1. Marcada
David se había quedado paralizado, como hacía mucho, demasiado, que no le ocurría. Lo habían engañado. Aquella jugada no se la había esperado y sus corazonadas no le habían servido de nada. "Me han utilizado, nos han utilizado a todos. Casandra..." Necesitó apoyarse en el respaldo donde hasta hacía unos segundos había estado posado el cuervo.
–¿Qué dice? –preguntó Amanda aterrorizada.
–Nos han... utilizado –resumió, esforzándose para que no se le fuera la cabeza. Tenía que replantearse todos sus próximos movimientos.
–Léelo en alto –ordenó Diego, que se agarraba a la mesa con tal fuerza que parecía que fuera a partirla.
Víctor había dado con la frente contra el mantel, como si hubiera caído fulminado, pero aún respiraba.
"Escolta de Casandra Montenegro,
Habéis sido buenos chicos y la habéis llevado hasta el destino fijado, incluso la habéis acercado al que pronto será su hogar. Tengo planes para esa chica, de modo que no os interpongáis, dejad que el vampiro haga lo que tiene que hacer y os concederé lo prometido. Quizás os hayáis encariñado con ella, pero os recomiendo que no me molestéis. Por vuestro bien. No querría tener que desangraros, aunque seguro que estáis riquísimos. Por si tenéis alguna duda, preguntad a los vanias sobre mí.
Alejandra Azogue."
†
–Por favor, siéntate –le pidió él señalándole una vieja butaca.
Casandra a duras penas podía mantenerse en pie, los escalofríos que le subían por la columna vertebral eran más violentos cuanto más cerca estuviera de él. Obedeció, no quería irritarlo.
–Te noto mucho más tensa que la primera vez –dijo sentándose frente a ella.
–¿La... primera vez? –repitió clavando las uñas en el reposabrazos.
Él la escrutó con sus ojos de azul imposible, incluso iluminados por un par de velas seguían teniendo aquel tono oceánico tan atrayente.
–¿No me recuerdas? –preguntó un tanto molesto.
Casandra negó con la cabeza y, temiendo que se enfadara, añadió:
–M-Me han dicho que he perdido la memoria, m-muchos recuerdos.
–¿En serio? –lo consideró con calma.
–S-Sí, hablan de c-cosas que no recuerdo.
–¿No se te ha ocurrido que podrían estar mintiéndote? –preguntó con una sonrisa maliciosa.
–M-Me mientan o no, es cierto que t-tengo lagunas en blanco, p-por lo que asumo que he perdido la memoria.
–Mmmh, esto cambia mis planes –murmuró para sí mismo.
–¿Qué... es lo que quieres? –inquirió tensando más los brazos.
–Eso puede esperar –aseguró él arrellanándose en su butaca–. Dime qué tipo de recuerdos has perdido.
–¿Cómo quieres que lo sepa?
–Fiémonos de lo que te dicen.
–Pues... –no comprendía por qué tenía que contarle aquellas cosas a un inquietante desconocido, pero estaba demasiado asustada como para negarse– cosas como que... atrapé a un asesino... –apretó los párpados con fuerza cuando le sobrevino el dolor de cabeza.
–¿Te duele recordar?
–Sí... –se mordió el labio inferior.
–¿Son cosas malas?
–Eso es lo que siento... –entreabrió los ojos. ¿La comprendía?
–Así que antes eras... ¿otra persona?
Casandra bajó la vista, avergonzada.
–Eso es lo que siento –repitió cohibida.
–Vaya –suspiró él–, pues tenemos un problema.
–¿Eh? –Casandra levantó la cabeza y se tensó aún más, la intuición le decía que lo peor estaba por llegar.
–Empecemos por tener modales. Me llamo Pablo.
–Y-Yo Casandra.
–Ya lo sé. Me han mandado que venga a convertirte en vampira.
†
El silencio era absoluto, sepulcral, ya que casi ni respiraban.
–¿Qué... vamos a hacer? –murmuró Amanda muy bajito, como si temiera que Azogue estuviera escuchándolos.
Hubo otro silencio abismal.
–Yo... lo tengo claro –dijo Diego con voz ronca.
Amanda y David lo miraron expectantes.
–¡No voy a dejar a Casandra en manos de esa puta vampiresa! –bramó descargando un puñetazo contra la mesa.
La joven tragó saliva, aquello le quedaba grande, daba igual que perfeccionara sus barreras, no podía hacer frente a vampiros. Miró a David, él también parecía estar teniendo sus dudas. Demasiado riesgo, pero no podían abandonar a la transfronteriza, menos ahora que había perdido buena parte de sus recuerdos y personalidad.
Una risita rompió el silencio. Víctor arañó el mantel y se irguió carcajeándose, aparentaba haber perdido el juicio.
–Cuando ya faltaba tan poco... –su espalda chocó contra el respaldo de la silla– me salen con esto... jajaja.
La ladrona se quedó de piedra un instante, ¿a qué venía aquello?
–¿Qué sabes tú de esto? –lo interrogó Diego.
–¿Yo? Una mierda, no sé nada –Víctor dejó caer la cabeza contra la mesa otra vez y continuó convulsionándose por la risa desquiciada–. Después de todo lo que ha pasado, cuando por fin llegamos a la meta, le borran la memoria y prácticamente nos la cambian por otra... y ahora nos salen con ¡esto! –se cayó de la silla y dio con sus huesos en el suelo.
–¿Se le ha ido la cabeza por el susto? –preguntó David sin obtener respuesta.
–¿Vosotros qué vais a hacer? –quiso saber el Capitán.
–Yo... –vaciló Amanda.
–¿Os vais a acobardar? –les ladró.
–Tú eres Vera, eres capaz de hacer cualquier cosa por la Justicia... pero yo soy ladrona...
Diego cerró un momento los ojos y se frotó la frente.
–Eres ladrona y no de poca monta. Admiras al Fantasma, ¿no?
–¿Qué quieres decirme con eso?
–El Fantasma roba por el placer de conseguir lo imposible.
–Pero luchar contra vampiros...
–Azogue ha tejido una trampa en torno a nosotros cinco y cree que Casandra es de su propiedad. ¿No es la especialidad del Fantasma atravesar barreras infranqueables y robar lo que alguien cree de su propiedad?
Amanda se quedó sin palabras, ¿le estaba hablando así un policía o un admirador del Fantasma?
–Pero yo no soy más que una ladrona de poca monta.
–No me lo creo –dijo tajante, pero no era una acusación, se parecía más a... ¿una muestra de apoyo?
–Es arriesgado... muy arriesgado –musitó David releyendo la nota de nuevo–. Una apuesta arriesgada... –se paseó por el salón absorto en sus pensamientos–. Me pregunto si el premio será igual de grande –dibujó una amplia sonrisa al tiempo que alargaba el brazo para quemar el papel con la llama de una de las velas.
–¿Entonces? –insistió Diego.
–¿Me estás proponiendo que juguemos contra alguien con mejores cartas que nosotros y que, en caso de ganarle, podría matarnos a todos? –el fuego trepó hasta sus dedos, él los sacudió y una carta apareció en el lugar de los restos chamuscados–. Esperemos que la Diosa Fortuna siga de mi parte en esta apuesta –lanzó la carta sobre la mesa, era la reina de picas.
–Víctor –llamó el cincuentón, sin mostrarse impresionado por el numerito de prestidigitación.
–Ay, estáis locos –dijo el aludido y se aferró al borde de la mesa–. Estáis fatal, enfrentaros a vampiros... –se irguió.
–¿Qué vas a hacer tú? –insistió Diego.
–¿No está claro? Reírme en la cara de Azogue –amplió una sonrisa hasta mostrar toda la dentadura, él era el que más loco estaba.
–Vale –retomó Amanda de repente–, lo primero de todo es encontrar a Casandra y traerla con nosotros, después ya pensaremos el plan de evasión –activó la pulsera que le indicaba la posición de su compañera–. Está a un par de kilómetros al este.
–Eso es lo que quería oír –respondió el Capitán.
Bajaron en tropel al vestíbulo y allí se encontraron a Guillermo, plantado a los pies de la escalera.
–¡¿Dónde has llevado a Casandra?! –interrogó Diego hostil.
–A la Mansión del Este –murmuró el vania. Tenía muy mala cara, tan mala que a Amanda se le retorcieron las tripas.
–¿Hay alguien más allí? –preguntó ella temiéndose lo peor.
Guillermo asintió.
–Un... shen'snerun, un...
–Vampiro –terminó Diego llevándoselo por delante–. Devuélveme mis armas.
–Espera, por favor –rogó el vania–, no está todo perdido, hay leyes...
–¡Tus leyes me importan una mierda! –lo estampó contra la puerta tras la que estaba el almacén–. Ábrela.
–Diego, tiene razón –intervino Víctor más calmado y cuerdo–. Hay leyes que rigen a vampiros y vanias. Algunas de ellas están de nuestra parte.
†
–No... por favor, no –gimió Casandra pegándose contra el respaldo el sofá. Las palabras de Pablo habían hecho que su mente se balanceara sobre un abismo de terror–. Eso no...
Él suspiró fastidiado y observó la habitación en la que se estaban.
–Deja de gimotear –Pablo se inclinó hacia adelante. Ella, creyendo que iba a levantarse, quiso escapar–. Quieta ahí –le ordenó.
Se quedó paralizada, con la mandíbula apretada, los ojos muy abiertos, la espalda en tensión, las uñas clavadas en el reposabrazos y los pies flexionados como si fuera a realizar una carrera de cien metros lisos.
–Escúchame sin lloriqueos, ¿vale? –indicó el vampiro con frialdad–. Tengo que convertirte, mi Consejo así lo ha decidido.
Casandra inspiró hondo y aguantó la respiración, se estaba mareando.
–No hay otra opción, te consideran un primer nivel, vas a convertirte. Pero, por esa misma razón, no puedo hacerlo por la fuerza ni hacerte daño, ¿te parece bien? –propuso él.
Ella suficiente tenía con mantenerse consciente como para además responder a ese tipo de cuestiones. A él no pareció gustarle su mutismo e hizo un gesto de desagrado.
–Tengo un mes para convencerte. Se supone que eres un primer nivel porque deberías de aceptar dentro de un plazo razonable, pero visto lo visto... –hizo un gesto de desdén–. ¿Quieres hacer alguna pregunta?
Casandra tenía muchas. ¿Por qué yo? ¿De dónde has salido tú? ¿Por qué siento tanto miedo?
–¿Hay... alguna posibilidad de que no...? –empezó balbuceante.
–Ni lo sueñes –respondió Pablo tajante.
Casandra cerró los ojos un instante, estaba al borde del colapso.
–¿Algo más? –preguntó él.
–¿P-Puedo marcharme? –rogó ella.
Pablo pareció pensárselo. "No, por favor, no me retengas", rogó internamente Casandra. No creía poder aguantar ni un minuto más.
–Lárgate –dijo finalmente el vampiro despectivo–. Pero antes... –le agarró la mano derecha cuando ella todavía no se había erguido del todo y se la llevó a la boca.
El pánico le nubló la mente y estuvo tentada de golpearlo, pero no la mordió, sino que le echó el aliento en la muñeca y después presionó con el pulgar. Casandra gritó cuando el dolor le llegó al los huesos.
–Ahora fuera de aquí –ordenó Pablo soltándole el brazo con brusquedad–, sé dónde encontrarte.
Casandra se tambaleó, se apoyó en el reposabrazos un segundo para recuperar el equilibrio y crispó los dedos de la diestra, le dolía en la muñeca... Recordaba un dolor parecido en aquella zona... Se llevó la mano izquierda a la sien.
–¿Y Guillermo? El hombre que ha venido conmigo... –murmuró ella tratando de no desmoronarse.
–Ése ha salido corriendo en cuanto has subido al segundo piso, su cometido era traerte a la trampa –explicó Pablo desdeñoso.
"Traición", susurró una vocecilla en su cabeza raspando las paredes del olvido. "Te ha traicionado". Casandra se clavó las puntas de los dedos en la sien. Si seguía así, iba a volverse loca.
–¿Qué me has hecho en el brazo? –le estaban apareciendo puntos negros desde el dorso de la mano hasta el codo, como si estuviera apolillado–. ¿Una... maldición?
–Depende de a quién se lo preguntes –el vampiro torció la sonrisa en una mueca maliciosa que hizo que le temblaran las rodillas–. Te he insuflado un poco de mi poder. Disfrútalo.
"¿De su poder?" Se miró el antebrazo moteado, parecía un dálmata.
–¿No te ibas? –el vampiro se levantó y le tendió una mano–. ¿O te gustaría quedarte a cenar conmigo? –planteó ampliando la mueca torcida.
†
–Si han dejado entrar a un vampiro en su territorio es porque el Consejo de los vampiros ha decidido adquirir a Casandra –explicaba Víctor–. Se supone que es una decisión meditada y por ello los vanias la aceptan.
–¡Venga ya, esos putos cobardes! –bramó Diego.
–Deja que termine de hablar. A ese humano se lo considera un primer nivel, se espera que tras la conversión sea un vampiro poderoso y bastante cabal. Por ello, se lo respeta.
–¿Qué quieres decir con todo eso?
–Que el vampiro no pueda convertir a Casandra por la fuerza, ni tampoco hacerle daño a no ser que ella le ataque. Está... relativamente a salvo.
–¡Y una mierda! Amanda, ¿sigue en el mismo sitio?
–No se ha movido –comunicó ella–. Su temperatura no ha bajado, asumo que está bien.
–Puede secuestrarla –opinó David–. Al fin y al cabo, Casandra tiene un imán para los secuestros.
–Si tarda en volver, podríamos ir a buscarla –propuso Víctor recostándose contra la balaustrada.
Amanda se puso muy nerviosa por empezar a asumir que tendrían que ir a aquella mansión.
–Me refería a que se la llevara lejos –continuó el jugador–. Aunque no vaya a convertirla por la fuerza, si se la llevara a su castillo, lo tendríamos complicado para ir a buscarla.
Todos lo miraron, no se les había ocurrido esa fatídica posibilidad.
–Vamos ahora mismo –ordenó Diego, pero luego se lo pensó mejor–. Yo voy a ir con o sin armas. Amanda, necesito tu detector.
–Sólo funciona conmigo –murmuró–, es intransferible.
–Lo sé –contestó mirándola fijamente.
La joven inspiró hondo y se puso en pie con piernas temblorosas.
–Vamos.
–¿Alguien más...?
Los otros dos chicos dieron un paso al frente.
–Eso ni se pregunta –dijo Víctor.
–Puede que mis corazonadas ayuden –añadió David.
Salieron a los jardines y bajaron al pueblo. Quizás fuera porque era la primera vez que salían de noche, pero les extrañó el ambiente de quietud total y silencio absoluto que flotaba en sus calles. Montaron en los caballos y cabalgaron hacia el este.
–Deberíamos torcer a la izquierda –indicó Amanda observando el bosque, que era muy cerrado en aquella zona.
–Un poco más adelante... un poco más... –indicó el jugador.
Se fiaron de lo que supusieron que sería una de sus corazonadas y, segundos más tarde, encontraron un sendero que se internaba en el oscuro bosque.
–Ya casi –informó la ladrona con las tripas encogidas–. Se acerca.
David se bajó del caballo y un instante después surgió Casandra de las tinieblas, tambaleándose con los ojos muy abiertos y el brazo derecho presionado contra el costado. Se sobresaltó al reparar en ellos, pero se dejó acunar por los brazos del joven. Se escuchó un sollozo.
–¿Está llorando? –preguntó Víctor estupefacto.
–Eso parece –coincidió Amanda, vigilando el bosque suspicaz.
–Súbete a mi caballo, nos iremos de aquí –dijo el rubio.
La asustada adolescente se dejó llevar y enseguida estuvieron galopando de vuelta al castillo. Abandonaron los caballos en los jardines, entraron en el vestíbulo, subieron a la torre en silencio y se instalaron en el salón. Durante el camino, Casandra no abrió la boca, pero, en cuanto se desplomó en el sofá, se echó a llorar a lágrima viva. Pudieron ver un tatuaje negro en su antebrazo derecho, que le cubría desde el dorso de la mano hasta el codo.
–¿Qué ha pasado? –preguntó Amanda sentándose a su lado.
La pilló desprevenida que la adolescente se echase contra su hombro para continuar sollozando, pero al momento la estrechó contra su pecho hasta que se calmó.
–Guillermo... me ha llevado a la Mansión del Este. Me ha traicionado –crispó la mano derecha sobre los pantalones de la ladrona y le sobresalieron los tendones bajo el tatuaje del dorso–. Allí hay un vampiro.
–¿Te ha hecho algo? –preguntó Amanda acariciándole la cabeza, ahora parecía tan indefensa...
–Me ha... –empezó a respirar muy rápido– dicho... q-que... ha dicho que... –se echó a llorar otra vez.
–Que su Consejo le ha mandado convertirte –terminó Víctor, que no salía de su asombro al verla comportarse así.
Ella emitió un gritito y se pegó más al pecho de Amanda.
–¿C-Cómo lo sabes? –se la escuchó preguntar.
–Es una de las dos razones por las que dejarían entrar a un vampiro.
–Ah... ¿Y sabes qué me ha hecho en el brazo? –levantó el derecho.
Él asintió un par de veces.
–La primera marca.
–¿La ha marcado como al ganado? –gruñó Diego dando vueltas por la habitación.
–No exactamente, sirve para demostrar que están interesados en convertirla, pero más bien es un parche de energía vampírica. Le ha insuflado una pequeña parte de su poder. Aunque es temporal, se supone que potenciará su propia energía para...
–No lo quiero –gimió Casandra desesperada–. ¡No lo quiero! ¿Cómo me lo quito? –sacudió el brazo como si la marca a desprenderse así.
–Si existe una forma, yo no la conozco –se disculpó Víctor.
La adolescente hiperventilaba de pura ansiedad, se arañaba la piel intentando desollarse.
–Tienes que calmarte –le dijo Amanda separándola de ella.
Pero ya tenía los ojos desorbitados, los puso en blanco y se desmayó. Hubo unos segundos de silencio.
–La anterior Casandra no se hubiera puesto así –murmuró David.
–¿Qué vamos a hacer? –se preguntó la ladrona.
–De entrada, llevarla a su cama –dijo Víctor acercándosele.
–Pero tendremos que hacer algo, ¿no? –insistió desesperada.
–¿Qué, huir? ¿A dónde? –cuestionó él–. Podríamos salir al galope al amanecer, cabalgar sin descanso durante horas y ese vampiro nos encontraría por la noche.
–No tiene por qué –intervino David–. Podríamos borrar nuestro rastro y confundirle.
–¿Por cuánto tiempo? ¿Dónde nos esconderíamos?
–Podemos hacerlo –aseguró Amanda, conocía las barreras necesarias.
–Quizás podamos despistar a ese vampiro –murmuró Diego–, pero deshacernos de Azogue será más difícil.
Se hizo un silencio pesado.
–Antes de huir a ninguna parte, deberíamos esperar a que Casandra se estabilice –opinó Víctor cogiéndola en brazos–. Si ya era inestable con su humor cambiante y después con la mayoría de sus recuerdos tapados, ahora tiene la primera marca. Y la próxima vez que él la vea, le hará la segunda, estoy seguro.
–¡Pues no le dejemos! –exclamó Amanda.
–Suerte con tu empresa –le deseó dirigiéndose a la puerta, cojeaba.
–Cualquiera diría que quieres que le haga más –lo acusó Diego.
–No hay mal que por bien no venga, Capitán –respondió haciendo un esfuerzo por sostenerla en sus brazos–, se supone que ahora tiene poder –añadió saliendo al pasillo.
–¿Podemos fiarnos de él? –preguntó Diego.
–Yo me fío –dijo David–. Por lo menos en el tema de Azogue está de nuestra parte.
Amanda se llevó una mano a la frente. "Maldita Annelien, así que estos problemas viste venir y no nos avisaste".
†
Se despertó tumbada en una superficie mullida y cubierta por una sábana, podía oler la brisa nocturna. Recordó al vampiro y se tensó.
–Estás a salvo –la tranquilizó una voz masculina.
Casandra entreabrió los ojos y se encontró a Víctor sentado junto a ella en la cama. Estaban en su dormitorio, con el tocadiscos que no quería tocar para ella, las cortinas azul claro ondeando suavemente y su antigua ropa abandonada sobre una silla y coronada por la pluma negra que se había encontrado.
–La ventana está abierta –dijo atemorizada.
–No puede entrar por ahí, te lo prometo, hay una barrera protegiendo el castillo –le aseguró acariciándole el pelo.
Casandra parpadeó y buscó sus gafas, había notado dolor en su voz.
–¿Estás bien? –preguntó colocándoselas.
Víctor asintió con la cabeza, pero había un rictus de sufrimiento en su expresión.
–¿Qué pasa? ¿Qué te duele? –se preocupó ella incorporándose.
–Estaré bien... ¿Cómo es? –preguntó de repente, sobresaltándola–. Venga, no puedes aterrarte por el simple hecho de pensar en él –añadió poniéndose en pie con pesadez.
–T-Tiene los ojos azules –respondió, estremeciéndose al recordarlo, eran demasiado absorbentes–, el pelo negro... la piel blanca, muy, muy blanca... –inspiró hondo para controlar su ansiedad–. Viste todo de negro.
–¿Sabes su nombre? –preguntó él paseándose por la habitación.
–Pablo –bostezó Casandra.
Víctor se asomó fuera para comprobar que todo estaba en orden.
–Una última pregunta, que tienes que descansar. ¿Has llorado?
–Sí –admitió avergonzada, ¿a qué venía aquello, acaso no lo había visto con sus propios ojos?
–¿Por qué?
–Pues... porque estaba muy asustada... Lo estoy... Todo... Todo esto... –volvió a bostezar.
–Duerme, mañana será un día duro y tienes que estar descansada. Yo te protegeré, no te preocupes –prometió acariciándole el pelo.
†
Casandra cayó en un sueño profundo y pesado. No durmió tranquila, sentía que el vampiro la acosaba, que sus ojos azules la seguían allá donde fuera. Los escalofríos de la espalda la hostigaban para que corriera sin descanso, pero daba igual lo lejos que huyera, él siempre estaba allí, tras ella, oculto en las sombras...
Se despertó por culpa de su propio temblor, que no cesó al desprenderse de la pesadilla. Notaba una presencia a su espalda, una presencia escalofriante. "Está aquí", se dijo encogiéndose. "Pero no es posible, la barrera que rodea el castillo..." Parpadeó, quizás siguiera en el mal sueño...
Casandra escuchó un roce, estaba allí, era real. Cerró los ojos con fuerza, si fingía estar dormida quizás la dejara en paz. Pero notó una caricia en el hombro y escuchó un susurro. Se sobresaltó y rodó para tirarse de la cama por el otro lado. El golpe contra el suelo la aturdió más. Se incorporó y se asomó por el borde. Quería huir al pasillo, encerrarse en el baño o desaparecer, pero había algo más importante.
–¿Qué has hecho con Víctor?
La silueta se movió hacia ella. Estuvo tentada de meterse debajo de la cama, pero allí sería presa fácil. Necesitaba sus gafas para no estar tan indefensa. Se levantó a trompicones y echó a correr hacia el pasillo con la certeza de que la puerta estaría cerrada.
–Casandra, soy Víctor.
Se detuvo pegada a la pared, se giró con temor y al fin reconoció a la silueta borrosa plantada en mitad de la habitación.
–¿Víctor? –repitió sin terminar de creérselo.
–Sí, soy yo –se encendieron las velas–. Has tenido una pesadilla.
–Pero... lo sentía tan real –murmuró regresando a la cama para coger las gafas de la mesilla.
Él guardó silencio unos segundos, se lo veía preocupado.
–Debe de ser que la experiencia traumática te ha hecho más susceptible... o quizás sea por la marca.
–¿Esto hace que lo sienta en todas partes? –preguntó alarmada.
–No creo que sea eso, pero uno de sus efectos es provocar un estado de alerta, para que no te pillen desprevenida –se apoyó contra el escritorio–. Al despertar y notar mi presencia, debe de haber saltado la alarma.
–¿Qué más me va a hacer esto?
–Junto con las sucesivas marcas, aumentará tus reflejos, rapidez, resistencia, fuerza, equilibrio... y potenciará tus poderes, aunque en tu caso no sé qué pasará.
–¿Sucesivas marcas? ¿No hay forma de evitarlo? No quiero más...
–Sólo si eres capaz de evitarlo a él para siempre. Estoy seguro de que, la próxima vez que tenga ocasión, te plantará la segunda.
–¿Por qué? –se preguntó desesperada dejándose caer en la cama.
–Para mostrarte las ventajas de ser vampira.
–Suena como si estuvieras de acuerdo –se inquietó Casandra.
–Oh, no, lo que ocurre es que he pasado de lamentarme y me he hecho a la idea, es lo más práctico. Además, trato de verle el lado positivo.
–¿Y dónde narices está? –masculló crispada.
–Apuesto a que no vas a rendirte y caer en sus brazos tan fácilmente.
Casandra negó con la cabeza repetidas veces.
–Da igual las ventajas que te muestre, porque no te tentará, ¿verdad?
Volvió a negar.
–Así que... –se paseó hasta colocarse frente a ella– todas las marcas que te haga, todo el poder que te insufle, será en vano para su causa. Es más –hizo un alto y sonrió con malicia–, se volverá contra él.
Ella inclinó la cabeza a un lado.
–¿En serio?
–Todo depende de tu voluntad.
–Pero yo no quiero más tatuajes de éstos. Me da igual el poder que me den, no quiero cambiar.
Él se encogió de hombros.
–Yo te he mostrado la forma más optimista de verlo, pero si prefieres deprimirte y volverte loca...
La muchacha entrecerró los ojos y frunció el ceño, los razonamientos y el optimismo de Víctor la desconcertaban. Él debió de leer en su expresión lo que pensaba.
–¿Qué pasa, no te gustan mis ideas? Pues que sepas que antes tus deducciones llegaban a ser más retorcidas, frías y absurdamente lógicas.
–Cállate –masculló llevándose una mano a la cara.
–Duérmete de una vez –le respondió él encendiendo el mechero.
Casandra bostezó y lo miró extrañada. ¿Tenía un cigarrillo en los labios? Cayó rendida sobre la almohada en pocos segundos, gafas incluidas, derribada a traición por un hechizo de sueño.
†
–¿Cuánto tardaríamos en llegar a Dirdan? –preguntó David dando sorbos a su café, acababa de amanecer y todos trataban de despejarse a base de ingentes cantidades de cafeína.
–Un par de jornadas sin parar de galopar –respondió Diego, que tenía muy mala cara, sin afeitar, con el pelo revuelto y las arrugas y bolsas oscuras mucho más marcadas de lo habitual bajo los ojos.
–¡Pero eso es una matada! Los caballos reventarán.
–¿Se te ocurre algo mejor? –retó el Capitán.
–¿Y qué vamos a hacer por la noche? –intervino Víctor bebiendo con tranquilidad.
–Puedo hacer barreras –murmuró Amanda, que había desarrollado la manía de mirar la pulsera detectora cada cinco segundos para asegurarse que Casandra seguía en su habitación.
–Sí, claro, como las que os mantuvieron a salvo de los cazarrecompensas, ¿no? –pinchó el moreno.
Ella levantó la mirada nerviosa, que se escapaba cada poco hacia la luz roja que se mantenía inmóvil, no había dormido en toda la noche y tenía un temblor crónico en las manos. El aire chispeó a su alrededor.
–¿Vas a atacarme? –preguntó él dejando la taza sobre la mesa–. Tus barreras están tan inestables como tú, primero céntrate y luego hablamos.
La ladrona apretó los puños con rabia, sabía que no estaba en condiciones de atacar ni proteger, pero se sentía tan impotente y asustada que...
–¡Se mueve! –exclamó al ver la pequeña vibración en la lucecita.
–Yo no he visto nada –dijo David.
–Eso es porque está encima... pero está bajando –clavó la mirada ansiosa en la puerta entreabierta, al cabo de unos segundos se vio una figura pasar de largo rápidamente–. ¿Pero qué...?
–¿Se vuelve a ir con los vanias? –se sorprendió David.
–Ella verá en quién confía –gruñó Diego.
–Dejadla que vaya con ellos, dejadla –Víctor atacó a las galletas, se lo veía hambriento aquella mañana, al contrario que los demás–. A ver si así recuperamos a la antigua Casandra.
Amanda estaba atónita, no porque hubiera pasado de largo, si no porque sus pasos habían sido mucho más silenciosos de lo normal sobre la alfombra azul.
†
Casandra se centró en darle vueltas al cacao, sin atreverse a levantar la cabeza. Se sentía fatal allí sola, aunque rodeada de gente, con las lágrimas anegándole los ojos y la angustia estrujándole las entrañas. Dio un sorbo para no estar como una idiota sin hacer nada y el líquido pasó a duras penas por su garganta para ir a parar a su dolorido estómago.
No se había atrevido a entrar en el salón de la torrecilla junto con su escolta y estaba desayunando en el comedor. Pero no era como el día anterior, los vanias le hacían el vacío, se habían marchado los de la mesa donde se había sentado y las de alrededor estaban medio desocupadas. La rechazaban a pesar de que se había enrollado una toalla en torno al brazo para que no se viera aquel maldito tatuaje, aunque algunas puntas sobresalían por el codo y el dorso de la mano.
Arañó la mesa, se sentía despreciada, sola, abandonada... Lo peor de todo era que percibía que su memoria olvidada reconocía aquella sensación, la conocía de primera mano, no era la primera vez que la dejaban de lado. Se clavó las uñas en la palma y contuvo las lágrimas. "Que no me vean llorar, que no me vean..."
Levantó los ojos lo justo para ver a Nicolás, él también la repudiaba, ni se dignaba a volverse hacia ella, ni una disculpa, ni siquiera una excusa... Vacío total.
Traición. El susurro se arrastró por el fondo de su mente derramando ácido que le quemaba las entrañas. Traición.
Casandra se llevó las manos a la cabeza, iba a volverse loca. Cuando consiguió calmarse, apretó la taza con tanta fuerza que se marcaron los tendones, le crujieron las articulaciones y creyó que iba a romperla. Se bebió el cacao frío de un trago, se notó a punto de vomitar, pero tragó sin compasión para sí misma. Le dolía el alma, quería gritar, romper cosas... pero se reprimió, se puso en pie y salió del comedor lo más rápido y silenciosamente posible.
†
Caminó sin rumbo con el único objetivo de encontrar un lugar apartado; si iba a estar sola, prefería estarlo de verdad, sin nadie en las proximidades. Cuando no pudo más con su desesperanza, se sentó en un rincón, llevaba pasillos sin cruzarse con nadie, de modo que asumió que allí estaría... ¿bien? Por lo menos podría llorar a gusto. Se arrancó la toalla, la lanzó lejos y chilló enrabietada arañándose el antebrazo. Odiaba sentirse así, pero más aún detestaba que, a pesar de que su mente le dijera que no recordara nada, su pecho asegurara que estaba familiarizado con aquel maldito dolor.
Respiró hondo y se obligó a calmarse, no podía perder los estribos porque los vanias le hicieran el vacío cuando tenía a un vampiro pendiente de ella. Tenía que serenarse y... ¿Qué podía hacer? Se miró las palmas de las manos. Ella, simple humana sin magia, no podía hacer nada. Entonces reparó en los puntos negros que plagaban su antebrazo izquierdo.
–No... no... –gimió al asociarlo con lo que había pasado con el otro–. Para, para.
–Cuando más te alteres, más rápido se extenderá –aseguró una voz femenina.
Al levantar la cabeza se encontró con Amanda, una de sus pulseras brillaba con un punto de luz roja.
–¿Eh?
–O eso se dice al menos –se sentó delante de ella–. Como no podía dormir, me he dedicado a estudiar.
–¿Por qué me sale otra?
–No es otra, es la primera, que es doble: aparece en los dos antebrazos –explicó con seriedad–. Y cuanto más te asustes, más rápido se expandirá.
–¿Qué puedo hacer para pararlo?
–Si te relajas, es posible que aminore la marcha, pero, tarde días o tarde horas, se completará.
Casandra suspiró agobiada y golpeó la frente contra las rodillas.
–¿No estás enfadada conmigo? –murmuró.
–¿Por estar marcada? –preguntó Amanda estupefacta.
–Por haber estado evitándoos durante una semana y haber tenido que ir a salvarme en plena noche.
–Oh, por lo de habernos evitado estoy un poco molesta, aunque me supongo que es porque te evocamos recuerdos incómodos. Lo de ir a buscarte es lo menos que podíamos hacer, somos tu escolta. En realidad... tendríamos que haberte rescatado antes.
–No me lo merezco...
–No digas tonterías. Lo hecho, hecho está. ¿Volverás con nosotros?
–Antes no me he atrevido a entrar porque tenía miedo de que estuvierais enfadados conmigo.
–No, nada de eso –aseguró Amanda.
–Pensaba que diríais "como ahora tienes problemas, vienes a nosotros, ¿eh?" –gimoteó Casandra.
–Ni hablar, queremos ayudarte.
–A pesar del peligro... ¿no vais a alejaros? –levantó un poco la cabeza.
–¿Al igual que los vanias? –preguntó Amanda con desdén.
–Pero...
–Casandra –la joven la miró fijamente a los ojos–, somos tu escolta, no te vamos a abandonar.
–Es peligroso –gimió ella. Le dolía el pecho, pero ahora por experimentar un extraño sentimiento... novedoso.
–¿Crees que no lo sabemos? –cuestionó Amanda.
Los ojos de Casandra se empañaron por las lágrimas, aunque aquella vez no fue por la rabia. Sentía un alivio enorme al disolverse el ácido de la desesperación vertido sobre sus entrañas, pero estaba muy preocupada por su escolta. Se tapó la cara con las manos y se serenó, tenía que encontrar la manera de salir de aquel atolladero.
–¿Qué más sabes de las marcas? –preguntó a media voz.
–Lo poco que viene en los libros, tengo un par en mi cuarto que he sacado de la biblioteca. Me costó encontrarlos –dijo poniéndose en pie–. ¿Vienes conmigo?
Casandra inspiró hondo, se limpió las lágrimas y la siguió a pesar de que aún temiera encontrarse cara a cara con el resto de la escolta. Recogió la toalla para ocultar la parte derecha de la marca, la otra se había quedado a medias con un montón de puntos y líneas retorcidas uniéndolos.
–¿Sabes? Podría vendarte los antebrazos –propuso Amanda–, no la detendría ni la haría desaparecer, pero por lo menos no tendrías que verla de continuo.
–Ni se incomodarían los demás...
–Eh, que le den a los demás, preocúpate por ti misma por una vez –le reprochó.
–Lo has dicho como si nunca lo hiciera.
–Porque no lo haces, siempre antepones los demás a ti misma.
–¿Incluso antes de borrarme la memoria?
–Desde que te borraron la memoria te has vuelto más egoísta, la prueba de ello es que nos hayas dejado de lado durante una semana porque te evocáramos recuerdos molestos. Antes... te daría un par de ejemplos, pero acabarías mandándome callar o huyendo, y quiero enseñarte esos libros.
Casandra bajó la cabeza, abochornada por su propia cobardía.
–Prueba.
–¿Cómo dices? –se extrañó Amanda.
–Dime un recuerdo, sólo uno, donde haya sido altruista.
–¿Estás segura?
Asintió e inspiró hondo. ¿Cómo iba a hacerle frente a un vampiro si no podía hacerse frente a sí misma?
–Víctor, algo le pasa, casi no come, muchas veces anda decaído... Hay algo que lo está corroyendo por dentro, pero no suelta prenda, por lo menos conmigo. En cambio tú... congeniaste con él desde el primer día, percibiste su dolor y te fuiste ganando su confianza.
Casandra se detuvo en seco, el zumbido la estaba mareando.
–Sigue... –murmuró aturdida.
–Eres sincronizadora, ¿recuerdas eso?
–Sí –gimió, controlándose para no escapar, tenía que ser fuerte.
–Sincronizaste con él, por lo menos un par de veces y estoy segura de que no fue agradable, pero a él lo ayudaste mucho.
A Casandra se le nubló la vista y le temblaron las piernas, notaba cómo algo en su mente se fracturaba.
–También creo que te contó sus problemas y tú cargaste con el peso –continuó Amanda–. Por él.
Casandra se desplomó con un grito desgarrado, le dolía la cabeza, pensar la abrasaba por dentro, recordar era un suplicio. Cayó de rodillas y después se dobló por la mitad para dar con la frente en el suelo.
–Ya basta, ya. ¡Para! –gimoteó arañando las baldosas.
–Lo sabía... –murmuró Amanda arrodillándose a su lado.
–Duele más de lo que esperaba –se justificó–. Cuando David me contó lo de... cazar al asesino o que la amiga de Diego está con los licántropos... –se incorporó a duras penas y se sentó apoyando la espalda contra la pared– no dolió tanto –suspiró agotada mientras su mente se reposaba.
–Entonces es que he ido a elegir uno de los peores –caviló Amanda–. Oye, ¿qué tal con los chicos y chicas de tu edad y lado de la Frontera?
Casandra apretó los dientes cuando le sobrevino la oleada de malas sensaciones y se llevó una mano a la boca para no vomitar.
–¿Es que quieres matarme? –masculló resentida.
–¿Ha sido peor que el de Víctor? –se interesó Amanda.
Guardó unos segundos de silencio mientras se apaciguaba.
–Ha sido más... voluminoso, pesado, denso...
–Es natural, son recuerdos guardados durante años.
–Lo de Víctor... –trató de mantenerlo apartado– ha sido más doloroso, agudo y... –se arañó el pecho buscando la palabra adecuada– agónico.
–Entonces es peor que años de marginación.
–Cállate –gruñó Casandra–, he dicho un recuerdo. Dame tiempo.
–Perdón, estoy preocupada por él. ¿Seguimos?
Casandra se llevó las manos a la cara, preguntándose si sería capaz de hacer añicos una parte de su mente para buscar qué era lo que le corroía a Víctor. Se presionó las sienes, inspiró hondo y se puso en pie ayudándose de la pared.
†
Llegaron a la habitación de Amanda en silencio y ella le mostró uno de los libros.
–Primera marca –abrió una página señalizada y pudieron ver la silueta de un hombre con los dos brazos tatuados al igual que los suyos.
–¿Cómo van a potenciárseme los poderes si no tengo magia?
Su compañera se encogió de hombros y pasó de página.
–La segunda marca –anunció, aquella vez se trataba de un busto que tenía tatuado todo el cuello como si se tratara de un collarín–. Se supone que ésta mejora los hechizos verbales, pero creo que sólo lo dicen por el lugar en el que se encuentra.
Casandra se llevó una mano a la garganta al pensar que pronto podría tener aquello. Amanda continuó pasando páginas.
–La tercera –se trataba de otra marca doble en ambos hombros, que se derramaba por sus bíceps y serpenteaba por el pecho–. Se supone que da fuerza física.
–¿Y... cuántas hay? –preguntó la adolescente con temor.
–Se dice que siete –pasó la página para que viera la cuarta sobre la frente como una tiara–, pero los pocos datos que hay llegan hasta aquí. Las que quedan son teóricas, míticas, no he encontrado datos sobre alguien a quien se las hayan hecho. Aunque eso no significa que no los haya habido. Se supone que ésta potencia los conjuros mentales.
–Que no tengo magia –le recordó Casandra dejándose caer en la cama. La situación la superaba.
–La quinta –continuó Amanda, sosteniendo el libro frente a ella. Aquella se localizaba en el vientre, en torno al ombligo–. Más fuerza y magia... ¿Cómo la llaman aquí? –leyó el escueto texto–. Sentimental. Puf, menudo peligro es ésta.
–¿Las demás no?
–Lo que esta conlleva es que las cosas se romperán con un enfado, lloverá con la tristeza... cosas de esas. Aunque no me creo que aparezca de repente porque te hagan esa marca.
–Amanda, que yo no tengo magia.
–Eso ya lo veremos –pasó de página–. La sexta está en las piernas. Mayor flexibilidad, velocidad... Qué van a decir estando dónde está, ¿magia por los pies? Esto de que no sean más que habladurías y no haya datos contrastados...
–Por lo visto te parece bien... –murmuró Casandra molesta.
–Oh, sí, me parece genial –respondió agobiada la joven–. Mi escoltada marcada por un vampiro, estamos rodeados de vanias conspiradores, Azogue nos tiene amenazados... –se apoyó en la columna del dosel e inspiró hondo para serenarse. Se hizo evidente el férreo control bajo el que mantenía sus nervios.
–¿Azogue os tiene amenazados? –repitió alarmada la adolescente.
–Tú no te preocupes por eso y céntrate en esto –le mostró la séptima marca, que ocupaba toda la espalda con unas alas compuestas de las líneas retorcidas de siempre–. Se dice que ahí está la magia ancestral, la tuya.
–¿Así que... si soportara que me hiciera las siete marcas... quizás se me potenciara esa magia? A pesas de que nadie lo haya soportado.
–¿Quizás? Aunque nuestro plan es que no llegue a tanto.
–¿Y cuál es el plan, que llegue a tres, cuatro?
–Que nosotros lleguemos a Dirdan lo antes posible y pedir asilo a los licántropos con los que está Mar –explicó Amanda.
–¿Y por qué no nos hemos marchado aún?
–Porque ahí fuera no tenemos un castillo donde no pueda entrar un vampiro.
–Oh, ya... comprendo –musitó Casandra.
–Víctor ha insistido en que esperemos a que te estabilices. Lo cierto es que yo también necesito centrarme.
–Pero, ¿y si esta noche me hace la marca del cuello? –se estremeció al pensar que el vampiro la tocara ahí.
Amanda asintió, parecía que ya había pensado en aquel problema.
–Como ya dije, peor para él.
Las chicas se sobresaltaron cuando repararon en Víctor apoyado contra el marco de la puerta.
–Si se trataba de una conversación privada, deberíais haber cerrado.
–No es eso, es que no me he dado cuenta de que estabas ahí –respondió Amanda extrañada.
–¿Soy tan sigiloso como vosotras? Porque tú lo llevas incluido en tu oficio y Casandra parece que lo está desarrollando por la marca. Oh, veo que te ha salido la otra parte.
–No me había dado cuenta...
–Pues yo diría que es bien grande.
–Me refería a lo de ser sigilosa.
–Es cierto, tus pasos ya no suenan tanto y es inconsciente –corroboró la joven.
–Oh, no se lo habías dicho hasta ahora. No le estarías intentando ocultar los efectos de las marcas, ¿verdad?
–Eh... no, pero es que no ha surgido.
–Claro, claro. Oye, Casandra, antes entrenábamos, pero desde que te borraron la memoria y te largaste con los vanias... –se separó del marco al tiempo que ella apartaba la mirada, abochornada–, ¿te apetece retomar las clases?
–¿Para qué? ¿Me puedes enseñar algo que valga contra un vampiro?
–Mmmh, ¿contra un vampiro? –hizo una mueca como si se lo pensa-ra–. No, todavía no tienes suficientes marcas. Además, no te lo recomiendo, saldrías perdiendo.
Casandra asintió, eso mismo había querido decir.
–Pensándolo mejor, voy a buscarte alguna guía de lo que puedes y no puedes hacer –anunció saliendo al pasillo–. Y lo que puedes permitirle a él.
–¿Eh?
Ambas se quedaron estupefactas observando el punto por el que se había marchado.
–¿No has dicho que estaba deprimido?
–Ajá, y que casi no comía. Pero, ahora que lo pienso, eso ha sido hasta anoche, cuando revivió. Ahora ya ves lo animado que está.
–¿No está demasiado animado teniendo en cuenta que un vampiro va a por mí?
–Sí... y también... ¡come!
–Ya lo he supuesto cuando has dicho que...
–Quizás se esté poniendo licanina.
–¿Lo de la saliva de los lobos? –preguntó, luchando por ignorar la leve presión en el fondo de la cabeza.
–Eso mismo, levanta el ánimo y aumenta las ganas de comer.
–¿Pero para qué? ¿Estará herido? –quizás aquel fuera el recuerdo horrible que había olvidado de él.
–Puede que para hacerle frente a la situación y no hundirse, como hemos hecho los demás. Bueno, David parece seguir casi tan despreocupado como siempre y Diego se ha pillado un cabreo monumental... En realidad, la única que se ha hundido he sido yo...
–Y yo –murmuró Casandra, pero se obligó a apartar aquellos pensamientos sacudiendo la cabeza–. Volvamos a las marcas –añadió y se encontró con que Amanda dibujaba una sonrisilla–. ¿Qué pasa?
–No puedo decírtelo, podrías enfadarte.
Frunció el ceño, ¿qué sería lo que la hacía sonreír y a ella la enfadaría?
–¿Tiene que ver con mi antiguo yo? –tanteó Casandra.
–Buena deducción. Pensaba que, con o sin memoria, bajo presión demuestras ser más dura de lo que pareces. Como David.
–Oh, no creo que cuando vuelva a ver al vampiro pueda demostrar ser dura –musitó bajando la cabeza–. Ah, sí, las marcas –repitió con desgana.
–En estos libros no se dice nada interesante, nada que no podamos deducir solas, pero advierten de la reacción negativa a las marcas... por parte de los no marcados.
–¿Os puede pasar algo porque yo...? –se preocupó Casandra.
–Más bien se refiere a que los vanias y otros podrían...
–Ya. Véndame –extendió ambos brazos.
En unos minutos estaba cubierta con vendas negras desde los nudillos hasta los codos. Se observó las manos y movió las articulaciones para comprobar que no había problema.
–Me... gusta –murmuró Casandra–. Siento que me gusta.
Amanda se sonrió, sin duda complacida porque estuviera recuperando retazos de su vida pasada.
†
Casandra ojeó los dos volúmenes leyendo lo poco que se decía de las marcas, aunque le llevó bastante tiempo ya que, cada cierto tiempo, tenía que parar para controlar sus crisis de ansiedad.
–¿Seguís aquí? –preguntó Víctor al regresar cargado con una pila de libros negros–. Os admiro, chicas, con la que está cayendo, sois capaces de manteneros quietas...
–No es eso exactamente... –empezó Casandra.
–Vamos a tu cuarto, pacifista, voy a enseñarte a ser una picapleitos.
Lo siguieron, descolocadas por su buen humor. El joven dejó los libros de cualquier manera sobre la cama.
–Bueno, pues aquí tienes una recopilación de las leyes vampíricas, del siglo XVIII –abrió por la mitad uno de ellos, por una página señalizada con una cinta roja–. Aquí están los apartados de los nuevos miembros, captación de nuevos miembros, el de marcados... –fue pasando las hojas–. Aquí está todo los que les está permitido, o mejor dicho, casi todo. Estás son las revisiones posteriores –señaló el resto de libros–, también tendrás que leértelas por si ha cambiado algún dato importante –le dio una palmada en el hombro–. ¿Qué te parece?
–¿Leyes vampíricas? –repitió Casandra hojeando el pesado volumen.
–Eso he dicho. Ah, no le hagas caso a esto –señaló la tercera página, donde había escritos tres escalofriantes versos: "Si estás leyendo esto es porque te interesamos, el interés trae atracción, y si te atraemos, caerás".
–Menuda tontería, como si convirtieran a cualquiera que se interesara en ellos –desdeñó Víctor–. Ey, aprende a encajar ese tipo de cosas –añadió al fijarse en la cara de Casandra–, porque el vampiro lo hará de continuo.
–Yo no...
–Antes sí podías, así que busca ahí dentro –le dio un toque en la frente– tu poder especial para mantener el tipo frente a lo que sea. Vamos, Amanda.
–No, yo me quedo para ayudarla.
–No, tú te vienes a entrenar –corrigió tirando de su brazo.
La adolescente se quedó sola con tres siniestros libros de tapas de cuero negro.
†
–No creo que sea bueno dejarla sola –opinó Amanda.
–¿Y por qué no? –preguntó Víctor, arrastrándola hasta una estancia vacía y en desuso.
–¡Porque lo está pasando fatal!
–¿Ah, sí? No me lo ha parecido, creo que lo está llevado bastante bien... por el momento.
–Debería estar a su lado.
–Deberías aprender a protegerla –la dejó en mitad de la habitación y retrocedió–. Digamos que esa silla es ella, protégela –con un gesto de ambas manos creó de la nada cinco éffigis, cinco seres antropomorfos con la consistencia de aire azulado comprimido, que actuarían según las premisas que él les diera, simulando la escena que su creador tuviera en mente.
–Víctor...
–¿Crees que alguien estuvo con ella cuando lo pasó mal al otro lado de la Frontera?
–No, por eso quiero...
–Por eso es como es. Y queremos recuperarla, ¿verdad?
–Eso es tortura.
–Tortura es la paliza que te voy a dar –se pavoneó él y los effigis atacaron.
–Jah –Amanda soltó los látigos de energía corrosiva que había estado conjurando mientras hablaban, se cargó cuatro de un plumazo y al quinto con el siguiente movimiento–. Me ofendes, Víctor.
†
Casandra se pinzó el puente de la nariz mientras trataba de retener toda la información leída. El vampiro no podía hacerle daño físico, pero se le permitían ciertas persuasiones; estando en territorio vania no podía sacarla de allí contra su voluntad ni implicar a ningún vania, pero sí a humanos; podía hacerle las siete marcas, pero no se recomendaban más de cuatro, ya que si seguía negándose, el incremento de poder sería un problema para él, como decía Víctor; podía morderla, pero no desangrarla; podía asustarla, pero no se recomendaba por ciertas represalias; no podía convertirla contra su voluntad, a no ser que estuviera moribunda, y él no podía dejarla al borde de la muerte; tenía derecho a defenderse y, si ella atentara contra su vida, le permitían el uso de la violencia...
Casandra se frotó los ojos, aquello era muy complicado, no sólo por traducir el lenguaje jurídico de hacía siglos y porque la desesperanza la golpeara al ver lo que se le permitía al vampiro; en muchos puntos omitían información y mandaban a otros tomos, por lo que el trabajo de documentación sería pesado.
Llamaron a la puerta.
–Pasa –respondió mientras apuntaba en una hoja el volumen donde se especificaban los daños físicos que le permitirían al vampiro dependiendo de la situación.
–Hola –David se asomó–. ¿Vas a comer con nosotros?
–Si me dejáis...
–¿Y por qué no íbamos a dejarte? –se extrañó él.
–Como venganza por no haberlo hecho durante una semana –sugirió acabando con tono interrogativo.
–¿Venganza? –repitió David divertido–. Empiezas a retorcerte, pero aún te faltan muchos giros para ser tú.
Casandra no dijo nada respecto a que la molestara que le recordaran una y otra vez que preferían a la anterior, y lo acompañó a la sala común. Allí estaba el resto de la escolta, Diego la recibió con una de sus miradas duras y los otros dos parecían estar agotados por el entrenamiento.
–Te has vendado los brazos –comentó el Capitán–. Sabía que surgiría el motivo por el que tuvieras que hacerlo.
Ella parpadeó confusa. ¿Eran imaginaciones suyas o Diego lo estaba celebrando?
–Así no la mirarán tan mal –intervino Víctor.
–La he vendado para que no tenga que verse las marcas –corrigió Amanda–, lo que piensen los demás no tiene que importarnos.
–¿Porque no lo vea va a olvidarse de lo que tiene? –cuestionó él con frialdad–. Y sí que debería importarnos, podrían atacarnos.
–Que se atrevan –rumió Diego.
Casandra bajó la cabeza, aquella situación le resultaba ligeramente familiar. Con los vanias había podido estar tranquila de que no la incomodaran, pero allí, aunque se empeñaran en sacarle recuerdos molestos, se sentía... protegida.
–¿Cuándo saldremos para Dirdan? –preguntó David.
–Mañana en cuanto amanezca –respondió el Capitán–. ¿Podrás? –le preguntó con brusquedad a Casandra.
–Eh... sí –balbuceó ella.
–Pero si esta noche le hace la segunda marca... –se preocupó Amanda.
–Yo no he notado nada con la primera, así que...
–Cierto –interrumpió Víctor–. Cógela –le lanzó una chapa.
Casandra la cogió al vuelo, extrañada. Se trataba de una simple moneda de cobre sin acuñar... que de repente emitió un fulgor blanquecino.
–¿Qué...?
–¡Tienes magia! –exclamó David.
–Casi nada comparada con la nuestra –Diego le quitó la chapa de las manos, que se apagó para volver a encenderse con un brillo más potente–. Pero tienes.
–Tampoco es que la tuya sea para tirar cohetes –le picó el joven moreno–. Ya entiendo por qué usas amas de fuego.
–¿Qué pasa, resulta que tú eres un genio? –se la lanzó y él la atrapó.
La moneda se apagó al instante, empezó a iluminarse hasta alcanzar un brillo cegador y volvió a disminuir. Su luz palpitaba.
–Un genio inestable –lo corrigió Víctor pasándosela a David.
–Oh, yo no casi no tengo... –se quedó estupefacto cuando su brillo se mantuvo estable entre el de Diego y el máximo de Víctor– ¡tanto!
–Estará estropeada –murmuró Amanda.
–¿Eso lo dices porque es tu turno y no quieres que nos creamos lo que marque? –el dueño de la chapa la obligó a agarrarla.
La joven desvió la mirada cuando su brillo fue como el de Diego.
–Pensad lo que queráis –rumió.
–Lo siento mucho, Amanda –le dijo Víctor apenado–, pero no cuela –le dio un golpe sobre el esternón, ella se quedó sin respiración y la moneda alcanzó un brillo cegador y firme–. Esas barreras no se fabrican solas de la nada y en tan poco tiempo, enmascarar tu magia era una tontería.
–Capullo –con una sola mirada, él salió despedido contra el sofá.
Casandra pudo sentir el cosquilleo de la barrera de expulsión, aquello era magia en estado puro.
–¡Uoh! Contigo no vamos a estar tan perdidos –celebró el jugador.
–Esto no es nada si hablamos de vampiros –aseguró ella.
–No te creas, con un poco de entrenamiento... –Víctor se puso en pie como si no acaba de atravesar el salón.
Mientras, Casandra se hizo de nuevo con la chapa, que recuperó su fulgor enfermizo.
–No me importa que sea poca magia –musitó–, lo que me preocupa es que no sea mía, sino suya.
–Oh, no, de eso ni hablar –Víctor se plantó junto a ella–. Pensaba que Amanda ya te había hablado de lo que son las marcas.
–Sí, pero...
–Es erróneo pensar que esto –la cogió del antebrazo derecho– sea porque él te haya inyectado su energía. Si no fuera tuya, se habría disuelto en unas horas como mucho.
–¿Entonces?
–A ver, cómo te lo explico... La marca es como un tinte especial para mensajes secretos, saca a la luz la energía no manifestada.
–¿Y cómo es que yo no tenía nada de magia, pero ahora resulta que sí?
Él se encogió de hombros.
–Eso pregúntaselo a la que sabe manipular energías –señaló a Amanda.
–Eh, lo mío son las barreras, de energía interior y magia en estado puro no sé nada.
–¿No tenéis pensado comer o qué? –gruñó Diego.
–Eso podría saberlo un sincronizador –continuó la ladrona sentándose a la mesa–. Sin magia, sincronizadora, le interesa a los vampiros, resulta que tiene magia oculta... –caviló–. Aquí se cuece algo raro.
–Ahora podrá hacer algún hechizo sencillo, ¿no? –planteó David mientras comían–. Prueba a decir "Lux".
–Lux.
No ocurrió nada.
–Dilo con más sentimiento –recomendó el Capitán.
–Imagina que enciendes una luz –añadió Amanda.
Hizo lo que le decían, pero no sirvió para nada. Suspiró abatida.
–Ella jamás ha hecho magia, es pedir demasiado que le salga a la primera, porque, para empezar, no se lo cree –intervino Víctor.
–Sí me lo creo.
Él se levantó a por una de las velas y se la ofreció.
–Le he quitado los hechizos, ahora es una vela corriente. Préndela, hacer una llama es más fácil que conjurar luz.
–Se necesita más energía –señaló Amanda.
–Pero será más sencillo para ella imaginar cómo prende una llama que cómo crea una bolita de luz de la nada.
–Cierto –aceptó la joven.
Casandra fijó la vista en el cabo y probó de nuevo.
–Lux.
–Mejor di "Phiros".
–O "Phiro lux" –sugirió David.
Daba igual cómo lo dijera, no había manera.
–Creo que no tengo suficiente...
–Tienes que sentir el fuego –dijo Amanda.
–¿Sentir que me quemo? –planteó perdida.
–Sentir que tú creas y alimentas el fuego.
Casandra alzó las cejas, incrédula, pero ansiaba tanto realizar magia que cerró los ojos y trató de interiorizar aquello. No había manera.
–Estoy seguro de que antes de perder la memoria hubieras podido a la primera –dijo Víctor.
Apretó los puños, estaba harta ya.
–¡Dejad de repetirme que me preferíais antes! –soltó un puñetazo a la mesa con la mano que sostenía la vela–. Duele, ¿sabes?
–Dilo.
–¿Qué? –preguntó enrabietada.
–El hechizo –él parecía estar pasándoselo en grande.
–Phiros –masculló, para lo que iba a servir... pero sirvió–. ¡¿Eh?! ¿Quién ha sido? –exclamó cuando una chispa verde hizo surgir una llama que en seguida se tornó roja.
Se miraron entre ellos, ninguno se adjudicó la autoría de la broma. Casandra apagó el fuego ahogándolo con dos dedos y volvió a probar. Nada.
–El sentimiento del fuego es muy parecido al de la rabia –le explicó el moreno–. Tú antes podías reproducir un puñado de emociones, por eso lo decía –se excusó sincero.
Ella lo miró con recelo, pero devolvió la atención a la vela. "Con que rabia..." Cerró los ojos. "Los vanias me evitan. Guillermo me traicionó. Éstos prefieren a la anterior Casandra. Nicolás ya no quiere estar conmigo. El vampiro puede mangonearme. La única forma de tener magia es que me haga marcas. Me han traicionado. Me han utilizado..." Estrujó la vela con saña.
–Phiros.
Un fulgor verdoso atravesó sus párpados, al levantarlos se encontró con que a los miembros de su escolta se les habían desencajado las mandíbulas y que todas las velas del salón brillaban con sus respectivas llamas rojas. Amanda fue la primera en reaccionar, con un gesto las apagó.
–Prueba de nuevo, esta vez sin pronunciar el hechizo, piénsalo.
Cerró los ojos de nuevo, se olvidó de los que estaban con ella y rememoró lo mal que se había sentido en el comedor de los vanias. Cuando ya no podía soportar el dolor y estaba tentada de apartar aquellos pensamientos, se dispuso a conjurar mentalmente. Pero antes de que lo hiciera, el fulgor verde atravesó sus párpados.
–¡Muy bien! –celebró David.
–No he sido yo –murmuró continuando con la comida, fría ya.
–¿Cómo que...?
–No tiene gracia –rumió antes de dar un trago largo de agua–. Hacerme pensar que puedo hacer magia para que a la hora de la verdad resulte que no... –se mordió la lengua para no echarse a llorar–. Que os den –salió dando un portazo.
Subió a su cuarto apretando los puños, reprimiendo las ganas de gritar. Lo que le faltaba, con lo que estaba aguantando, que además se rieran de ella por su raquítica magia recién adquirida. Cerró la puerta de una furiosa patada y soltó un grito desquiciado cuando las velas se prendieron en verde.
†
Los cuatro se miraban entre sí, buscando al culpable. Se escuchó un alarido que reconocieron como el de la adolescente. Amanda fue la primera en lanzarse al pasillo.
–¡Dejad de jugar conmigo! –pudo escucharla bramar antes de alcanzar el dormitorio.
Al abrir la puerta la alumbraron las llamas verdes, era siniestro. La adolescente estaba plantada en medio tratando de regular su respiración.
–Eh, Casandra... nosotros no hemos hecho nada. Te lo prometo –dijo con seria dulzura entrando.
–¿Entonces?
–Creo que... lo haces tú.
–¿Cómo? No... no lo entiendo... –respondió algo más tranquila.
–No lo sé.
Las llamitas se volvieron anaranjadas.
–Interesante –murmuró Víctor a su espalda–. Lo he hecho yo.
–¡¿Eh?! –dijeron las dos al unísono.
–Como te gusta el verde pensé que lo apreciarías –se burló él.
–Serás... –Casandra apretó los puños–. Largo, fuera.
–Estoy en el pasillo, de aquí no me puedes echar –le sacó la lengua.
La transfronteriza lo fulminó con la mirada al tiempo que se avivaban los fuegos, otra vez en esmeralda.
–Que no seáis capaces de verlo... –se encogió de hombros.
Ella cambió de expresión, atónita, y el fuego recuperó su color normal.
–Lo hago yo... sin hechizo... –murmuró Casandra maravillada–. ¡Lo hace mi rabia!
–¡Por fin! Hala, disfrútalo –concedió Víctor bajando por el pasillo.
Amanda se quedó con ella, que jugó a cambiar el color del fuego hasta que se sentó con un suspiro agotado.
–No puedo –murmuró Casandra.
–¿Qué? –preguntó, pensando que respondería "hacer frente a esto".
–Apagarlas. Quiero saber apagar el fuego que provoco, por precaución.
–Tú siempre tan práctica –dijo Amanda para sí misma, admirada–. ¿Qué tienes pensado hacer?
–Seguir leyendo la recopilación de leyes. Estoy haciéndome un esquema –señaló un par de hojas donde había escrita una lista que resumía en lenguaje mundano un buen puñado de ellas–. Después tengo que continuar con las revisiones modernas por si ha cambiado algo.
Amanda la observó trabajar, era asombroso ver cómo mantenía la calma, pese a que le temblaran las manos de vez en cuando. En esos momentos de ansiedad las llamas se alzaban esmeraldas, hasta que se controlaba. Ajena al derroche mágico que ya quisieran chicos de su edad que habían tenido magia toda su vida, iba apuntando conceptos.
–¿Es que no tienes nada que hacer, Amanda?
La aludida se sobresaltó, Víctor había vuelto a aparecer en la puerta.
–Podríamos entrenar, ¿no? –propuso él.
–Sí, supongo que sí –respondió, recelosa por cómo surgía de la nada.
–Víctor, ¿dónde podría encontrar los volúmenes a los que se hace referencia aquí? –intervino Casandra.
–En la biblioteca.
–Eso ya lo sé, pero es muy grande.
–Pregúntale a la bibliotecaria, ella tiene que saber.
–Ah... vale –murmuró la adolescente regresando al trabajo.
–Puedo ir yo contigo –se ofreció Amanda al darse cuenta de lo que quería en realidad.
–Gracias.
–No, tú tienes que entrenar –contradijo el joven.
–Pero no estaremos mucho tiempo, ¿verdad? –contestó Amanda.
–Eso ya lo veremos –dijo tirando de ella–. Hasta luego, Casandra –cerró la puerta–. ¿Se puede saber de qué vas? –preguntó en cuanto se hubieron alejado unos metros.
–No, ¿se puede saber de qué vas tú? –le espetó la joven.
–Trato de recuperar a la Casandra original y no haces más que ponerme trabas.
–No podemos recuperarla.
–No seas tan negativa, romper una maldición de olvido no es imposible.
–Me refiero a que Casandra era como era porque sufrió.
–Tendrá que volver a sufrir.
–Sus compañeros le hicieron daño.
–Tendré que ser un cabrón –Víctor se encogió de hombros.
–Odiaba a sus compañeros, estoy segura.
Víctor se detuvo un instante, considerándolo.
–Entonces me odiará, pero volverá a ser ella –respondió antes de continuar hasta la sala que se había adjudicado como campo de entrenamiento.
†
Casandra se esforzó por terminar la parte que le interesaba de la recopilación de leyes vampíricas del siglo dieciocho. Suspiró, se frotó los ojos y, dejando el libro abierto sobre la cama, salió al balcón. Se acodó en la balaustrada y observó el horizonte; en algún lugar al este, entre los altos árboles, estaba la maldita mansión. Gimió desesperada y se derrumbó para apoyar la frente contra la superficie de piedra lisa. Se miró los brazos vendados y repasó lo que había aprendido, ¿cómo podía hacerle frente a un vampiro con tan poco?
Volvió dentro y, como Amanda no regresaba, se sentó de nuevo en la cama para hojear el resto del tomo leyéndolo por encima. Cerró los ojos, silencio. No soportaba estar quieta más tiempo, cerró el libro de golpe y salió al pasillo junto con la lista de volúmenes que necesitaba por el momento. Bajó hasta la biblioteca sin cruzarse con nadie, de su escolta no había ni rastro y los vanias huían de su camino. Inspiró hondo y apretó los puños para soportar el vacío y que la locura no reptara por el fondo de su mente susurrando palabras que le producían ansiedad.
Entró en la biblioteca, echó un vistazo al laberinto de inmensas estanterías y decidió que lo mejor sería ir directamente a preguntar.
–Buenas tardes –saludó a la bibliotecaria para empezar con buen pie.
El salto que pegó en el asiento la encargada le indicó que, aunque hubiera querido empezar con buen pie, se había tropezado en el primer paso.
–¿Podría ayudarme a encontrar los libros de leyes vampíricas? –antes de terminar la pregunta ya sabía que aquello iba a resultar muy difícil.
–Ahora tengo mucho trabajo, vuelve más tarde –respondió con tono impersonal para ocultar su temor.
Re. Casandra inspiró hondo para no derrumbarse. cha. Era incapaz de mirarla a los ojos. zo. Contuvo las ganas de salir corriendo.
–Sólo unas indicaciones para...
–Ahora no puedo.
Mo. Contuvo la respiración para no hundirse. les. Evitó parpadear para no echarse a llorar. to. Dolía tanto...
–Sólo...
–No.
Sobro. Apretó los dientes. No me quieren. Arañó la mesa. Molesto.
–Pero...
–No.
Sobro. Sobro. Sobro. No debería estar aquí.
Sobro, sobro, sobro. ¡Molesto!
Rechazo, susurró la locura que se arrastraba arañando el fondo de su mente. Rechazo... Otra vez.
Casandra gritó de pura rabia desplomándose sobre la mesa.
–¡Sólo quiero unas putas indicaciones, joder! ¡¿Tan difícil es?! –bramó descargando un puñetazo y las velas más cercanas se prendieron en verde–. ¡Si te molesto, cuanto antes me lo digas, antes me iré! ¡Pero no finjas tener mucho trabajo para ignorarme!
Arremetió con una patada contra la parte frontal y huyó hacia las estanterías con paso firme, muerta de vergüenza por su explosión de ira. Se internó en el laberinto hasta estar segura de que nadie la vería y se sentó en un rincón para recuperar la calma. Pero contemplar los kilómetros de libros era desesperanzador, iba a tenerlo muy difícil para encontrar por su cuenta lo que necesitaba. Aún así, se puso en pie y se dedicó a buscar tomos encuadernados en cuero negro.
–Buenas tardes, ¿puedo ayudarte?
Aquella vez fue Casandra quien se sobresaltó al escuchar la voz femenina. Cuando giró la cabeza se encontró con una vania.
–¿Lillien? –la pregunta se debía más a que ella no la rehuyera que a la sorpresa de habérsela encontrado de repente.
–Puedo ayudarte a encontrar lo que quieras –se ofreció la vania.
–Eh... necesito estos libros –le mostró la lista.
Lillien cogió el papel y lo leyó, ni se inmutó al ver que la gran parte fueran volúmenes de leyes vampíricas.
–Sígueme.
Persiguiéndola por los pasillos de estanterías, Casandra temió en un principio que Lillien fuera a decírselo a la bibliotecaria, pero la llevó en dirección contraria. Cuando llegaron a la zona deseada, Lillien se subió a una tabla de madera que la elevó hasta una balda cercana al techo y de la que bajó con cuatro tomos forrados en cuero negro desgastados por el tiempo. Se los dejó en los brazos para volver a subir a por otros dos, que añadió a la pila. Después se fue a por dos más, de tapas cubiertas de tela raída que descansaban tres estanterías más allá.
–Uf, cómo pesan –se quejó Casandra cuando tuvo completa la torre.
–Haz un hechizo –le recomendó la vania repasando la lista para comprobar que no se había dejado nada.
–No tengo ni idea de magia.
–Levis pernícitas –conjuró Lillien rozando el primer libro empezando por abajo y ya no pesó tanto–. Te durará unos minutos.
–Gracias. ¿Tengo que firmar en algún sitio?
–No hace falta, sé cuáles te llevas –aseguró guiándola a la salida.
–Puede que más adelante necesite más –advirtió Casandra.
–Estaré aquí durante las horas de trabajo –prometió Lillien.
–De acuerdo.
Se despidió de ella antes de salir del laberinto de estanterías, fue como un pacto silencioso entre las dos para que la bibliotecaria no las viera juntas y evitar así que se manchara el nombre de Lillien.
†
Casandra caminó hacia la torre cargada con una pila de libros; podría ser que el hechizo los hubiera hecho más livianos, pero no transparentes, por lo que tenía que ir echando vistazos por los lados. Como los vanias la rehuían, se confió y, tras asegurarse de la longitud de los pasillos y escaleras, caminaba a ciegas guiándose por las paredes. Pero, cuando estaba a punto de llegar a lo alto de una escalinata, se chocó de frente contra alguien y se le cayeron todos los libros al improvisar una precaria maniobra para aferrarse a la barandilla y no caer.
–L-Lo siento mucho –balbuceó el obstáculo en su camino.
Casandra separó las manos de la barandilla a la que se había aferrado con las uñas, el corazón le latía desbocado. Apartó la mirada de la caída y se giró hacia lo alto en busca del causante de su accidente.
–¿Nicolás?
–P-Perdón... –se disculpó él agachándose a por los libros–. No era mi intención...
–¿Por qué tengo la sensación de que no es la primera vez que te cruzas en mi camino accidentalmente? –masculló tensa por el susto.
–Le ruego que me disculpe –Nicolás se acercó sumiso para ponerle unos cuantos libros sobre los brazos–. Perdóname, pero nos observan –le susurró–. No se moleste, p-por favor, ha sido culpa mía, yo me encargaré.
Casandra lo observó atónita recolectar los libros desperdigados por los escalones.
–¿De qué va esto? –cuchicheó ella–. ¿Quién observa?
–Todos. Los míos y los tuyos –le respondió–. Aquí tiene, no se enfade conmigo, se lo ruego, enseguida terminaré –añadió en voz alta.
Casandra echó un vistazo a su alrededor, le pareció ver un par de cabezas desapareciendo tras una esquina, pero no tenía la sensación de que toda la comunidad estuviera mirando.
–El libro que flota es el que tiene que estar debajo –señaló ella dejando la pila en un escalón.
–Como desee –Nicolás se lo alcanzó dócil–. Lo siento, pero se supone que no puedo hablar contigo –murmuró y le puso la pila de libros encima.
–¿Y por...? –tuvo que esperar a que regresara con los que quedaban–. ¿Y por qué?
–Porque ahora eres una devas, una marcada.
–Pero... –se mordió el labio inferior para silenciarse, ya se había hecho a la idea de que el rechazo se debía a los tatuajes de sus antebrazos.
–Entiéndelo, por favor...
Casandra cerró un momento los ojos, luchando contra la rabiosa locura que arañaba el fondo de su mente. Se sentía abandonada, traicionada.
–Lo entiendo... –murmuró con un dolor punzante en el pecho–. Por cierto, ¿te has dado cuenta de qué tratan los libros que has tocado?
Nicolás se sobresaltó al leer los títulos, por lo visto había estado ocupado actuando.
–Quita de en medio, vania –le espetó brusca siguiendo adelante.
Aquellas cinco palabras podrían haber servido para liberar un poco de su frustración, pero en realidad lo había hecho para demostrarles a los espías vánicos que el pelirrojo no estaba con ella.
†
Al llegar a su dormitorio, soltó los libros sobre la cama y fue al baño para lavarse la cara y eliminar las pruebas de que un par de que lagrimillas se hubieran escapado. Suspiró, el peso que recaía sobre sus hombros era demasiado. "¿Y yo... antes hubiera podido con esto?", se preguntó abatida.
Se le ocurrió acercarse de nuevo al tocadiscos mágico para probar si volvía a quererla, lo toqueteó buscando un mecanismo que lo encendiera y acudió a su mente una imagen de sí misma pichándose con la aguja. A pesar de que le recordara al vampiro, se pinchó y dejó caer una gota de sangre sobre el disco de madera, que la absorbió como una esponja seca y trazó con ella una espiral hasta el centro. Escuchó un crepitar como el de una radio sintonizándose y empezó a sonar música a través de las rendijas.
Esperó mientras escuchaba una batería, un bajo y una guitarra. "Buenas noches, bienvenidos, hijos del rock and roll. Os saludan los aliados de la noche".
–¡Ah! –Casandra saltó espantada por la referencia nocturna, pero pronto se dio cuenta de que sólo era rock sin connotaciones vampíricas. Al final se animó y empezó a bailar para eliminar tensión–. ¡A los hijos de rock and roll, bieeeenveeeeniiidooos!
–Te veo enérgica.
Casandra se sobresaltó, dejó de moverse y lo primero que pensó fue que por qué no habría cerrado la puerta. Se giró abochornada hacia Amanda.
–Pues yo te veo cansada –improvisó al verla despeinada y sonrojada.
–Víctor no me ha soltado hasta ahora.
Casandra inclinó la cabeza a un lado y frunció el ceño.
–¿Qué pasa? –preguntó la joven recostándose contra la pared.
–Nada... es que ha sonado como si... –la adolescente buscó las palabras que no la hicieran morir de vergüenza– fuerais novios.
Amanda se tensó y ella apartó la mirada sintiendo que había metido la pata. Decidió que ya era hora de retomar los libros de leyes.
–¿Te dijo él algo? –escuchó a su espalda.
–¿Eh? ¿Sobre qué? –Casandra abrió por la mitad una de las revisiones.
–¿Recuerdas si... –cerró la puerta y se acercó susurrando– Víctor te dijo algo sobre mí?
–¿Sobre ti? –repitió haciendo memoria–. No... lo siento, si me lo dijo, se me ha olvidado...
–No pasa nada, no era más que una duda absurda –murmuró Amanda para sí misma.
–¿Algo como qué? –insistió, empezaba a molestarse por estar vacía. La ausencia de malos recuerdos estaba bien para convivir con los vanias, pero, incluyendo humanos y vampiros en la ecuación, era un auténtico fastidio.
"Un momento, si no recuerdo nada, ¿es porque es algo malo o porque nunca ocurrió?" Tenía la sensación de que se trataba de lo primero, aunque no tenía ni idea de por qué.
Una lenta melodía de piano empezó a sonar en el tocadiscos mágico, a ritmo de sus apesadumbrados pensamientos y de la mirada perdida de Amanda. "Empty spaces fill me up with holes", empezó a cantar una voz masculina.
–¿Sabes que eres la única que tiene un trasto de estos? –dijo la ladrona señalándolo y dio la impresión de que su intención era cambiar de tema–. Siempre me ha parecido curioso que sean capaces de reproducir canciones que sólo hayas escuchado una vez hace años si encajan con lo que estás pensando o cómo te sientes.
"But without you all I'm going to be is incomplete", seguía la canción.
–¿Y qué tiene que ver esto con lo que estoy pensando? Vale, me siento vacía e incompleta, pero... –"Baby, my baby. It's written on your face"– ¿no había nada mejor que esta ñoñez?
Amanda sonrió.
–Puede que esté estropeado y no atine bien o que sea un cabrón a la hora de elegir –opinó la joven, se la veía divertida.
–¿Qué es lo que te hace gracia?
–Si te lo digo, puede que te enfades.
–Tiene que ver con mi antiguo yo, ¿no? –suspiró resignada–. Suéltalo.
–Lo de "ñoñez" ha sonado más a ti. Quiero decir, a tu antiguo tú –trató de arreglarlo Amanda.
Casandra se desplomó en la cama.
–Lo siento, no tendría que haber dicho que... –empezó la joven.
–¿Crees que antes habría podido con esto? –interrumpió apática.
–Estás pudiendo –Amanda remarcó especialmente el presente.
–Ya... me refiero a si podría haberlo aguantado mejor.
–No lo sé... –Amanda se sentó a su lado–. Quizás, tenías una resistencia particular...
–Explícate.
–No soportabas que pusieran en duda tu inteligencia o valor, te ponías hecha un basilisco –la joven sonrió para sí misma–, y luego actuabas como si nada después de que un asesino en serie te atacara.
–¿Cómo es eso posible? –se extrañó Casandra.
–Creo que era porque sabías que los FOBOS te protegerían de represalias por haber ayudado a atraparle, y porque te desahogaste.
"Me he quedado con tu cara", le había dicho un hombre enfurecido y ella, asustada, le había pegado con un candelabro.
"Eh, que no iba a dejar que te hiciera daño", le dijo un chico muy alto vestido totalmente de negro. "Casandra, te presento a mi equipo".
–...dra. ¿Me oyes? Casandra.
El tono preocupado de quien le hablaba la trajo de vuelta al presente. De lo primero que se dio cuenta fue de que le dolía la cabeza un horror, como si le hubieran pegado un hachazo en mitad de la frente. De lo siguiente que se percató fue de que era Amanda la que le hablaba y de que ella estaba tumbada bocarriba en la cama.
–¿Estás bien? –continuó la joven.
Casandra se llevó las manos a las sientes, sentía que iba a partírsele la cabeza en dos. No tendría que haber recordado. Pataleó.
–Vete –gruñó Casandra.
–Pero... si te encuentras mal...
–¡Sólo vete! –le dio un manotazo al aire.
–No, quiero ayudarte –insistió Amanda.
La adolescente inspiró hondo, se presionó la frente con la palma y se incorporó a medias.
–Entonces márchate, en serio... Déjame sola.
Amanda tardó unos tortuosos segundos en aceptar, se puso en pie y caminó excesivamente despacio hacia la puerta, como si esperase que la detuviera. Pero Casandra no lo hizo, porque sabía que tenía que quedarse a solas. Se dejó caer al suelo y se arrastró para pegarse contra la pared. Tenía la sensación de haber hecho aquello antes y de que su cuerpo actuaba por inercia. Dobló las piernas y apoyó los antebrazos en las rodillas, sí, aquella postura le resultaba familiar... Apretó los párpados con fuerza, dolía hurgar en busca de su antiguo yo, estaba agotada.
†
Permaneció minutos en silencio en la misma posición, dejando vagar la mente con los temas más triviales hasta que se calmó. Suspiró y levantó la cabeza al techo, era hora de continuar. Se subió a la cama y continuó leyendo como si nada hubiera ocurrido. Amplió los apuntes, remodelando lo que cambiaba y anotando al margen las excepciones. Se afanó en tomarlo como un estudio impersonal, tratando de no imaginarse en aquellas situaciones tan peliagudas. Unos golpes en la puerta la sacaron de su abstracción.
–Casandra –dijo David, su voz sonaba alegre–, ¿vienes a cenar?
–Un momento –respondió mientras localizaba la norma "Si el marcado trata de matar al encargado de su conversión, éste tendrá derecho a utilizar la violencia" y anotaba a su lado "Con la intención basta".
A pesar de que creía que los nervios no le dejarían comer, sucedió todo lo contrario y la ansiedad la hizo repetir ración.
–¿Qué tal estás? –preguntó David rompiendo el silencio reinante.
–Eh... pues bastante aturdida, he leído tantas leyes con un lenguaje tan complicado...
–Me refería a lo que te ha pasado antes, con Amanda.
–Ah... –bajó la vista, incómoda–. Sí, ya estoy bien. He recordado unos instantes y ha dolido mucho.
–Eso hemos supuesto –intervino Víctor–. ¿Qué hizo Amanda para conseguirlo?
–No me apetece repetirlo –respondió Casandra irritada.
–Pero tienes que hacerlo. Vamos, no seas cobarde, antes habrías sido tú la que hubiera insistido.
–¿También te habría pegado por ser tan pesado? –le soltó sin pensar.
–Mira, lo vas captando –contestó Víctor con ligereza.
Casandra apretó los puños para no gritarle, una suerte, porque justo entonces tuvieron una visita.
–Perdón por la intromisión.
–¿Nicolás? –el tono interrogativo se debió a que creía que el vania pelirrojo no volvería a acercarse a menos de veinte metros de ella.
–Sí, soy yo y traigo una carta –le tendió un sobre blanco.
La expresión preocupada del vania la alarmó, por lo que cogió el sobre con cautela.
–¿De quién es? –preguntó Casandra observando el contenido, una hoja igualmente blanca.
–No lo sé, me han encargado que la suba. Alguien la ha dejado en el vestíbulo –se le notaba muy incómodo, no tuvo claro si mentía o si era por encontrarse cara a cara con ella.
Casandra metió la mano en el sobre para sacar el papel.
–¡Au! –se quejó cuando sintió que se había cortado con el borde. Lo que creyó como un accidente tonto, resultó revelar un hechizo que le puso los pelos de punta–. ¿Pero qué...?
A Casandra le tembló la mano cuando la hoja absorbió una gotita de sangre y la utilizó para dibujar palabras. No cabía duda de quién era el autor. La dejó caer sobre la mesa, horrorizada, mientras las letras escarlatas se sucedían como si una macabra pluma invisible las estuviera escribiendo.
"Para Casandra: Estar solo durante toda la noche es muy aburrido, ¿por qué no quedamos a medianoche en los jardines? En caso de que prefieras atrincherarte tras esa barrera, recomienda a tus amigos que hagan lo mismo."
–¡Será...! –masculló Diego al leerlo.
–¿Nos está amenazando? –preguntó David.
–¿Qué te esperabas? –le respondió Amanda controlando sus nervios.
Casandra no dijo nada. En su interior, los engranajes se movían lentamente, las últimas palabras habían encendido una llamita en su pecho.
–Que se atreva a venir. ¡Le meto una bala de plata entre ceja y ceja!
–¿Qué hora es? –preguntó Casandra a media voz.
–Eh, no tienes por qué salir. En serio, no lo hagas por nosotros –le dijo Amanda.
Pero la adolescente se sentía muy lejos de allí. Se giró hacia Nicolás.
–L-Las once menos cuarto –informó él.
Ella asintió.
–Casandra –empezó Diego–, no...
–¿Qué hubiera hecho la anterior? –preguntó con saña cogiendo la nota. "Así que amenazando a mis amigos..."
Hubo un silencio sepulcral e incómodo en el que flotó la respuesta, la anterior Casandra habría ido a plantarle cara al vampiro.
–Estaré en mi cuarto –musitó.
–Ya deberías saber que las leyes no le permiten forzarte a nada –intervino Víctor con seriedad–, ni siquiera a quedar con él.
–Lo sé –contestó mirándolo un momento a los ojos grises.
"También sé que quieres que tenga la segunda marca", pensó haciendo que pequeñas llamas verdes consumieran la nota.
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