13.

E A S T

Me gustan mucho las estrellas. Estés donde estés ellas siempre están ahí, iluminándote y recordándote que  hay todo un universo enorme e inexplorado, que el tiempo pasará y todo seguirá igual, pase lo que pase.

Mis padres son científicos, les gusta la lógica y la razón, pero son un poco reticentes a hablar del universo. Saben que hay algo más allá de nosotros, pero en cierto modo les aterra descubrir que sólo son insignificantes si comienzan a observarlo.

Le tienen miedo a no ser nada. Que sus descubrimientos no se reconozcan, que no dejen una huella en el mundo, que toda su vida pase y nadie los recuerde.

Si lo analizo bien, es exactamente por eso por lo que ellos son tan estrictos conmigo. Yo soy su mejor creación, su mejor descubrimiento. Lo que ellos dejarán en el mundo después de que mueran, el futuro de nuestra familia.

Lo entiendo, pero eso no quiere decir que los justifique.

En fin, volveré a lo que iba. Mirar estrellas es un hábito que aprendí cuando conocí a Paulette y a su abuela.

Cada que había una lluvia de estrellas, meteoritos, un fenómeno llamativo o algo por el estilo, ellas estaban ahí para verlo. Pronto, comencé a escaparme con el único propósito de pasar estas tardes maravillosas con ellas. Son recuerdos que aprecio muchísimo.

Hoy no pasa nada nuevo en el cielo, pero Paulette y yo nos reunimos para pensar un poco y meditar antes de que mañana entremos a la escuela. Ver a las estrellas nos hace sentir menos nerviosos, nos recuerda lo insignificantes que somos en este grande universo.

—Vamos a jugar, "¿Qué crees que hubiera pasado si...?" —se le ocurre a Paulette mientras nos recostamos en la azotea. No la puedo ver, pero seguro que está sonriendo en estos momentos.

—Que sean cosas interesantes —respondo, diversión brillando en mi tono de voz—. La última vez...

—Sí, sí, lo sé, yo empiezo... —piensa detenidamente lo que va a decir, porque a ella le encantan este tipo de juegos a pesar de que a veces suele decir cosas un poco tontas y sin sentido—. ¿Qué crees que hubiera pasado sino nos hubiéramos hecho amigos? Ya sabes, que yo hubiera preferido leer en vez de defenderte de los acosadores, que hubiéramos terminado en un grupo distinto en la escuela, algo como eso.

—Mmmh... —medito, en mi mente visualizando un montón de posibilidades— Hubieras tenido una mejor amiga. Una chica como Perla o Paige que te apoyara para no abandonar el baile. Serías más femenina, tendrías el cabello corto, lacio y mucho labial rojo.

Paulette se echa a reír. Como siempre, dejo volar mi imaginación en cuanto a este juego se refiere.

—¿Por qué el cabello corto? —pregunta, divertida—. Digo, entiendo que no tener un amigo del género masculino me hubiera hecho más femenina, ¿Pero mi cabello? Sabes que odio cortarlo.

—Juraste que no lo cortarías —respondo—. Pero eso fue porque un día te dije que se te veía bien y te lo tomaste muy a pecho. Si no fuera tú amigo serías más atrevida, yo no estaría ahí para controlarte.

Paulette se mantiene callada por varios segundos, analizando lo que he dicho. Por un momento me mantengo pensando en lo raro que sería todo sin ella, sin sus locuras o lo familiar que es tenerla siempre a mi lado. Somos una misma persona, como uña y mugre.

—Yo creo que si no me hubieras conocido serías mucho más rebelde. En cierto modo yo te guio para que no te rebeles contra tus padres, así que sin mí serías gótico, tendrías muchos gatos, y te vestirías por completo de negro.

Contengo las ganas de reír, divertido. Paulette tiene demasiada imaginación.

—No me imagino siendo gótico.

—Yo sí, y te verías bien, de hecho —responde. Luego se da vuelta, recargándose en su brazo y teniendo una mejor visión de mí, solo entonces dice—: ¿Estás listo para nuestro primer día en la Academia? ¿Ya preparaste tú monólogo para declarártele a Perla?

—Sí y no —afirmo. Por mi mente pasan los recuerdos de hace varios días, cuando conocí a Perla Ramírez.

Me gusta, lo supe desde el momento en que la vi. Tiene ese tipo de ojos grandes y oscuros que dicen miles de cosas al mismo tiempo, una actitud tímida pero confiada al mismo tiempo, un cuerpo esbelto y largo.

Es inteligente, preciosa, y parece ser una buena persona. ¿Qué más podría pedir?

El problema con todo esto es que me odia. Soy su peor enemigo, ella está obsesionada con el hecho de ser la mejor del país.

Creo que eso es algo que también me gusta de ella, que representa un reto para mí, que es apasionada como nadie más a quien haya conocido, incluso más que Paulette. 

—¿Sí y no qué? —pregunta Paulette en tono sarcástico, es como su toque personal—. Creo que te lo estás tomando demasiado enserio.

—Sí estoy listo, no voy a confesarle a Perla que me gusta.

—¿Por qué? Si te gusta solo debes decírselo.

Paulette es una de las personas más honestas que conozco. Para su desgracia, yo soy más del tipo precavido, que va a lo seguro.

—Me odia en estos momentos —respondo—. No puedo solo decirle que me gusta, ¿Sabes? Ni siquiera la conozco. Además, creo que a ella le gusta Marco.

—¿Marco? ¿Cómo puedes saber eso?

—Por la forma en que lo miraba, en que te miraba.

—¿Y yo qué tengo que ver con eso? —dice, incredulidad brillando en su tono de voz. Como siempre, Paulette es demasiado distraída como para ver lo que sucede a su alrededor.

Por suerte, me tiene a mí.

—Tú y Marco se atrajeron con solo mirarse y ella no parecía feliz con eso. Si estaba enojada conmigo, tú lo llevas a otro nivel.

—No es cierto. No...

—Lo que tienes que hacer sino quieres generar problemas y tener a Paige y Perla como amigas es alejarte de él.

—Tampoco es como que quisiera acercarme —dice.

—Ajá, claro —me burlo. Sé que, aunque le haya advertido a Paulette sobre esto, al final siempre hará lo que sienta mejor, se dejará llevar por sus emociones.

Lo sé porque así es ella y ahora, al final de cuentas, soy el que la conoce mejor que nadie.

—No sé que le ves de bueno a esta escuela —dice mi nana una vez aparca frente a la academia—. Yo la veo bastante común. En Corea si hay buenas escuelas. No importa la ostentosidad, sólo los buenos resultados y el trabajo.

—Desgraciadamente no estamos en Corea —respondo, sabiendo que tengo que escuchar a esta mujer o las cosas se alargarán mucho más—. Tengo que irme, Paulette espera —me detengo, teniendo una idea que puede ser genial— Escucha, nana, sé que quieres cuidarme, pero, en vez de que me traigas tú a la escuela, ¿Podría venir con Paulette caminando? Sería mucho más ecológico, además, sólo tendría que caminar unas cuantas cuadras.

—No —responde secamente, sus ojos rasgados no muestran ni un atisbo de emociones—. Yo te llevaré cuando pueda. Cuando no, haz lo que quieras con esa jovencita. Recuerda, lo mejor es permanecer célibe hasta el matrimonio pero, si tus ansias son demasiadas, procura usar protección.

Ruedo los ojos, pero no respondo nada para intentar quitar esos pensamientos de la mente de mi nana. No tendría sentido.

—Lo tomaré en cuenta —digo al final—. Adiós.

Al entrar a la academia lo primero que noto es que hay muchas personas. Muchos adolescentes, en realidad.

Y no es que en las escuelas no haya muchos adolescentes, sino que todos llaman mi atención. O son muy atléticos, muy altos, muy delgados y con cuerpos perfectos, o se nota su gusto por el arte, hablo de personas con instrumentos, que anda cantando por las jardineras y haciendo conciertos improvisados.

Luego están los que son como yo, eruditos. ¿Cómo los distingo? Pues porque no tienen nada de lo que mencioné anteriormente más que, o un porte muy extraño de superioridad por creerse muy inteligentes, o la cabeza baja por sentirse intimidados ante todos los que no son ellos.

—¡Hola! —Paulette llega hasta mí con un ánimo que no reconozco, enseguida lanzándose a mis brazos como una adolescente loca— Hace mucho que no nos veíamos.

Entrecierro los ojos, confundido. Paulette nunca se comporta así, es más el tipo de chica un poco tosca para dar afecto, pero su carisma hace mucho para ocultarlo de los demás.

—¿Qué rayos te está pasando? —pregunto, ella se separa de mí, como advirtiéndome que no haga algún movimiento en falso, luego se acerca a mí, y susurra:

—Marco está por allí atrás, y no quiero parecer enfadada.

—¿Qué hizo para que estés enfadada? —preguntó, divertido. No creí que esa fuera su forma de proceder con ella, más bien creí que querría tener sexo sin compromiso o algo por el estilo, para luego formalizarlo porque ambos se enamorarían.

—En la mañana él... —contiene la respiración, furiosa—. Dejó mi bolso en mí habitación.

—¿Y eso es importante porqué?

—¡Lo estuvo revisando! Quiero decir... —vuelve a fingir que está calmada— Sacó mis cosas, las dejó todas revueltas, dejó notas sobre lo que era gracioso, y leyó mi diario.

—¿Todo?

—Lo importante —Paulette se lleva las manos al cabello, signó de que está muy nerviosa—. Ya sabía que Sebastián y yo habíamos tenido algo antes, pero ahora tiene detalles y no deja de molestarme con eso.

—¿Pero te ha amenazado con contarlo a alguien más?

—No —Marco aparece en escena, la sonrisa en su rostro es amplia, tanto como para que me dé mucha risa esta situación—. No soy ese tipo de persona.
Paulette rueda los ojos, la sonrisa de Marco se ensancha.

—No tenías derecho. Lo que hiciste fue estúpido.

—Guardé tú bolso y te lo regresé, fui muy amable —dice. Evito reír, porque sé que Paulette me mataría, cuando veo a Perla llegar y posicionarse detrás de él.

Se ve tan linda como la última vez que la vi. Las pecas de su cara son tiernas, resaltan, y su cabello rizado es verdaderamente perfecto.

—¿No tienes calor? —pregunto sin poder evitarlo al ver el grueso suéter que usa—. Todavía estamos en verano, hace calor, aun cuando esté fresco.

—Perla puede vestirse como se le hinche la gana —viene Marco a interrumpir, lo que me hace pensar que puede que Perla esté ocultando algo—. ¿Te importa?

Perla parece agradecida porque Marco haya intervenido en mi intento de hablar. Mis sospechas se hacen más intensas, aunque también me siento un poco decepcionado y triste. Ella cree que soy un monstruo. Eso es un completo desastre.

—Sólo estaba haciendo un comentario sobre el clima —digo. Él entrecierra los ojos, yo sigo—: Voy a ir a mi clase, muchas gracias por ser tan amables en mi primer día.

—De nada —me devuelve Marco. No digo nada y me marcho.

Me esfuerzo por ocultar mis emociones, mi decepción palpable, aunque sé que esto tiene mucho sentido. Él siempre ha sido su protector. Perla es frágil, linda, y sensible, por lo que necesita a alguien que la cuide.

Al parecer Marco no es tan malo como parece.

—¡Espera! —Paulette viene detrás de mí, me detiene para hablar antes de que entre a su primera clase— Lo siento. No debí de haber creado ese ambiente tan molesto, ahora Perla no querrá salir contigo.

—Yo haré que salga conmigo —digo—, pero, por ahora, me odia. No puedo detener esos sentimientos, sólo puedo modificarlos.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top