8


            Gerard hizo una mueca de horror ante la aterradora primera plana que tenía de su nuevo cuerpo. Su negro cabello húmedo goteaba sobre sus hombros y las gotas bajaban hasta escurrirse bajo esa apretada faja que minutos atrás Frank le había ayudado a ponerse. El médico había dicho que la necesitaba y que tendría que usar eso durante unas semanas, Gerard quería morir. Aunque en parte esa apretada e incómoda cosa le servía porque así no tenía que ver su ombligo destruido y ese abdomen que ahora le daba asco. Sabía que con el tiempo iba a volver a su lugar, ¿Pero cuándo? Ya no era un jovencito y su cuerpo no funcionaba tal bien como antes. Además nunca había tenido un buen cuerpo, de todos modos. Siempre había sido gordo, exceptuando esos años en donde evitaba comidas para caer en los ajustados jeans que le gustaba usar sobre el escenario, cuando estaba en la banda. Pero ya no estaba en la banda, desde hace unos años, y se había dejado estar.

Aunque nunca había estado tan mal como ahora. No podía entender como Frank lo miraba con amor aun viendo lo que él mismo veía, esos besos en el cuello parecían totalmente falsos y cuando las tatuadas manos de su esposo intentaron bajar por su cuerpo, las apartó de inmediato. No quería verse, no quería tocarse. Y claramente no quería que Frank lo hiciera.

Dejó ir un suspiro y se puso una negra camiseta, y una delgada chaqueta verde musgo encima. Los pantalones eran de jeans, bastante holgados y cómodos. Y tuvo que salir del baño para pedirle ayuda a Frank con el calzado. No era algo tan extraño, las últimas semanas de su embarazo —y cuando Frank se encontraba en casa— todo el tiempo hacía eso. Así que solo tomó asiento al borde de la cama, y vio a su atractivo esposo atar sus agujetas. La curva de su nariz siempre le hacía suspirar, sus labios tan suaves y esa forma que tenía para mirarlo, como si estuviesen en medio de algo... aun cuando estaban fuera de casa, y con ropa encima. Le sonrió de medio lado, aunque no tenía ganas de sonreír, y lo aceptó cuando Frank se puso de pie para acercarse a darle un abrazo.

— No entiendo por qué estás molesto, el doc dijo que ya estabas bien. ¿Para qué seguir aquí? —Dijo Frank.

Gerard resopló y se apartó de él, cepillando su cabello mientras su vista recorría la habitación que había sido su hogar durante una semana y un par de días. El doctor había ido esa misma mañana con un montón de documentos para darle el alta médica, le había dado un montón de instrucciones y entre ellas, comprar esa incómoda faja, la cual Frank salió a comprar en cuanto estuvieron solos. Le había dicho que, al menos él, estaba totalmente bien y no tenía sentido que siguiera en el hospital. Y que le darían una credencial para que fuera a ver a su hija durante media hora, una vez por día. Le había contado que a pacientes mujeres le daban un pase libre porque ellas amamantaban, pero que al no tener protocolo —todavía— para pacientes en su estado, tenían que atenerse a las normas y para los hombres funcionaba así. Gerard había discutido y Frank en silencio había escuchado, pero el doctor no entendía razones y no dobló el brazo siquiera un poco. Desde entonces Gerard estaba molesto, pero tenía toda la razón del mundo... iba a ver a su hija durante tan poco, y todavía no le decían cuando podía llevársela consigo a casa.

Se imaginó a sí mismo en una película de Liam Neeson, con él como Liam Neeson. Aunque claro, él no era tan mal padre como para que secuestraran a su hija. Aunque si se ponía a pensar en eso, había un montón de escenarios en donde sí podrían secuestrar a su hija, después de todo era una recién nacida y había solo un guardia de seguridad en la puerta, y la última vez que subió ni siquiera vio que portara un arma. ¿Y si un psicópata secuestraba a su bebé mientras él dormía plácidamente en casa?

— ¿Qué piensas, Gee? —La mano de Frank se cerró en torno a la suya. Gerard se estremeció y se giró para encontrarse con él cara a cara, y simplemente negó. — No parece que nada —siguió su esposo— ¿Estás preocupado por ella?

— ¿Acaso tú no? —Su voz sonó un poco más acusadora de lo que pretendía.

Frank puso los ojos en blanco como única respuesta.

— ¿Qué? —Estalló Gerard— ¿Crees que estoy siendo exagerado? Entonces vete a casa tú solo, yo me voy a quedar aquí. Voy a dormir en la sala de espera si es necesario. No pienso irme de aquí hasta que ella se vaya conmigo.

— Estás siendo irracional —El tono de Frank era tan relajado que no parecía él, pero era obvio que le hablaba de ese modo para no molestarlo aun más. Y era precisamente lo que lograba al hablarle de forma tan condescendiente.

— Si tú estuvieras en mi lugar-

Comenzó, pero Frank le interrumpió cuando se pegó a él y le besó en los labios. Gerard sintió que se derretía entre sus brazos, y aunque no quería, correspondió a aquél cálido beso y pidió más. Hacía tanto que no disfrutaba de esa forma de los labios de su esposo que parecía la primera vez. Un suspiro abandonó su boca cuando se apartaron, y con el entrecejo fruncido vio la sonrisa en los labios ajenos.

— También es mi hija —dijo Frank contra su boca, y dejó un beso sobre ella—. También estoy preocupado —agregó y dejó otro beso—. Pero está en las mejores manos imaginables... este hospital es jodidamente costoso y ya investigaste todo lo que tenía que ver con la calidad y esa mierda, ¿No? —Gerard asintió, y Frank volvió a besarlo— Entonces relájate... vamos a casa, y ven a visitarla sintiéndote tranquilo y feliz, y vas a transmitirle toda esa calma a ella... y va a salir antes de aquí.

Gerard se quedó mirando sus labios y se acercó a darle un último beso antes de recargar la cabeza en el hombro de su esposo, tenía tanta razón y aunque odiaba que fuera así, simplemente no podía replicarle. Le dedicó una pequeña sonrisa antes de apartarse de él para ir a buscar el oso de felpa que su madre le había traído, y luego se giró a su esposo que ya tenía la última mochila a sus espaldas, había dos bolsos en el auto y Gerard no entendía cómo demonios habían acumulado tantas cosas en tan pocos días.

— El doc dijo que podemos ir a verla antes de irnos a casa —agregó Frank cuando salieron al pasillo, y abrazándose al costado de su esposo, subieron juntos al área neonatal del hospital.

Durante los días anteriores habían ido a visitarla otro par de veces, había ido Frank solo y también ambos. Pero aunque no era algo nuevo, cada vez era especial. Saludó con un gesto de la cabeza al guardia de seguridad que inmediato abrió la puerta para ellos y juntos entraron, ahora guiándose solos hacia la incubadora con su pequeña. Mientras Frank se lavaba las manos él fue a saludarla, se encontraba despierta y sus grises ojos miraban curiosos al rostro de su padre.

— Está despierta —susurró Gerard, alzando la mirada a Frank—. Ven, ven... mira como mueve su boquita, pareciera que quiere decir algo.

La sonrisa en sus labios era imborrable cuando tenía esos cortos momentos con la niña, sin pausas llevó su mano a uno de los agujeros de la incubadora y de inmediato los pequeños dedos de la niña se cerraron en torno a su dedo, presionando e intentando moverlo a su propio ritmo. Gerard alzó la mirada a Frank, y sonrió al ver que sus ojos estaban humedecidos, pero desvió la mirada para darle algo de privacidad. Los ojos grises de la niña habían hecho contacto con su tatuado padre, y Gerard no podía sentirse más feliz al verlos.

— Dile a papi que no sea histérico, que vas a estar bien aquí cuando nosotros nos vayamos a casa —Frank le decía—. Dile también que lo amamos mucho, aunque a veces nos de algo de miedo.

— No le digas eso —Gerard frunció el entrecejo—, va a creer que soy un monstruo. Y acá el único monstruo eres tú.

Frank rió, y Gerard no pudo evitar hacerlo también. Lo vio rodear la incubadora para acercarse a él y luego, cuando lo sintió a sus espaldas, se dejó abrazar y recargó la cabeza en su hombro, acariciándole el cabello con la mano libre mientras su niña seguía rodeando su índice con bastante fuerza para lo joven que era.

— Te amamos, hija —dijo Gerard. La pequeña los miraba a ambos.

— ¿Quién hubiese pensando que algo tan hermoso pudo salir de dos seres tan feos? —Bromeó Frank, y besó la mejilla de Gerard después de eso— Eres nuestro pequeño milagro, Bandit. Y es un gran peso que recae sobre tus hombros porque no vamos a tener más hijos. Tendrás que aprender muchas cosas, será jodidamente estresante.

— Sin malas palabras —replicó Gerard—. Y no digas eso... la vas a asustar.

— Ni siquiera entiende lo que digo —Frank rió abiertamente, y la pequeña hizo una mueca abriendo su boca, como si estuviese intentando imitar aquello—. Qué feas encías —agregó Frank.

Gerard arrugó el entrecejo, y su mano fue a darle suaves caricias en el abdomen una vez la bebé convirtió esa mueca en un bostezo. Sus caricias se mantuvieron hasta que la vio cerrar sus ojos e incluso después de eso. Tarareaba canciones en su mente, le contaba cosas que no se atrevía a decir, y le repetía cuanto la amaba... aunque esto último era verbalizado. Un gesto de la enfermera a cargo de la enfermera fue suficiente para hacerles entender que sus minutos habían acabado, y Gerard se sintió tristemente arrastrado de esa cálida burbuja en donde solo existían ellos tres.

— Vendremos mañana, Bandit... te amamos mucho, papi y yo te amamos mucho —dijo en susurros, para no despertar a su hija—. Así que date prisa, ¿Sí? Ya quiero que conozcas tu habitación y que nos despiertes a mitad de la noche porque tienes hambre o tu pañal está sucio... no vamos a enojarnos, nos va a encantar. Te lo prometo, B.

Un último suspiro salió de sus labios, y abrazado a su esposo salieron del hospital. Sentía que si sus días eran eternos ahí en el hospital, lo iban a ser mucho más cuando estuviera en casa, sobre todo si es que Frank decidía volver a irse pronto y dejarlo solo en la espera de su pequeña... le aterraba pensar en eso. Y mientras desde el espejo retrovisor veía el hospital alejarse, su mente intentaba imaginar cómo iba a ser la vida ahora en constante espera. No parecía algo agradable.

— ¿Pongo música? —Preguntó Frank.

Gerard llevó una mano a acariciar la suya que había ido a la radio del auto, y la llevó de regreso al regazo de su esposo, su cabeza se apoyó en el hombro ajeno y cerró los ojos. Estaba tan agotado... dormir en su cama le iba a venir de maravilla.

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