un General –respondió Casandra a media voz.

–¿Eres su protegida? –se interesó él.

–Sí –contestó con algo más de seguridad.

–Vaya... qué cosas tienes... –el vampiro dio una vuelta en torno a ella, como si le buscara un punto flaco al que atacar–. ¿Sabes que ellos tienen un pacto con nosotros? No se entrometerán.

–Lo sé... –Casandra apretó los puños con rabia–. No mientras esté considerada un primer nivel y no me hagas daño.

–Cierto –le concedió, volviéndose a colocar frente a ella–. Veo a qué has dedicado el día –dibujó una sonrisa que le puso los pelos de punta–. Así que eres una estudiosa... Oh, ¿qué te ha pasado en las manos? –le tomó el brazo izquierdo y le subió la manga de la sudadera– ¿Has dedicado el día también a entrenar... –le subió la otra, descubriendo más vendas y la pulsera valorada en doscientos auris– o quizás intentas ocultar la primera marca?

–Es incómodo que los vanias se queden mirando –Casandra trató de hablar con naturalidad pese a los escalofríos que le estaban destrozando la columna vertebral.

–Me figuraba que saldrían corriendo –dijo alzando un poco las cejas.

–Eh... Lo hacen, p-primero miran y después huyen –aclaró con voz temblorosa.

–Te veo deseosa de regresar con tus amigos –el vampiro dibujó una sonrisa maliciosa que no le auguró buenas intenciones–. ¿Qué te parece si vamos al grano? Quiero saber qué has decidido.

–¿Sobre lo de convertirme...? –quiso asegurarse Casandra y el vampiro asintió–. No.

–Aún no te has decidido –añadió él condescendiente.

–He decidido que no –lo corrigió, haciendo que la mirara con dureza.

–Así que no... ¿Y piensas mantener esa decisión durante un mes?

–Lo que haga falta –Casandra se agarró a los bolsillos de la sudadera para que él no le notara tanto el temblor de las manos.

–¿A pesar de lo que pueda pasar? –su voz silbante dejó entrever la amenaza implícita.

–No puedes hacerme daño –le recordó tratando de controlar el miedo.

–No, a ti no... –dejó caer él.

Casandra se quedó paralizada y sin respiración por el horror, para empezar a hiperventilar segundos después.

–No les metas a ellos –consiguió graznar.

–Tú los has metido en esto al no separarte de ellos... –el vampiro estiró la sonrisa torcida que tan inquietante le parecía.

"Tengo que apartarles", se dijo Casandra.

–...y siempre puede ocurrir algún accidente.

Una corriente helada invadió su ser.

–No se te ocurra tocarles –le ordenó enfadada.

–¿O si no qué? –susurró y las velas se apagaron en cadena–. ¿Qué harás para impedirlo? –de repente estaba a su espalda, agarrándole el brazo derecho, que le levantó–. Mmmh, estas vendas huelen a otra persona, diría que mujer... Mmmh, joven, deliciosa...

–Cállate... –pidió avanzando un paso para zafarse de él.

–Y esta nueva pulsera no es tuya –la siguió y le rodeó la cintura con un brazo para que no huyera–, ¿es de esa apetitosa joven?

–No hables así de ella –gimió Casandra.

–Oh, entonces he acertado –celebró el vampiro.

Cerró los ojos con fuerza. "Amanda..." Tenía tanto miedo...

–Ups, se ha roto –comentó él.

Casandra pensó que se la habría arrancado para dejarla indefensa y acto seguido se escuchó un ligero chapoteo. Un destello atravesó sus párpados, los abrió y se encontró con que el estanque ganaba luminosidad por momentos. Alcanzó a escuchar mascullar al vampiro antes de que desapareciera dejándola junto al agua, que resplandecía como el sol del amanecer. Casandra entrecerró los ojos y le dio la espalda al pequeño lago, no veía a Pablo por allí. Comprobó que tenía la pulsera en su sitio, aunque le faltaba una de las lágrimas de cristal. Se abrazó el cuerpo, intentando recuperar el ritmo respiratorio normal.

–La luz terminará por apagarse –le advirtió él desde algún rincón en las sombras que la cercaban.

Ya lo sabía, Amanda le había dicho que duraría cinco minutos.

–¿Qué harás después? –preguntó el vampiro con tono burlón, se estaba divirtiendo a su costa.

Hubo silencio durante un minuto, en el que no se alejó ni un paso del agua. Buscaba desesperada una vía de escape.

–¿Después qué? –insistió el vampiro–. ¿Conjurarás otro Solanum Lux? Ésos no son más que juguetes –su voz sonaba más lejos–. Así no conseguirás proteger a tus amigos. Sólo tienes una opción.

La luz del estanque era intensa y cegadora como al mediodía. Casandra tragó saliva, el tiempo pasaba. Pensó en conjurar una de las potentes barreras de las crucecitas de madera. "No... ¿qué es lo que hubiera hecho mi antigua yo?" Inspiró hondo. "¿Qué es lo que hubiera hecho, qué?" La luz fue muriendo mientras se lo preguntaba.

–Acepta –la voz silbante provenía de su espalda, se giró para tenerlo de frente–. Es la única opción que tienes para salvar a tus amigos.

–Eso es chantaje –se quejó al tiempo que se quedaba a oscuras.

–¿Y? –se burló él, lo percibió a un par de metros de ella.

Candelabro.

–Déjales en paz –dijo Casandra con algo más de seguridad.

El vampiro soltó una carcajada maliciosa.

Le arreaste a un asesino en serie con un candelabro.

–¿O si no... –de repente estaba a un palmo de ella– qué?

Casandra se estremeció. Apretó los puños con fuerza. "¡No me chantajees!" Las velas que los rodeaban se encendieron con llamas verdes. Pudo ver la expresión de sorpresa en la cara de Pablo antes de que la cambiara por otra de condescendencia.

–¿Qué crees que podrías hacer encendiendo unas velitas? –mientras hablaba, éstas se fueron apagando en cadena otra vez–. ¿Ves? No puedes hacer nada.

Inútil, le silbó una molesta vocecilla. No sirves para nada.

Casandra abrió mucho los ojos al sentir el dolor en lo más profundo de su mente. Al instante volvieron a estar iluminados por llamas verdes, que en esa ocasión alzaron el palmo de altura.

–Sí, ya me ha quedado claro que sabes encender velas, eso lo sabe hacer cualquiera –siguió el vampiro restándole importancia.

Casandra notó una presión fría intentando estrangular su rabia, pero no cedió y las llamas alcanzaron otro palmo. La sonrisa de desdén murió.

–Se te da bien el fuego, ¿eh? –dijo el vampiro con seriedad.

–Ni te acerques a mis amigos –exigió Casandra rabiosa.

–¿Se te ha subido el poder a la cabeza? –planteó él.

–No, pero, en serio, ni te acerques a ellos. Esto es entre tú y yo.

–Te lo repito: ¿O si no qué?

–No lo sé... y no lo quiero descubrir –murmuró Casandra.

Él rio ante su respuesta, parecía haberle hecho gracia.

–Relajémonos –susurró llevándole las manos al cuello, Casandra retrocedió por instinto–. Es un regalo –la agarró de la nuca, la mano helada la hizo estremecerse–, un colgante.

–No lo quiero –se debatió, los escalofríos bajaban por su espalda como descargas eléctricas.

–No me hagas el feo –dijo enganchándoselo al cuello–. Voy a darte unos días para que lo pienses, así que, de momento, tus amigos están a salvo.

Quiso quejarse, decirle que aquel "de momento" llevaba impreso una amenaza, pero un pinchazo en el lado izquierdo del cuello se lo impidió. Automáticamente se llevó la mano correspondiente a ese punto, encontrándose la del vampiro. Tiró de sus dedos para intentar quitárselos de encima, dolía mucho.

–Es la segunda marca –explicó él alejándose–. Que la disfrutes –añadió perdiéndose en las sombras.

Casandra se quedó junto al estanque, confusa y dolorida, el mundo se distorsionaba y ondulaba a su alrededor. Se sentó a esperar a que pasara, acurrucada, presionando la zona donde sabía que le estarían surgiendo más intrincadas líneas negras. Las lágrimas anegaron sus ojos, se sentía perdida e indefensa. "¿Qué se supone que voy a hacer ahora? ¿Qué habría hecho mi antigua yo? ¿Qué se propondría hacer?"

Inspiró hondo, hizo un esfuerzo por calmarse y se limpió con las mangas de la sudadera. "Llorar en un lugar donde pueda verme él seguro que no", se dijo poniéndose en pie. Un dolor más suave latía en su cuello. "Tengo que ser fuerte", se repitió, reprimiendo las ganas de dejarse caer en cualquier rincón a gemir por su desgracia, y arrastró los pies hasta el castillo. Recogió una vela para que le iluminara el camino, ya que la luna creciente había bajado a ocultarse en la línea de árboles. Las estrellas brillaban preciosas en lo alto, pero no le daban consuelo alguno, eran como diamantes fríos y ajenos a lo que le sucedía.

Consiguió llegar a la puerta principal cuando el martirio del cuello ya sólo era una molestia. Se sobresaltó al distinguir una silueta en las sombras del vestíbulo. "¿Ha entrado?", se preguntó deteniéndose en seco.

–Me alegra ver que vuelves sana y salva.

–Víctor –suspiró aliviada al reconocer su voz.

–¿Esperabas a alguien más terrorífico? –preguntó entrando en su círculo de luz.

–Yo... ya no sé qué pensar... –murmuró Casandra avanzando.

–¿Diego, quizás? –propuso él con ligereza.

Casandra dibujó una sonrisa rota y se aferró a su brazo como un naufrago a una tabla.

–Eh, ¿estás bien? –preguntó Víctor.

–Yo antes no hacía esto, ¿verdad? –preguntó al notar su asombro.

–No –respondió con sinceridad.

–Oh... –se apartó a instante.

–Ven –el joven la agarró del brazo y tiró escaleras arriba–. Quiero que me cuentes todo lo que ha pasado.

–Eh... –repasó lo acontecido para ordenar sus ideas. "Estas vendas huelen a otra persona, diría que mujer, joven, deliciosa"–. No me toques. Por favor –se zafó de su agarre.

–¿Has recuperado tu fobia al contacto?

"¿Tenía de eso?", se preguntó, pero aquello no era lo importante en ese momento.

–No quiero quedarme con tu olor.

Él abrió mucho los ojos, sorprendido por la respuesta. Se miró las manos desconcertado, se encogió de hombros y siguió adelante. Casandra lo acompañó en silencio, recorrieron pasillos y subieron escaleras.

–Ha jugado contigo, ¿verdad? –susurró Víctor.

–¿Eh?

–Ha reconocido otros olores en ti y lo ha utilizado como amenaza.

–Más... o menos –murmuró. "¿Tan evidente es?"

Víctor se detuvo y la observó fijamente, ella se removió incómoda.

–Las vendas te las puso Amanda. ¿Qué ha dicho de ella?

Esa vez fue Casandra quien se miró los brazos, aturdida por la rapidez de sus conclusiones.

–Que... huele deliciosa –musitó abochornada.

–Coincido con él –dijo con tono guasón, echando a andar otra vez.

–¡Víctor! –le reprochó Casandra alcanzándolo.

–¿Algo más? –preguntó como si no hubiera escuchado su queja.

–Que... de momento estáis a salvo –comunicó preocupada.

–Eso es bueno saberlo.

–Pero luego... –empezó Casandra.

–El luego no me interesa, el de momento, sí. Además, es uno contra nosotros cuatro –celebró alegremente.

–¡Es vampiro! –le recordó con una nota desquiciada.

–Shh, ¿quieres que a los vanias les dé un ataque al corazón o qué? –Víc­tor se volvió hacia ella con una sonrisa traviesa–. ¿Y qué somos nosotros?

"Soy el Ladrón Fantasma", le había dicho Amanda, aunque era incapaz de creérselo.

–Es peligroso... –musitó Casandra.

–¿Ah, sí? Yo de momento sólo he visto que te haya hecho un par de marcas ¿y regalado un colgante? –se acercó para observarlo de cerca.

–Víctor, no te acerques tanto –le pidió preocupada.

–Dudo que yo le resulte delicioso –rio cogiéndole el colgante.

–No bromees con eso, por favor.

Él hizo como que no la había escuchado, o quizás realmente no lo hubiera hecho, estaba muy concentrado con lo que tenía entre las manos.

–¿Qué es? –preguntó preocupada.

–Qué extraño... –murmuró él con seriedad.

–¿Qué pasa? ¿Qué es? –insistió con ansiedad.

–Un colgante... –dijo mientras lo manipulaba– de la clase estudiosa.

–¿Lo qué?

–Lo que has oído, un colgante de la clase erudita de los vampiros –una leve sonrisa escapó de los labios de Víctor–. Qué cosa más extraña.

–Explícate –rogó Casandra–. ¿Es algún... distintivo?

–Verás, se dice que los vampiros del castillo de aquí al lado –señaló hacia atrás con el pulgar– están divididos en unas cuantas clases. La erudita es una de ellas, los guerreros son otros... y alguno más debe de haber.

–Ah... ¿Así que ya me están asignando la clase?

–Eso parece –contestó, parecía ausente.

Casandra entrecerró los ojos. "Ese... capullo ya lo da por hecho..."

–No le des importancia, esto no te hace más vampira –la consoló él frotándole la cabeza.

–¿Y qué es lo extraño? –preguntó con curiosidad.

–No estoy seguro, lo estudiaré antes de preocuparte más –prometió tirando de ella hasta la torrecilla que les habían cedido.

–¿Has ido a buscarla? –fue la pregunta de Diego en cuanto los vio.

–No he salido, me la he encontrado en el vestíbulo –respondió Víctor ayudándola a sentarse en una butaca.

–¿Te ha hecho algo? –quiso saber el Capitán con gravedad.

Ella se apartó el pelo en silencio para mostrarles el colgante y la marca.

–¿Ésa es la segunda? –preguntó David.

Amanda asintió y se acercó para verla mejor, pero sus ojos recayeron en seguida en el otro nuevo elemento.

–Te lo ha dado él, ¿no? –preguntó tomando el colgante con recelo.

–Sí... –se removió incómoda al recordar las palabras de Pablo respecto al olor de su amiga.

–¿Y por qué te lo ha dado? –continuó Amanda estudiándolo con interés, demasiado interés.

–Yo qué sé –masculló Casandra–, será otra forma de marcarme.

–Pero esto lo llevan los altos cargos... –murmuró mientras un brillo codicioso aparecía en sus ojos– de la clase erudita.

–¿Amanda? –se preocupó cuando la ladrona empezó a buscar el cierre para quitárselo.

–Ag, está encantado, parece que sólo te lo podrá quitar el que te lo puso –se apartó frustrada.

–¿Por qué me parece que te molesta más el no poder quedártelo que el no poder quitárselo? –intervino Diego con suspicacia.

–¿Eh, y por qué iba a querer yo un distintivo vampírico?

–¿Por ser imposible de conseguir? –sugirió el Capitán.

Amanda vaciló y desvió la mirada, por lo visto había dado en el clavo.

–Tenemos cosas más importantes de las que hablar –les indicó la joven recuperando el aplomo.

–¿Entonces mañana nos marchamos? –preguntó David.

–En cuanto amanezca, saldremos del castillo –respondió Diego dejando de lado el juego que tenía con la ladrona–. ¿Es seguro que hablemos...?

–Tengo una barrera aislando esta habitación, es seguro –se adelantó Amanda.

–¿Y cuánto podremos viajar antes de que nos encuentre? –planteó Víctor con ligereza.

–Hasta Dirdan –contestó Diego con seguridad.

–A pedir asilo a los licántropos –al joven le hacía mucha gracia.

–Ya lo he hablado con Mar y Tydus, el alfa de la manada.

–¿Y se apuntarán a una guerra? –preguntó David.

–Romasanta me ha dicho que no tiene ningún acuerdo con los chupasangres, pero que meterse de cabeza en el asunto sería peligroso, sobre todo con los tiempos que corren. Por lo que tenemos que llegar a su territorio por nuestra cuenta.

–¿Y los FOBOS no van a hacer nada? –inquirió Amanda.

–Él ha dicho que tienen un acuerdo –musitó Casandra, aún así, todos la escucharon–. Y lo pone en los libros de Leyes, tienen un pacto, no se interpondrán.

Víctor rio por lo bajo.

–Los FOBOS también tienen la ley de Obediencia Ciega, pero si algo les interesa, encuentran la forma de hacerlo bajo manga. Y tú les interesas.

–¿Yo les intereso? –repitió extrañada.

–Eres su protegida –le recordó Amanda.

–Ya, pero... –cerró los ojos con fuerza–. Es todo tan... peligroso, me siento tan impotente...

–Para eso estamos nosotros –sintió cómo la ladrona le ponía una mano en el hombro.

–¡No me toques! –saltó para apartarse de ella.

–¿Qué he hecho esta vez? –preguntó Amanda desconcertada–. ¿Te he recordado algo?

–Tú... no... –Casandra se mordió el labio inferior, era incapaz de decírselo–. No me vuelvas a tocar y ya está.

–No entiendo qué ha pasado.

–Tampoco tendría que estar en la misma habitación y mucho menos respirar sobre ti –recomendó Víctor.

–Voy dejando un rastro –dijo Amanda para sí misma–. ¿Es eso? –miró fijamente a la trasfronteriza.

–Ha dicho que...

–Hueles deliciosa –terminó el joven.

La mirada de la ladrona se ensombreció, pero distaba mucho del ataque de pánico que se había presupuesto Casandra.

–Así que juega sucio para alejarte de nosotros –masculló furibunda.

–Eh, ¿no...? –aquello no era lo que se esperaba y estaba desconcertada.

–¿Tú no tendrías que estar lloriqueando asustada en un rincón? –plan­teó Víctor, tan sorprendido como ella y con muchos menos escrúpulos.

–¿Y eso por qué? –le respondió Amanda con sequedad.

–Como durante el viaje has demostrado tener fobia a los vampiros...

–Sí, y también he dicho que era mensajera. ¿No sabes lo que es una tapadera de buena chica? –le espetó molesta.

Casandra frunció el ceño, ¿de qué le sonaba aquello? Quizás Amanda le hubiera confiado algo... o quizás tuviera que ver con su antigua personalidad.

–Ya, pero... –intentó argumentar Víctor.

–Soy muy buena con las barreras, ¿vale? Que no te afecte que me utilice para amenazarte, eso no vale nada –aseguró dirigiéndose a Casandra–. Y ahora vete a dormir, que necesitas descansar y mañana madrugaremos mucho –la agarró del brazo para hacer que se levantara.

–Pero mejor no me toques.

–Qué más dará, mi olor ya lo tienes –dijo sacándola a rastras del salón.

–P-Pero... no hace falta que te arriesgues, de verdad.

–Tampoco hacía falta que tú salieras por una amenaza velada hacia nosotros –la guió hasta su dormitorio–. ¿Necesitas que me quede contigo?

–No... Estaré bien –prometió Casandra.

–De acuerdo. Si necesitas cualquier cosa, tengo el sueño ligero –prometió regresando al pasillo–. Tendré una barrera adicional protegiéndote. Y esta vez no fallará –añadió entre dientes antes de cerrar la puerta.

"¿Esta vez?", se preguntó dando un par de pasos hacia la ventana.

Casandra no sabía qué era lo que debía hacer para salvarse, qué era lo que la esperaba ni cuál era el verdadero peligro que la acechaba. Comprobó que el balcón estuviera bien atrancado y sus pies vagaron hasta el baño. Dudó apoyada en el marco, observando el espejo en que no se reflejaba desde aquel ángulo. Se llevó la zurda al cuello, no sabía por qué, pero tenía miedo de verla. "No estoy en posición de ser una cobarde", se dijo inspirando hondo, "seguro que mi antiguo yo lo hubiera hecho sin problemas."

El reflejo le mostró cómo tenía la mitad de una ancha gargantilla tatuada con las intrincadas líneas negras. Se detenía de repente, trazando una línea recta entre la barbilla y el esternón, pasando por debajo de la figurita plateada que le colgaba de una fina cadena del mismo color, compitiendo con el ank de plata que siempre llevaba. Cerró los ojos con fuerza para reprimir las lágrimas de impotencia.

Regresó al dormitorio arrastrando los pies y se acurrucó contra el cabecero de la cama. Sin darse cuenta, empezó a buscar en sus recuerdos, provocándose un dolor de cabeza tremendo que la puso de peor humor. Intentó dormir, pero había demasiadas preocupaciones. ¿Cómo de lejos conseguirían llegar al día siguiente? ¿Les ocurriría algo malo a sus amigos por protegerla? ¿El vampiro demostraría ser un monstruo? Se ocultó bajo la sábana, se abrazó el cuerpo con los brazos y se encogió. ¿Qué podía hacer?

Al cabo de largos minutos, se levantó para ponerse el pijama, pero las preocupaciones no se fueron con la ropa de calle. Se sentó en el borde de la cama, suspirando de continuo, considerando que su vida se había ido al garete. Pero... ¿algún día había ido bien? Porque si los recuerdos que había perdido eran los malos y de su pasado no tenía casi nada... Recordaba a sus padres, el colegio, las buenas notas que sacaba, el montón de libros que había leído... pero, a pesar de saber que vivía en una pequeña ciudad... no tenía ningún amigo en su memoria.

Llamaron a la puerta y Casandra se sobresaltó al ser sacada de sus dispersas cavilaciones. Se repitieron los golpecitos.

–Casandra, ¿estás despierta?

Reconoció a Víctor y se levantó. Quizás hubiera cambio de planes.

–¿Sí? –preguntó ella abriendo la puerta.

–Veo que no puedes dormir, tal y como me lo suponía.

–Si lo hubiera estado haciendo, me habrías despertado.

–Lo dudo; una vez que te duermes, no te despierta ni un Stridens.

–Ah... –no sabía muy bien qué le había dicho, pero prefirió no rechistar–. ¿Entonces?

–He venido a ayudarte a dormir –Víctor le dedicó una sonrisa–, estos días van a ser duros y tienes que descansar.

–Ah... –Casandra se distrajo al escuchar tintinear la pulsera que le había puesto Amanda sin que hubiera movido el brazo, frunció el ceño y recordó lo que le había dicho respecto a aquel carísimo objeto–. ¿Me has echado una maldición? –preguntó atónita.

–Vaya, parece que no podré dormirte como siempre mientras lleves esa pulsera –suspiró abatido.

–Víctor –le reprochó desconcertada.

–No importa, ya lo tenía previsto –se encogió de hombros y le tendió una botella de cristal–. ¿Tienes un vaso?

–¿Qué es eso? –quiso saber ella, mosqueada.

Somnia en poción.

–¿Quieres que me drogue?

–Es sólo un somnífero. Si quisiera drogarte, tengo cosas mejores.

–Ah... –retrocedió al golpearla el dolor de cabeza, por lo visto tenía un recuerdo reprimido respecto a las drogas de Víctor–. No sé...

–Es seguro, te lo prometo –dijo entrando en el dormitorio, cogió del baño el vaso para enjuagarse la boca y llenó dos dedos del líquido transparente, que se volvió azul oscuro al tomar contacto con el aire–. Yo lo tomo cuando no puedo dormir.

Casandra se llevó una mano a la sien, tenía un recuerdo arrastrándose por el fondo, el joven a menudo no dormía bien, lo sabía.

–Vamos, siéntate –indicó Víctor llevándola a la cama–. Bonita cicatriz, Candelabro –le señaló la cicatriz mientras le llevaba el vaso a los labios.

–¿Cómo...? –Casandra cerró los ojos un instante, dolía recordar.

Decidió fiarse de él, tomó el vaso y dio un sorbito para catar el sabor.

–No sabe a nada, para que puedas echárselo a la gente en la bebida –la informó sonriendo travieso, instándola a beberlo todo.

Casandra apuró el vaso. La poción la calmó y despejó su jaqueca.

–Que tengas buena noche –deseó él yendo a limpiar el recipiente.

–Igualmente –bostezó la adolescente.

–No te preocupes, te protegeremos –prometió, despidiéndose con la mano antes de marcharse.

A ella se le cerraban los párpados, se tumbó y el sopor se apoderó de su cuerpo y mente, era una sensación cálida y agradable. Se acurrucó y se dejó mecer por el sueño.

Después de dejar a Casandra en su cuarto, Amanda fue al suyo. Atrancó la puerta, suspiró y se dedicó a revisar las barreras que corrían a su cargo. Todo en orden. Se puso el camisón y dio vueltas por su cuarto comprobando que sus juguetitos estuvieran a punto. Llamaron a la puerta, y ella no se movió del sitio, utilizó una de las barreras, de tipo sensitivo, para averiguar que se trataba de Diego. Fue a abrirle.

–¿Sí?

–Me gustaría hablar contigo –anunció Diego con sinceridad.

–Dime.

–¿Puedo entrar?

–No –respondió al instante, demasiado rápido.

–No me interesan los trastos que tengas desplegados –gruñó él.

–Sí te interesan, Vera.

El cincuentón suspiró resignado, quizás acudiera en son de paz, en plan civil; pero lo que viera le serviría también al policía que perseguía al Fantasma. Víctor subió por el pasillo.

–Voy a ayudar a Casandra a dormir –dijo levantando una botella, seguramente contuviera una poción Somnia–. Os lo digo para que no penséis mal.

Amanda puso los ojos en blanco al escucharlo.

–Dime –insistió para Diego.

–De acuerdo, iré al grano. ¿Tienes algún problema con los vampiros? –soltó Diego a bocajarro.

–¿Problema? –repitió ella.

–Durante el viaje has demostrado tenerles pánico...

–Y he dicho ser mensajera –le cortó malhumorada.

"¿Quieres un consejo para mejorar?", recordó que le habían dicho.

–Sé que les tienes miedo por un motivo en especial.

–Son chupasangres, ¿no te parece motivo suficiente?

–Si te pasó algo con ellos... –empezó Diego.

"Sólo tienes una forma posible de mejorar", le habían asegurado.

–Nada que me vaya a paralizar en un momento decisivo –prometió Amanda seria.

–¿A pesar de lo que han dicho de tu rastro de olor? –planteó él. Parecía realmente preocupado, aunque más por cómo se lo tomara ella que por el peligro que pudiera correr.

La ladrona contuvo sus emociones.

–No soy tan frágil como he dado a entender –dijo con frialdad.

–Esperemos que así sea –murmuró él volviendo a su habitación.

–Buenas noches... Diego –respondió antes de cerrar la puerta.

Caminó despacio hasta el baño y se lavó la cara con agua fría para ayudarse a mantener las emociones controladas, pero no podía quitarse aquellas palabras de la cabeza. "Ha dicho que hueles deliciosa".

Al espejo le apareció una grieta, consecuencia de haber dejado escapar un poco de su temor. Y rabia porque el vampiro lo usara contra Casandra. "No conseguirá tocarme", se dijo para tranquilizarse mientras se secaba con la toalla, "para algo soy el Fantasma". Inspiró hondo. "Se va a enterar ése", se prometió mirándose con dureza en el espejo quebrado.

Unos golpecitos la sacaron de sus inquietos sueños, Casandra se removió en la cama. La llamada volvió a sonar y una idea surgió en su cabeza, "alguno de mis amigos quiere que le abra la puerta". Levantó los párpados con pereza, la luz del amanecer no se había colado aún en su habitación, a pesar de encontrarse en una torre que daba al este. Escuchó los golpecitos insistiendo, se resignó a tener que levantarse a aquella hora mortal y bajó los pies de la cama. Mientras cruzaba su cuarto se le ocurrió que podría deberse a que hubiera que empezar a prepararse ya para salir del castillo justo al amanecer. Alcanzó la puerta y la abrió dispuesta a dar un somnoliento saludo a quien la hubiera despertado.

Pero el pasillo, que al instante quedó desvelado por una luz tenue que no pretendía herir sus ojos, estaba vacío. "¿Qué pasa aquí?", se preguntó aturdida, no comprendía cómo... Escuchó los golpecitos otra vez, a su espalda. Se estremeció espantosamente al tiempo que abrió los ojos hasta sentir que se le iban a salir, el corazón le dio un vuelco y contuvo la respiración. Con un nudo en la garganta, se giró con cautela, dejando la puerta abierta por si tenía que salir corriendo. La habitación estaba como siempre, o eso parecía a simple vista, sumida en la penumbra gris del alba. ¿De dónde vendría el ruido?

Sonó otra vez, con impaciente insistencia. Casandra cruzó la estancia con los pies descalzos y cautela. Controló de reojo que nada surgiera de debajo de la cama o del escritorio, aunque el ruido procedía de más allá, de la ventana del balcón. Se detuvo a un metro de ella, ¿y si era el vampiro el que llamaba? Reculó un paso y se rodeó el cuerpo con los brazos. ¿Qué podía hacer? Le tentó la idea de huir de allí y correr a esconderse en la habitación de algún amigo. "No, eso sería involucrarles", se dijo sacudiendo la cabeza. Después se le ocurrió encerrarse en el baño y esperar a que amaneciera, dio un paso en aquella dirección, pero la vergüenza le aplastó el pecho, era una forma de actuar tan cobarde... Estaba segura de que su antiguo yo no habría hecho algo así, aquella a la que los FOBOS habían apodado Cande­labro jamás lo haría.

Recuperó los metros cedidos y agarró las cortinas mientras trataba de convencerse de que, en caso de que fuera el vampiro, éste no podría entrar o ya lo habría hecho. Contuvo la respiración y apretó la mandíbula para no gritar y tiró de las telas azules. Al otro lado, el cielo variaba del negro al frío gris y las estrellas se apagaban como farolas al amanecer. No había nadie en el balcón, por lo que se quedó quieta, expectante.

La llamada volvió a producirse, contra el cristal, a sus pies. Bajó la vista y se encontró a un cuervo negro azabache golpeando con su pico. Lo observó con los ojos como platos, él levantó la cabeza y emitió un graznido que sonó a reproche. Después voló hasta la baranda de piedra, se posó sobre ella y graznó una vez más, echando a volar hacia el amanecer.

La muchacha se quedó mirando el sobre blanco que había quedado tirado. "A Casandra Montenegro", rezaba justo en el centro, con una anticuada letra trazada con tinta tan negra como el cuervo. Estuvo un par de minutos sin atreverse a cogerla, pero finalmente giró la manija, tiró un poco para abrir un par de centímetros, se arrodilló, comprobó que no había ningún pájaro dispuesto a picotearle la mano, abrió la puerta un palmo y, con la rapidez con la que una víbora muerde a su presa, se hizo con la carta. Se apresuró a atrancar la ventana y alejarse de ella un par de metros. Se apoyó en el escritorio, abrió el sobre con manos temblorosas y leyó la carta que contenía. Una vela se encendió para ayudarla.

"Perdóname por despertarte a estas horas, pero quería hacerte llegar esta carta antes de irme a dormir.

He escuchado que vendréis a Dirdan para pedir asilo a los licántropos. Os ruego que no lo hagáis, pues me veré obligada a impedirlo con todos los medios a mi alcance, que son muchos. En el caso de que vuestra destreza os permitiera llegar, algo que no descarto puesto que te concedí la escolta más astuta, se desataría una guerra que preferiría evitar.

Por lo que, te lo ruego una vez más, no busquéis la protección en terceros para que estos no sufran sin razón.

Alejandra Azogue"

Casandra se quedo paralizada por el horror al leer aquellas palabras, con la angustia inundándole los ojos. Permaneció así durante minutos, perdiendo la visión al no mover los ojos de la carta y alzarse muros de agua. Estaba tan absorta que no reparó en la persona que había subido hasta su cuarto con pasos silenciosos.

–Ah, Casandra –saludó Amanda–, venía a decirte que tenemos que prepararnos para... –se silenció al darse cuenta de su cara desencajada por la desesperación–. ¿Casandra?

La muchacha se acercó sin pronunciar palabra, le cedió la carta y tuvo que apoyarse en la pared para no desplomarse. Amanda fue empalideciendo según leía y él pánico invadió su mirada con el punto final, pero no sucumbió a él, manteniéndose erguida. Sin hablar tampoco, se aproximó a la transfronteriza para estrecharla entre sus brazos, ella se dejó acunar a pesar de que sospechaba que su antiguo yo no lo hubiera tolerado.

–Tengo que informar a los chicos –susurró Amanda separándose–. Tú vístete, te estaremos esperando en el salón.

La muchacha asintió y regresó a la cama, donde se sentó presa de la desesperación. Permaneció así mucho tiempo, con la mirada perdida en la penumbra de su habitación, pero nadie subió a meterle prisa.

No fue hasta que la claridad del amanecer se coló entre las cortinas entreabiertas que Casandra se reanimó. El mundo ya no pertenecía a los seres de la noche y ella encontraba fuerzas en el sol que estaba por salir. Se vistió y bajó el pasillo en rampa, un intenso olor a café le dio la bienvenida al salón.

Diego la saludó con un grave gesto de cabeza, David movió una silla pa­ra que se sentara en ella y Amanda se acercó para interesarse por su estado.

–Buenos días –dijo Víctor alegremente–. ¿Café?

Casandra negó sin abrir la boca, se dejó caer en el asiento y vaciló antes de servirse su habitual leche con cacao.

–¿Quién ha dejado la carta? –preguntó el Capitán.

–Un cuervo –respondió Casandra con la voz cascada y ronca.

–Deben de ser sus mascotas –opinó Amanda.

–Por eso vi más cuervos de lo normal en nuestro viaje hasta aquí –cayó en la cuenta David.

–¿Ah, sí? No me había dado cuenta –añadió Víctor mientras engullía galletas.

–¿Qué vamos a hacer? –preguntó la adolescente con la mirada perdida en el líquido marrón oscuro.

–¡¿Cómo se habrá enterado?! –bramó de repente Diego.

–Tiene cuervos-espía como mascota –le recordó la ladrona–. A saber qué más contactos tiene.

Casandra empezó a despedazar y sumergir en el cacao un bollo de leche. Lo tragaba sin ganas, con la mera función de no desfallecer.

–A Dirdan ya no iremos, ¿no? –supuso David–. Se ha descubierto nues­tra jugada.

–¿Y a dónde iremos si no? –quiso saber Amanda irritada.

–¿Por qué tanta prisa por ir a alguna parte? –preguntó Víctor–. Todavía nos quedan seis días aquí.

–¿En qué pretendes utilizar ese tiempo? –preguntó Diego desdeñoso.

–Si esperamos al último día, perderemos la posibilidad de sorprenderles y darles esquinazo –opinó David.

–¿Dar esquinazo a vampiros? Jah. ¿No crees que sería mejor estrategia utilizar ese tiempo en...? –señaló a Casandra.

–¿Eh? –se extrañó la señalada.

–Veo que la segunda marca se te ha quedado a mitad. ¿Qué te parece expandirla del todo y ver hasta dónde llega tu magia ahora?

Casandra receló. A pesar de que sabía que era inevitable, no le apetecía acelerarlo.

–No pongas esa cara, ¿te conformas con prender velitas? –se burlo él.

A ella se le escapó una mirada de suficiencia y continuó desayunando.

–¿A qué ha venido eso? –se interesó Víctor.

–Puedo hacer algo más que encender velitas –la última parte Casandra remarcó con recochineo.

–¿Ah, sí? ¿Qué más? ¿Mueves objetos? –propuso entusiasmado.

La adolescente vaciló avergonzada antes de hablar.

–No... sólo cosas con fuego... –murmuró sin mirar a ninguno de los presentes–. Llamas verdes de dos palmos de altura... y evitar que las apague...

–¿Evitar que las apague el vampiro? –preguntó Amanda acercándose, se la veía emocionada.

Casandra asintió, quizás no fuera tan patético como suponía. Su amiga abrió los ojos como platos, entrelazó las manos y sonrió encantada.

–¿Probamos? Di que sí, di que sí.

–Eh... ¿Probar? –repitió perdida.

–Tú enciendes las velas y yo intento apagarlas. ¿Qué te parece?

Amanda estaba tan entusiasmada que no fue capaz de negarse.

–Vale... –Casandra se sentó bien, inspiró hondo y recuperó rápidamente el cúmulo de malas sensaciones.

La estancia quedó iluminada en verde, dándole un aspecto inquietante a la mañana. Amanda hizo un gesto, ella sintió una presión estrangulándole las entrañas y las llamas se debilitaron. Cerró los ojos y se centró en las amenazas de Pablo, en la impotencia... Pero la ladrona no la dejó tan rápido como el vampiro, apretaba y apretaba intentando apagar el fuego. No cedió, tenía que mejorar, tenía que soportar... Arañó el mantel y echó la cabeza hacia atrás. Empezaba a doler, asfixiaba. Entreabrió los ojos, no vio más que borrones verdes, los tenía empañados por las lágrimas.

–¡Vamos, aguanta! –la animó David–. No te rindas.

Casandra parpadeó y las lágrimas cayeron limpiándole los ojos. Vio que las llamitas estaban casi extinguidas. Apretó la mandíbula y arrastró los pies como si quisiera excavar surcos en el suelo. Los cristales de las ventanas se volvieron opacos haciendo que la única luz que tuvieran fuera la que ella producía.

–Al vampiro le encanta dejarte a oscuras –le susurró Víctor al oído, sobresaltándola–. Te acechará como a un conejito asustado.

Un escalofrío bajó por la espalda de Casandra al imaginárselo.

–Se reirá considerándote una inútil –sus palabras trajeron de vuelta los ojos azul océano–, pensando que puede mangonearte, que te doblegará con una amenaza...

Las llamas se alzaron un palmo y Amanda se tensó.

–Insinuando que nos quitará de en medio y tú quedarás indefensa...

El fuego verde alcanzó los dos palmos y medio, sacudido por un viento inexistente. Víctor pasó a susurrarle a la otra oreja.

–¿Vas a dejarte morder?

"¡¿Cómo que dejarme...?!" Hubo una explosión en su interior y la silla de la ladrona volcó hacia atrás.

–Muy bien –felicitó Víctor separándose y se llevó consigo la pesadilla de azul profundo.

–¡Has estado genial! –exclamó Amanda incorporándose, lo decía de un lugar muy lejano a pesar de encontrarse a un par de metros.

–¿Casandra? –preguntó David al ver que no reaccionaba.

La adolescente sentía la cabeza alarmantemente vacía, no sólo de recuerdos, tampoco notaba la sangre en su interior.

–Mierda... –musitó al prever que se desmoronaría.

Al instante siguiente, se desplomó cayendo de la silla.

–Me he pasado –dijo Amanda sujetándola entre sus brazos.

–Un derroche bestial de energía para ser su segundo día –consideró David abanicándola con una servilleta–. He sentido el golpe cuando te ha empujado.

–¿Es posible que las marcas estén destruyendo el supresor de magia que tiene? –se preguntó la joven llevándola al sofá.

–Es lo más probable –consideró Víctor, aclarando los cristales de las ventanas–. Todavía me pregunto qué tipo de supresor será.

–¿Cómo la has visto? –quiso saber Diego.

–Para ser su segundo día con magia y la primera vez que la presionan tanto, ha sido perfecto. Sin duda, el fuego es su poder natural.

–El fuego verde –puntualizó el jugador–. Calienta menos, ¿no?

–Sí, pero es más difícil de apagar –respondió Amanda.

–Eso es porque no lo alimenta con ira, sino con rencor –añadió Víctor.

–Se le está expandiendo la marca –señaló Diego.

Las intrincadas líneas habían sobrepasado la tráquea, espejando el dibujo que había en el lado izquierdo. Hubo un silencio mientras esperaban a que espabilase.

–¿Creéis que lo soportará? –susurró Amanda.

–¿Las marcas o la situación? –preguntó Víctor.

–Todo.

–Es una chica dura –dijo Diego–, aunque no lo recuerde.

–Cállate –ordenó la aludida sin moverse ni un ápice ni abrir los ojos.

–¿Cuánto tiempo llevas escuchando? –quiso saber David.

–Todo el rato –Casandra entreabrió los ojos y parpadeó en un intento de enfocarlos–. No me he desmayado, pero me siendo débil y mareada.

–¿A qué piensas dedicar la mañana? –se interesó Víctor de repente–. ¿Estudiar o entrenar?

–¿Qué haría mi anterior yo? –preguntó incorporándose con pesadez.

–Estaría deseando controlar el fuego –contestó él.

–Vale... –se puso en pie–, pues voy a seguir con las leyes.

Víctor rio abiertamente y los demás sonrieron, más o menos, dependiendo de quién.

–La cuestión en llevar la contraria.

Casandra salió de la estancia sin responder.

–¿Entrenas tú hasta que se decida? –le propuso Víctor a Amanda.

–Me tienes que explicar cómo puedes estar de tan buen humor últimamente –le respondió ella marchando hacia la habitación que habían tomado como sala de entrenamiento.

–Con una dosis de optimismo y locura cada doce horas –bromeó saliendo detrás.

Diego y David se miraron entre ellos.

–¿Dosis de optimismo y locura? –repitió interesado el jugador.

–A saber lo que se mete –masculló el pistolero.

Casandra intentó centrarse en las leyes, pero era tan aburrido y lo consideraba tan infructuoso que acabó jugando con las velas. Se afanó en reproducir la presión a la que la había sometido Amanda, las llamitas empequeñecían sin pasar a ser rojizas. Lo repitió una veintena de veces hasta conseguir que algunas se apagaran.

Se bajó de la cama y se dedicó a señalar como una directora de orquesta, encendiendo algunas y extinguiendo otras a placer. No lo dejó hasta que no logró que le saliese a la primera. Estaba tan orgullosa de sí misma que estuvo tentada de ir a enseñárselo a los demás, pero recordó que había elegido continuar con las leyes, por lo que se sentó en la cama para apuntar unos cuantos ajustes más antes de salir al pasillo.

–Hola –saludó asomándose al salón, donde David y Diego consultaban mapas–. Mirad –encendió las velas una por una y las apagó de golpe.

–Has conseguido apagarlas –apreció el Capitán.

–He reproducido la presión que me ha hecho Amanda –explicó sin poder contener su orgullo–. ¿Sabéis dónde están los otros dos?

–En alguna habitación cerca de aquí –respondió el jugador–, donde se escuche ruido de pelea.

–Vale –dijo antes de bajar la rampa a buen paso y salir de la torrecilla.

Miró a ambos lados y caminó despacio, atenta a los ruidos. No tardó en encontrar una puerta de la que salía algún que otro grito. Llamó y se asomó con cautela. Vio a Amanda peleando con una larga vara de madera contra unos seres antropomórficos y traslúcidos, la tenían rodeada. Se sorprendió al verla luchar como una leona. Pese a la inferioridad numérica, no se rendía, giraba, saltaba, se agachaba, golpeaba con la vara y mandaba a volar con gestos de la mano.

–¿A que mola? –le preguntó Víctor, que estaba recostado contra la pared cruzado de brazos.

Casandra se recolocó la mandíbula y asintió.

–Ven, pasa –le hizo un gesto con la mano–. Nos vienes de perlas.

Ella entró, cerró la puerta y esperó a saber para qué la necesitaban.

–Amanda, para un momento –pidió Víctor y con un simple gesto barrió a los seres traslúcidos, disolviéndolos–. Ya no tenemos que seguir simulando con la silla.

–¿Eh? –la joven bajó la vara y se volvió hacia ellos–. Que ya no... ¿Pretendes usarla a ella? –preguntó resoplando.

–Me has leído la mente. Vamos, vete con ella –le indicó a Casandra.

Un tanto indecisa, avanzó hacia su amiga.

–No te preocupes, yo te protejo –prometió colocándose en posición de combate.

Casandra no tuvo tiempo de decir nada, cuatro seres traslúcidos surgieron del aire y fueron a por ellas. Mientras Amanda giraba en torno suyo deteniendo los ataques con la vara y la magia, ella no sabía qué hacer. Se suponía que su función era motivar a la ladrona, pero se sentía demasiado inútil allí plantada. Notaba el cosquilleo de las barreras de expulsión, el poder de Amanda era abrumador.

–¡Agáchate! –gritó la joven empujándola hacia el suelo.

Casandra se quedó agazapada contra las baldosas, sentía que se ahogaba, que una losa enorme la aplastaba. Sentía que la consumía la vergüenza.

–¡Hacia la pared!

Gateó rápidamente hacia la pared más cercana conteniendo las lágrimas que notaba agolparse bajo sus ojos. Una figura traslúcida le obstaculizó el camino y extendió los brazos hacia Casandra, que no pudo evitar gritar y retroceder. Por encima de su cabeza la vara surcó el aire y la figura salió despedida hacia la izquierda. Casandra continuó hasta la pared, se pegó de espaldas a ella y se puso en pie con cautela. La joven estaba ocupada con los cuatro seres, cuando otro más surgió de la nada.

–¡Eso es trampa! –bramó Amanda al ver que el nuevo se encaminaba hacia la adolescente.

Casandra se pegó más todavía a la pared. Por una parte quería cerrar los ojos y confiar en que su amiga la salvara, pero al mismo tiempo sentía una corriente extraña y rabiosa corriendo por su cuerpo. Como resultado, se quedó paralizada con los ojos muy abiertos. Corre. Huye. Le temblaban las piernas, no sabía qué dirección correr y la figura ya estaba a dos metros. Apretó los puños, ¿qué hacer? Amanda luchaba por quitarse a los cuatro encima, pero eran duros de pelar. La quinta figura traslúcida extendió los brazos hacia Casandra, no había cara con la que saber cuáles eran sus intenciones. Estaba a punto de rozarla cuando...

Ella alargó el brazo y estampó el puño contra su cara vacía haciéndolo retroceder. Se quedó atónita por lo que había hecho, encogida contra la pared. El ser volvió a la carga, agarrándola con fuerza del brazo, sus dedos traslúcidos se le clavaron en la carne. Sufrió un acceso de pánico y se debatió hasta que acabó por asestarle una patada en las costillas. La figura la soltó un instante, pero enseguida la empujó al suelo.

¡Maldita zorra, estate quieta!, escuchó bramar al golpear el suelo, tenía que haberse dado muy fuerte para que le doliera la cabeza de aquella forma.

–Toma un palo de escoba –dijo Víctor.

Agarró la vara sin pensar y la blandió prácticamente a ciegas. Notó cómo le acertaba a algo y aprovechó para ponerse en pie. Sacudió la cabeza en un intento de librarse del dolor, localizó a la figura traslúcida y arremetió contra ella como si llevara una lanza.

Aunque la verdad era que estaba inmersa en otra escena, en una casa destartalada y armada con un candelabro contra un hombre con la cara invadida por la ira, el sadismo y las ansias de matarla. Golpeó de nuevo y se quedó atascada, el asesino había agarrado el otro extremo. Forcejearon y un empujón en el pecho la mandó de vuelta al suelo, desarmada. "Me va a golpear", se dijo rodando. El candelabro se estampó contra las baldosas y no las partió de milagro.

Tenía que moverse rápido, antes de que se le ocurriera lanzarle alguna maldición. Tiró del candelabro hacia abajó para que no volviera a levantarlo y buscó su entrepierna con una patada. Cuando recuperó el arma, se incorporó bateando con ella. Entonces vio cómo la figura se colocaba en una posición que no le gustó nada. "Una maldición". Blandió de nuevo el cande­labro, apurada por noquearlo antes de acabar retorciéndose ella en el suelo, y aquella vez hubo un fogonazo verde que dejó estela. El ser traslúcido cayó de espaldas y se disolvió antes de tocar las baldosas.

En nombre de FOBOS, estás detenido por atacar a uno de nuestro protegidos. Una sombra estrujaba al asesino.

Me habéis preparado una trampa, acusó el hombre.

Se sentía muy mareada, no tenía claro si estaba en la casa destartalada o en la sala de entrenamiento. Le parecía un milagro seguir en pie, pero tampoco estaba segura de en qué dirección debía tirarla la gravedad.

No, qué va, yo pasaba por aquí por casualidad, mintió el chico-sombra, se llamaba... ¿Iskio? ¿Era aquello un FOBOS?

La adolescente se había quedado petrificada con la mirada perdida al vencer al éffigis. Amanda conjuró unos látigos de energía corrosiva para deshacerse de los suyos; de haber sido personas, las habría dejado en estado crítico. Se acercó a Casandra, que parecía encontrarse muy lejos de allí y murmuraba frases.

–Tienes derecho a permanecer en silencio, aunque también te dejo confesar y poner las cosas fáciles.

–Está deteniendo a alguien –se sorprendió Víctor.

–Está recordando –lo corrigió Amanda, aproximándose hasta estar segura de que podría sostenerla en caso de que se desplomase.

–Me he quedado con tu cara –continuaba Casandra monótona, pero de repente se estremeció con violencia y le asestó otro golpe al aire dejando una estela de fuego verde tras de sí.

–¡Ua! –exclamó él–. La que no tenía ni pizca de magia.

Casandra se derrumbó y allí estuvo la ladrona para evitar que se golpeara. No se despertó.

–Eh, que no iba a dejar que te hicieras daño –susurró la adolescente con tono jocoso, para cambiar a otro más vacilante a continuación–. Sí... ya... pero... por si acaso. ¡¿Por qué has tardado tanto en actuar?!

Las velas se alzaron con dos palmos de llama verde y ondulante.

–¿Qué hacemos? –preguntó Amanda dejándola en el suelo con suavidad– ¿La despertamos?

–No quería interrumpirte, lo estabas haciendo bien –continuó Casandra interpretando los diálogos de todos–. Pero he evitado que te hicieras daño contra el suelo, ¿no?

–Yo la dejaría seguir recordando –opinó Víctor.

–Pero... –Casandra hizo un alto–. He actuado cuando he visto que lo tenías crudo. ¿Quién te ha enseñado a pelear?

–Está diciendo más o menos lo mismo que ayer –informó la ladrona.

–¿Y qué hiciste entonces?

–Despertarla.

–Pues... Víctor, pero no he utilizado ninguno de los golpes que me ha enseñado...

–Qué maja, me menciona en sueños. Y creo que deberíamos dejar que se despierte sola, teniendo en cuenta el mal despertar que tuvo ayer...

–Eh... ¿le he matado? –preguntó Casandra, seguramente en referencia al asesino de Ritara–. Tampoco importaría demasiado –se respondió a sí misma–. Buenas noches, General Falcon –saludó con una nota de alegría en su monotonía.

Se separaron de ella, dejándola tumbada en mitad de la habitación, y tomaron una distancia prudencial, porque sabían que volvería a golpear en sueños al hombre y posiblemente creara fuego. Amanda se dio cuenta de que Víctor sonreía para sí mismo.

–¿Orgulloso de que resulte tener un buen chorro de magia? –probó.

–¿Eh? Sí, eso también –aceptó él.

–¿También? ¿En qué pensabas? –preguntó curiosa.

Él le indicó que escuchara y tardó unos segundos en responder.

–En lo divertido que es que hable de parte de los temidos FOBOS.

Amanda captó algo raro en su expresión.

–¿Ocurre algo? –tanteó.

–También pensaba en que... –se tomó su tiempo para continuar– eso ocurrió el seis de julio... Las cosas estaban muy diferentes por aquella época...

¿Época? Víctor, lo último que esperaba es que te pusieras melancólico, con lo animado que llevas desde ayer.

–Jeh –él esbozó una sonrisa amarga–. Ese mismo día, en el mercado, una mujer insistió en echarnos las cartas –hizo una pausa dramática mientras Casandra seguía con su monólogo–. Salió la Muerte. Para ella, para mí, para todos nosotros.

Amanda se estremeció, pero trató de ser racional.

–La Muerte del tarot no significa muerte...

–Cambio. Significa cambio, y las cosas han cambiado mucho en los últimos días, ¿no?

Ella asintió, un nudo comenzó a formarse en su estómago.

–Está claro que la pequeña va a cambiar... ¿Cambiaremos nosotros también o tendremos muerte real? –preguntó con seriedad.

Amanda se estremeció de terror y un escalofrío helado le bajó por la columna.

–¡No digas eso! –le reprochó pegándole una palmada en la espalda.

–¡Eh! Veo que sigues siendo una miedica que se asusta con cuentos de miedo –se burló Víctor, recuperando su jovialidad con dos días de edad.

–Sólo cuando son reales –respondió Amanda sombría.

–Mira, ya está hablando de nuestra parte –señaló él cambiando bruscamente de tema.

–Un momento... ¿Eres tú Víctor?... Sí, ¿por qué preguntas?... Te felicito, tienes una gran alumna.

–No hace falta que lo diga –murmuró el aludido.

–Esto no quedará así, zorra, te lo haré pagar –prometió Casandra con desprecio.

–Aquí viene –vaticinó Amanda.

La adolescente se puso en pie sin salir del sueño, se apoyó en el palo de escoba y lanzó una patada lateral que fue acompañada de otra estela verde que le envolvió la zapatilla. Retrajo la pierna dispuesta a lanzar otra, pero aquel momento era cuando Amanda la había detenido, por lo que se le apagó el fuego y cayó de culo.

–Va a alucinar cuando le digamos lo que puede hacer –auguró Víctor.

Por lo visto, el golpetazo contra el suelo la había despejado. Casandra se llevó las manos a la cabeza como si quisiera evitar que se le partiera en dos, se dejó caer de espaldas y soltó un quejido lastimero. Amanda se le acercó, pero se abstuvo de decirle nada mientras pataleaba.

–Au... –la adolescente se limpió las lágrimas con el dorso de una mano mientras la otra se encargaba de presionar–. Ya sé... por qué me llaman... Candelabro –soltó un par de rabiosas patadas.

–Has visto de lo que eres capaz –le dijo Amanda sonriendo.

–No, no ha visto de lo que es capaz –corrigió Víctor.

–¿Eh? –Casandra se descubrió la cara para mirarlo.

–Que has hecho fuego con la vara y con el pie.

–¿Sabes lo complicado que es eso? –Amanda estaba muy orgullosa.

La adolescente se miró, aturdida.

–No, no tienes quemaduras porque el fuego se alimenta de tu magia, eso crea como una capa protectora sobre ti –explicó la joven.

–Ah... –Casandra parpadeó para despejarse– ¿Y es complicado?

–No es que sea complicado –intervino Víctor–. Pero desde pequeños nos enfocan a centrar la magia en las manos, por lo que lanzar hechizos por los pies se nos hace más complicado después.

–Oh... –la adolescente se incorporó con pesadez–. Y yo que venía a enseñaros algo, no a pelearme contra un... ¿qué eran esas cosas?

Éffigis, peleles que se conjuran para las peleas –aclaró él.

–¿Qué venías a enseñarnos? –se interesó Amanda.

–Uf, ahora no me saldrá... –murmuró cerrando los ojos y las velas se encendieron verdes en cadena, para después apagarse de la misma forma, dejándolos a oscuras en aquella estancia sin ventanas–. Ah, pues sí me ha salido –hizo que las velas prendieran con unas potentes llamaradas que rozaron los tres palmos de altura y al final dejó que regresaran a su habitual llama blanca–. Fiu, cómo cansa esto –suspiró complacida.

Amanda no pudo reprimirse y la estrechó entre sus brazos.

–Muy bien, lo has hecho muy bien.

–Ahora tienes que conseguir conjurarlo en las manos –le aconsejó Víctor–, te será muy útil. Vamos, ponte a ello.

–Recordar me ha dejado agotada –rezongó Casandra.

–¿También vas a estar agotada esta noche? –arremetió sin piedad.

–Vaaaaaale –accedió poniendo mala cara y levantándose.

Colocó las palmas hacia arriba y las miró sin saber qué hacer.

–¿Qué habéis dicho antes de que el fuego verde quema menos?

–Verás... –empezó Amanda, buscando las palabras adecuadas para explicárselo claramente a alguien que casi no tenía idea de magia.

–Mejor se lo demostramos –propuso Víctor–. Yo hago el fuego y tú lo apagas, ¿de acuerdo?

La ladrona asintió. El joven levantó la mano derecha y unas llamas rojo anaranjado surgieron de su palma para lamerle los dedos. Casandra observó atónita.

–Este es el fuego común, ¿no? –ambas asintieron–. Podría decirse que tiene una temperatura media y una resistencia media –colocó la palma hacia arriba formando una hipnótica pira–. Amanda, si haces el favor...

Ella colocó su mano justo encima y, con la barrera adecuada, fue bajándola, comprimiendo las llamas hasta extinguirlas y conseguir posarla sobre la de Víctor.

–Podría apagarlo de otra forma más eficaz, pero así es más gráfico –dijo para apartar los pensamientos inapropiados y, de paso, la mano también.

Casandra asintió, muy atenta a la lección.

–El fuego azul... –la mano de Víctor quedó envuelta en una llamarada de un azul tan claro que transparentaba en los bordes– es el que más calienta.

–¿Y el invisible? –le recordó Amanda.

–Es fuego azul al fin y al cabo –se justificó él–. Éste es uno de los fuegos más calientes y voraces, difícil defenderse de él, pero que una vez extinguido, no se vuelve a levantar.

–El fuego negro es el más voraz –apuntó ella mientras oprimía las llamas azules, quedando patente que le costó mucho más; aunque cuando las aplastó, ni una sola se aventuró a escaparse.

–¿Sabrías hacerlo tú? –la retó Víctor.

Amanda se negó a responder y le indicó que continuara.

–El fuego verde, por el contrario, calienta poco, por lo que no es tan peligroso a la hora de incendiar, pero cuesta horrores apagarlo –explicó Víctor, haciendo que sus dedos quedaran envueltos en lenguas del mismo fuego que ella conjuraba.

La ladrona se las vio y se las deseó para extinguirlo. Conseguía reducirlo a la mínima expresión, pero siempre había alguna llama que se escapaba, incluso ardiendo hacia abajo entre los dedos de Víctor. Casandra se entretenía con el espectáculo, al que prestaba tanta atención que parecía haber olvidado que posiblemente el vampiro volviera a reclamarla aquella noche.

–¿Tanto se te resiste? –se burló él.

Amanda entrecerró los ojos, envolvió la mano de Víctor en una barrera de compresión y apretó.

–¡Ay! –se quejó cuando sintió que lo estrujaba y el fuego desapareció.

–Te dije que no estaba usando el método más eficaz –le recordó un poco ofendida.

–Jeh, has pasado de pretender aparentar que eres nula con la magia a querer demostrar tu poder ahora –señaló Víctor.

–¿Y el fuego blanco de las velas? –preguntó Casandra, interrumpiendo la discusión que se avecinaba.

–Eso es más resplandor que fuego, muy fácil de apagar, aunque, como consume poca magia, se puede conjurar lo que haga falta –informó Amanda dejando a un lado la ofensa–. A no ser que te supriman la magia, claro.

–¿Y el negro?

–Oh, eso es magia oscura, está catalogado como maldición –respondió el joven–. Es casi imposible de apagar, lo que toca está condenado a arder hasta quedar reducido a cenizas –añadió, articulando los dedos para comprobar que estaban enteros–. ¿Hace una competición?

–No –contestó Amanda tajante.

–¿Competición? –repitió la adolescente.

–Venga, tomaremos precauciones –insistió Víctor.

–Que no –repitió la joven cruzándose de brazos.

Casandra parpadeó esperando enterarse de algo.

–¿No quieres demostrarle que podrás protegerla? –pinchó él.

–¿Sueles jugar con tus amigos a esto? –respondió Amanda.

–Ajá, y te los presentaré si me superas –prometió con tono jovial.

Amanda se lo pensó unos segundos, frunció los labios y se colocó junto a su amiga.

–Vete al centro de la sala, conjuraré una barrera para que, en todo ca­so, sólo te quemes tú.

–Qué considerada –respondió con sorna alejándose de ellas.

Víctor se agarró las manos entre sí, como si guardara algo entre ellas, cerró los ojos y se concentró. Amanda apreció lo bien que controlaba la energía negativa, parecía que su barrera no iba a ser necesaria. Lo vio separar los dedos uno por uno, quedarse como si hubiera dado un aplauso y apartar las manos de él lo máximo posible. Los brazos le temblaron cada vez más, hasta que separó las palmas y de ellas se escapó una llamarada negra de medio metro, que se retorció y ramificó como un árbol desojado y efímero al que Víctor ahogó juntando las palmas de nuevo. Los dos jóvenes dejaron escapar un suspiro y Casandra aplaudió, seguramente sin hacerse una idea del poder destructor que tenía aquella llama.

–Te toca, a ver si me superas –dijo Víctor acercándose a ellas suspirando de nuevo, por lo visto no jugaba con la muerte tanto como alardeaba.

Amanda no respondió, no aceptaba bromas cuando se trataba de manejar magia tan peligrosa. Se alejó unos cuantos metros, juntó las manos como si fuera a rezar y cerró los ojos. Concentró la energía en sus palmas y la convirtió en una vibración oscura que prometía destrucción cuando fuera liberada. Despegó los brazos de su pecho todo lo que pudo, giró las palmas sin separarlas lo más mínimo, hasta que los dedos de cada una estaban sobre la muñeca de la otra. Estaba sometiendo sus brazos a tanta presión que le dolían las articulaciones, pero su vida dependía de su resistencia. Tensó los tendones al máximo y empezó a separar las manos centímetro a centímetro, creando entre ellas unas cuerdas negras entrelazadas que vibraban.

–Fuego negro cautivo –escuchó admirar a Víctor, asombrado.

Amanda alejó las manos un metro para que se viera bien cómo las gruesas cuerdas eran en realidad columnas de fuego que subían y bajaban fluyendo a toda velocidad. Aguantó unos segundos así e invirtió los movimientos hasta volver a la posición de la oradora, reabsorbió la energía, previamente reconvertida a neutral.

La joven dejó escapar un suspiro de alivio y se acercó a ellos mientras Casandra aplaudía.

–¿Ya estás contento? –le espetó Amanda a Víctor.

–¿Cómo es que no estás en los FOBOS? –se extrañó él.

–¿Cómo sabes que no lo estoy? –lo retó.

Casandra parpadeó atónita y Víctor dibujó una sonrisa sarcástica.

–¿Va a resultar que todo este tiempo nos has tenido engañados? Ni repartidora ni ladrona, Doberman.

Amanda se encogió de hombros.

–Quizás fuera ladrona antes, una gran ladrona que les interesara.

La adolescente abrió la boca, pero se lo pensó mejor y se tragó el secreto del Fantasma.

–Ya, claro. ¿Y quién es tu General? –interrogó Víctor.

–Virus. ¿Si se me dan tan bien las barreras, dónde iba a estar si no?

–Ya, Delta. ¿Y tu nombre...?

–Aura –respondió con naturalidad, sin vacilar ni un segundo y mirándolo directamente a los ojos.

–Así que si contactara con los FOBOS... –empezó él.

–Ah, que puedes contactarles. ¿Y eso? –Amanda se cruzó de brazos.

–Me refiero a la próxima vez que nos encontremos con ellos.

–Ya, claro –respondió cáustica.

–¿Qué insinúas? –preguntó Víctor.

–Que la única forma que tienes de saber si soy o no Doberman es que tú lo seas.

–Lo mismo te digo, lista.

Mantuvieron un duelo de miradas hasta que Casandra bufó.

–O los dos lo sois, lo sabéis y me estáis mareando –acusó.

El joven soltó una carcajada. Amanda sonrió prefiriendo cambiar de tema.

–Buena ocurrencia –felicitó Víctor.

–¿Muy de mi antiguo yo? –propuso Casandra.

–Que yo sepa, de tu actual .

–Buena respuesta –murmuró ella con amargura.

–Eh, así no vas a conseguir conjurar fuego con las manos. Tienes que enrabietarte –indicó Víctor.

Casandra cerró los ojos, crispó las manos y dio pequeñas sacudidas para intentar crear llamas, sin éxito.

–Vamos, sé dónde encontrar rabia –Víctor la agarró del brazo y tiró hacia el pasillo.

Amanda los siguió, preguntándose qué tramaría el joven.

Regresaron a la torrecilla, al salón.

–Hoy no vamos a comer aquí –comunicó Víctor.

–¿Y eso? –preguntó David.

–Vamos a otro sitio para que la enana aprenda a conjurar fuego.

–Oh, no –Casandra intentó escapar al interior de la estancia, pero él le rodeó el cuello con un brazo y la retuvo contra sí–. No quiero volver allí.

–Si seguro que te echan de menos.

–No la pegues tanto a ti –le regañó Diego–. Siendo sincronizadora, podría manchársele el aura con la tuya.

–Vaya, qué buen ojo tienes, Capi –apreció Víctor–. Es que hemos estado jugando con fuego negro.

–¿Fuego negro? –repitió el rubio asombrado.

¿Hemos? –remarcó Diego mirando fijamente a Amanda–. ¿Por qué tu aura no está manchada?

–¿Cómo puedes verlo desde ahí? –quiso saber ella con seriedad.

–Años de práctica. ¿Y bien?

–Cautivo –murmuró después de unos segundos de duda–. Fuego negro cautivo.

David silbó para mostrar su admiración.

–Eres una maldita genio de la magia –exclamó el jugador.

–Sí... una genio –repitió Vera, suspicaz.

–Dice que es FOBOS Delta –intervino Víctor.

–Sí, por qué no, tienen todo tipo de criminales ahí –aceptó el Capitán.

Amanda le lanzó una ácida e irónica mirada. "Muy gracioso", masculló internamente.

–Quedaos a discutirlo si queréis, nosotros nos vamos –anunció Víctor y tiró de Casandra.

–No, no, allí no –se quejó ella debatiéndose–. ¡Me mirarán mal!

–¿Y eso qué más da?

Amanda los siguió de nuevo. Presentía que aquel experimento saldría mal, pero si servía para que la pequeña pudiera conjurar fuego, quizás valiera la pena sembrar el pánico.

–Por lo menos deja que me vende el cuello –rogó Casandra.

–¿Para ocultar la marca? Se pensarán que te ha mordido, tú verás.

La chica se tragó las quejas junto con la frustración.

–Pero... ¿y el colgante? –planteó a continuación.

–Que les jodan, que se lo hubieran pensado mejor antes de liarla –respondió Víctor implacable.

–P-Pero... no puedes...

–Oh, sí que puedo. Mira –tiró de ella con brusquedad.

–Víctor, no te pases –lo regañó Amanda.

–Te quemaré las cejas –amenazó Casandra.

–Rabia, no desesperación.

–¡No estoy desesperada!

–¿Entonces por qué no paras de lloriquear?

Llegaron al pasillo del Comedor y aminoraron la marcha.

–Procura no hundirte –dijo el joven empujando las puertas, ya que no se limitó a abrir una. Quería llamar la atención.

El recinto se quedó en silencio, como una tumba, cuando los vieron entrar. Hubo que tirar y empujar de Casandra para que avanzara, estaba aterrada de los aterrados vanias. Víctor las guió a través de las mesas y fue a escoger el mejor sitio de todos: justo en frente del Consejero Guillermo.

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