11


            Ningún miembro de la iglesia visitó a su hija ese día, o el día siguiente, o incluso la semana siguiente. Su llanto, súplica e ira fue simplemente una historia de un día para la mujer que habló con él. Pero no fue necesaria la fe para sacar a la pequeña de ese estado, fueron los médicos que la cuidaban a diario. Solo tres días después de aquél momento, Bandit fue capaz de respirar nuevamente por su cuenta, y aunque sus días dentro de la incubadora todavía no se terminaban, todo a su alrededor era favorable, y Gerard no podía estar más feliz.

Una semana y un mes había pasado desde el nacimiento de su hija, una semana y un mes con Frank en casa... lo cual parecía ser un tiempo demasiado largo para él, porque, sorpresivamente, había anunciado retomar la gira en poco tiempo. Y con el pasar de los días ese poco tiempo se convirtió en el día siguiente. Gerard se sentía molesto y terriblemente abandonado, pero aun así no reclamó. No quería rogar por su atención, no quería rogarle que se quedara con ellos por lo menos hasta que Bandit saliera del hospital. Aunque si era sincero, la salida del hospital se convertiría luego en un "Hasta que ella se acostumbre a estar en la casa" y así seguiría... pero realmente no veía nada de malo en querer que su esposo estuviera en casa con él. Lo amaba, y lo necesitaba. Pero si Frank creía que estando de gira las cosas iban a mejorar entonces no le quedaba otra que aceptar su decisión.

— Trae lo que quedó en la mesa, por favor —dijo Gerard frente al fregadero, con los guantes amarillos cubriéndole hasta los codos y las manos bañadas en espuma. Frank, por su parte, estaba sentado en uno de los taburetes frente al desayunador, mirando la pantalla de su teléfono. Gerard resopló— ¿Estás escuchándome?

Frank rió entre dientes, y luego alzó la mirada hacia él.

— ¿Me hablabas?

Gerard puso los ojos en blanco.

— ¿Hay alguien más aquí? —Alzó una ceja— Trae lo que quedó en la mesa.

Frank no replicó y guardó su teléfono en el bolsillo de sus jeans antes de salir de la cocina para ir a buscar el par de vasos y los cubiertos que quedaron sobre la mesa. Gerard recordaba bien las cientos de veces que habían hecho eso mismo en buen ambiente, bromeando y en conjunto... pero últimamente Frank andaba demasiado desconectado de todo, y él andaba demasiado irritante. No era un buen conjunto, y se sentía mal por hablarle así, pero Frank tampoco hacía algo al respecto. Parecía que nada le importaba en lo más mínimo, y en momentos así, sí deseaba que se fuera de gira para que lo dejara descansar tranquilo cuando no estuviera en el hospital. Porque ese era el otro asunto ahí, y es que Frank siempre había sido demasiado... ¿Sexual? ¿Apasionado? Y antes estaba bien, completamente bien. Pero ahora era complicado. Ya no se sentía cómodo al sentir las manos de su esposo tocándole por todos lados cuando estaban en la cama viendo una simple película. Ya no disfrutaba cuando Frank frotaba su erección contra su muslo en las mañanas, mientras le mordía el cuello. Ya no aceptaba cuando Frank, con solo miradas, le ofrecía tener sexo en cualquier lugar de la casa. Simplemente ya no era esa persona, pero Frank parecía no querer aceptarlo. Y aunque sentía que apartarlo era casi como perderlo, no podía fingir que quería solo para hacer feliz a su esposo.

— Listo... —suspiró Gerard quitándose los guantes. Frank se acercó de inmediato a él, y como si estuviese leyendo sus pensamientos, se clavó a su espalda y comenzó a trazar un camino de besos entre uno de sus hombros y el cuello. Gerard se estremeció cuando la creciente barba ajena raspó su piel, y de manera torpe se apartó de él.

— Voy a darme una ducha —dijo, y sin esperar respuesta pasó de él para subir rumbo a su habitación. No escuchó los pasos de Frank siguiéndole, lo cual era una buena señal. Una vez arriba se encerró en el baño y se metió a la ducha. El agua tibia era lo mejor para enviar lejos sus pensamientos demasiado agobiantes. Le relajaba, y le quitaba ese peso de los hombros que parecía no querer irse.

Bajo el agua era más fácil aceptar todo. Incluso, al tocar su cuerpo, podía sentir los cambios —beneficiosos— en él. Porque si bien su alimentación no era la mejor, este estilo de vida acelerado parecía estar haciéndole bien. Su abdomen ya no estaba suelto como antes e incluso parecía menos blando, comenzaba a volver a su lugar, y también los distintos lugares en donde la grasa se había alojado en su cuerpo. Desnudo ante el espejo del baño, con el agua goteando en dirección a la blanca alfombra. Podía sentir que ya no se daba tanto asco como en el último tiempo. Y todavía no pasaban dos meses desde que había dado a luz.

Se puso el pijama de dos prendas y luego se plantó ante el espejo del lavabo para mirarse a la cara. Seguía sin acostumbrarse a la barba, aunque debía admitir que lucía mejor desde que su hermano le había enseñado a recortársela hace una semana. Las canas eran menos notorias, y ya no lucía tan sucia. Incluso lucía bien, lo cual también era difícil de aceptar para alguien con el autoestima por los suelos.

— Bien... —suspiró una vez estuvo listo, y abrió la puerta para regresar a la habitación. Ahí estaba Frank, bajo las mantas, con la televisión encendida y riendo ante lo que veía. Frank era tan atractivo, y su sonrisa era tan hermosa. Era mágico compartir la vida con él. Pero nuevamente recordaba que dentro de unas horas se iría nuevamente, y su mal humor regresaba. Porque odiaba esas malditas giras, pero no iba a darse el lujo de admitirlo.

— Hola —dijo Frank, como si no se hubiesen visto en horas.

Gerard sonrió de medio lado.

— Hola —contestó— ¿Qué estás viendo?

— Solo estaba haciendo zapping —respondió Frank.

Gerard asintió, e hizo una mueca cuando Frank se pegó a su costado en cuanto se metió bajo las tapas. ¿Era en serio? Intentó no mostrarse tenso o molesto, e incluso correspondió al beso que su pareja inició. Pero en cuanto la mano de Frank fue bajando por su torso y se detuvo solo cuando llegó a su pene, entre ambos cuerpos, Gerard hizo un sonido de inconformidad que no pasó por alto.

— ¿Ahora qué? —Soltó Frank, mostrando en su tono de voz el hastío.

Gerard hizo una mueca, y se aprovechó de eso de eso para apartarse por completo de él, limpiando sus labios con el dorso de la mano. Escuchó a Frank resoplar con molestia y luego lo vio tomar asiento en el borde de la cama.

— ¿Qué haces? —Preguntó Gerard.

— Me voy —dijo Frank—. Eso es lo que quieres, ¿No? Me voy a dormir al sofá y mañana ya me voy de gira. Vas a estar tranquilo, no voy a estar molestándote.

— No es eso... —suspiró Gerard.

— Claro que eso —dijo el menor de los dos—. Es demasiado obvio que te incomoda estar cerca de mí. No quieres que te bese o que te toque, no hemos tenido sexo desde antes del nacimiento de la bebé. No te entiendo, por la mierda. Deberías estar feliz ahora que finalmente tienes una hija. ¿Por qué sigues comportándote como un odioso de mierda?

Gerard le miró sorprendido, esas palabras no parecían estar dichas por la persona más amable que conocía. Frank nunca le había hablado de esa forma durante la relación. Lo recordaba así cuando eran solo amigos, pero él también respondía en esos momentos. En cambio ahora nunca habían llegado a eso. Parecía haber tanta ira en sus palabras, tanto odio en su mirada cuando se volteó... que se abrazó a una almohada, sintiéndose insignificante a su lado.

— ¿No entiendes? —Dijo al borde del llanto— Me siento mal... Engordé tanto y luego por poco muere nuestra hija, por poco muero yo también. Y ahora ella está en un hospital y Dios sabe por cuánto tiempo más estará ahí. Y no puedo estar bien, Frank. No puedo.

Frank bufó.

— Dijiste que querías tener un bebé, durante años estuviste diciendo que querías tener un bebé. Gastamos una fortuna en el tratamiento y lograste tenerla. Y se supone que ella llegó para hacerte feliz, para entretenerte... no para esto. Yo no firmé para esto —Frank casi gritó la última parte, y luego frotó su rostro con ambas manos. Sus ojos estaban enrojecidos cuando volvió a mirarle— Gerard, yo no quería ser padre. Nunca quise ser padre. No puedo ponerme en tu lugar porque veo a esa niña en el hospital y solo la asocio con el origen de nuestros problemas.

— ¿Qué dices? —Gerard resopló.

— Maldigo el día en que acepté tener un hijo contigo, Gerard —dijo Frank finalmente. Y quizás no era lo que pensaba realmente. Aunque era poco lo que había compartido con la pequeña hasta ahora era su hija, y tenía ese vínculo indestructible uniéndolo a ella. Pero dijo eso, sin saber por qué, lo dijo. Y Gerard reaccionó.

Lanzó la almohada y se alzó para quedar a la altura de su esposo. Su puño cerrado voló en dirección al rostro ajeno, y por primera vez desde que se conocían; lo golpeó. Fue un golpe seco, que provocó un sonido extraño cuando removió la nariz. Y solo cuando vio sangre en el rostro ajeno dimensionó lo que había hecho, y abandonó la cama con prisa, saliendo de la habitación a paso acelerado. Podía escuchar la voz ahogada de Frank detrás suyo, maldiciones y amenazas varias que no quiso escuchar realmente. Cerró a sus espaldas la puerta de la habitación de su hija, y entre esa cuna, los peluches de felpa y la paz que irradiaba la decoración del lugar intentó tranquilizarse. Se sentó en la mecedora que con tanta ilusión había comprado para usar con su pequeña y cubriendo su rostro con ambas manos lloró hasta quedarse dormido.

Todavía no asimilaba bien lo que había pasado, pero una cosa tenía segura y es que su matrimonio estaba acabado.

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