18


            Esa primera vez marcó un antes y un después en su relación con Bert, y en cómo veía su situación y todo lo que estaba sucediendo en torno a él. Lo que vino después del sexo fueron abrazos, besos y caricias. No hubo necesidad de decir mucho, pues a menudo las palabras arruinan las cosas en lugar de mejorarlas, no era necesario abrir la boca para saber que ahí, al menos en ese momento, cada uno era lo mejor que le pudo haber pasado a la vida del otro. Y los días siguientes fueron similares. Gerard se encontró compartiendo con Bert más que con cualquier otra persona, y poco a poco ese desgarbado tipo fue reemplazando la desesperación y culpa que había reinado en su mente durante las primeras semanas. Ya no se encontraba mirando al dedo en donde solía estar su anillo, ya no esperaba mensajes de Frank pidiéndole hablar... de hecho ese nombre estaba algo así como vaneado de su mente. No pensaba en él, no tenía tiempo para eso.

Bert parecía tan necesitado en dar amor como él en recibirlo, así que juntos eran el complemento perfecto. No había un nombre para lo que tenían y no era necesario, porque ni siquiera había palabras de amor entre ellos. Si cualquiera los hubiese visto habría creído que se trataba simplemente de dos buenos amigos, pero cuando la situación lo ameritaba es distancia innecesaria se transformaba en abrazos que duraban varios minutos, los besos se convertían en algo de lo que no podían escapar y terminaban desnudos, amándose en diferentes rincones de la casa. Gerard había encontrado una nueva llama en la versatilidad, y la forma en que Bert le daba sexo oral simplemente era la mejor que había conocido. El sexo que había tenido antes se había convertido en algo tan rutinario, pero Bert era diferente... él conocía más cosas y no tenía miedo de probar otras nuevas. Y aunque a ratos se encontraba pensando que posiblemente se trataba de la crisis de los 40 o algo así, no importaba, porque en serio estaba disfrutando este momento en su vida, en donde confianza había crecido lo suficiente como para aceptar su imagen física, y en donde encontraba el asilo perfecto en unos brazos que antes no conoció de ese modo.

A ratos también se sentaban en el sofá y simplemente hablaban del pasado, ambos tenían un sinfín de anécdotas de cuando eran más jóvenes, y nombrar a Frank que sin duda era parte de muchas de ellas, no era un problema alguno. Nunca hubo preguntas incómodas ni silencios molestos. El asunto de Frank no era siquiera un asunto. Era algo así como una neblina que poco a poco se difuminaba, un puñado de azúcar que no tardaría en disolverse en el agua. Un nombre que ni siquiera tenía importancia entre ellos.

Aunque las cosas no solo iban bien en ese aspecto. Hace unos días había recibido la noticia por parte del médico a cargo de su hija que finalmente se acercaba el día en el que ella estaría preparada para irse a casa. Y luego de la espera repleta de ansiedad... ese día finalmente había llegado, y juntos se encaminaban por los interminables pasillos que los separaban de la pequeña. Bert llevaba colgado del brazo un bolso con las cosas de la menor, porque con la ansiedad, Gerard había olvidado sacarlo del auto.

Soltó su mano cuando llegaron al área de neonatología, notando en ese momento que habían estado tomados de la mano durante todo el camino hacia allá. Y luego de dedicarle una pequeña sonrisa tomó el bolso, recibió un cálido abrazo y luego entró a través de las pesadas puertas, sintiendo aun el aroma que Bert despedía. Suspiró pesadamente una vez estuvo dentro, y casi se lanzó sobre la enfermera cuando ésta lo recibió, con su pequeña ya fuera de esa horrible incubadora, alimentándose desde su biberón. Sus manos escocían por tomarla, pero sabía que una vez en casa iba a tener muchísimo tiempo para hacerlo.

— ¿Estás listo? —Preguntó la mujer.

— No podía estar más listo —sonrió—. Traje todo dijiste, ¿ya puedo llevármela o debo esperar algo más?

— Pueden irse, aunque la voy a extrañar —dijo ella, y luego se le acercó—. Sígueme, sé que posiblemente estás súper preparado pero por protocolo debo enseñarte como cambiarle el pañal y como vestirla.

Gerard asintió con una pequeña sonrisa en sus labios, y caminó detrás de ella, mirando de reojo a los demás bebés ahí. Aunque imaginar a sus padres le provocaba una angustia enorme, así que prefirió concentrarse en otras cosas. No tuvo que distraerse por mucho tiempo más, porque pronto llegaron a una habitación con iluminación blanca, en donde había todo lo necesario para el cuidado de un recién nacido. Cuando la enfermera dejó a su hija sobre la cuna, notó que ella estaba despierta, y que sus pequeños ojos se clavaron en él al instante.

— Ven, yo te voy a guiar pero tú vas a hacerlo —dijo ella.

Gerard asintió en silencio y tomó lugar ante su hija, siguiendo los consejos de la enfermera fue quitándole la ropa poco a poco, hasta que quedó solo en una camiseta de algodón y el pañal. Su piel lucía muy rosada, y no pudo evitar fijarse en lo pequeños que eran sus dedos en comparación. Le provocaba ansiedad ser muy brusco en sus movimientos y provocarle algún daño, pero sabía que era cuidadoso, y sabía que era lo suficientemente precavido como para cuidar a su hija; así que iba a estar bien.

El pañal de la pequeña estaba limpio en aquél momento, así que simplemente se limitó a ponerle la ropa que había traído desde casa, y se encontró inmensamente emocionado cuando terminó, y la vio completamente en la ropa que con tanta ilusión había comprado en los primeros meses de su embarazo. La ropa de recién nacido le había quedado pequeña luego de un mes en la incubadora, así que ahora vestía ropa para un bebé de tres meses, y la enfermera le dijo que dentro de poco iba a crecer lo suficiente como para usar ropa de seis meses mucho antes de llegar a los seis meses. "Así es el desarrollo de estos bebés una vez dejan la incubadora" dijo ella, y Gerard le creyó completamente porque ella era la profesional en el asunto.

Firmó los últimos documentos, arreglándoselas para liberar su brazo derecho, y una vez todo estuvo listo y se despidió de la enfermera, sintió que sus piernas se convertían en gelatina. Había estado esperando ese momento durante meses y ahora finalmente había llegado el día en el que los viajes diarios al hospital terminaban. A partir de ahora iba a comenzar a vivir su paternidad de manera real, así como Patrick y su hija. Esto era lo que había estado esperando durante tanto tiempo y ahora finalmente lo tenía, y era maravilloso.

Abrió con cuidado las puertas que lo separaban del mundo real, y una vez salió, se encontró a Bert listo para tomarle fotos, cosa que comenzó a hacer casi al instante. Gerard no era muy fanático de ellas, pero era un momento especial, así que incluso sonrió para la cámara, moviendo su brazo para enseñar a Bandit. Eran fotos que iba a guardar para siempre después de todo. Una vez eso estuvo cubierto, aceptó darle el bolso que colgaba de su brazo, y con cuidado acomodó a su hija en sus brazos, cubriéndola de modo que el aire viciado del hospital no llegara a su delicada nariz a medida que salían al estacionamiento. Nunca le habían gustado los hospitales, de hecho. No confiaba en todos los microorganismos que sin duda andaban flotando por ahí.

— ¿Conduces tú? —Preguntó Gerard, una vez estuvieron fuera. No era el tipo de persona que cedía su auto a cualquier persona, pero Bert no era cualquier persona, y no planeaba que el primero viaje a casa de su hija fuera en la silla— La llave está en mi bolsillo —agregó, y sonrió cuando Bert metió su mano en los jeans, tardándose bastante en encontrar las llaves que evidentemente estaban ahí, sin nada más acompañándolas, de hecho.

El camino a casa se trató de Bandit casi por completo, Gerard estaba extasiado con cualquier pequeña mueca por parte de su hija y Bert parecía tan emocionado como él. El aire incluso olía diferente, el enfoque había cambiado completamente, y a Gerard le encantaba la forma tan tierna en la que Bert se refería a todo aquello. En serio era un buen tipo, y esperaba que su hermano pudiera ver esto cuando pasaran más tiempo juntos.

Dejó ir un suspiro, e intentó volver a concentrarse en su hija para evitar ese tipo de pensamientos. Su rostro se había ido redondeando con el paso de las semanas, aunque su nariz permanecía igual. Era pequeña y redonda al final, y sabía que cuando creciera iba a mantenerse igual, porque evidentemente había heredado la nariz de su otro padre. Se preguntaba qué otras cosas había heredado de él, y también se preguntaba si él estaría interesado en conocerlas. Durante el resto del viaje se encontró a sí mismo imaginándose los fines de semana en los que iba a tener que enviarla a casa de Frank, e incluso se encontró imaginando a Frank con una nueva familia y varios perros. Se rió de sí mismo cuando se sorprendió pensando en esas tonterías, y alzó la vista para encontrarse con la mirada de Bert, que le ofrecía una mano para salir del auto.

Se sorprendió al ver lo increíblemente preocupado que podía llegar a ser, la forma tan cariñosa en la que miraba a Bandit cuando finalmente le ofreció tenerla en sus brazos, y lo natural que parecía para él cuidar a un bebé.

— Me encantan los niños —dijo Bert— ¿Te conté que yo iba a ser padre?

Gerard negó. Conocía la historia, pero nunca la había oído por él.

— Éramos una linda pareja —suspiró Bert, Gerard lo sabía. Había conocido a la chica e incluso habían compartido cervezas durante los primeros tours, pero nunca llegó a conocerla realmente—. No éramos el tipo de personas que sueñan con comprar una linda casa y tener muchos hijos. En ese tiempo yo ni siquiera sabía si iba a llegar vivo al día siguiente... pero ella era diferente. Entró en ese mundo porque amaba la vida en los festivales de música. Creo que solo se sentía viva cuando veía una banda sobre el escenario, y yo entendía eso porque solo me sentía vivo cuando estaba sobre el escenario. Nunca supe mucho sobre su pasado, no porque ella no quisiera contarme, sino que nunca pregunté... siempre estábamos demasiado drogados o demasiado ocupados teniendo sexo como para hablar de algo real. Me hubiese encantado conocerla mejor... quizás ella sí soñaba con tener una linda casa y muchos hijos. Yo experimenté sobredosis varias veces, una vez estuve muerto durante casi un minuto, pero siempre sobreviví. Siempre viví otro día. Recuerdo que ese día yo estaba demasiado cansado como para hacer nada, así que solo me acosté junto a ella, y la abracé hasta que me dormí. Desperté porque estaba nadando en sudor, era suyo. Sus ojos estaban blancos y temblaba. Uno de los chicos llamó a una ambulancia y lo siguiente que supe es que estábamos en el hospital. Intentaron salvar su vida, pero no lo lograron. Y si el saber que la había perdido a ella no fue lo suficientemente duro, el enterarme que ella estaba embarazada terminó por destruirme. Nunca supe si ella sabía esto. Nunca supe cuáles eran sus intenciones, pero yo iba a apoyarla de todos modos porque la amaba. Nunca me imaginé siendo un padre, pero cuando supe que ese bebé murió junto con ella comencé a pensar en la posibilidad, y descubrí que quizás un día, si sobrevivía a todo eso y me convertía en un adulto responsable, iba a tener un hijo, e iba a ser el mejor padre del mundo. Mucho mejor que mi padre.

Gerard lo escuchó en silencio. En la época que todo eso pasó, la gira juntos había terminado y él se encontraba en Europa cuando eso sucedió, pero se enteró de ello. Fue algo que remeció a las personas que estaban en torno a ellos porque ambos eran muy jóvenes, y la forma en que esa pobre chica murió era algo demasiado común en el mundo en que vivían. Los excesos eran algo real, y él mismo tomó una decisión en ese momento, aunque tardó un par de años más en finalmente salir de ahí.

— Perdón por esto —suspiró Bert—, siento que volví oscuro un momento que no debería serlo. ¿La quieres de regreso? Creo que voy a preparar un café.

— Yo también quiero uno —dijo Gerard, y se acercó a tomar a su hija en brazos. Y cuando ambos estuvieron juntos, empujó su rostro unos cortos centímetros al ajeno y le dio un beso en los labios, manteniendo esto durante varios segundos antes de apartarse—. No fue tu culpa —susurró contra su boca—, a veces las cosas simplemente ocurren porque sí. Pero no tienes que permitir que eso arruine tu felicidad para siempre. Todos tenemos derecho a comenzar de nuevo, y tú lo estás haciendo de maravilla en esta nueva oportunidad.

— Te amo —suspiró Bert, dedicándole una pequeña sonrisa.

Gerard abrió la boca para responder, pero no sintió que fuera sincero decirle un "te amo", así que no dijo nada. Simplemente le sonrió de regreso y luego le dio la espalda, para ir a tomar lugar en el sofá, con su hija en medio de sus brazos, acunándola contra su pecho.

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