08.
S E B A S T I Á N
—Este año ha sido fantástico para tí, Sebastián —dice la profesora Mayers, de ciencias químicas, mientras aprieta uno de mis hombros con cariño.
—Muchas gracias profesora —respondo mientras la sonrisa que mamá me enseñó muy bien. Es la sonrisa de las presentaciones, se supone que debo de estar feliz por mi estupendo desempeño de hoy.
—Eso es cierto —concuerda el profesor Mikkelsen, que parece estar demasiado satisfecho por mi actuación de hoy—. Tú actuación en este festival de fin de año ha sido maravillosa. Mi hija, Marti ha decidido traerte este regalo, aunque es bastante tímida como para dártelo.
Recibo las flores que sostiene y voy directamente hasta el otro lado del auditorio, donde Layla también recibe un montón de halagos de todos aquellos que han visto nuestro musical. Al verme sus ojos se iluminan, hay una vivacidad que me encanta y que ha sido uno de los motivos por los que me ha gustado.
Los demás me abren paso, siempre espectantes a lo que podría estar sucediendo entre ella y yo.
Somos famosos en la Academia Charlton. Todos saben de nosotros, nos ven en recitales, festivales y cualquiera de las actividades de la escuela porque siempre estamos en ellas.
Desde que Layla y yo nos peleamos y regresamos el verano pasado las cosas se han vuelto mmenos privadas día a día, como si de repente más personas centraran su vista en nosotros.
—Felicidades —dice ella una vez la alcanzo—. Bailaste igual de bien que siempre.
—Y tú cantaste igual de bien que siempre —la felicito también. La rodeo de la cintura con la disposición de marcharnos, pero nos detiene Mariela, mi vecina y la ama de casa de la familia Higarelli.
—¡Vaya! —exclama, emocionada—. Estuviste genial, como siempre. Ya quisiera ver a mi Marco igual de parcitipativo, él está...
—Lo sé —la interrumpo, apretando los labios por la incomodidad de esta escena—. Lo conozco y espero que pronto regrese al buen camino.
—Eres un chico tan bueno... — señala con emotividad, no puedo más que sentir pena por el horrible y rebelde hijo que tiene—, tú padre debe de estar orgulloso de tí. ¡¿Pero por qué sigo molestándote?! Los dejaré a tí y a Layla tranquilos.
—Nos vemos pronto —me despido, ella asiente, toma de la mano al pequeño niño que estaba a su lado y va directamente a la salida.
Layla, de quién ya había olvidado estaba a mi lado, dice:
—Pobre mujer, le tocó el peor hijo del mundo. Marco es un vil demonio, descarado y creído. Nunca querría tener un hijo como él.
—Marco no es tan mal tipo — respondo, tratando de no oírme forzado.
La verdad es que Marco si es un mal tipo. Tal vez en un tiempo trató de fingir que le importaba el baile, pero no lo soportó y terminó siendo expulsado casi al final del semestre pasado, solo en nuestro segundo año.
Layla sonríe, un rastro de sonrisa formándose en su rostro.
—¡Já! —se burla, llamando la atención de varios a nuestro alrededor por su, como siempre, mucha confianza y llamativa forma de ser—. Ha causado un montón de problemas, problemas en los que tú te viste implicado, ¿Y lo justificas?
—Todos merecemos el beneficio de la duda —me expreso, divertido—. Y tú no eres una blanca rosa, que yo recuerde.
Ella suelta una de esas sonrisas que tanto me gustan al oír mi comentario. Corta, sencilla, pero linda y nada forzada. Auténtica.
Seguimos platicando sobre nuestro día, nuestro desempeño en el festival de invierno y en el año hasta llegar a mi auto, donde mis padres esperan con caras muy largas en sus rostros.
Tal como siempre.
—Hasta mañana —me despide Layla, acercándose para darme un beso en la mejilla.
—¡Sube al auto! —grita mi padre, exasperado. Ruedo los ojos, como siempre harto de su comportamiento autoritario y cerrado, pero, aun así, abro la puerta y entro al auto, obedeciendo sus mandatos enseguida porque sé que sino lo hago se enfurecerá y no habrá forma de tranquilizarlo.
—Adiós —me despido, sin ánimo alguno. Es difícil esconder el enojo que siento cada vez que mi papá se comporta como un ogro, lo qué es siempre que estoy con él.
Layla parece enfurecida basándose en el color rojo de sus mejillas, pero no dice nada más y me despide con un corto movimiento de manos.
No hablamos camino a casa.
No hablamos al llegar.
Tampoco durante la cena.
En vez de eso, una vez hemos terminado de comer, limpiado la mesa y los trastos, todos nos reunimos en la sala de estar.
Sé que hoy fue un día importante, fue el festival de fin de año, lo que quiere decir que le dí a mí padre una probada de lo que será mi desempeño general para mañana, el día de las nacionales.
—Hoy estuviste excelente. —rompe mamá el silencio, su voz tan cálida como siempre— Has mejorado tus saltos y extensiones, creo que puedes ganar mañana.
Como siempre, mamá logra reconfortarme de una forma maravillosa, como nadie más en el mundo.
Pero sé que este sentimiento de tranquilidad, esperanza y amor no durará mucho tiempo.
—Santo cielo Corinne, no sabes de lo que hablas —dice papá, no tiene ni un rastro de esperanza hacia mí, incluso ya ha sacado a Kali, (su libreta de anotaciones), sus lentes y su puntero de la suerte, entrando en el terreno en el que él es experto, la danza.
Pero no es como que mamá no lo sea. Ella sólo aprieta los labios, sin responder porque sabe que no servirá de nada, pero en su mente seguro considerando la idea de hacerlo. No en balde fue bailarina en la compañía nacional tres años, no en balde ha vivido toda su vida en el negocio.
Pero obviamente mi padre no ve eso.
»Tal vez ahora des saltos más altos —sigue mi papá, dice esto viéndome fijamente—, pero sigues siendo igual de tosco. ¡Ya quiero ver el día en que por fin sientas y transmitas algo!
—He trabajado mucho en mi expresión y sentimientos — respondo sin mirarlo a los ojos—. No te decepcionaré mañana.
—Tú siempre me decepcionas — dice frunciendo su ceño hacia mí, esos ojos grises que heredé me taladran de forma brusca, como siempre.
Él empieza a hablarme de todo lo que he hecho hoy, detallando cada uno de mis errores, incluso hablamos de los que no asistieron al festival.
—Noté que Marco no participó —dice. No me gusta oír ese nombre más de una vez en el día. No me gusta Marco, debo aclarar.
—Lo expulsaron —respondo, sintiendo que un nudo se forma en mi garganta al recordar lo que hizo para salir de la Academia.
De hecho, el odio por Marco es parte de toda mi familia. No nos agrada porque no es como nosotros, no nos gusta cómo es, ni sus motivaciones.
Dejen que me explique, todo comenzó el primer día que nos conocimos, cuando hicimos la audición para entrar a Charlton.
Marco era mucho mejor de lo que es ahora, apenas acababa de entrar al mundo del baile y parecía ser una persona amable y atenta.
Todo fue un engaño.
Su falta de habilidades...
Engaño.
El que fuera sumiso e inocente...
Engaño.
Poco a poco comenzó a tomar protagonismo frente a todos, a volverse más y más talentoso.
No perdió mi aprecio por eso. Perdió mi aprecio por la poca estima que tiene hacia el baile. Se le da, es cierto, pero no lo quiere tanto como yo. Es tramposo, grosero, y degrada a quien sea necesario con tal de conseguir sus objetivos.
Mi padre no odia a Marco por esto, sino porque es mi más grande rival. El que tiene el talento para derrotarme una y otra vez. El talento natural. Me derrotó el año pasado, y sino fuera porque dejó el baile también me derrotaría este año.
—Lo expulsaron —respondo, sin más. Tengo que admitir que es bueno que no esté por ahí causando molestias—. No tenemos que preocuparnos por él.
— ¿Cuándo sucedió esto? —pregunta, con sorpresa. Respondo lo más bajo posible:
—Al comienzo del semestre.
—¡Y no me habías dicho! —exclama, molesto, pero no tanto como otras veces, sino que, a la vez, feliz—. Esto modificará nuestros planes, él es tú rival más fuerte por su talento natural. Ahora tienes muchas más posibilidades.
Tengo todo un sistema en cuanto a competencias. Me levanto exactamente a la seis de la mañana, corro hasta las siete. Desayuno, mi padre revisa mi baile por última vez, afinándolo hasta que quede excelso.
Después nos encontramos con mi equipo de baile en la competencia, porque todos vamos en el mismo autobús directamente a la capital.
El camino es divertido para los "artistas", (los más liberales y sentimentales del equipo), por ejemplo, Paige Dalton, que no parece haberse cambiado desde ayer, tiene grandes ojeras y de la que sus risas se oyen desde el fondo hasta el frente del autobús, mientras que mis padres y yo escuchamos música relajante e intentamos ir cómodos con nuestros almoadones de viaje.
A parte de mis padres, mi tía abuela, Cecilia, viene también siempre con nosotros a las competencias. Tengo toda una gran familia de parte de mi padre, pero ella es la única a la que le interesa que baile.
De parte de la familia de mamá su familia la desheredó después de que se casó con mi padre, (algo completamente creíble), la razón por la que no creo que siquiera supieran de mí existencia.
Una vez llegamos a Piegant, la capital, el autobús se detiene junto al hotel donde se hará la competencia.
Mi familia y yo nos registramos, pedimos nuestros tickets de entrada al espectáculo y, después de llegar a nuestra suite, pedimos algo de comer.
No comemos con el equipo aunque mi maestra, Pavlova, organiza cenas todas las competencias. Sólo comemos como siempre, en silencio.
La competencia tiene dos fases. Una hoy, otra mañana. Hoy todos los que vienen a competir se presentan y se eligen a las mejores veinte presentaciones por categoría, las personas que se presentarán mañana, el sábado.
Mañana será la competencia final y, afortunadamente, mi equipo con todas sus presentaciones ha pasado a la fase dos de mañana.
Y, al final, la gran sorpresa del año no es que hayamos pasado a la siguiente fase con todas nuestras presentaciones, ni que Marco no esté aquí para ganar, sino que, en realidad, es que la fase final por solistas será mixta, en vez de la forma tradicional, femenil y varonil.
Mi padre está furioso. Este anuncio baja aun más mis posibilidades. El año pasado las competencias se hicieron de la misma forma, aunque se suponía que este año todo volvería a la normalidad.
No quiere que quede de nuevo en tercer lugar.
—Dos de ellos te pueden ganar porque suelen hacer movimientos de mayor dificultad —dice, el ceño y labios fruncidos por la concentración—. Pero esa chica, Paulette Parisi, ella es el rival a vencer.
Después de decir esto me deja solo, alcanzaré a mi familia en la suite después de cambiarme. Es difícil concentrarme teniendo el recuerdo de lo que sucedió el año pasado con ella firmemente en mi mente, pero lo hago y, también, ignoro todas las miradas que hay sobre mí y salgo tratando de mentalizar mi mente hacia un punto tranquilo. Es difícil cuando me encuentro con una de las escenas más inesperadas del día.
Se trata de Layla, mi novia, hablando con Paulette en el living como si se conocieran desde siempre.
La mencionada centra su vista en mí, al instante su rostro se torna incómodo, como si hubiera descubierto un secreto que ella no quería compartirme. De todos modos viene hacia mí sin un rastro de remordimiento.
—Hola —me saluda.
—Hola —respondo, tratando de ocultar lo nervioso que me siento—. No sabía que conocieras a alguien más aquí aparte de mí. ¿Y Paulette Parisi? ¿Es una broma?
En respuesta, Layla baja la mirada y aprieta los labios.
—Paulette es mi prima —confiesa.
—¿Cómo?
—Es mi prima, la hija de mi tía fallecida, Pamela. Vivía con su abuela, pero ella murió hace como un mes y ahora mi tía es su tutora legal y por eso tiene que quedarse con nosotros.
—¿Y por qué nunca me hablaste de ella? —pregunto, confundido. Mi vista cae en Paulette y Charlotte, que hablan a unos metros de nosotros. Hay otro chico con ellas, me imagino que es amigo de Paulette por la familiaridad entre sus miradas.
Es difícil para mí juntar dos mundos tan diferentes. Paulette es parte de mi vida en el baile, la he visto competir desde que tengo memoria. Por su parte, llevo ya casi dos años siendo novio de Layla y me cuesta asumir que, sino hubiera sido por el consejo de Paulette el verano pasado, seguramente no hubiéramos regresado.
—Yo... —duda, entrecierro los ojos— Es muy vergonzoso, en realidad.
Nada de esto tiene sentido. Layla nunca me habló de sus familiares, ha sido muy clara con que no habla con la familia de su padre, pero no ha dicho nada de Charlotte y su familia. Algunas veces ha venido a mis competencias, pero nunca me había hablado de Paulette, su prima huérfana a la que, de haberla conocido, no pa hubiera besado el verano pasado.
—¿Qué tiene de vergonzoso? — pregunto, sin más.
—Bueno, es que hablar de ella me pone bastante triste. Su historia, su vida. Es bastante triste, ¿Sabes? Perdió a sus padres muy joven, lo que le hizo obsesionarse con el baile para olvidarlo, meses después también tuvo problemas alimenticios, sin mencionar que...
—No digas más, son cosas privadas —interrumpo, ella me mira con sus grandes ojos castaños, tienen tanta emoción que siento realmente el amor que tiene por su prima— No peleemos por algo sin sentido.
—Yo también te quiero — responde—. Vamos, voy a presentártela.
—No es necesa...
—No seas tímido —me anima, jalándome del brazo. Vamos hasta ellas, que alzan la mirada al notar mi proximidad.
—Bueno, prima, te presento a mi novio, Sebastián. Sebastián, mi prima Paulette.
—Mucho gusto —respondo, estirando mi mano para estrechar la suya.
—Es bueno conocerte —dice, siguiéndome la corriente. Hay algo diferente en ella, se ve mucho más triste—, este es East, mi mejor amigo.
Mi vista cae en el chico a su lado, alto, asiático y que me mira levemente curioso. Debe saber también lo que sucedió.
—East Wong —se presenta, también estrechando su mano con la mía. Ahora ya no queda en duda el hecho de que sepa o no que Paulette y yo tuvimos algo. Sé que lo sabe, lo leo por la forma en que me mira.
Y, siendo igual de pacífica que la vez que nos vimos el año pasado, Paulette viene al rescate diciendo:
—Mañana será un día muy importante y ocupado, espero que eso justifique que los dejemos solos tan temprano. De todos modos, tendremos mucho tiempo para actualizarnos ahora que viviré con ustedes.
—No te preocupes, ve con cuidado —la despide Charlotte.
He perdido la competencia.
Creo que lo que más me sorprende es que desde el principio sabía que las cosas terminarían así.
Lo supe desde hace esta tarde, en realidad.
Y es que Paulette baila de forma exquisita. Siente lo que baila, es perfeccionista en cada uno de sus movimientos, tiene las líneas perfectas, como una bailarina tiene que ser.
Su coreografía, guiada por el piano en vivo, demostró lo doloroso y melancólico que puede ser el amor.
—Sebastián —me impulsa Paige, incluso más emocionada que yo mismo—. Pasa adelante, ¡Ganaste!
Gané el segundo lugar.
El segundo lugar es el primer perdedor, todos lo saben.
Aun así, me levanto y recibo mi premio, un trofeo de tamaño mediano y un pequeño cheque con dinero. Forzo la sonrisa más grande que puedo forzar, ignorando la enfurecida mirada de mi padre, que cruza los brazos y gruñe furioso desde los primeros lugares del público.
Después de eso, voy y me siento de nuevo con mi grupo. No nos fue mal este año, quedamos en tercer lugar por grupos, en segundo en dúos y, ahora, en segundo por solistas.
La compañía de Paulette quedó en primera en todo. Y, ahora que llamen a Paulette para ser la ganadora absoluta, consolidarán su actuación perfecta.
Tendré que aceptarlo. Este es mi segundo año, el próximo será el último y tendré que ganar por mí, no por ellos o por mi padre.
Sólo por mí.
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