10
Los minutos pasaban terriblemente lento y ya no tenía uñas que morder, así que estaba enterrando los dedos ansiosos en los agujeros de su suéter de lana, ensanchándolos más, buscando mantener sus manos y mente ocupados en algo porque sino... sino se volvería loco en cuestión de segundos. Frank estaba a su lado, y su hermano estaba cerca también. Había llegado rapidísimo cuando Frank se lo pidió, y sabía que también Patrick y sus padres estaban en camino... ¿Pero qué apoyo podían proporcionarle ellos? No entendía por qué Frank hacía las cosas, pero tampoco quería indagar demasiado en eso. Estaba preocupado de cosas más importantes... pensaba en su hija.
Durante la mañana había recibido la llamada, y en cuanto notó el tono condescendiente de la enfermera supo de inmediato que algo terrible había sucedido. Ella le dijo que fuera de inmediato, que su hija estaba bien pero que necesitaban su autorización firmada para proceder. Frank lo condujo al hospital, y lo siguió cuando corrió rumbo a Neonatología. En aquellos momentos no podía escuchar absolutamente nada, y su vista estaba nublada. Pero la vio cuando la enfermera salió a buscarlo, ahí tan pequeña al interior de esa incubadora, entubada e inconsciente. Firmó los documentos necesarios, y fue Frank quien prestó mayor atención a lo que les dijeron sobre lo que sucedía y lo que iban a hacer. Lo que su hija había sufrido era una complicación llamada neumotórax, y en ese mismo momento estaba conectada a un tubo de drenaje pleural. Le habían dicho que no habría mayores complicaciones a futuro, y que era totalmente normal en un recién nacido, pero dado que los pulmones de ella eran particularmente débiles y era una bebé prematura, las complicaciones se amplificaban y también le dijeron que, dado el caso, si algo mayor sucedía no iban a poder reanimarla.
De eso habían pasado cuatro horas, y no se había movido de esa sala de espera, no había compartido palabra con nadie más que un vago saludo, y realmente solo pedía que todo saliera bien. Una semana atrás todo iba de maravilla, la misma enfermera le había comentado que posiblemente pudiera llevársela pronto a casa, pero con esto era seguro que ese plazo iba a volver a alargarse. Y no entendía por qué él, de entre todas las personas, estaba viviendo esa experiencia tan terrible. Al otro lado de la sala veía a Patrick, había ido solo y estaba charlando con Mikey, pero en casa tenía a su hija... y todo había salido tan bien con ella que no podía evitar sentir envidia. Luego miraba a Frank, quien parecía tan ensimismado como él pero a ratos tomaba su teléfono y tranquilamente miraba sus redes sociales. Se preguntaba si Frank lo culpaba por todo eso... porque él mismo sí lo hacía.
Se puso de pie luego de un rato, su pierna derecha estaba adormecida y caminar resultaba doloroso. Lo alcanzó a dar dos pasos cuando Frank le tomó del brazo, y al girarse se encontró con sus ojos mirándole directamente a la cara. Sin decirlo verbalmente, le preguntó a dónde iba. Gerard frunció los labios.
— Voy a la capilla —respondió apenas. Frank le miró extrañado, tanto como si un día despertara a las cinco de la mañana para salir a correr. Pero no le dijo nada al respecto.
— Voy contigo —dijo al ponerse de pie, y luego de compartir un par de palabras con los chicos, fueron hacia el ascensor para bajar al primer piso.
Gerard recordaba haber visto la capilla un sinfín de veces cuando iba camino al estacionamiento, pero nunca se había desviado para entrar. Su historial con la iglesia no era del todo cercano, se había esfumado cuando era un preadolescente y dejó de acompañar a su madre a misa, regresó solo cuando su abuela murió y se vio obligado a estar en la iglesia, y volvió de forma efímera cuando su madre le aconsejó casarse por la iglesia, y aunque no quería hacerlo fue a una iglesia y el sacerdote le dijo que no podía casarlo, pero que podía rezar por él para que se arrepintiera de lo que estaba a punto de hacer. Eso había sido hace años, y lo recordaba como una historia graciosa. Pero ahora más que nunca sentía la necesidad de acercarse a Dios.
La capilla estaba casi vacía, y las pocas personas que habían estaban murmurando por lo bajo, y podía escuchar leves llantos a lo lejos. Sus ojos estaban sobre Jesús en la cruz, y luego tomó asiento en una de las antiquísimas bancas. Frank se sentó a su lado, tomó su mano, y juntos rezaron a ojos cerrados. En algún momento Gerard sintió lágrimas resbalar por sus mejillas, y al parecer Frank lo notó también porque lo abrazó contra su regazo, y dejó un par de besos en su frente.
— Todo va a estar bien... —repetía Frank contra su oído, pero Gerard no estaba tan seguro de aquello.
Cuando las lágrimas dejaron de caer y su pecho se despejó, volvió a apartarse de él y sus ojos volvieron a mirar a Jesús en la cruz. Pero un par de sonoros pasos lo interrumpieron, y se encontró con la mirada de una monja de unos cincuenta años, con rostro amable y una falda que llegaba varios dedos por debajo de la rodilla. Se dirigía directamente hacia ellos, y tomó asiento en una banca detrás, invitándoles a girarse hacia ella. Gerard encontró paz en ese rostro amable, y sonrió levemente.
— Soy la hermana Judith —se presentó la mujer.
— Gerard —dijo al instante, y luego apuntó a su esposo—. Y él es Frank.
— Tu rostro luce tan cansado —dijo la monja— ¿Qué es lo que puedo hacer por ti?
Gerard suspiró.
— Mi hija... —murmuró— Ella está grave y, no lo sé, estoy desesperado. Durante años estuve lejos de una iglesia y ahora no pude evitar venir y...
— Dios siempre es un buen aliado en los tiempos difíciles, pero tendemos a olvidarnos de él cuando las cosas marchan bien. Muchas veces no tenemos en cuenta que es precisamente gracias a él que no hay dificultad.
Gerard hizo una mueca, no podía evitar sentir cierto reproche en las palabras de la monja. Pero no era momento para ponerse quisquilloso. Miró de reojo a Frank, quien parecía tener un pensamiento similar porque miraba con cara de pocos amigos a la anciana ante ellos.
— ¿Y qué anda mal con tu hija? —Preguntó la hermana Judith.
Gerard dudó en si decirle toda la verdad, pero a pesar de todo se sentía seguro ahí con ella, como si le invitara a revelar los secretos de su corazón o una mierda similar. Se acomodó en la banca para encararla correctamente, y luego comenzó a contarle todo lo que encontró necesario para darle el contexto a la historia, mencionando también la ciencia tras su embarazo, y el cómo su hija nació prematura debido a esto y la incompatibilidad con su cuerpo.
— Y hace unas horas tuvo una especie de colapso pulmonar, está entubada y estoy muy asustado... ella es todo lo que me importa y yo, no lo sé, estoy desesperado. ¿Por qué Dios deja que estas cosas pasen?
— A veces Dios quiere probarnos —dijo la mujer—. Y otras veces lo hace porque quiere que sus hijos regresen al rebaño. No voy a juzgarte por estar en sagrada unión con otro hombre o por tener a un bebé de forma tan impura, no me compete a mí juzgarte por eso. Y todo lo que puedo ofrecerte para darle algo de paz a tu alma, es agendar una cita con el capellán para que vaya durante la tarde a darle la unción de los enfermos a tu pequeña.
— Ella no va a morir —dijo Gerard. El cómo había dicho el otro par de cosas le ardían bajo la piel, pero fue eso lo que gatilló su ira. Tanto que no midió el tono de sus palabras, y se encontró con los pocos ojos al interior de la capilla fijos en él. Notó la mano de Frank cerrarse sobre la suya, y al parecer la monja lo notó también, porque sus ojos se posaron sobre ambas manos de igual modo.
— Es lo único que podemos hacer por ustedes —dijo ella, luego de mantener la vista ahí más de lo necesario. Gerard no pudo evitar ver cierto deje de asco en su mirar, y en sus palabras. Y antes de estallar aun más, decidió ponerse de pie y abandonar aquél lugar. Y solo cuando estuvieron fuera de la capilla, lo suficientemente lejos entre los pasillos del hospital, se permitió volver a llorar. Ahora con ira en su interior, tanta ira mezclada con el miedo que abrazaba su alma. Era tan injusto, tan innecesario pasar por todo eso por alguien que se suponía, representaba a Dios entre las personas.
Frank estaba rodeando su cuerpo, acariciando su cabello con una mano mientras Gerard intentaba calmarse. Tardó un buen rato en lograrlo, y una vez lo hizo y dejó de llorar, Frank le invitó a regresar arriba porque sus padres ya estaban ahí. Se separaron una vez llegaron arriba, Gerard fue directamente a abrazar a su madre, se sentaron juntos en uno de los cómodos sofás de la sala de espera, y con la cabeza en su hombro comenzó a contarle la experiencia con la monja. Lloró una vez más, y a ojos cerrados escuchó de labios de su madre una de las anécdotas de la abuela, quien nunca fue muy amiga de la iglesia. Gerard rió por primera vez en días, y luego de enjugar sus lágrimas abrió los ojos para encontrarse con los de Frank, sentado frente a él, mirándolo fijamente y en silencio. Gerard notó que Frank desvió la mirada casi al instante, y luego suspiró.
Recordaba bien haber dicho que su hija era lo único que le importaba ahora mismo, y no podía evitar sentir cierta culpa por eso, porque era obvio que Frank se sentía desplazado. Desde mucho antes de la llegada de Bandit todos sus pensamientos y la mayor parte de sus charlas tenían que ver con ella, y ahora que había llegado, el —casi— mes que ella llevaba entre ellos, todo había sido también en torno a Bandit. Pero no podía evitarlo, y no quería hacerlo tampoco. Era su hija, y esta era una nueva etapa para ambos... y Frank tenía que entender eso.
"Te amo" dijo sin emitir sonido cuando los ojos de Frank volvieron a fijarse en él. Lo vio sonreír levemente, y luego desviar la mirada nuevamente. Quiso saber qué era lo que ocurría al interior de esa cabeza, pero luego decidió que era mejor no saber.
Nota: ¿Qué piensan de Frank/de ellos? Quiero leer sus teorías. :o
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top