19.
E A S T
—Me tiene demasiado confundida. Es que él, es que él... ¡No lo sé!
—Paulette, habla claro. Somos muy amigos pero no puedo leerte la mente.
—Me dijo que le gusto y quiere estar cerca de mí. Alguien como él. ¿Puedo confiar?
Suspiro. Tengo muchas cosas que decir, pero no consigo ponerlas todas en mi mente. Con Paulette las cosas generalmente son sencillas, pero lo que diga ahora tendrá un gran impacto a largo plazo.
—No puedes juzgarlo precipitadamente sin conocerlo —es lo primero que digo. Ella alza una de las cejas, y agrega:
—Lo conozco. Tal vez no por completo, pero lo conozco. Sé el tipo de persona que es. No sabe de compromisos.
—¿Y te dijo que quería comprometerse? —insisto. Ella niega.
—Tienes razón. Dijo que quiere ver cómo van las cosas, no que quiera algo serio. Digo, tampoco es como que yo quiera algo serio.
—Exactamente —concuerdo. Paulette y yo vamos camino a la escuela y, por primera vez en estas dos semanas que llevamos en Gouldberg, no hay uno de los dos admiradores de Paulette detrás de nosotros. Tanto Sebastián como Marco parecen haber desaparecido, más no por completo, porque Marco sigue estando aquí en espíritu, asediando a Paulette como el primer amor siempre suele hacerlo. No sé que más decir. En los asuntos del corazón no soy ni el más sabio ni el más experimentado. Soy bueno para leer a los demás, más solo en cierta manera. No puedo leer bien el amor.
—Dejemos de hablar de mí —ya estamos apunto de llegar, lo que me alivia porque no tendremos que hablar tanto tiempo de Perla—. ¿Cuándo te le vas a declarar?
—Ya te lo dije —insisto—. Ella me odia. Tengo una especie de... —suspiro— Plan. Un plan en el que me acerco lentamente, sin que ella lo note. Siempre estaré ahí para ella.
Paulette sonríe, complacida.
—Estoy muy feliz de tenerte como amigo —dice, mientras camina viene y se acerca más y más a mí, apretando mi brazo y recargando su cabeza en mi hombro.
—¡Alejénse, tortolitos, que hay niños presentes! —es Marco el que nos interrumpe, viene con Perla y le tapa los ojos como haciendo a entender que ella es la niña de la que habla. En esta conversación los dos estamos del lado incorrecto, él quisiera estar con Paulette y yo con Perla.
—Vamos a clase, ridículo —dice Paulette para callarlo, mientras, yendo hacia él, lo toma también del brazo y se lo lleva lejos de nuestra vista.
Perla se detiene en seco. Parece contrariada, como sino creyera lo que tiene frente a sus ojos. Veo el dolor en ellos.
—¿Estás bien? —pregunto. Ella no contesta, así que voy frente a ella, e insisto—. ¿Perla?
Sus ojos castaños brillan bajo la luz del sol matutino. Los tiene cafés, es cierto, pero hay unas pequeñas motitas amarillentas en su centro. Sus labios, carnosos, se fruncen levemente antes de contestarme. La escucho, aquella voz dulce pero un tanto gruesa que tiene, cuando dice:
—Estoy bien —es apenas un susurro, y tan pronto como lo dice hay un silencio que hace parecer que en realidad no ha dicho nada. Trato de convencerme de que en realidad si me contestó, algo realmente extraño, porque la mayoría del tiempo se la pasa ignorándome.
—¿Por qué siempre haces eso? —pregunto. Ella frunce el ceño, dando a entender que no me entiende, explico—: Sufres en silencio. Tratas de convencerte de que cosas como estas no suceden, que no sientes dolor...
—No siento nada. No me conoces —agrega, seria. Ya hasta frunció el ceño, es la muestra de su enojo. He notado que eso es lo que hago con ella, es como uno de esos peces que se inflan cuando ven el peligro, y al parecer yo soy peligroso para ella.
—Es cierto, no te conozco. Pero Perla, deja de sufrir, sé clara, dile lo que sientes, házlo.
—¿Para qué? ¿Para perder su amistad? ¿Para hacerlo sentir culpable por no sentir lo mismo por mí?
—No sabes si no te quiere.
—No, lo sé. Sé que no siente lo mismo. Él me lo dijo, por Dios.
Frunzo el ceño.
—¿De qué hablas? —pregunto.
Por un momento parece que no va a contestarme. Al siguiente suspira, y dice:
—Estaba borracho y no sabía ni lo que hacía o decía. Entonces comenzó a hablar, a decir todo cuánto le vino a la mente. Me confundió con alguien más, y comenzó a hablar de mí, que soy su amiga, pero que no podía quererme, no como yo lo quería. ¿Entiendes ya?
—Entiendo. Ahora lo entiendo todo —digo. Mi mente da muchas vueltas, buscando algo que hacer o decir para salvar la situación. Al mismo tiempo ella habla rápidamente, consumida por sus emociones.
—No sé porque te estoy diciendo esto —es lo que dice—. No somos amigos, apenas te conozco, y, de todas maneras, ¿Por qué debería de importarte un tema como este?
—Creía que sufrías a propósito, que tú te hacías esto. Me preocupé, ¿Eso está mal?
—No, pero...
—Juzgué mal tus acciones, y me disculpo por eso —es lo que me las arreglo para decir, sin dejar de insistir—. El amor es complicado. No puedes cambiar lo que sientes. Estabas actuando bien, porque sentimientos como esos no pueden reprimirse una vez que comienzan a suceder.
—¿No me vas a decir que lo intente, qué puedo conseguir su amor si me lo propongo?
—No —niego con la cabeza, luego suspiro y agrego—: Depende de tí. No sé qué tipo de percepción tengas hacia tus sentimientos. Si quieres seguir sufriendo y ocultando lo que sientes está bien, pero me gustaría que... —es difícil ser sincero. Nunca antes lo he sido. Aún así, mi mente está segura de que es mejor que lo sea— Notaras el daño que te haces a tí misma. Mientras más rápido superes eso más rápido podrás salir de este amor que tanto te martiriza. No dudes en acercarte a mí si necesitas ayuda, porque, aunque no lo creas, has ganado mi aprecio en este poco tiempo que llevamos conociéndonos. Para mí, Perla, podrías ser mi Marco.
—No sé que decir —responde. La he dejado muda, muda por completo. Dejo que hable, que me diga lo que siente—. No se supone que esto suceda. Por Dios, nosotros somos, ¿Rivales? Siempre he pensado en ti como aquel sujeto inalcanzable que siempre me causa problemas...
Está apunto de irse, llena de miedo, cuando la detengo, tomándola de la muñeca, y le digo:
—No espero nada. El amor para mí es eso, dar sin esperar nada a cambio. Creo que tú, Perla, mereces ser amada.
Y, dicho esto, ella contesta:
—Necesito pensar. Pensar bien las cosas. ¿Está eso bien? Quiero tener silencio para pensar.
—Te daré el silencio que necesitas —respondo—. Pero déjame acompañarte a clase.
Perla asiente. Enseguida comenzamos a caminar, y el silencio que se cierne sobre nosotros es difícil de interpretar. Sé que ella está pensando, meditando las opciones, más también sé que no se ha alejado de mí, y eso me hace sentir satisfecho, demasiado.
Llegamos a clase. Cómo siempre, ella se sienta hasta adelante y justo en medio, el lugar donde no puedes perderte nada de la clase. Generalmente yo me siento hasta atrás, pero prefiero sentarme detrás de ella esta vez, dónde puedo oler aquel delicioso shampoo de frutas que Perla utiliza. No puedo evitar sonreír al ver la manera en que acomoda sus lápices, plumones y lapiceros, tiene una especie de sistema que siempre utiliza. A eso le sigue tomar un poco de agua, y justo cuando lo está haciendo entran al salón la maestra que nos da química, Florentina, y el procesos Matt, de literatura.
—Antes de comenzar esta clase les darán un anuncio —dice la profesora. Matt asiente, y enseguida comienza a hablar.
—Como todos saben, a finales de cada semestre se hace un recital para recaudar fondos y demostrar al público en general el talento que hay en nuestra escuela. Este año la dinámica será un poco diferente. Sí, seguiremos haciendo un recital, pero esta vez queremos que haya más participación de parte de los estudiantes. Queremos que ustedes sean el recital, que lo organicen, que le den vida. Para eso estamos proponiendo un nuevo concurso al que todos están invitados. Queremos que organicen el recital. Pueden unirse con algún estudiante del área de música, o de baile, y así crear tanto una buena presentación escrita como artística.
Noto como esto ha llamado la atención de Perla por la forma en la que se detiene de jugar con sus lapiceros, (cosa que ya estaba haciendo de nuevo), y pasa a mirar fijamente al profesor, al mismo tiempo hace un tintineo con los dedos, que al rozar el escritorio hacen una pequeña melodía que no logro reconocer. Perla siempre está ansiosa, no puede mantenerse sin hacer nada, siempre ha sido así.
—Naturalmente y como en toda competencia, habrá una recompensa para el ganador. Aparte de que este gran evento quedará en su currículum, también se dará una remuneración económica de cinco mil dólares al ganador, eso y pases para los ganadores y sus familiares que no querrán desaprovechar.
Silencio, eso es lo que le sigue a las palabras del profesor. Perla está quieta, demasiado, está pensando tanto que ni su cuerpo lo exterioriza. Quiero ayudarla.
—¿Cuánto tiempo tenemos para presentar nuestra propuesta? —pregunto. El profesor, sonríe, luego me contesta:
—Dos meses completos. La convocatoria y requisitos se publicarán esta misma tarde tanto en la página oficial de la escuela como en el tablón de anuncios que está en la plaza principal, paso a retirarme no sin antes, de verdad, invitarlos a participar. Pueden dirigir una obra grande, recibir un premio, todo con solo dejar salir aquellas ideas nuevas y frescas que sabemos que tienen. Muchas gracias.
La profesora despide a Matt y luego regresa a dar la clase. Puedo escuchar y recordarlo todo, más también mantengo mis pensamientos en Perla y la forma en la que puedo ayudarla. Hay tantas cosas por hacer, y tan poco tiempo...
Al terminar la clase me mantengo con la vista fija en Perla, esperando para ver si se parará antes que los demás o se irá hasta que ya se hayan ido. Sé que prefiere evitar la multitud. Afortunadamente, decide quedarse a irse antes que todos, y la espero pacientemente en la puerta mientras guarda sus cosas y los demás se van.
—Dije que necesito espacio —es lo que dice cuando pasa cerca de mi lado. Aquellos brillantes y bellos ojos están mirando hacia abajo, como avergonzados, evitando mi mirada.
—Y te lo daré —contesto—. Pero antes tenemos temas más importantes de los que hablar. Es, más que nada, una propuesta. ¿Querrías unirte a mí para hacer un libreto y participar en la competencia? He escuchado que eres muy buena escribiendo, aparte yo sé de música, Paulette de baile, y juntos...
—Lo pensaré —contesta. No sé si es buena señal que esté sonrojada, puede ser por enojo, excitación, incluso sorpresa. Estoy dispuesto a averiguar más sobre su reacción, pero ella simplemente se aleja, dejándome solo con mi propia imaginación.
—Estúpido, gracioso, hilarante.
Una voz nueva llena la habitación y me saca de mis pensamientos. Es Layla. Alzo la mirada, notando que parece estar burlándose de mí, y que su rostro, tan arreglado y perfecto como siempre, tiene esa sonrisa burlona a la que estoy comenzando a acostumbrarme.
—¿Estás hablando conmigo? —pregunto. Ella sonríe aún más, y contesta:
—Perla es la última chica en la que creí que te fijarías. Aún así, es gracioso verte detrás de sus pantalones como si guardara en ellos alguna piedra preciosa e invaluable. Parece que realmente te gusta.
—Me gusta, y no, no es que esté detrás de sus pantalones, solamente yo... —suspiré— Sé apreciar lo que es un buen corazón. A diferencia de tí, yo no busco alguien a quien querer por beneficio propio. Más bien, quiero tener cerca de mí a alguien de buen corazón, y no espero nada más que nuestra propia confianza y realización, ¿Puedes comprender eso o es demasiado para ti?
—Como la persona frívola y sin escrúpulos que soy es demasiado para aceptar —responde, sarcástica—. ¿Te confieso algo, East? Hace mucho tiempo que dejé de creer en el amor. Para mí, lo mejor que puedes hacer es dejar de mangonear y buscar a alguien que realmente te dé algo de provecho. Con Perla no conseguirás nada.
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