Día VI: Se conocen en una Boda.
Peter amaba a su tía. La amaba mucho. Mucho. Mucho. Mucho. Mucho. Mucho. Oh, Dios, ¿a quién engañaba?. La odiaba. La odiaba demasiado. En ese momento, mientras el estúpido traje de chiflón le taponaba cada poro de piel, Peter la odiaba con tal intensidad que no podía ni pesar con claridad.
Fuera del granero hacían unos dos mil grados. Todo el mundo traía camisas frescas y holgadas, solo él era el único idiota vestido para el circo. Maldita sean las tías que contraían segundas nupcias. Más malditas sean las que te pedían que fueras su jodido padrino de honor. Y aún más malditas las que elegían un traje horrible, de un color aún más horrible, que, encima, no hacía nada bueno por tu imagen.
Casi deseó ser una dama de honor. Casi. Las mujeres no estaban mejor que Peter. Eso sin dudas. Sus vestidos eran de la misma tela asesina que la de Peter, aunque al menos ellas tenían amplias faldas. No tenían la entrepierna a cuatro mil grados, empapada en su propio sudor. Pero, no estaban mejor que él con aquellos corsets entallados… Bueno, al menos Peter podía respirar. Todo lo que la apestosa pajarita le permitía, pero era más de lo que ellas podían hacer.
May se veía radiante, demasiado perdida de amor por su nuevo esposo como para darse cuenta de que una de sus amigas estaba de un color azul/morado. Un tono poco a juego con el color salmón de su vestido.
No estaba convencido con la temática. Estaba seguro de que se la explicó un par de veces, algo relacionado con la puesta del sol en un campo de flores, o ¿una granja? No podía recordarlo, pero no entendía qué tenía que ver el color salmón en esa visión. Sí podía percibir qué paralelismo extraño hacían los tiradores, el tiro alto de su jodido pantalón y el saco dos talles más grandes que le habían colgado por los hombros. Peter, si se miraba en un espejo y fingía con fuerza que la imagen que este le devolvía era en blanco y negro o sepia, parecía una especie de… granjero de los 70’s.
Claro que el sombrero de copa ancha le daba el toque final, pero Peter había conseguido meter esa cosa bajo la podadora industrial que había pasado esa misma mañana por el parque, antes de que empezaran a preparar las sillas por la colina que sería el altar. Oh, qué pena.
El murmullo de las risas y la música suena rodeándolo, pero su humor desinflado y alerta lo mantiene cómodo y a salvo, completamente alejado de la acción. La idea de que May pudiera agarrarlo y sacarlo a la pista le daba pánico. Quería arrancarse cada maldita prenda, subir por la pradera y meterse en la posada para recluirse en el cuarto donde se cambió, sumergido hasta el cuello en el jacuzzi. Alcanza a soñar despierto con su traje de baño y un poco de sol. Pero May amaba ese estúpido traje, al punto que esa mañana lloró al verlo y eso le impedía convertir sus sueños en algo real.
Estaba feliz por ella. Extrañaba a su tío, pero Happy era un buen y divertido hombre. Se notaba a leguas que la amaba con locura. Una punzada nostálgica astilla la superficie tranquila de sus sentimientos y baja los ojos a su vaso. No había sentido jamás algo así, lo había intentado, porque era ante todo un idiota optimista, pero no parecía ser el chico de las relaciones.
May sabía que le gustaban los chicos y dado el mundo en el que vivían, no necesitaba andar escondiendo el hocico para tener una cita, pero era… bueno, Peter era un desastre coqueteando.
Intuía que May esperaba que tener un hombre en casa le diera a Peter mejores herramientas con los de su sexo, pues era evidente que no tenía ni tacto, ni el carisma para ser el convencional chico gay. Lo probó todo, pero sus intentos penosos de galantería rivalizaban con sus pocas aptitudes sociales. Y luego estaban los ataques de pánico debido a su claustrofobia. Cada vez que lo invitaban a salir de fiesta, le daba taquicardia. No, Peter apenas podía estar con la mente limpia en ese momento, donde la gran puerta del granero estaba abierta de par a par y las doscientas ventanas hacía que la luz del exterior asara lentamente la carne bajo su traje. Imaginarse a sí mismo en un antro, con las puertas cerradas, sin nada de luz natural, con tanta, tanta gente rodeándolo, robándole el oxígeno… Maldición. Una pesadilla.
Y lo peor no era eso, que Peter incluso podría tener citas al aire libre si lo deseaba, pero era un patético caso de timidez absoluta y falta de carisma total. En su corta experiencia con las chicas había logrado humillarse hasta lo imposible. Y ni siquiera había sentido deseo real. Solo había sentido miedo por hacer lo correcto ¿añadir el deseo a la ecuación?
Un escozor, más molesto que las gotas de sudor, le hace cosquillas en los brazos y se le cierra la garganta. Necesita respirar un par de veces antes de recordar que sólo era una idea, que él no estaba coqueteando con nadie, ni lo iba a hacer. Retiene un poco del aire en la garganta y se anima a soltarlo en intervalos pequeños y regulares. Dios, así jamás iba a conseguir un novio. Continúa respirando pausadamente y no abre los ojos hasta que el aleteo ligero y veloz de su corazón se calma.
Un par de ojos avellanas están fijos en él. Realmente fijos, con interés y curiosidad. Jodida mierda.
Peter se sobresalta y pega un brinco del susto que casi lo tumba de la silla. La mano del padrino de Happy le aferra la muñeca y lo jaló en su dirección, evitando que Peter sintiera de primera la dureza del suelo.
—Tranquilo granjero, las ovejas no se irán a ningún lado sin ti.
El impacto lo hace recomponerse y maldice de camino a la forzada tranquilidad al maldito Dios, entidad o madre naturaleza, encargada de hacer que ese par de pestañas pobladas, oscuras y arqueadas le confirieran una imagen de injusto encanto a ese hombre. En dominio de sí, Peter le lanza una mirada cargada de desprecio y Tony le sonríe ladinamente.
—Ten, Parker. Necesitas uno de estos.
Con una única mirada de desdén observa el vaso de whisky.
—Algunos no creemos que necesitemos del alcohol para solucionar cualquier problema.
—¿Me dices que dejaste que ella te pusiera eso y lo hiciste a palo seco?. Con razón tienes cara de que alguien te metió un palo por el trasero —dice soltando un silbido de sorpresa, pasando completamente de su comentario.
—Jamás me cansaré de tu vocabulario tan colorido…
Tony suelta un ruido aún más grosero y le rueda tanto los ojos, que Peter siente la tentación de decirle que un viento iba a llegar y lo iba a dejar así para siempre.
Tony Stark era el mejor amigo Happy. Cosa curiosa, si se tiene en cuenta que Tony era un maldito patán y Happy un completo “osito”.
Lo hacían funcionar. De una forma retorcida, completamente enferma y con problemas serios de abuso de poder, pero lo hacían funcionar. Ellos decían que eran mejores amigos, Peter sabía que Tony le pagaba una fortuna por ser su empleado.
Cierto era que jamás vio a Happy salir apurado por fichar o llegar un solo minuto tarde, pero sí lo vio mil veces llegar agotado de tener que lidiar con la mierda que era ser el jefe de seguridad de uno de los hombres más ricos, gays y famosos del país. Y por más que no lo crean, Peter no enfatizaba el “gay” por voluntad propia, Tony parecía tener algún tipo de asunto hetero no resuelto, dado que alardeaba de manera que él encontraba digna de tratar en terapia, que era gay.
¿Qué fue? ¿Cinco? ¿Cien veces? La primera noche que Happy lo trajo Peter se preguntó seriamente si intentaba lanzar un mensaje muy agresivo y poco pasivo al respecto de que amaba a Happy y que May debía estar muy agradecida de que no hiciera nada al respecto. Era chico cuando eso pasó, no tanto como no haber tenido la charla con su tía sobre su sexualidad, pero aún lo ponía incómodo decirlo sin más y que Tony lo dijera tantas veces contribuyó a que se esforzara por soltar lo mínimo posible esa misma oración enfrente de nadie.
Le ordena a sus recuerdos no ir por esos lados. Habían pasado más de siete años de aquel maldito encuentro y aún le daban palpitaciones.
—¿No tienes un mejor lado donde estar? —masculla mirándolo molesto—. No tengo paciencia para encantadora personalidad en este momento, o tus problemas de alcoholismo.
—Te lo dejaré pasar porque acabas de ganarte un poco de mi respeto —dice regalándole una sonrisa complaciente—. Jamás hubiera dejado que me metieran en ese traje sin unos buenos litros de alcohol.
Peter odiaba cuando le sonreía de esa forma tan falsa. Le enseñaba todas sus malditas fundas blancas… le hacía sentir un retorcijón desagradable en el estómago.
—Quizá quieras volver a chequear el número de AA que dejé para ti la última vez que viniste a casa.
Tony le sonríe con picardía y un mohín.
—Podrías dejarme tu número. Igual solo necesito un padrino.
—No soy un exalcohólico, que pena.
—Dejémoslo en que eres el ex de alguien y yo rellenaré el resto según me convenga.
Peter siente que el calor volver a aplastarse contra sus mejillas. Maldice para dentro e intenta mantener el rostro inexpresivo como si validara en silencio esa idea, pero cuando la mirada avellana de Tony te tiene en la mira, solo la muerte lograría hacer que no pudiera leerte.
—Oh. Por. Dios.
No diice nada. Finge que está solo. Solo en el mundo. Su vaso de agua y él. Eso es lo mejor y más seguro.
No era tan grande como para que el hecho de no haber tenido jamás una pareja fuera la gran cosa. Al menos podía decir que no era virgen. Y no es que la experiencia fuera algo de lo que andar presumiendo. Nadie pierde la virginidad en un puñetero campamento de verano y puede decir que la experiencia fue la más satisfactoria de su vida; pero Peter al menos podía blandir con orgullo la bandera de: NO VIRGEN y con eso tenía más que suficiente.
Pero la mirada de Tony se posa más intensamente en él, acercando el cuerpo atreves de la mesa.
—No puede ser.
—¿Que no sea un maldito promiscuo como tú?
—No puedes decirme que jamás has tenido una pareja —insiste sin oír su pulla.
Peter siente de inmediato un vacío horrible llenarlo. Odia cuando no lo escucha. Lo humilla, pero no puede negar la evidencia. No después de tantos años. Estaba acostumbrado a ser invisible para muchas personas, pero había algo dentro de él que se revelaba a la idea de que Tony lo viera y pasara de él como si no existiera.
Sabía que un psicólogo diría cosas sobre lo poco maduro y sano que era en esos momentos, pero las palabras abandonaron su boca sin control alguno.
—No es muy apropiado que un hombre de tu edad le pregunte eso a un chico de la mía.
El comentario da en el blanco y la mirada de Tony se oscurece por completo. Se vuelve acerada de un parpadeo al otro. Las aletas de su nariz tiemblan cuando coge aire. Tiene que reconocer con pesar que es bueno y rápido, para el tercer parpadeo está completamente recobrado.
—No eres un niño, Parker. Puedes parecerlo, pero tienes veinticuatro años.
—Técnicamente un adolescente.
—Mis cojones un adolescente. Que no termines de irte de la casa de tu tía no implica que seas un niño. Eres un hombre.
—Y volvemos al terreno de lo inapropiado —suspira meneando con pesadez la cabeza, como si el hecho de que Tony no lo comprendiera fuera algo completamente esperable.
Tony suelta una carcajada melodiosa que lo sorprende. La mirada llena de alegría se apaga un poco cuando se repliega en su asiento y mece hacia atrás la silla. Peter ve y oye como las patas traerás crujen al soportar el peso haciendo equilibrio.
Antes de que pueda manifestar en voz alta sus deseos de que se caiga, aterriza limpiamente y cruza los brazos sobre la mesa.
—Ya somos casi familia, ¿cuándo me dirás que hice para ofenderte tanto?
Nunca, piensa Peter por instinto, pero no puede decirlo. Tony no lo dejara en paz si le deja entrever que de verdad había un motivo para toda su hostilidad. Y si no se permitía ni él mismo pensar en ello, qué iba a hacer diciéndoselo a él.
—¿Has oído de la incompatibilidad a primera vista?
—No, solo conozco el amor a primera vista —se mofa alzando sugerentemente las cejas, como si… como insinuara que eso le había pasado y con él.
No pica el anzuelo y le rueda los ojos. Ya que la idea lo golpea, su ajustado pantalón se siente más apretado, pero al menos puede fingir que no. Maldito infeliz.
—Tú no podrías sentir eso en toda tu vida. Hasta dudo que entiendas el concepto.
La acidez con la que entona esas palabras los dejan pasmados a los dos y Peter maldice para sí. El calor. Era culpa del maldito calor.
—¿Eso crees de mí? —musita arrugando ligeramente los ojos— Bueno, admito que me suena un poco estúpido… pero, Happy se enamoró de May nada más verla. Literalmente frenó en medio de la maldita calle para conseguir su número.
—No estamos hablando de Happy —argumenta Peter, sintiendo un extraño retorcijón en el estómago.
No debería estar hablando de eso y punto. No debería porque Peter estaba dolorosamente seguro que se enamoró de Tony la primera vez que Happy lo llevó a casa. Era peligroso ponerse a jugar con temas que solo servirían para darle material de chantaje al maldito frente a él.
—No, pero es inevitable. Dado que estamos en la boda de un hombre que se enamoró a primera vista. Claro que creo en eso.
Peter acuchilla las palabras que pujaban por su boca: ¿por qué no te enamoraste de mí entonces?
Sabía bien por qué. Cuando se conocieron Peter apenas tenía diecisiete años y había saltado sobre Tony nada más verlo. El hombre era una eminencia de la ciencia y la filantropía. Peter, muy recientemente descubierto como homosexual, casi se volvió loco la primera vez que lo vio.
Bien ya que los años habían pasado, podría admitir que quizá no fue amor a primera vista, pero sin dudas fue algo a primera vista.
Pero Tony, solo dos malditos segundos después de que la bienvenida más incómoda del mundo, lo puso a metros de él, no le habló directamente y de alguna forma dijo como un millar de veces que tenía pareja, que era un hombre gay con pareja y variaciones por el estilo.
Fue incómodo por mil raoznes, la primera de ellas que Peter repitió y repitió durante cada vocado la maldita gran entrada: Peter haciendo lo que podía por no estallar de alegria y verguenza, May incapaz de leer el panorama general del asunto tratandolo como si no fuera más que un niño, confiandole a Tony que Peter era su fan, Happy empujando a Tony para que deje de ser un idiota y se acerque. Oh que cosa más desagradable. Tony terminó por poner las manos en cintura. Bueno, ¿qué pasó? Peter pensó que aquello era un abrazo. Alzó los brazos y le rodeó los hombros. Tony hizo lo esperable y lo empujó lejos de su cuerpo. No lo hizo de forma brusca solo con firmeza. Eso no le evitó la peor parte: la humillación.
No había intentado para nada abrazarlo, ni agarrarle la cintura. Happy lo había golpeado excesivamente duro con su último toque y lo había arrojado sin querer para delante. No ayudó a su vergüenza congénita que el resto de la noche lo tratara de manera distante y las siguientes veces que se vieron su comportamiento fue el mismo hasta que Peter aprendió a sentir algo más violento que la vergüenza al verlo y jamás volvió a acercarse a él.
Peter se despachó con el primer comentario sarcástico de su vida cuando ese hombre se quedó rezagado en el living, intentando entender cómo hacer que la aplicación de su agenda electrónica parara de chillar cada que le llegaba un mensaje.
No estaba orgulloso, pero Peter dejó pasar a May y a Happy y con sus insolentes dieciocho años, miró a Tony y murmuró “Boomer”. Tony dejó caer el celular de su mano y alzó la vista. Peter le sonrió encantadoramente y se escabulló por la puerta tras su tía y su novio.
Maldita sea, esa noche le consagró una a Tony y a su expresión estupefacta. Luego, resultó imposible no volver a hacerlo y una y otra y otra vez hasta ese punto en el que estaban.
Luego de siete años de tensos idas y vueltas cargados de malicia, crueldad y engreimiento, solo eran corteses frente a May y Happy y escandalosamente groseros a sus espaldas.
Exceptuando ese día, que aparentemente Tony parecía querer hacer el papel de “familia” con él. No le interesaba ser su familia. No pensaba decirle Tío Tony ni nada que se acercara lo suficiente.
—¡Ey! —le recrimina Tony, chasqueado los dedos a la altura de sus ojos.
Peter se sacude sus pensamientos estúpidos e infantiles y lo mira sin más.
—¿No puedes solo ir a fastidiar a otro ser humano? Tengo demasiado calor para tolerar tu encantadora personalidad.
Tony abre la boca para decir algo, pero parece arrepentirse. Peter nota que sus hombros caen y asiente con rigidez.
—Mira, ya no eres un crío y yo solo intento ser amable —gruñe en voz tan baja que Peter necesita inclinarse un poco para oír sus siguientes palabras—. Pero ya veo que eso no será posible.
Una ligera sacudida de culpa lo agita al ver sus ojos y notar que no había rastro alguno de broma en ellos. Mantiene erguida la cabeza, no muy seguro de cómo andar en este terreno desconocido que era: decirse las cosas sin rodeos o vueltas.
Así no eran ellos. Esa no era la base de su relación. Tony no hablaba en serio. Jamás.
—Happy es mucho más que solo mi empleado y adoro a tu tía —prosigue escupiendo duramente cada palabra—. No sé qué demonios te hice, pero ya no eres un niñito para seguir jugando de esta manera conmigo. Al menos a mmi ya no me parece divertido y si no intentarás dejar de ser un inmaduro superficial, al menos aprende a fingir frente a los demás. Apreciaría que dejaras de apuñalarme solo porque puedes. No tienes, ni te doy, la confianza para seguir haciendolo.
—¿Bebiste más de la cuenta o solo estas demente? No necesito tu permiso para-
—Eres un idiota, Parker —apretando los dientes, se endereza de golpe y Peter maldice su boca estúpida cuando ve que su mirada hierve—. Disfruta de tu inmadurez, Peter. Yo iré por allá, a jugar con los adultos.
No se sintió bien. Lo admitía. No se sintió bien verlo irse, con las manos en dos puños firmes y una mirada cargada de decepción en los ojos. Quiso levantarse y decirle algo. Aunque no sabía qué. De verdad le divertía meterse con él. Maldita sea, Peter se sentía más joven, más osado y loco cuando se daba el lujo no menor de combatir dialécticamente con el gran empresario y magnate Anthony Stark.
Pero no lo hizo. Peter no era así de valiente. Se quedó sentado, viendo el trago que no había querido tomar, sintiendo una culpa que no quería sentir. Intentó abstraerse de todo, retirar su mente al fondo y plantearse que la próxima cena familiar podría intentar ser menos… menos mezquino con Tony.
Era un buen escudo para sus malditas hormonas; tenerlo a la distancia de un chiste quizá a veces en exceso cruel, pero tenía un punto. Eran familia ahora. Eran familia y May ya lo había regañado por no querer entender ese detalle. Happy era mucho más que un amigo de su jefe, Peter era mucho más que solo un sobrino. Y no podía ni pensar en decirle a su tía el inconveniente que la parte baja de su cuerpo tenía con esa idea.
Ella se había dado cuenta mucho antes que él de eso y aun así le pedía que fuera un buen chico. Y si bien no le pedía que se hiciera daño con una cercanía que solo le recordaría lo no correspondido que era, sí un mínimo de modales y educación.
Peter podía hacerlo, si quería. Problema: no quería. Tony no le prestaba atención cuando no era grosero.
—¡Peter ven a bailar! —grita eufórica su tía jalando de su mano.
Con un gemido mira la pista e intenta mirar sobre la curva del hombro de May la salida. Maldita sea, no iba a tener escapatoria.
—¡Vamos, es hora del vals!
Peter mira alarmado sus zapatos y su atuendo. Dios, el altar se suponía que era todo.
—May estoy muy cansa-
—¡Deja de inventar excusas y vamos a bailar!
Peter es arrastrado con una fuerza considerable. Acomoda la mano en la cintura de su tía y contiene una mueca cuando ella le arregla el traje.
—¿Dónde dejaste la pajarita? —musita entornando los ojos tras sus gafas.
Peter sonríe dulcemente y le corre con cariño el pelo del hombro, antes de hacerla girar.
—En la mesa. Hace mucho calor.
No. Estaba en la basura, pero su tía suspira riendo y le pide muestras de vida.
—Suéltate un par de estos entonces —aconseja estirando la mano para soltar los primeros tres botones de su camisa y Peter musita un murmullo agradecido.
May se ríe, continúa bailando y girando entre sus manos. Estaba tan concentrado en ella, en hacerla reír y disfrutar de un día que sin dudas se merecía, que se sobresalta cuando una mano se posa en su hombro.
Su mundo se tambalea cuando Happy le sonríe y le pide que baile con él. Tony no se molestó en mirarlo y clavó los ojos en May, haciendo una pomposa reverencia. Peter se sintió aún más pequeño y miserable, pero Happy le cogió la mano y se inclinó de la misma forma, arrancándole una carcajada.
Quería a Happy. Llevaba muchos años con May, cuidando de los dos. Dándole consejos y todas esas cosas que los padres hacían.
—¿Te molestó Tony? —pregunta sin rodeos, alejándolos con una vuelta de su tía y el aludido que bailaban con una gracia abusiva por la estancia.
—¿Oh?
—Antes. Fue donde estabas y cuando se marchó tenías mala cara. ¿Se volvió a meter contigo?
Peter parpadea un par de veces, con la boca seca.
—Sé que te molesta, Peter. No estoy ciego, pero tu tía insistía en que eras fuerte para solucionarlo. Ahora eres mi sobrino y patearé el trasero de ese idiota si se mete contigo.
Su corazón se calienta de una forma inesperada y Peter menea la cabeza incapaz de decir alguna mentira. Era él el que se metía con Tony y mientras más se daba el lujo de pensarlo, más mal se sentía.
Había sido tan fácil solo meterse con él, que Peter ya no se daba cuenta de que apenas Tony y él estaban solos, empezaba con sus pullas. ¿Cuándo había sido la última vez que Tony empezó? Un retorcijón en el abdomen le decía que no estaba seguro de que alguna vez realmente lo empezara.
¿Hacía chistes? Sí. Pero Peter respondía con demasiada dureza a sus ligeros intentos de bromas. No era ni mínimamente cruel, mientras Peter tenía un placer especial en llamarlo viejo y derivados.
—No, yo… solo estoy un poco triste.
Happy asiente con rigidez y Peter no sabe que es peor. No quiso decir que estaba triste por Ben. Nadie jamás hubiera querido más que Ben qué May volviera a encontrar a alguien. Estaba triste porque el peso de las emociones al fin empezaba a sentirse sobre sus hombros y era muy injusto que lo que terminara de quebrar su jodida resistencia fuera el maldito patán de Tony Stark.
—No por lo que piensas. Ahora tendré que mudarme. No puedo seguir quedándome en la casa de unos recién casados.
Happy suelta un resoplido y menea la cabeza como si esas no fueran más que idioteces.
—Nos encanta tenerte en casa.
Sabía que sí. Por eso le gustaba Happy. Porque quería la familia unida. Por eso arrastaba al reacio y super famoso empresario que amaba como un hermano a las comidas familiares dos veces al mes. Sin exepcion y sin excusas.
Una nueva oleada de culpa se derrama sobre él y cuando la música varia a una pieza más lenta Peter, le suelta la mano a Happy y hace una reverencia. May se manifiesta frente a ellos y lo hace con los ojos angelados por las lágrimas. Happy y él le lanzan una mirada a Tony y por la forma acusatoria en la que lo hacen, May los reprende.
—Dejen de ser dos tontos sin sentido. Peter, baila con él. Se bueno.
Peter mira desencajado a su tía, pero es Tony el que gana de mano a cualquiera.
—Lamento desilusionar a tu sobrino, pero necesito ir al tocador.
Con una inclinación del torso en su dirección, Tony no se gasta en mirarlo y se aleja por la pista. May y Happy lo miran y ve por la forma en la que el esposo de su tía frunce el ceño, que está preocupado.
—Quizá debería ir a verlo… —musita acariciando la espalda de su tía, compartiendo con ella una mirada preocupada—. Odia las bodas, siempre le recuerdan… bueno, ya saben sus padres.
—Ya voy yo —se apresura a decir Peter y se gana otra ronda de miradas—. Me lo dijeron mil veces: ahora somos familia. Dejen que yo apague este incendio.
Por suerte los demás invitados que empezaron a invadir la pista consiguen distraer a su tía y a Happy. Se escabulle al baño, dejando antes la chaqueta molesta en su silla. La puerta no está trancada y Peter entra sin tocar. Tony está en el orinal más alejado y sus ojos se encuentran brevemente en el espejo.
Peter, como chico gay, sabe que no debe ver a los hombres en el baño. No se hace en líneas generales, pero de un chico gay es como mucho más grosero.
Tony no dice nada. Finge con tal magistralidad que Peter no existe que cuando termina de lavar sus manos, secarlas y lanzar el bollo de papel en la papelera, Peter se da cuenta que hizo todo aquello sin alzar ni una vez la vista.
—Ya te dije que no tengo más paciencia para tus niñerías, Peter. Déjame pasar.
—Lo siento.
La mirada avellana se desliza de la puerta a su rostro y Peter traga duramente.
—¿No correrte o ser un maldito niño malcriado?
—No soy…
—No voy a discutir contigo. Córrete.
—¡Bien! Ser un malcriado. Ser un malcriado. Siento haber actuado como un malcriado.
—Disculpas aceptadas. Si me permites…
—¡Tony!
Los ojos vuelven a posarse con rapidez en él y Peter desearía no haberse encerrado a sí mismo contra la pared.
—Ahora tú eres el inmaduro.
—No sé qué se supone que quieres de mí. Quizá si me quedo el tiempo suficiente, se te ocurra un chiste nuevo con mi edad y no sé si quiero escucharlo.
Peter muerde su labio inferior y maldice para sí.
—No… no haré más chistes con tu edad. Tenías razón, yo… ahora seremos familia, como… ¿Como un tío?
Tony da un respingo y arruga tanto la nariz que Peter no necesita preguntar para saber que se extralimitó.
Definitivamente había empujado lejísimos su nueva culpa. Como bien supuso, era raro de cagarse llamarlo así. Y para qué negarlo, experimentó un escalofriante placer al ver la cara de asco y repulsión que sintió Tony al ser tratado como “familia” así como le dijo quien sabe cuantas veces ya ese día.
—No soy tu tío. No me refería a familia del tipo de verdad.
—Lo… lo siento —se apresura a añadir, intentando recordar la preocupación inicial de Happy; pues no había forma de que Tony estuviera mal porque Peter se negó a fumar con él de la pipa de la paz—. No quise ofenderte… sé que… sé que tienes tu familia y yo no…
—No es eso —suspira Tony pasándose la mano por el rostro—. Mira, me alegro de que ahora quieras que nos llevemos bien. Lo agradezco. No tienes nada de lo que disculparte. Ahora si me dejaras pasar…
Peter, que no siente que realmente hayan terminado de arreglar nada, suspira y asiente. No tiene sentido pelear en ese mismo momento. Con el correr de las reuniones familiares se aseguraría de demostrar que no era ese crío molesto que vivía muy ofendido porque lo rechazaron antes de tener una oportunidad.
No se había planteado nunca lo inmaduro que era y ahora… ahora se daba cuenta de que no conocía realmente a Tony. No sabía gran cosa de él. Quizá solo lo había juzgado mal, quizá cuando se conocieron Tony era distante no porque lo estaba rechazando, sino porque simplemente no sabía como ser simpático con otro ser humano.
—Claro —dijo con el amago de una sonrisa tirando de su labio.
Pero Peter y las malas decisiones jamás perdonaban y cuando se corre a un lado y Tony tira de la puerta, un chasquido extraño que resuena en todo el pequeño cuarto lo sobresalta.
Tony alza de improvisto la vista y Peter empieza a hiperventilar cuando vio el pomo de la puerta en su mano.
Y ahí lo nota. Están en el baño, encerrados. Encerrados. Baño. Sin más ventanas que el tragaluz del techo a al menos dos metros de él.
Antes de dos parpadeos Peter estaba sentado en el suelo, peleando encarnizadamente contra los botones de su camisa. Veía de forma borrosa como Tony gritaba algo a su oído, pero la sangre corría tan fuerte por su cabeza que antes de que pudiera plantearse en controlar el ataque de pánico este ya lo había engullido.
Cuando siente la mano helada chocar contra su mejilla, Peter abre los ojos. La cara consternada y muerta de preocupación de Tony brillaba frente de él. Baja los ojos, no era su mano, era su camisa empapada la que le curbiró el rostro.
Peter, por suerte, veía doble. Asi que tuvo la chance de ver un par de torsos moviéndose frente a él. Su propia camisa estaba arrojada a un lado, lejos de ellos y un olor penetrante subía desde el suelo.
—Eso es… eso es… —canturrea Tony, acariciando con sus grandes manos la línea de su mandíbula, donde le acunaba el rostro—. ¿Escuchaste? Ya viene el cerrajero, ya viene, Peter. Ya viene.
Peter menea la cabeza para los dos lados, pero lo único que puede hacer es ver el pecho de Tony. No parecía que eso le molestara, pero sin dudas lo notó.
—¿Estas mejor? ¿Quieres un poco de agua? ¿Una menta?
—¿Tienes mentas?
—Tengo mentas —dice rápidamente, como si le hubiera sorprendido que Peter hablara— Eh… ¿qué tal si antes te lavamos la boca?
No necesitaba preguntar para saber.
Peter intentó parar, pero como el mareo aún era demasiado fuerte, necesitó ayuda. La mano firme y dura de Tony se ancla en su torso y se estremece al sentir el choque de sus pieles.
Por un diabólico segundo pensó en fingir más debilidad de la que sentía, pero Tony lo sostenía con tal fuerza que el intento hubiera sido un sin sentido.
—Bien, eso es. Un paso a la vez. Sigue quedandote conmigo.
La voz amortiguada de algunos invitados se podía oír, pero Peter temía pensar en la puerta cerrada y volver a colapsar.
—¿May?
—¿Quién crees que fue por el cerrajero?
—¿Happy? —murmura bajando la cabeza, lanzándose sobre la canilla de agua.
El plan era lavarse la boca, quitar de su lengua el gusto amargo y agrio, pero el agua helada lo atrajo como Ícaro al sol y terminó metiendo toda la cabeza abajo del chorro helado.
Tony carraspea ligeramente, pero Peter es esclavo de la sensación refrescante que le limpia la mente.
—Vas a ahogarte —le dice Tony intranquilo, tirando de su hombro para hacer que se enderece—. Vamos, quita.
Peter le hice caso, pero antes de terminar de enderezarse, bebe abundante agua y hace tres gárgaras. Como no tenían toallas y las de papel no servían, Peter junta su cabello largo en un moño alto y lo escurre apretando con firmeza.
Desea tener una coleta para atarlo, pero se conforma con meter los dedos dentro y agitarlo hasta que las gotas dejarán de caer a tropel por su espalda. Apreció la sensación del frío volviendo a despertarlo y alzó la vista.
La mirada de Tony esta fija en su cuello, pero rápidamente desciende por su pecho y sigue bajando hasta la cintura de sus pantalones. Peter necesita un par de segundos para entender qué lo había dejado tan desconcertado y no es hasta que baja la vista y ve otras cinco gotas hacer el mismo recorrido que lo entendió.
Acobardado y tímido, Peter cruza torpemente los brazos y mira a Tony.
—¿Cuánto…?
—Cinco minutos.
—Lo siento.
—No seas idiota, no pasa nada.
El silencio los vuelve a encontrar en tensión y Peter maldice haberse desprendido del saco. Se sentía dolorosamente desnudo y su cuerpo no era rival para el de Tony. Su pecho corriente y flaco no invitaba a mirar desde cualquier ángulo. No era como los abdominales sensualmente marcados en el cuerpo frente a él.
—¿Quieres la camisa? —ofrece Tony y Peter no sabe si morir de vergüenza o golpearse el rostro por ser tan evidente—. Está mojada, pero seguro que es mejor que nada.
—Quizá me haga mejor el frio, sí —dice como estúpido, casi arrebatandole la prenda.
Fue incapaz de pasarla correctamente por sus brazos, pese a que le quedaba ligeramente ancha en los hombros y el pecho. Tony le da la menta prometida y se planta tras suyo, sosteniendo la camisa abierta.
Peter mastica furiosamente la maldita menta, evitando todo el tiempo pensamientos sobre la puerta, la perilla cerrada y la forma en la que las paredes se venían encima de ellos.
Se concrentra en las manos de Tony cálidas y fuertes acariciando delicadamente su piel para ayudarle a pasar la prenda mojada por su cuerpo. Se concentra en su aroma cuando gira alrededor de su cuerpo, hasta plantarse frente de él para acomdarle la camisa.
Peter ni siquiera sabía que había cerrado los ojos y se inclinaba contra su calor y su olor. Se dio cuenta porque las manos que habían empezado a abotonarle la camisa desde el último al del cuello, se detienen a la altura de su pecho y lo estaban empujado.
—Ya no eres un niño, Peter. No debes acercarte tanto a un hombre —musita tenso, con los ojos fijos y clavados en su boca.
Peter, luego esa noche, diría que fue culpa de la claustrofovia. Ahora, mientras Tony intentaba retroceder un paso, con los ojos fijos en su cuello, en la forma que su camisa le acariciaba las clavículas y en su boca, solo estira la mano y lo sujeta.
Peter era malo en casi todo menos en matemáticas. Una cuenta muy rápida le dice que las estadísticas no estaban tan en contra de sus ideas.
Las probabilidades podían ser infinitas, pero los atenuantes y las variables se acotaban considerablemente si introducía en la ecuación cosas sencillas como que las manos de Tony lo habían acariciado mucho en su ayuda por vestirlo o como que los chistes que le hacía, siempre tenían desde hacía un año o dos un filo peligroso y de dos caras.
Peter, quizá con la mente algo drogada, avanza un pasó y vuelve a cerrar la distancia con Tony.
—Estoy algo mareado —musita buscando su pecho.
—Peter…
—¿Me puedes dar un abrazo?
Esperaba que aquello no hubiera sonado muy patético. Porque patético sí fue, solo que esperaba que no a un punto donde Tony quisiera alejarlo.
Lo escucha inspirar con fuerza, pero al instante sus fuertes brazos y su aroma a hombre lo rodean. Se queda quieto el tiempo suficiente para que en vez de entrar en calor, empezar a tiritar. Una seguidilla de escalofríos empieza a recorrerlo y por más que Tony lo mira preocupado y lo aprieta más contra su pecho, menos se recompone.
—¿Deberíamos sentarnos? —le pregunta preocupado, cuando sus rodillas empiezan a flaquear.
Peter solo menea la cabeza, embriagado de su olor y su calor. Bueno, también lo estaba por el torbellino furioso de pensamientos obscenos e historias cursis de amor que chocaban unas contra otras por el derecho de ser la fantasía principal.
Espera sentir el suelo duro a sus pies, pero solo sintió la suavidad del regazo de Tony.
Alza la vista, su mirada se choca contra la de él y se quedan en silencio una vez más. Solo que esta vez era distinto. Chisporroteaba entre ellos: expectante y ansioso. Peter siente el cambio en el ambiente cuando las manos de Tony se cierran en su cintura y lo traen más cerca de su cuerpo.
Las manos de Peter cobran vida y las pasa a lo largo de sus hombros y su cuello.
—Pe-
No lo deja hablar y lo besa. El beso es mucho más salvaje de lo que hubiera creído que Tony haría. No porque no se imaginaba el desenfreno en su máximo esplendor que debía demostrar un amante, solo que no se imaginó que fuera a desplegarlo para él y menos para él en ese estado.
—Tony… —gime cuando el otro entierra los dientes en su labio inferior.
—Te dije que no te acerques a los hombres —gruñe empujando la lengua dentro de su boca.
Peter casi llora de la alegría que le daba haber cuidado de su maldita higiene bucal y tragarse la menta.
Su espalada choca contra el suelo, Tony se cuela entre sus piernas y Peter jadea sin dar crédito. Aquello era desmedido hasta para Tony. Podía ser que estuvieran tironeando de una tensión sexual en los últimos meses, pero aquello…
Entonces mientras las manos le recorren el pecho y las costillas, mientras los dientes jugueteaban con el lóbulo de su oreja, Peter lo entiende.
—Por eso te alejaste de mí cuando nos conocimos.
El cuerpo de Tony sobre el suyo se queda tan quieto que por un segundo teme haberlo lastimado, pero lo único que hace es alzar la vista y verlo.
—Hasta que te diste cuenta, Peter.
Bueno, sorpresa se llevaron su tía y Happy al abrir la puerta. Peter tenía una par de marcas nada discretas en el cuello y él había dejado un patrón de uñas en la espalda de Tony. Por más que deseó que todo continuara como si nada, el resto de la tarde lo único que fueron capaces de hacer todos los invitados fue hablar de ellos.
—Bueno —susurró Tony—, al menos nos aseguramos de que hablen de otra cosa, que no sea lo horribles que son los trajes de las damas de honor.
Les tomó a todos los invitados dejar de verlos y señalarlos entre susurros y murmullos escandalosos. El rumor oficial es que los dos padrinos se fueron al baño a follar y se quedaron allí encerrados. Peter en su vida pasó tal vergüenza, pero Tony parecía muy cómodo con todo eso, lanzándole sonrisas y haciendo chistes a su costa.
A los que más les tomó encajar las cosas fueron a los novios y no porque les hubieran robado protagonismo. Happy casi mata a Tony, pero entendió que no había peligro. May no estaba exactamente enojada, pero no parecía que fuera a dar el visto bueno hasta descubrir las intenciones de Tony.
Cuando la fiesta terminó y todos se estaban yendo, Tony se ofreció a llevarlo, pero como Peter tenía su auto esperando terminó en el aparcamiento, jugando con sus llaves, mientras Tony se inclinaba sobre la cajuela y miraba el inmenso granero a unos cuantos metros.
—Ven aquí, Parker —murmura volteando ligeramente el rostro, acariciando la cajuela junto a él.
Odiaba sentirse tan estúpido y fuera de lugar, pero lejos de la soledad el baño, la valentía parecía habersele esfumado. Se para con indecisión y se tensa cuando Tony se acerca a él los pasos que fue incapaz de dar.
—Mi nombre es Tony Stark. Conozco a Happy desde hace más de veinte años. Es básicamente la única familia que tengo, es un placer para mi al fin poder conocer al encantador sobrino de May, del que siempre está diciendo cosas increíbles.
—¿Qu-Qué estás…?
—Presentandome, claro —le dice con una sonrisa lánguida y arrebatadora— ¿No prefieres fingir que esta es la primera vez que nos vemos?
Por su mente pasa el pensamiento de que estaba demasiado asustado que jugar a eso significara volverse invisible para él, pero Tony le coge la mano asi él no la extienda y cuando lo hace, lo empuja contra su pecho. Sus ojos brillan en mil tonos distintos cuando el sol del atardecer se posa en ellos.
—La primera vez que te vi eras un niño, no pude hacerlo correctamente. Después solo era encantador verte sacar las garras para pelear conmigo. Pero nunca supe como hacer que pasemos al siguiente nivel y… mierda, llevo deseando tanto tiempo que juguemos otro tipo de juegos… —dice mordiendo de forma sensual y necesitada sus propios labios—. Joder, vamos… Di que sí.
Asfixiado, Peter se estira sobre la planta de sus pies y sonríe a la altura de sus ojos.
—Mi nombre es Peter Parker, y Happy también me ha hablado mucho de tí. Es un placer al fin conocerte.
Tony se lanza por su boca nada más la última palabra abandona sus labios y Peter casi entiende el capricho de May de casarse en aquel lugar. El sol escondiéndose entre las praderas es hermoso, o al menos, se ve hermoso cuando se refleja en los ojos de Tony, cada que agacha la mirada para besarlo.
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