Capítulo 28
Las prisiones de Corea del Sur desde el año 2010 habían actualizado mucho de sus sistemas, así como leyes de derechos humanos. Claro que no era un secreto que una cosa era lo que decretaban públicamente y aparecía en los papeles pero otra muy diferente en cuanto se pasaba de la primera entrada de los penales hacia adentro. Claro estaba que no solamente sucedía ahí y Jungkook siempre lo tuvo claro, eso era algo que era un silencio a gritos. Atropellamientos y opresiones que sufrían las personas en casi todas partes del mundo porque siempre existía un dirigente o grupo de personas que querían vivir a costa del esfuerzo de los demás, de esos sobre los que tenían poder o aquellos que los veneraban.
Muchos miraban hacia al lado para no verse afectado o poder seguir manteniendo lo que tenían. Las personas se hacían las de las vista gorda. Claramente que entre criminales era peor pero muchos de esos criminales eran los más honrados a ojos de todos con cuello, corbata y sonrisa intachable. Justo como el juez que lo sentenció o sabría únicamente el espíritu santos quién estaba tan apurado en condenarlo.
Era inocente de los cargos que se le imputaron o al menos eso sentía muy en el fondo pese a no recordar, mas ni era un tipo con manos limpias. Delinquió por muchos años y tenía sangre en sus manos aunque no fueses de personas muy inocentes. Él había hecho cosas inapropiadas y por eso, estaba aceptando en silencio el castigo merecido. Tampoco es que tuviese muchas opciones o formas de demostrar lo contrario cuando ya estaba adentro del hormiguero cubierto por toda una colonia.
No tenía pertenencias que entregar, desde su primera retención le habían asignado un uniforme momentos antes de pasar a juicio, como si ya tuviesen lista la sentencia desde antes del mismo. Era así y lo sabía pero le era irónico como ni siquiera se esforzaban en disimularlo. Aún así pasó por el proceso en el que le entregaban. Cinco mudas de ropas completas junto a un par de zapato, una horrible ropa interior y objetos de higiene personal que consistían en una toalla, cepillo dental y un jabón. Quienes se encargaban de hacerle saber las reglas y normas le dejaron claro con la mirada que no era del agrado de nadie pero lo cierto era que no le podía importar menos.
No le pidieron número de contacto para en caso de emergencias o pequeños derechos que todo reo tenía. Simplemente recibió advertencias mezcladas con amenazas y muchas insinuaciones de poder. Un austero pasillo con poca iluminación le mostraba ese camino que se dividía entre el pasado y el futuro, siendo cada paso constante el presente. Cada pestillo que se abría y cerraba chirriaba haciendo gran eco, todos los sonidos se sentían con mayor intensidad, hasta el leve sonido de su respiración.
— Soy el oficial Han aunque para todos los internos soy simplemente el gobernante. Esta es mi prisión y aquí mando yo, espero que eso te quede muy claro en caso de que tengas deseos de matar a más guardias. — El hombre se imponía frente a él pero este realmente pasaba de sus provocaciones. En sus planes no estaba hacerse con ese lugar o importunar siempre que no lo molestasen. Su único objetivo era cumplir su condena viviendo tranquilo hasta que le tocara estirar las patas. — ¡Desnúdate!
La orden fue dicha una sola vez para Jungkook, en esa prisión no permitían a más de un preso cuando se pasaba por el proceso para evitar cualquier incidente que pudiera terminar con bajas. El convicto accedió eliminando su antiguo uniforme neutro, sabiendo que debería pararse y agacharse sobre una cámara y escáner con rayos x que observaría que no trajera absolutamente nada del exterior. Humillante pero pasable.
Sin embargo, él no fue llevado ahí, el oficial lo empujó contra la pared y con su bastón golpeó sus muslos para que los separara. Luego, sin previo aviso, introdujo dos dedos en su interior y comenzó a escarbar en busca de cosas que bien sabía que ese reo no traía. Más que un proceso de seguridad era el primer paso no solo para humillarlo y someterlo, sino para dejarle en claro que ellos tenían el poder allí.
Miró los empercudidos azulejos blancos y cerró sus ojos mordiendo sus labios para contenerse porque más que dolor por la irrupción en su interior con esos secos guantes a los que ni siquiera le untaron lubricante como solían hacer, lo que tenía era unos deseos gigantescos de torcerle el pescuezo a ese hombre. No le hubiese costado nada aunque claramente de allí no saldría pero al menos ese malnacido no lo incomodaría más pero no, se contuvo y le dejó hacer.
Una fuerte manguera a presión con un agua que se podría jurar venía directamente desde los polos por lo fría que estaba golpeó su espalda y el resto de su cuerpo haciéndolo tambalearse. En pleno invierno con una fuerte nevada lo sometían a bañarse con agua fría. ¿Si era correcto o normal? No, al menos no desde que entraron en vigor los supuestos derechos humanos.
Le lanzaron su toalla y tras secarse su ropa también chocó contra su pecho. Se vistió bajo la constante presión y una vez terminado siguió al oficial a lo que sería su futura celda. Era carne nueva, un novato por el que muchos vitoreaban diciéndole toda clases de obscenidades, varios se lo disputaban en una competencia para ver quién lo sometería primero, apuestas para ver en la puta de cual reo se convertiría, acusaciones sobre asesinatos y violaciones. Lo primero lo pudo haber hecho y no lo negaba pero lo segundo, sí era completamente imposible. Él jamás se atrevería a abusar sexualmente de cualquier persona ya fuese hombre o mujer.
Él era el nuevo entretenimiento al que contemplaban desde las puertas de su celda, algunos apoyados en los barrotes y otros desde sus camas, lo cierto era que tenía cada mirada del presidio sobre él. Ya comenzaba a percatarse de que su estadía no iba a ser tan pacífica como había planeado en su cabeza. La cárcel es una jungla donde no existen reglas, el vivo vivía del bobo y si permitía una vez que se propasaran con él, iría directamente a la parte más baja de la cadena alimenticia del lugar y jamás podría levantar cabeza. Realmente esperaba que leyeran las señales casi invisibles de forma clara y lo dejaran en paz.
Sosteniendo la bandeja que llevaba las escasas pertenencias entregadas y manteniendo la vista a frente sin dejarse incomodar por absolutamente nada, caminaba rodeado de varios guardias a lo que sería su celda y casa durante sus próximos años de vida. Vio a los oficiales detenerse frente a una puerta y supo que esa sería su suite de lujo. Dos se hicieron a un lado para abrirle paso, comprendió que llegaba el momento de entrar a esas cuatros paredes de aspecto asfixiante.
A uno de los costados, izquierdo para ser exactos, se encontraban dos brazos guindando por fuera de los barrotes sosteniendo en una de las manos una paleta de caramelo de color roja. Miró de soslayo encontrándose a un alto y fornido reo de cabello castaño que le resultaba un poco familiar, la recíproca mirada no era nada amistosa pero eso no lo incomodó. En el interior de su celda se encontraban dos hombres y dos literas. Uno era delgado, con cabello largo amarrado en una coleta, facciones tan finas y sutiles como la de una mujer. Su compañero era algo más robusto, le sacaba un buen tramo al otro en altura y estaba seguro que también era más alto que él aunque fueran por dos centímetros solamente.
— Recluso 971111, un paso atrás. — Dijo el oficial colocando su tonfa frente a su pecho, misma que el convicto observó siguiendo toda su extensión hasta al mismo guardia que parecía querer hacerle su vida un yogur. Fijó nuevamente su vista al frente luego de un intercambio de miradas que tardó menos de dos segundos. — ¡Abriendo celda 111! — Exclamó con voz firme antes de pasando su identificación y llave por el lector de tarjetas. El ruido de la primera puerta corriéndose incomodó sus oídos pero dándole una mejor vista del interior de aquella pocilga. —A partir de este momento esta será tu celda.
Los dos sujetos se incorporaron, el de figura enjuta de carnes saltó desde la parte superior de su litera y el otro se sentó en la parte baja de la misma estrellando sus dedos dándole una mirada intimidante. Avanzó dos pasos más en el interior sintiendo como la reja era cerrada nuevamente aunque la puerta de seguridad permaneció abierta. Ambos lo miraban interrogante aunque ya sabían que quien traían era un reo que había asesinado a varias mujeres, no tenían mucha más información sobre su persona.
— Vaya, vaya... ¡Qué tenemos por aquí! — Habló el más delgado con ironía. — Bienvenido, psicópata de mierda. — Habló acercándose a él para contemplarlo. Que te quede claro que nosotros no somos mujeres indefensas como las que acostumbrabas a matar. ¡Ándate con cuidado!
Mucho ladrido y poca mordida, fue lo que pensó Jungkook. Eran pocos los perros que ladraban y mordían los demás eran más pantalla que otra cosa, justo como ese palitroque afeminado que tenía delante. Pasó de sus palabras dándole un vistazo al lugar viendo todo lo que a simple vista se veía y caminó en dirección a la litera vacía.
— Esa cama está ocupada. — Habló el sujeto que llevaba como número 971101. — Ahí nos sentamos a prepararnos y de vez en cuando tener nuestras masturbaciones colectivas, así que si quieres acostarte tendrás que coger la de arriba.
El recién llegado miró hacia atrás comprobando que ya los guardias se habían ido y que esa situación le tocaba arreglarla a él mismo. Otro en su lugar quizás hubiera obedecido pero él no lo hacía por varias razones, la primera es que la cama de arriba tenía un colchón que no solamente estaba roto sino que literalmente apestaba a orine y la segunda, porque no se iba a dejar oprimir y mangonear por dos imbéciles con pinta de matones. Tenía claro que si estaban en esa prisión dulce joyitas no eran pero poco le importaba. No buscaría problema pero tampoco se dejaría pisotear.
— ¿Estás sordo? — Preguntó cuando notó que Jungkook colocaba sus pertenencias encima de la cama baja ignorando su orden. — Esa no está disponible, es tu último aviso.
— Parece que el nuevo es sordo mudo, no te escucha y tampoco habla. — El sarcasmo era notable pero el pelinegro lo ignoró.
Colocó sus zapatos con la bandeja de plástico blanca y sus demás pertenencias en el suelo quedándose solamente con las sábanas, colchas y fundas en las manos. Giró el colchón sintiendo un estruendo detrás de él. Su caja había sido pateada y sus pertenencias estaban en el suelo. Sus muelas apresaron el interior de sus mejillas buscando controlar la creciente rabia. Pausó lo que estaba haciendo para recogerla pero cuando culminó de volver a meter todo, sus sábanas fueron lanzadas al suelo. Se acercó para tomarlas y regresó a preparar su cama ignorando la irónica carcajada llena de bufidos que el otro reo daba a sus espaldas. El sonido de unos pasos acercándose lo puso en alerta y cuando notó que estaba tan cerca como para tocarlo se agachó, tomó la sábana más fina y enredó sus piernas haciéndolo caer. Este intentó defenderse pero Jungkook fue más veloz, subiéndose sobre él tomó su cabeza y la hizo rebotar como pelota de goma en el suelo. EL delgado se acercó para golpearlo y se levantó velozmente para con una pierna desarmarlo, pues llevaba un destornillador oxidado en su mano. Golpeó su mandíbula y agarrándolo por el moño lo engastó contra la pared, dio un paso atrás y pisó con sus zapatos el rostro de quien yacía en el suelo.
— ¡Imbécil no sabes con quién te estás metiendo! Soy la pareja del jefe y no creo que le guste saber que le estás haciendo esto a su preciado tesoro. Has dañado mi cara y esa la venera, te aconsejo que me sueltes de una vez antes de que las cosas se pongan peor para ti. — Se removió bajo su brazo pero no pudo moverse.
— Llevemos la fiesta en paz, no me molestan y yo no me molesto con ustedes. Ignórenme. — Habló finalmente por primera vez desde el juicio.
Separó unos centímetros de la pared al delgado antes de volverlo a empujar contra esta y, caminando por encima del cuerpo del otro hombre que se encontraba casi desmayado y perdiendo sangre, fue hasta su cama y la terminó de hacer.
Las semanas comenzaron a pasar de forma lenta, no contaba los días que llevaba allá adentro pero no había tenido mayores inconvenientes. Una que otra vez desaparecía su toalla o algún objeto en las duchas pero simplemente lo ignoraba. Con sus compañeros de celda tampoco tuvo más problemas, el delgado no le hablaba o miraba y el otro luego de disculparse, de vez en cuando intentaba entablar conversación sin éxito.
Se encontraba caminando hacia al baño cuando su camino fue entorpecido por una figura no tan desconocida para él ya que lo había visto a su llegada y en algunas ocasiones a la distancia ya fuese en el patio o en el comedor. Sus miradas se habían cruzado varias veces pero era la primera vez que estaban frente a frente.
— Liquidator... Líder de Los Cocodrilos. — Le escuchó decir y no pudo evitar mirarlo extrañado pues la mayoría allí lo conocía por ser el psicópata o asesino serial que había matado a más de veinte mujeres. — No pensé que estaríamos en la misma cloaca.
Jungkook volvió a estudiarlo con la mirada y entonces fue que lo recordó hacía unos años ese hombre solía trabajar como repartidor de mercancía al por menor y cuando recién comenzaban a establecerse Min Yoongi y él, usaron sus servicios en algunas ocasiones, nada trascendental. Asintió y dio un paso al lado para seguir caminando sin responderle. El sujeto intentó detenerlo pero este se corrió rápidamente evitando que lo tocara devolviéndole una mirada asesina a mío de advertencia. No quería amigos o personas que fingieran serlo porque bien sabía que allá dentro a la menor oportunidad lo apuñalarían sin contemplaciones con tal de salvarse el cuello.
Levantó las manos dejándole saber que lo entendía y se rió frente a su actitud, no habían realmente hablado pero podía decir que le agradaba ese sujeto. Lo vio partir camino a las duchas hasta que fue interrumpido por uno de sus informantes que le estaba pasando de contrabando algunos cigarrillos.
Acomodó sus pertenencias en el gancho que quedaba frente a la ducha que escogió para su baño. Había estado utilizando la misma desde hacía casi dos semanas y ese día no fue la excepción. Se quitó su uniforme con calma, pieza por pieza acomodándolas en el banco cuidando su entorno con la mirada. Se colocó dos bolsas de nailon en los pies para evitar pisar ese suelo que tanta repugnancia y asco le causaba, caminó hasta la ducha y dejó que el agua fría chocara con su piel.
— ¡Liquidador! — Escuchó aquel grito con su nombre y se volteó precipitadamente encontrándose con el esqueleto de su compañero de celda.
Se movió a un lado esquivándolo y lo golpeó levemente mientras rápidamente los demás se acercaban para echarle leña a la hoguera con sus comentarios. Se le dificultaba un poco los movimientos por el jabón que corría por el piso y sus manos pero aún así fue capaz de empujarlo.
— ¡Detén esta puta mierda de una vez! No me hagas defenderme, nuestros problemas ya se arreglaron.
— ¿Arreglaron? Me humillaste maldito psicópata y te has estado riendo en mi cara cada día y noche desde entonces. — ¿Y le decían psicópata a él? Desde aquel altercado él ni siquiera volteaba a mirarlo, le importaba muy poco la vida de los demás y muy seguro estaba que otra cosa que no había hecho fue reírse. Ya no se acordaba lo que era sonreír desde hacían largos meses, incluso antes de ser apresado. — ¡Deberías morirte!
Atacó nuevamente y dejando que el impulso del contrario lo ayudase, simplemente se corrió a un lado dándole un suave toque en su espalda. Sin embargo, a veces eso era suficiente para acabar con una vida. Debido a todo el jabón en el suelo y su desequilibrio por el impulso, terminó resbalándose y golpeando fuertemente su cabeza contra la llave de la ducha. La sangre comenzó a caer mezclándose con la espuma y agua que allí había; cinco segundos después el hombre delgado que fue su compañero de celda yacía muerto a sus pies.
El barullo de los silbatos acompañados del resonar de las botas de los guardias que corrían con sus tonfas en alto incrementaron tan rápidamente que antes de darse cuenta, ya estaba siendo golpeado e inmovilizado en el suelo por no menos de diez guardias a la vez. Lo arrastraron sin permitirle vestirse por todo los pasillos ensangrentado hasta tirarlo dentro de una muy pequeña celda donde no entraba ni siquiera el resplandor del sol y era muchísimo más frío que en el resto del presidio. Estaba en el hoyo, desnudo, sangrando y temblando en un suelo que no tenía siquiera una manta en él.
Pocas horas después le lanzaron un uniforme cuando le fueron a llevar su comida misma que pese a su estado se obligó a comer porque si una cosa no podía permitirse, era dejarse vencer de esa forma. Estuvo encerrado allí durante más de una semana, luego de eso trasladado como castigo a otra celda de castigo y allí lo mantuvieron durante casi seis meses, alejado de todos y de todo. De cierta forma le gustaba, era más tranquilo y seguro puesto que no tenía que estar rodeado por reos que querían eliminarlo porque sí, aunque todavía debía seguir cuidándose de los guardias.
Cuando lo sacaron de allí, le acostaba acostumbrarse a la claridad de las luces artificiales o del día. Volvía a ser abucheado, maldiciones, amenazas e insultos llovían al por mayor pero había una palabra que todos esos criminales se atrevían a decirle a coro como si ellos fueses menor. ¡Monstruo!
Él no quería convertirse en uno pero ellos lo estaban orillando. Con cada maltrato e injusticia, con cada maldito acto, todos lo estaban obligando a convertirse de los monstruos, en el peor.
Sigo pensando en esta historia cada vez que veo estas fotos.
Espero que todos se encuentren bien y que les haya agradado el capítulo. Nos vemos en el próximo.
LORED
🧡🧡🧡
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