6
En su cabeza todas las imágenes de las últimas horas se mezclaban y reproducían como una película particularmente mal grabada. Se veía a sí mismo en su cama, en casa, descansando y sintiendo en su vientre los movimientos de su bebé y luego podía verse a sí mismo llorando en el asiento trasero del vehículo de su hermano porque no podía sentir a su bebé, y luego... ¿Qué pasaba luego? Recordaba haber escuchado un centenar de voces, o quizás eran menos, venir de todos los lugares del mundo y de ninguno al mismo tiempo. Sentía su rostro cubierto y una mano que le impedía quitarse lo que tenía ahí y después de eso las voces se hacían difusas, todo se volvía oscuro y volvía a esclarecer solo cuando se encontraba en esa habitación. No sabía específicamente cuanto tiempo había estado ahí pero habían sido varias horas. Tenía recuerdos de rostros extraños yendo a verlo, tocando su cuerpo como si él no estuviera realmente ahí y luego volvía a estar solo. Había mucha soledad en torno a él, demasiado silencio. Y no se supone que haya silencio cuando tu bebé acaba de nacer. Su bebé... no tenía recuerdos de ella, no recordaba haberla visto o escuchado ni una sola vez y podía sentir que algo andaba mal, pero estaba demasiado mareado como para percatarse de qué era.
Sus ojos evaluaron el lugar. Estaba solo ahí, era una habitación privada y había una persianas blancas cubriendo una ancha ventana. La televisión lucía antigua y estaba en la pared, sostenida por un marco metálico cubierto de polvo. Había una mesa y sobre ella un bolso cerrado, conocía ese bolso, posiblemente tenía ropa suya o quién sabe... Y más allá había una puerta, luego una pared vacía y luego, bueno, estaba su cama. Inspiró fuertemente y cerró sus ojos. Tanto explorar lo había mareado. Alzó su mano derecha pero fue difícil porque tenía suero conectado a ella. La izquierda también, pero al parecer era solo una vía y fue fácil moverla de su camino para poder llevar su mano hacia el rostro. Se cubrió el rostro, frotó uno de sus ojos y luego, intentando mantenerse tranquilo, llevó una mano a su abdomen.
Era tal y como esperaba, pero no planeaba que su cuerpo reaccionara de ese modo. Su vientre seguía hinchado y demasiado delicado al tacto, pero no había un bebé ahí. Sus latidos se aceleraron y se escuchó a sí mismo jadeando. Sus ojos escocían tanto que lágrimas comenzaron a bajar en dirección a su cabello, y pronto un molesto ruido se hizo escuchar. Abrió los ojos y desvió la mirada hacia donde provenía el ruido. Lucía como un monitor cardiaco, y aunque no podía ver bien los valores, supuso que algo andaba mal porque pocos segundos después una enfermera bastante joven entró corriendo a su habitación y se acercó a la cama.
— Despertó —dijo ella, era obvio.
Gerard asintió como pudo.
— Dónde está mi bebé —su voz se escuchaba ronca porque su garganta estaba demasiado seca, pero estaba totalmente seguro de que su frase había sido bien escuchada por la joven—. Quiero verla.
— Yo... —ella comenzó y luego mordió su labio— No tengo esa información, señor Way. Si quiere saber algo puedo llamar al médico que está a cargo de usted. Pero tengo que pedirle que se relaje porque todavía está demasiado débil por la operación.
— Llámelo —suspiró—, necesito saber de ella para estar tranquilo.
La joven parecía lista para replicar, pero la mirada de Gerard era suplicante y no pudo decirle que no. Salió con la misma prisa que entró, y Gerard volvió a cerrar sus ojos cuando estuvo solo de nuevo. Hasta entonces notó esas extrañas cosas sobre su pecho, posicionadas estratégicamente para leer sus latidos. ¿Por qué necesitaba eso? ¿Por qué estaba tan débil? ¿Tan mal había salido todo? No podía entenderlo... todo iba tan bien, durante su último control le habían dicho que todo era perfecto y no había sido hacía mucho tiempo atrás así que no entendía por qué demonios había sucedido todo eso. No entendía todo el dolor que había sentido, o por qué habían tenido que sacar a su hija antes de tiempo. Y Frank... ¿Acaso él sabía? Recordaba haber tomado su teléfono antes de salir de casa, pero sinceramente no sabía en dónde demonios había quedado. Esperaba, de todos modos, que su hermano lo llamara. Frank merecía saberlo y él mismo necesitaba tanto un abrazo de su esposo. Que le dijera que todo iba a salir bien, aunque fuera mentira.
— Gerard Way —una voz grave se escuchó desde la puerta. Gerard desvió la mirada hacia él. Era un hombre bastante calvo para lo joven que lucía su rostro, posiblemente al principio de sus cuarenta años. Usaba lentes de marco grueso, y traía la bata blanca desabotonada. Se acercó hacia su cama y tomó asiento en la silla dispuesta ahí, que Gerard no había notado hasta entonces—. Es un nombre bastante famoso... mi hija adolescente tiene su habitación repleta de posters con tu rostro y he escuchado tus canciones demasiadas veces por culpa de ella, así que espero que eso excuse la cercanía con la que te hablo.
Gerard quiso sonreír cortésmente, pero estaba demasiado adolorido como para hacerlo. En ese momento no le importaba nada de eso... solo necesitaba saber sobre su hija.
— Pero supongo que no me mandaste a llamar para escuchar sobre el fanatismo de mi hija, ¿No es así? —El hombre sonrió— Así que... ¿Quieres que te cuente la historia desde que te recibí en el quirófano?
— Primero quiero saber cómo está mi hija —dijo Gerard, con toda la fuerza que pudo lograr. Quería sonar positivo, aunque admitía que en cierto momento su voz se había quebrado al pronunciar esa frase.
— Tu hija —comenzó el doctor, asintiendo lentamente—. Es una criatura hermosa... ahora mismo está dos pisos más arriba, en nuestra Unidad de Cuidado Intensivo Neonatal.
Gerard suspiró, hasta ese momento no había notado que estaba conteniendo el aliento. Saber que su hija estaba con vida había aliviado su corazón más de lo que se permitía admitir, porque sinceramente había pensado que lo peor había sucedido y... solo volver a pensarlo lastimaba su mente. Pero eso no importaba. Ella estaba con vida y eso hacía que absolutamente todo lo que pasara o estuviera pasando con él tuviera sentido. Su hija estaba bien. Lo había logrado.
— Ahora que sabes que tu hija se encuentra bien, supongo que te interesará saber cómo sucedió todo —dijo el doctor. La verdad es que no le importaba, quería saber más sobre su hija. Pero no quiso ser descortés y simplemente asintió. El doctor continuó—: Llegaste a mi quirófano hace dos días, te escogí porque no eres el primer hombre gestante que trato así que quise usar esa experiencia a tu favor. La situación no era nada favorable. Los latidos cardiacos de tu bebé eran apenas audibles y los tuyos se habían disparado por algo llamado preemclampsia que es muy habitual en embarazos de alto riesgo. Y el tuyo, por tu edad y tu sexo, sobre todo por el método experimental que se usó para que pudieras gestar a tu hija, era bastante proclive a un problema así. Tu bebé tenía poco espacio y la placenta no tenía un útero natural al cual unirse, así que se desprendió antes de tiempo. Algo que tampoco es muy extraño pero cuando esto sucede, usualmente el parto comienza su curso y al no tener un canal de parto, tu bebé no encontró por donde salir y comenzó a impacientarse ahí dentro. Así que... experimentó un cuadro sufrimiento fetal por un par de horas.
El doctor se tomó una pausa, y Gerard se encontró a sí mismo totalmente pendiente de cada palabra dicha por su doctor, intentando darle forma a cada una de ellas en su cabeza. Hasta ahora tenía claro que el sufrimiento fetal de su hija había sido culpa suya al convencerse tan ciegamente de que traerla al mundo él mismo era una buena idea. Era claro que iba a pasar algo malo, su suerte era pésima y cualquier cosa que llevara la palabra "experimental" en el nombre nunca daba un buen resultado. Quiso golpearse a sí mismo en la cara, pero ahora es cuando sabía qué había pasado con su hija para que estuviera en cuidados intensivos, y aunque le doliera, iba a escucharlo.
— En muchos casos esto puede ser letal para el bebé —dijo el doctor—, pero actuamos a tiempo y no fue ese el caso. Aunque tu hija estaba flotando en meconio, que básicamente es el líquido amniótico mezclado con los desechos que ella expulsó al experimentar el cuadro de estrés. Como resultado de todas estas cosas que te he dicho, y te las digo para que comprendas de qué va todo esto. Está experimentando algo llamado enfermedad de la membrana hialina porque al nacer antes de tiempo sus pulmones no terminaron de madurar. Ahora mismo tu hija está en una incubadora, conectada a un ventilador artificial que está ayudándola a respirar durante este periodo de gravedad, pero eventualmente podremos retirárselo para que aprenda a respirar por sí misma. Tiene también un tubo endotraqueal para administrarle un surfactante artificial para evitar el colapso pulmonar. Y quizás todo esto que estoy diciéndote luzca terrible, pero el pronóstico para estos niños ha mejorado muchísimo con el paso de los años y las probabilidades de muerte neonatal son pequeñísimas. Es probable que tu hija experimente enfermedades respiratorias durante sus primeros años de vida pero si le das el cuidado debido todo saldrá bien. Lo que importa es que la parte difícil ya pasó, y ahora tienes que concentrarte en ti. Tu hija está en las mejores manos que podría haber.
— ¿Cuándo podré verla? —Fue lo único que atinó a decir.
— Ahora mismo no creo que sea posible, pero yo mismo estoy evaluándola a diario y en cuanto su situación mejore te voy a dar un pase especial para que vayas a verla. Pero Gerard, en este momento tienes que preocuparte por ti. La cesárea fue más grande de lo usual porque fue un nacimiento complicado y tienes que estar tranquilo y en reposo hasta que eso sane o podrías sufrir una hemorragia. En este hospital estamos haciendo todo lo que está...
Pero Gerard no siguió escuchándolo. Nuevamente lo único que había escuchado de todo lo que había dicho era lo que necesitaba y entendía que no podía ver a su hija porque ella estaba grave y él estaba grave. Cerró sus ojos y eventualmente la voz del doctor se apagó. Y cuando la luz también se fue recordó que había olvidado preguntar por su hermano, o por su teléfono para llamar a Frank. Pero decidió que quizás el doctor tenía razón y no tenía que preocuparse tanto. Su hija ocupaba demasiado espacio en su mente para preocuparse por alguien más. E intentando imaginar de qué color eran sus ojos o como lucía su rostro, se quedó profundamente dormido. Y aunque el dolor físico era enorme, su corazón estaba en paz porque su hija estaba bien... y eso era suficiente para él.
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