18.
M A R C O
Descubrí que a Paulette le gusta salir a caminar en la mañana. Lo hace durante toda una hora, yendo por el vecindario desde las cinco hasta las seis de la mañana.
Entramos a las siete y media a la escuela, así que la siguiente hora y media es para desayunar, bañarse, y leer un poco del libro que sea que esté leyendo esta semana.
También he descubierto que me gusta. Creo que me gusta del modo en que te gusta un plato picoso de comida, te hace sufrir por lo fuerte que es, pero sabe tan delicioso que no puedes dejar de probarlo.
Es por eso que, sin saber que es lo que estoy haciendo exactamente, salgo temprano y corro con ella los últimos quince minutos de su camino, la última vuelta que le dará a su vecindario. Sebastián corre con ella, es por eso que al mirarme su típica cara de pocos amigos llega a su rostro y frunce el ceño hacia mí, y pregunta:
—¿Qué haces aquí?
No respondo. Espero a que Paulette me note, pero parece muy enfocada en su trote como para ponerme atención. Una sonrisa satisfecha llena mi rostro, porque sé que me está evitando.
—Hola, querido amigo Marco, que placer es el de tenerte aquí con nosotros, pero, ¿A qué se debe? —me burlo, imitando el típico tono de voz de Sebastián pero llevándolo a niveles altos de exageración—. Oh, para mí también es extremadamente grato verte, Sebastián, me encanta discutir —vuelvo a mí tono de voz habitual—. Pero no te diré el motivo de mi aparición, es un secreto.
Como si no pudiera ser más obvio, Paulette desvía aún más su mirada y comienza a correr con más rapidez, evadiéndome. Me carcajeo entre dientes, porque esta es la chica a la que estaba buscando, y sé que así es conmigo.
—Realmente es algo enfermizo lo que sientes —Sebastián me mira con ojos entrecerrados, y obvio desprecio—. Déjala en paz.
—¿Quién dice que vengo por ella? —pregunto con falsa inocencia—. Si realmente fuera así no estaría hablando contigo. Estoy tratando de formar una buena conexión contigo, amigo mío, antes de que vayamos a esta competencia y perdamos por pelear tanto.
Y sí, ser bailarín también implica no tener tiempo libre los fines de semana. El pasado fin de semana estuvimos entrenando como locos, más el que viene tendremos nuestra primera competencia. El que sigue probablemente estaremos organizando algún evento ridículo, y el que le sigue tal vez tenga que ver con un ritual de entrenamiento intenso. Siempre ha sido así. Lo gracioso, entonces, es que aun con todo el entrenamiento imparable que tenemos, Paulette y Sebastián siguen saliendo a correr por las mañanas. Aun más gracioso es que no hablen mucho entre ellos.
Afianzo mi trote para poder llegar así hasta Paulette. Ella sigue sin mirarme, y noto que está escuchando música con los altavoces de sus auriculares tan altos que incluso puedo escuchar levemente el sonido llegando hasta mí. Por un momento contemplo la idea de molestarla y quitarle los audífonos para que pueda escucharme, más al siguiente entiendo que eso sería demasiado. Además, noto que correr a su lado o detrás de ella es tranquilizante. Me gusta escucharla respirar, ver su cabello medio iluminarse con las luces de las lámparas, tanto que parece incendiarse.
Empieza a amanecer. Justo cuando el sol está saliendo, Paulette se detiene y lleva las manos a sus rodillas en una especie de flexión que usa para descansar. Solo entonces se quita los audífonos, y me dice:
—Vaya que estás enamorado de mí, que sorpresa.
Entrecierro los ojos. La rodeo hasta que quedamos frente a frente, luego pregunto:
—¿Enamorado? Nunca he estado enamorado. ¿Qué locas ideas pasan por tú cabeza?
—Ambos sabemos que estás corriendo para acosarme, algo que has estado haciendo desde que te conozco, y luego está lo del beso...
—Cree lo que quieras, morita, pero yo estoy todo menos enamorado —suspiro, y agrego—. Creo que me gustas.
Dicho esto, me voy tan rápidamente como llegué. Paulette parece haberse quedado muda, parpadea varias veces con rapidez y se ha quedado inmóvil ante lo que acabo de decir. No me quedo a ver como se recompone porque sé que lo hará más fácil sino estoy cerca.
—¡Ya llegué! —le anuncio a mí mamá justo después de entrar a casa. Ella da un sobresalto, más en vez de que me responda ella lo hace mi padre, que desde su cuarto grita:
—¡Sé menos escandaloso, ingrato, que la próxima vez seré yo el que te despierte!
Mamá entrecierra los ojos. Por un momento deja de batir la comida, luego dice:
—Sé que dije que entrar a Charlton te cambiaría, más esto es...
Suspira, realmente le ha sorprendido el hecho de que me haya despertado temprano.
—Salí a correr —digo, como si eso explicara las cosas—. Paulette necesitaba compañía.
—¿Paulette? —después de preguntar esto su sonrisa se ensancha, y me señala cuando exclama—. ¡Ahora todo tiene sentido, lo hiciste por una chica!
Ahora soy yo el que rueda los ojos. Intento ir directamente a mi cuarto para evadirla, pero ella me sigue con tazón en mano y ojos curiosos.
—Es muy bonita. Tenía mucho tiempo que no veía otra pelirroja con mis cualidades. ¿Es bailarina?
—Sí —contesto, taciturno. En un intento desesperado por hacer que se olvide de ella y le desagrade, agrego—: Es sobrina de Charlotte. Está quedándose con ella.
Mamá odia a Charlotte. Creo que tiempo atrás fueron amigas, pero ambas nunca lo han aceptado porque seguramente las cosas terminaron muy mal entre ellas.
Al principio solo se miraban de mala manera siempre que se veían por el vecindario. A eso le siguieron los comentarios sagaces, y pronto ambas hablaron mal entre ellas a sus espaldas, lo que terminó con un bravo enfrentamiento en la feria anual del año anterior.
—No la juzgaré por la tía que tiene —dice mi madre, su tono es tan calmado que no puedo evitar mirarla, lleno de curiosidad. En dos segundos su rostro se ilumina, y entonces exclama—: ¡Ya sé quién es! Sara habló de ella.
—¿Quién es Sara? —pregunto, confundido.
—La secretaria del director. Cuando habló para mencionar tú protagónico dijo que Paulette, Sebastián y tú tendrían los papeles principales. Pregunté quien era Paulette y me contestó que era una chica nueva, y que ganó las nacionales ya dos años seguidos. Fue entonces cuando la recordé, porque, hijo, ¡Su solo fue magnífico ese año! Sé que soy tú mamá y se supone que diga siempre que tú eres el mejor, pero ella era buenísima.
—Es buenísima —completo—. Mamá, entiende que solo intento hacer un buen trabajo para mi solo.
—¿Ah? ¿Y cómo es eso? —se burla.
—Confianza. El baile requiere algo más que saber los pasos. Tiene que haber química, una relación. ¿Está claro para ti?
—Sí, hijo —mi mamá contiene las ganas de reír, yo ruedo los ojos— No le hagas daño, cielo. Parece que esa chica ha sufrido mucho.
—¿Y yo no? —pregunto. El tono en el que ha salido no lo esperaba. Ella suspira, luego contesta:
—Pero tú tienes familia a tú lado que ha pasado por lo mismo y te ha ayudado a superarlo. Ella está sola, y si Charlotte es su tutora no creo que se dedique a cuidarla o cosas semejantes.
El silencio que le sigue a las palabras de mi madre es suficiente para evidenciar que realmente me han hecho pensar las cosas. Enseguida suspiro, más ella no espera a que le conteste y se va antes de eso. Aprieto los labios, incómodo, más alejo los pensamientos malos de mi mente he intento mantenerme tranquilo. Llevo años reforzando esta práctica, parte de los motivos por los que no se me hace tan difícil tranquilizarme.
—¡Buenos días! —estoy apunto de irme a la escuela cuando Joaquín, mi sobrino, se levanta y corre hacia mí como el niño hiperactivo que es. Lo cargo y le doy varias vueltas mientras él ríe, su nueva pijama de pingüinos es suave y esponjosa, cosa que hace que no pueda contener la sonrisa que ver a mi pequeño amigo me provoca. Hoy se ve más tierno de lo normal, pero también más parecido a Augusto.
—Marco —estoy bajando a Joaquín cuando ella viene hacía mí, me da dos recipientes llenos de comida, y agrega—: Hice galletas. Uno de los recipientes es para Paulette. Cuando le des las galletas le dices que la invito a cenar con nosotros el viernes, ¿Entendido?
Ruedo los ojos. Mamá, como siempre, no puede evitar estar de metiche.
Las siguientes horas me las paso más que estudiando o entrenando yendo de aquí a allá con cierto aire distraído que seguro llama la atención de varios a mi alrededor. Tal vez sea que las palabras de mi madre me hicieron entrar en razón, o el hecho de que cada que veo a Paulette pierdo la concentración, más no puedo mantenerme tranquilo.
Es cierto, es raro que me levante temprano. Es raro que le ponga mucha atención a una chica, (la única amiga que tengo es perla, y ella es la que siempre está para mí, ni siquiera tengo que buscarla), es raro que de repente tenga interés en la escuela, que me sienta tan enérgico. No entiendo porque estoy así, y tampoco mis pensamientos llegan a resolverse porque justo cuando la veo a ella algo nuevo en su cuerpo o personalidad llaman mi atención y consigo distraerme de nuevo. Es una especie de círculo vicioso.
—¿Marco, estás ahí? —es la voz escandalosa y burlona de Paige la que me trae de vuelta al mundo real. Se está riendo de mí, y no puedo evitar rodar los ojos por eso mismo. Cuando nota que le he puesto atención, agrega—: Perla estaba hablando de los créditos que quiere adquirir para sus aplicaciones a la universidad, y como piensa inscribirse en el consejo administrativo por eso mismo. Nos invitó a unirnos con ella, y tanto Paulette como yo dijimos que sí. ¿Qué dices tú?
Carraspeo, incómodo. Solo hasta este momento noto que la conversación ha dejado de ser solo entre nuestro grupo, y que toda la cafetería está esperando por mi respuesta. Incluso Layla parece burlarse de mí a lo lejos. La escucho decir:
—Es obvio que dirá que no, si sigue siendo igual de flojo que antes apenas si podrá pasar las materias que cursa, ¿Y meterse al consejo de administración también?
—Las personas cambian, Layla —le contesto. Mi tono es entre divertido y burlón, y puedo ver su mandíbula apretarse por lo mismo— Solo míranos a ambos. Yo pasé de ser un bailarín flojo a un bailarín que se mete a organizaciones extracurriculares, y tú pasaste de ser la actriz estrella a estar en un equipo de fútbol como deportista. ¿Quién lo diría?
—¿Entendí bien? —pregunta Paige en tono burlón, mientras aprieta el brazo de Perla dando a entender que, o no cree lo que está sucediendo, o simplemente quiere que Perla lo note porque algo sumamente extraño—. ¿Eso es un sí?
Asiento, Perla sonríe, satisfecha, y eso pudo haber sido suficiente para mí, más la reacción de Paulette hace todo más divertido. Sus ojos me fulminan, estoy seguro de que ella entiende porque lo he hecho. Quiero estar cerca de ella.
—Ah, se me olvidaba —saco de mi mochila las galletas que me dio mi madre en la mañana, se las doy a Paulette, y agrego—: Mi madre te mandó estas. Desea mucho conocerte, ha escuchando muchas cosas de ti, está ansiosa por vernos bailar juntos.
Paulette toma las galletas con un gesto diplomático que me hace sonreír. La siguiente en hablar es Paige, que no puede evitar entrometerse en las cosas de los demás, adora el drama.
—¿Le has hablado de Paulette a tú madre? ¿Qué tanto sabe de ella?
—La recuerda de competencias pasadas y sabe que es muy buena, eso es todo.
—Me siento halagada —contesta Paulette después de un largo rato de no decir nada. Ya ha probado las galletas, así que agrega—: Están deliciosas, mándale mi agradecimiento, por favor.
—Puedes agradecérselo en persona si quieres. Mi madre quiere conocerte —es lo siguiente que dijo. Perla parece atragantarse con su bebida, Paige le acaricia la espalda para ayudarla—. Hacemos cenas todos los viernes y me dijo que te invitara. ¿Vendrás?
—Yo... —Paulette mira a sus dos amigas como esperando su aprobación, y no la culpo porque sé que aunque Perla ha sido bastante permisiva hasta ahora, también es una amiga tanto celosa, y no creo que le agrade mucho la idea de que Paulette vaya a mi casa. Ambas asienten, y ella contesta—: Está bien. Me honra su invitación. No puedo ignorarla o decir que no, además, parece que tú madre es más agradable que tú, tengo ganas de conocerla.
Sonrío, orgulloso. Enseguida suena el timbre anunciando qué el tiempo de descanso ha terminado, así que nos levantamos y vamos a clase. Paige y Perla se separan de nosotros antes que nos demos cuenta, razón por la que Paulette termina caminando a mi lado con ese rostro incómodo suyo que muestra cuando quiere decir algo.
—Lo que sea que tengas que decir —hablo yo porque, al parecer, ella no lo hará—. No te lo guardes. Quiero que siempre seas honesta conmigo.
Se detiene. Tenemos cinco minutos para llegar a clase antes de que nos pongan un retardo. Tiene que apresurarse.
Dios, sí que he cambiado. Ya hasta eso me preocupa.
—Perla y Paige son mis amigas —dice. El silencio que le sigue a eso hace que mi mente se impaciente, más sigue—: Y Perla te quiere. No quiero que se enojen conmigo si se enteran de que nosotros...
—Perla teme perder a los demás, es cierto—contesto—. Pero entiende cuando estoy con otras chicas. No tenemos una relación amorosa.
—Ella querría tenerla —insiste Paulette—. ¿Es qué no ves que no está enamorada de ti?
Esto me hace callar. Me gustaría decir que no lo sabía, y tal vez en parte era así, pero es cierto que sospechaba. Sospechaba que Perla sentía algo más profundo por mí, pero había estado ignorándolo.
—Yo... —carraspeo—. No siento eso por ella.
Paulette parece suavizar la mirada al ver que sus palabras me han tomado de bajada. La verdad es que no puedo evitar sentirme mal, porque sí, lo he intentado. La quiero mucho, demasiado, pero no de esa manera. No quiero engañarme a mí, ni a ella, no quiero hacerle daño.
—Yo nunca he querido dañarla. Aún así, no quiero que eso nos detenga. Paulette, me gustas. No sé que es lo que puede pasar entre nosotros, no sé si quieras discutirlo como alguien maduro, no sé si lo soy. Sólo sé que quiero estar cerca de tí, ¿Entiendes?
Paulette se ha quedado muda. No dice nada, de nuevo, y aprovecho que nos hemos quedado solos para darle un rápido beso en la mejilla que ella recibe con un evidente sonrojo que me hace sonreír. Por Dios, parezco un jovencito puberto, pero me gusta.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top