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            Ambos habían prometido pasar cada minuto disponible juntos, y aun así el tiempo se les había pasado volando. Básicamente el único viaje que habían hecho fuera de casa había sido el día anterior, luego de que Gerard llamara a la clínica para pedir una cita con su médico con la única finalidad de que Frank pudiera estar en una ecografía, y escuchar así los latidos del pequeño corazón de su hija. No habían sido más de dos horas fuera, y al llegar a casa habían regresado al fuerte bajo las mantas de la cama en donde el único invitado extra era la comida —que consistía básicamente en los antojos raros de Gerard, y Frank queriendo ser partícipe de eso porque ¿Por qué no? —.

Pero a pesar de todo el tiempo había volado, y antes de darse cuenta estaban nuevamente en el auto. Con los asientos traseros repletos del equipaje de Frank y ambos conduciendo en silencio rumbo al aeropuerto. Gerard estaba tras el volante de su BMW negro, con el asiento reclinado para no presionar su vientre, y el viento moviendo su cabello. Traía lentes de sol negros aun cuando el sol ya estaba comenzando a esconderse, y en los más de veinte minutos que llevaban al interior del vehículo no había dicho absolutamente nada. Lo cual era irónico, porque estaba a punto de estallar de tantas cosas que tenía por decir.

Quizás hubiese sido un viaje ameno si la discusión no hubiese estallado horas antes, en casa. Gerard había pecado de egoísta, pero sinceramente no creía tener la culpa. De los casi siete meses que llevaba viviendo aquél embarazo, eran contados con los dedos de una mano las semanas que había pasado en compañía de su esposo. Y él siempre encontraba excusas totalmente válidas —para él solamente—, para excusarse de eso. Que las giras, que los discos, que los fans, que la banda... ¿y entonces en qué lugar estaba él? Y Gerard se lo preguntó, ¿Por qué no? Frank respondió diciéndole que estaba siendo ridículo, que claramente él y la bebé eran su prioridad. Y Gerard estalló nuevamente, porque desde donde él estaba no parecía ser así, estaba en último lugar y absolutamente todo estaba por encima de él. Así que si se iba de gira, no quería saber nada de él. Y quería que se fuera en ese mismo instante. Frank no dijo nada, pero cuando la hora en verdad marcharse llegó, se atrevió a ir a buscarlo y le preguntó si iba a ir a dejarlo al aeropuerto o tendría que llamar a un taxi. Gerard decidió que no iba a seguir reclamándole nada, que no valía la pena. Y aplicándole la ley del hielo, fue hacia su auto y encendió el motor.

— Gee... cariño —dijo Frank una vez el aeropuerto ya estuvo en su campo de visión. El cielo estaba manchado de rojo y púrpura, y el sol ya había terminado de esconderse.

Gerard no respondió nada. Siguió conduciendo hasta llegar al enorme estacionamiento del recinto. Avanzó junto a filas y filas de vehículos hasta llegar a uno medianamente cerca de las puertas del lugar. Y apagó el motor, pero no hizo ademán de bajar. A decir verdad, estaba esperando algo. Pero no sabía muy bien qué. O quizás sí lo sabía, pero no iba a decir nada.

— Amor mío... —Frank intentó nuevamente.

Gerard le miró de reojo mientras se quitaba los lentes de sol y luego se los pasó para que los guardara en la guantera. Llevó una mano a desordenar su cabello, y luego de de pasarse un mechón por detrás de la oreja, giró la cabeza para mirar mejor a su esposo. El cabello de Frank ya casi llegaba a sus hombros, y la barba que a petición de Gerard se había dejado crecer, lucía asombrosa luego de haber ido a la barbería hace un par de días. El perfil de su rostro siempre le había fascinado, y los tatuajes del cuello hacían que todo fuese aun más perfecto. Estaba tan sorprendido de lo bien que Frank podía lucir todo el tiempo que lo hacía odiarlo un poquito más, sobre todo porque sabía que en el fondo ese odio se reducía a tres simples cosas: Lo mucho que lo extrañaba cuando estaba lejos, lo mucho que odiaba quedarse solo durante tanto tiempo, y lo irremediablemente enamorado que estaba de él.

— ¿Qué? —Soltó en el tono más gélido que pudo lograr.

— Olvidé que iba a decirte —sonrió.

Gerard alzó una ceja.

— No me mires así... —murmuró Frank, liberándose del cinturón de seguridad para aproximarse un poco al amor de su vida. Gerard, sin embargo, se mantuvo quieto en su asiento.

— ¿Así como?

— Así... como si me odiaras —dijo Frank—, hasta donde sabemos el avión podría caer en el mar y mi cuerpo sin vida sería comida para peces. Eso si es que queda algo de mí para que los peces coman.

— Si los peces te comen voy a ir a buscarlos para sacar los trocitos de ti que encuentre. Tengo que darte sepultura o tener tus cenizas en casa para cuando nuestra hija me pregunte dónde está su otro padre. Entonces podré decirle que eres el idiota más grande del mundo al hacerme imaginar ese escenario... —al terminar la frase su voz no sonaba tan seria como al principio. Y en lugar de decir nada más, se quitó con prisa el cinturón de seguridad y se giró para abrazar a su esposo, dándole un sonoro beso en los labios después— Por favor, no mueras —murmuró contra sus labios.

— Era una broma, Gee... —Dijo Frank, sin saber si sentirse culpable por haberle hecho pensar en ese posible escenario o feliz por haber terminado de una vez por todas con esa ley del hielo que Gerard había estado aplicándole desde casa.

— Tienes que mejorar tus bromas para cuando tengamos a nuestra hija en casa —Gerard llevó una mano a acariciar su vientre—, no quiero que la asustes o la aburras terriblemente.

— Voy a pedir ayuda en internet, no pasa nada —rió Frank, provocando que Gerard riera también—. Cuando regrese tendré las mejores bromas, lo juro.

— Cuento con eso —suspiró Gerard, y luego abrió la puerta del conductor para bajar del auto. Su espalda lo estaba matando.

Frank se negó a la ayuda que le ofreció, y aunque parecía tener problemas con llevar tantas cosas encima, sabía que no valía la pena intentar cargar con algo. Sabía también que era malo en su estado, y todas las cosas que Frank llevaba eran considerablemente más pesadas de lo que tenía permitido cargar. Así que a su lado avanzó hasta que entraron en el aeropuerto y tuvo que aguantar las miradas curiosas encima. Ya estaba comenzando a acostumbrarse, de todos modos. Pero seguía siendo extraño que lo miraran tanto, aunque al final se preguntaba si era por su embarazo, por ser una figura conocida, o porque la chaqueta que había escogido para ir lucía terriblemente mal con sus zapatillas blanco y negro.

Cuando lograron llegar a la sala de embarque, encontraron ahí a Evan, Steve, Matt y los demás miembros del equipo detrás de la banda de su esposo. Intercambió un par de palabras con él cuando lo abandonó para ir a dejar su equipaje, y luego se quedó ahí, intercambiando sonrisas con los rostros que se giraban para saludarlo de manera cordial. La primera en acercarse a él fue Cara, la encargada del merchandising de la banda.

— Mírate —exclamó cuando llegó a él, dedicándole una amplia sonrisa—, ¿Cuántos meses tienes ya?

— Casi siete —respondió Gerard, arrugando la nariz.

— Dios mío... la última vez que te vi lucías mucho más, bueno, ¡esta niña está enorme! Pero no me malentiendas, luces encantador —sonrió, y mediante gestos pidió permiso para tocar su vientre. Gerard desvió la mirada hacia donde Frank se había marchado, pero todavía no parecía tener intensiones de volver. Y sin saber cómo negarse a eso, accedió.

No era la primera vez que manos ajenas tocaban su vientre, tenía a Frank, a su doctor, a sus amigos y a su hermano. Pero aun así sentía que era una acción jodidamente aterradora y extraña. Y de seguro esa noche, cuando no pudiera dormir, se dedicaría a pensar a fondo sobre eso.

— ¡Gerard! —Ed, conocido amigo de su esposo se acercó a él. Eran años que venía conociendo a Ed, casi el mismo tiempo que conocía a Frank, pero nunca habían sido demasiado cercanos. Solo tenían una relación formal, con Frank como único intermediario— Me alegra saber que estás bien.

— Lo mismo digo —Gerard sonrió agradecido cuando Cara decidió volver a lo que fuera que estaba haciendo antes—, suerte en esta parte de la gira. Y por favor, regrésame pronto a mi esposo. Quiero que esté en casa para cuando esta niña comience a despertarnos en medio de la noche.

— Haré lo que pueda, pero no prometo nada —rió Ed, y luego volvió la atención a su teléfono. Gerard asumió que ahí terminaba la conversación, así que se giró a tiempo para encontrar a Frank aproximándose a él.

— Me quiero ir a casa —Gerard susurró cerca del oído ajeno cuando Frank se acercó a abrazarlo, recibiendo solo una risita ronca como respuesta. Frank solía tomar esas frases como broma, pero Gerard no bromeaba nunca con eso.

— Quédate conmigo unos minutos más, en menos de diez minutos tengo que estar sobre el avión y entonces estarás libre de mí por tres semanas —dijo Frank, tomando la mano izquierda de su pareja y enlazando los dedos.

Gerard hizo una mueca.

— Sabes que no quiero que te vayas... es solo que, Dios, no es tan difícil de entender. Te quiero solo para mí —terminó, pegando su frente a la ajena y soltando un beso en los labios de su pareja—; ¿Cuánto te van a pagar? Puedo pagarte.

— Gerard —Frank rió.

— En serio, ¿Cuánto vas a ganar?

— No es por el dinero, amor —sonrió Frank—. Me gusta hacer esto.

— ¿Y no te gusta estar conmigo en casa?

Gerard estaba haciendo lo mejor por mostrar su cara más tierna, aunque claramente no estaba lográndolo porque Frank creyó que en cualquier momento iba a echarse a llorar y que eso era una amenaza. Dejó ir un suspiro y volvió a apartarse, pero las manos del menor sosteniendo ambos costado de su vientre se lo prohibieron.

— Me encantaría estar con ustedes dos en casa, mimándolos todo el tiempo... pero tengo que hacer esto, Gee —dijo finalmente—. Te llamaré cada vez que pueda, y haremos video llamadas y te escribiré todo el tiempo y... sabes que yo también te extraño muchísimo cuando estoy lej-

"Pasajeros del vuelo AA944 con destino a Sydney, favor de abordar..."

Gerard se abrazó a su esposo cuando escuchó la voz femenina por el alto parlante. En torno a ellos escuchó como las demás personas ahí comenzaron a preparar sus cosas para marcharse, y sabía que Frank debería estar haciendo lo mismo. Pero simplemente no quería dejarlo ir.

— Gee... —suspiró Frank en medio del abrazo— Te llamaré cuando llegue.

Gerard se obligó a liberar el abrazo, y realmente deseó tener sus lentes de sol ahí porque sentía que en cualquier momento iba a echarse a llorar. Dejó ir un largo suspiro que sonó como un sollozo y se mezcló con una risa nerviosa cuando Frank se puso de rodillas ante él. Lo vio acercar su rostro al vientre en donde la hija de ambos residía y luego lo vio mover sus labios susurrando algo que no alcanzaba a escuchar. Finalmente Frank alzó por unos segundos la camiseta solo para dejar un beso sobre su piel, y luego se puso de pie. Dándole un beso en los labios.

— Te amo infinitamente, Gee.

— Yo igual te amo —respondió una vez el beso se rompió.

Compartieron un último apretado abrazo y luego tuvo que dejarlo ir. Se quedó ahí de pie mientras Frank tomaba su mochila y se la echaba al hombro, y se mezclaba entre la gente para abordar el avión. Lo último que vio de él fue su mano tatuada moviéndose en el aire, y luego desapareció de su campo de visión. Sabiendo que no tenía nada más que hacer ahí, llevó una mano a enlazar un par de botones de su chaqueta, y con total desgana regresó por sobre sus pasos hacia el estacionamiento. Si tenía suerte podría ver el avión cuando partiera. Si tenía más suerte, Frank iba a dejar la gira para quedarse con él en casa.

Pero cuando llegó al estacionamiento y se sentó tras el volante de su vehículo, tuvo que asumir que ese no era su día de suerte. Porque el avión ya había despegado, y Frank se había ido en él.

Le aguardaban unas interminables tres semanas.

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