11.
M A R C O
Odio los amaneceres. Me gusta la oscuridad, la fría noche, las estrellas y su forma de saludarme, me encanta la luna.
En cambio, el amanecer significa muchas cosas. Un nuevo día, más cosas que tratar, familia con la que lidiar.
Aparte, y para hacerlo todo peor, este día es todavía más importante porque hoy sabré lo que será de todo mi año escolar.
No sé si lograré entrar en la academia. Antes creía que lo tenía asegurado, pero ahora ya no estoy tan seguro.
Todo comenzó hace exactamente una semana. Era sábado, como hoy.
Era casi medio día y seguía durmiendo. Siempre que no tengo escuela duermo hasta tarde, eso es un hecho.
Para el colmo, el día anterior había salido a la fiesta de un antiguo amigo y no había regresado hasta ya muy tarde. Quiero decir, es bastante comprensible que quisiera descansar muchísimo tiempo, ¿No?
Pero a nadie le importa el bienestar de Marco, eso es un hecho. Estaba soñando que era un gran artista, que bailaba y cantaba y las chicas gritaban mi nombre cuando mi madre entró a mi habitación, —sin permiso, claro—, y me destapó de mis cobertores sin alguna razón aparente.
Gouldberg es una ciudad fría, no tenemos un calentador de temperatura, —como sea que se llame—, y eso era lo único que me protegía de congelarme.
—¿Qué te pasa? —pregunté, deseando haberme dormido con algo más que ropa interior.
—¡Arriba dormilón blandengue!—respondió. Enseguida me pasó un suéter y dejó que me levantara para buscar toda la ropa que me faltaba. Claro que, mientras tanto, me iba explicando el motivo por el que me despertó tan temprano.
Al menos ya era un avance que volviera a hablarme. Antes de salir de clases el instituto le había llamado para decirle que no me querían más para el año que viene. Algo sobre que soy demasiado problemático, genero demasiadas peleas e incito a rumores innecesarios. Era una estupidez, pero un tanto cierto. No me había hablado desde entonces, pero en ese momento estaba en mí habitación, me había pasado un suéter y había sido levemente amable.
Resulta que mi madre se había enterado de que un nuevo director estaba en la academia, que sabía que no me conocía y que la academia necesitaba mejores bailarines para el año siguiente con eso de que no tendrían patrocinadores sino les demostraba que podían ganar las nacionales.
No tengo idea alguna de como mi madre se enteró de eso, pero lo hizo y, si quería permanecer vivo, no debía de cuestionarle nada.
El punto es que le habló al director, le dijo que yo quería una segunda oportunidad, que había cambiado y no sé que otras cosas. Le preguntó si podía hacer la audición para el último año, a lo que él respondió:
—Sí, claro que puede hacerla, y tiene muchas posibilidades porque este año necesitamos a lo mejor de lo mejor. La pregunta es, ¿Él realmente está comprometido a esto? Quiero ver que ha mejorado.
Y ahí les viene esto. He entrenado y mejorado, pero no específicamente en ballet, en lo clásico. No sé si dé la talla para entrar, ni siquiera sé si quiero entrar. Lo único que sé es que nadie me quiere más que mi madre. Ella se ha esforzado mucho y si quiere que vuelva a entrar a la academia porque es lo mejor para mi futuro, lo haré. Da lo mismo lo mucho que me duela, moleste e irrite volver a ese lugar.
Por eso mismo hice la audición, me metí a esa academia de nuevo y me arriesgué, fuera lo que fuera. Creí que entraría, por como dijo mi madre que el director habló de mí, de que necesitaban buenos bailarines, la seguridad me llenó al cien por ciento.
O al menos estaba seguro de entrar hasta que llegué ahí y vi a Paulette bailar. Ella es magnífica, es la mejor del país por una sola razón. Ella ganará un lugar en la academia con facilidad, lugar que se supone era para mí, lugar que me catapultaría a la fama en un futuro próximo.
Entrar a la Academia Charlton en el último año es una cosa grande. Los chicos de último año tienen atención, competencias, presentaciones e invitaciones a eventos de lujo. Si eres de lo mejor de lo mejor, incluso puede que la compañía nacional te elija, si eres el mejor y hasta tienes algo más, algo nuevo y diferente, puede que una compañía internacional te note. Compañías como las de Londres, Estados Unidos, incluso Rusia. La academia tiene esa capacidad, esa fama.
O, al menos, creía que la tenía. No quiero creerlo, pero si en la academia necesitan buenos bailarines y están tan necesitados por talento como el mío, —que, aunque soy bueno bailando, suelo ser bastante problemático—, creo que están bastante mal.
Sea como sea, hoy es el día en que todo se resolverá, en que sabré estoy dentro o no.
—Ya debería de haber salido —farfulla mi madre con preocupación mientras vuelve a cargar la página de la academia esperando que salgan los resultados—. Quiero saber si lo lograste, estar segura de que...
—Dijeron que saldrían a las doce —digo, por fuera finjo que no me interesa saberlos, pero por dentro estoy muerto de nervios—. Tienes que tranquilizarte, porque puede que hasta tarden más en subirlos a la red.
Mamá rueda los ojos, irritada. Pasa las manos por su canoso cabello pelirrojo en gesto nervioso, enseguida volviendo a presionar un montón de botones en nuestra laptop como si eso fuera a funcionar.
—¡Vualá! —dice enseguida, un montón de números aparecen en la pantalla, lo que sigue sin tener sentido—. ¡Aquí dice que tienes que ingresar el folio de tú ficha de admisión y entonces la página automáticamente te dirá si entraste! ¡Ándale, traélo!
Mí madre es el tipo de mujer que te intimida con una sola mirada. Puede ser elegante, grosera, amable, todo de una forma súper expresiva.
Al ver la emoción en su rostro me olvido de que estoy fingiendo que la academia no me interesa y corro rápidamente a mi habitación y tomo el folio de mi escritorio. Una vez he vuelto, mamá lo escribe y revela si he entrado o no.
Para este momento ya no puedo ni siquiera abrir los ojos por la incertidumbre. Ahora ya no quiero saberlo.
Como sea, mi madre suelta una exclamación, no creyendo que esto está sucediendo. No está triste, no está quejándose o maldiciendo al director, lo que quiere decir que lo logré. Estoy de vuelta.
No sé porque quería entrar a la academia, creo que había perdido la cabeza. Ahora mamá está sobre mí como si de eso dependiera su vida.
Esta mañana me llevó a comprar ropa y un montón de materiales para la escuela. Estuvimos todo el día por el centro de la ciudad, me hizo caminar buscando todo lo que necesitábamos y, para el colmo, me prohibió por completo volver a salir de la casa.
No niego que el que salga de fiesta sea un mal hábito. Mi condición física decae, suelo tener unas ojeras muy feas y unas ganas de dormir que me quitan la mayor parte de mi día.
Y tampoco es como es como que salir sea realmente divertido.
Me gusta salir porque puedo bailar y tomar, me gusta bailar y tomar porque puedo olvidar todas esas sombras que, aunque nadie puede ver, están detrás de mí, como gruesas cadenas.
—Ve a bañarte —dice mamá para sacarme de mis pensamientos. Ruedo los ojos, ella sigue hablando—: Hueles muy mal, estás todo sudado y el olor llena toda la sala de estar.
Mamá pone las manos en sus caderas, señalando a mi habitación, y no tengo más opción que apagar la televisión, —de por sí no la estaba viendo—, e irme a bañar.
Oigo las risas enseguida que salgo de la ducha. Son femeninas, tratan de silenciarse a sí mismas, de donde sea que vengan.
Generalmente salgo sin nada a vestirme, pero esta vez prefiero tomar una toalla para que quien sea que esté de espión no me vea como Dios me trajo al mundo.
Camino con lentitud, un paso delante del otro mientras finjo que no estoy oyendo nada. El balcón de mi habitación es alto, lo suficiente como para que la persona que me está observando pueda ocultarse.
Las risas siguen. Tomo una toalla más pequeña, seco mi cabello negro y me acerco hasta que llego al final de la ventana de mi cuarto que puede abrirse para salir al balcón de al lado.
Sólo entonces las risas se detienen. Parece que quien sea que me está observando está conteniendo la respiración, cosa que hace que esté a punto de carcajearme por lo ridículo que es esto.
Me recargo en la ventana, me tambaleo como si el viento fuera a llevarme o algo así. Entonces, y sólo entonces, veo a las susodichas.
Se trata de Paige, Perla, y, aunque no lo crea, Paulette. Esta última tiene una mirada intensa que llama mi atención al instante y que no, no puedo ignorar.
—¿Por qué están espiándome? ¿Tanto querían verme desnudo? —llevo la mano a mi toalla, simulando que estoy a punto de quitármela— Porque si eso quieren puedo...
Paige se levanta sin un poco de pudor, pone su mano sobre la mía, y dice:
—Ni lo pienses, que estoy siendo buena y si llegas a mostrar más de lo que quiero ver no tendré ni un poco de compasión contigo nunca más.
—Como sea —respondo. Ella parece relajarse, luego mira hacia Perla y Paulette y les indica que se acerquen.
—Estábamos buscándote porque... —Perla parece muy compungida, pero las chicas la miran de tal forma que parece que no tuviera otra opción que hablar— Quiero saber si entraste, no hemos hablado desde el miércoles.
Sí, fue desde el miércoles, desde el día de la audición. Me siento un tanto tonto por no haber hablado con Perla, haberle preguntado si ella entró o algo por el estilo.
Miro a las otras chicas. Paige parece aburrida, está cruzada de brazos y tiene sus ojos verdes oscuros puestos en la ventana como sino viera el momento para irse, mientras que Paulette me mira fijamente, analizando cada uno de mis movimientos. Noto que mira mi musculatura, lo que hace que los pelos de mi nuca se ericen por la tensión.
Ella es atractiva. Su cabello rojo es llamativo, sí, sus ojos verdes destacan y tiene unos labios bonitos también, pero tiene que ver más con la soltura que tiene. Ella no sólo está aquí, parada en mí habitación, sino que parece estar flotando en el aire o algo parecido. Es su presencia, su forma de andar, de moverse. Puedo leer el baile dentro de ella, esas horas de ensayo, ese esfuerzo que, con muchísimas horas y dedicación, la ha hecho lo que es, la mejor de todas.
—Lo siento —vuelvo mi vista a Perla, me siento estúpido por perder mi atención de ella—. Sí, entré, solo que estuve un poco ocupado como para hablarte. Mi madre me tiene loco.
—Una madre sobreprotectora —se burla Paulette—, que cosa tan linda. Son esos... ¿Suspensorios nuevos?
Los cinturones de baile, o suspensorios, son una especie de tanga que los hombres usamos para bailar debajo de los trajes de baile. Suelto un gruñido al momento que me acerco y se los arrebato de las manos. Hay una especie de tensión entre nosotros, en especial cuando me mira de esa forma tan retadora que hace que quiera alejarme y acercarme al mismo tiempo a ella.
—Maldita sea —gruño—. Deja de estar de mirona. No sé que hacen ustedes aquí, si se supone que Perla es la única que es mi amiga.
—Pues claro que sí, sólo ella te tolera —dice Paige, que ya incluso se ha acostado en mí cama como la invasora experta que es—. Como sea, no estamos aquí por eso. Las cosas están así, y verás, yo creí que no iba a entrar, pero entré, y si yo entré, eso quiere decir que seguro tú también.
—Entonces... —Paulette sigue su relato, su rostro tiene un aire malicioso que no me da buena espina— Paige dijo que debíamos de festejar el gran logro que hemos tenido. ¡La noche es joven y la ciudad espera!
—Además... —Perla es tan insegura que su voz suena mucho más delicada y sencilla que las de Paulette y Paige— Paulette no ha conocido la ciudad, así que la llevaremos a ella y a East a nuestro lugar favorito. ¿Vienes?
Debería decir no. No se supone que tenga permiso, mi madre no dejará que salga aunque sea lo último que haga. Seguro ellas lo saben, porque Paige es lo suficientemente segura como para hablar con ella sin reparos pero, aun así, decidieron venir a verme a escondidas.
Ellas me miran con expectación, sus ojos reflejan lo que la noche puede traer para mí. En Paige veo diversión, en Paulette misterio y en Perla consuelo.
—Está bien —digo—. Iré con ustedes.
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