Capítulo 6
Veo a Thomas moverse con inseguridad, mientras mira a su alrededor. No está concentrado, y lo noto al instante. Se pierde en algo demasiado básico, así que detengo la música.
—¿Qué pasa? —pregunto, enarcando una ceja.
—¿La gente baila en las plazas? Siento que todo el mundo nos está viendo.
—Ahora nadie lo está haciendo, pero algunos chicos suelen pasar así las tardes. Otros por presumir, pero si, es normal. No seas tímido, rubio.
Lo veo sonreírme, y luego habla:—Me gusta que me llames así. Yo te diré... —Cuando veo que comienza a pensar algo, lo detengo.
—Hey, detente ahí. No te tomes tanta confianza, apenas nos conocemos. —Si, lo de ser antipática se me da bastante bien.
—Vamos, no seas así. Si me llamas así yo tengo derecho a buscarte uno —replica, mientras veo que vuelve a pensar—. Serás Flofy.
—Tienes que estar bromeando. Eso parece de perro.
Se ríe, y suspira de forma sonora.
—Esta bien, está bien. Buscaré uno y luego te llamaré así. Sigamos con lo nuestro. —Finge volver a concentrarse, y vuelvo a poner la música.
Realiza el nuevo paso e incluso improvisa otro, cambiando la dirección de sus pies, pero siguiendo la misma regla. Me quedo conforme con mi nuevo alumno. Cuando detengo la el tema, hago un leve aplauso y él también se encuentra satisfecho.
—Has aprendido a moverte. Ahora con eso puedes comenzar a agregar pasos más específicos. Pero no estás nada mal.
Quizás lo he alabado demasiado, porque me brinda una sonrisa socarrona.
—Muéstrame más.
...
Nos pasamos bastante rato en la cosa. Thom se frustra en algunas ocasiones, pero no se rinde, y poco a poco, comienza a seguir el ritmo de su cabeza. Se mueve bien, tiene actitud, y eso es lo más importante. Para bailar bien esto, todas tus extremidades deben guiarse. Desde tu pies hasta tu rostro. El chico tiene futuro.
Bebemos un poco de agua, sentados en el mismo banco de antes, y agradezco que el día sea frío, porque ya tendría calor. Odio transpirar, por eso me gusta el invierno. Y creo que también el café caliente casi hirviendo.
—Hace mucho no me movía tanto. Seguro que mañana me va a doler todo —dice, estirándose y recostando su espalda en el respaldo—. ¿Hace cuánto enseñas?
—Bueno, creo que desde los quince. Mi madre no me dejaba desde antes, sino lo hubiera hecho. Ya sabes, creía que era trabajo infantil y que sé yo.
—¿Y no lo era? —pregunta con ironía, a lo que ruedo los ojos.
—Para mi pasaba por otra parte. Me encanta bailar, y es una manera de poder hacerlo todo el tiempo. Además, no había profesoras que enseñaran a un precio accesible, para los niños que no tenían recursos. De hecho, hay dos que no me dan la cuota, y son los mejores de la clase —explico. Él me está mirando y sus ojos azules me examinan todo el tiempo.
—Eso es genial de tu parte. Seguro los padres te están muy agradecidos.
—La madre de Madison me lleva siempre que puede unas deliciosas galletas de banana. Sin embargo, Will no tiene el privilegio de tenerlos presentes. Simplemente lo dejan para que se las arregle solo, así que ni deben saber que baila. Me alegra que venga, porque no desperdicia su tiempo como la mayoría de su edad.
Lo veo fruncir el ceño y entonces me pregunta:—¿Qué hacen?
Chasqueo la lengua, antes de decir:—Pandillas, droga, robos. Los más grandes los usan para conseguir cosas, es una mier**. Los niños tienen más valentía, aunque no lo parezca. Quieren sentir que tienen amigos, que alguien los apoya. Ellos les dan su compañía a cambio de hacer cosas que no podrían, como meterse en ciertos lugares, o cosas así. Es un asco, y por suerte mi pequeño Will, por ahora, está a salvo de eso. —Suspiro y cierro mis ojos por un segundo—. Ojalá pudiera hacer algo, sacar a todos esos inocentes de las calles. En serio, no te das idea de lo despreciable que puede ser el humano hasta que ves estas cosas.
Me descubro hablándole de cosas profundas y me pregunto que me llevo a eso. Quizás es que en serio siento que me estaba escuchando. El tener su contacto visual, su atención en mi, me dejó expresarme. Y la verdad es que se sintió bien. Hablar con alguien que al parecer, pudiera entender como son las cosas. Sasha prefiere ignorar su alrededor, para no deprimirse. Mi madre no quiere escuchar nada porque comienza a llorar y se pone demasiado sentimental. De hecho, yo preferí no decirle nada para evitar su depresión.
El rubio cierra los ojos y recuesta su cabeza hacia atrás, como si fuera a dormirse. Siento el frío y noto que poco a poco empieza a oscurecer.
—Las cosas son diferentes aquí. Creo que todavía no me acostumbro a todo, sabes. —Él abre sus ojos y gira su cabeza hacia mi—. Eres una buena chica, Pey. Me alegro de haber encontrado alguien que no me juzgue. Aclaro, no digo que todos sean así, pero nadie tuvo el valor de mostrarse conmigo ante los demás.
—Creo que deberíamos demostrar que somos seres inteligentes y que estamos en el siglo veintiuno. Ojalá pudieran todos pensar así, es algo tan básico —hablo. Aprovecho el silencio que le sigue a mi frase para cortar con nuestro encuentro. La noche se nos viene y no quiero regresar a oscuras, y menos él, así que digo:—Deberíamos irnos. Es peligroso volver de noche.
Lo veo asentir y ambos nos levantamos. Nos miramos y creo que ninguno de los dos sabe que decir. Él pone su mano y ambos hacemos el saludo de choque y puño. De repente, me pregunto dónde vivirá. Yo estoy como a unas seis cuadras de casa, así que no tardaré más de diez minutos a paso rápido.
—Inscríbeme en tus clases, después de todo, estoy en nivel uno.
—Está bien, te tendremos paciencia. Digo, porque los niños ya bailan mejor que yo.
Thomas ríe y luego de tomar nuestras cosas, comenzamos a irnos. En realidad, caminamos unas tres cuadras juntos y luego si nos separamos. Él vive cerca.
Ya sola, no puedo evitar sentir curiosidad por su vida. Bueno, es que no todos los días una familia blanca se muda a un barrio así. Es obvio que tuvieron que tener algún motivo. Supongo que debe ser todo menos fácil la adaptación. Quizás él la esté pasando complicado en estos momentos. Quisiera haber tenido un rato más para charlar.
Un segundo de estupidez se me cruza, y me doy cuenta de que solo he pasado una tarde con él, y ya quiero conocerlo más. En serio, debería ser más difícil. Al menos nadie lee mis pensamientos en este momento.
Por la acera, veo a un perro viejo, que comienza a seguirme en completa calma. Va a mi lado como si me conociera de toda la vida, así que me detengo para acariciarlo.
—Hola, grandote. Tu si que eres musculoso, eh.
Es un pitbull negro, que parece muy estropeado. Tiene marcas en todo el cuerpo, y le falta un pedazo de la oreja izquierda. Se pone nervioso al ver que acerco la mano. Es obvio que era un perro de pelea. No puedo estar más segura.
—Hey, no voy a lastimarte.
Logro tocar su cabeza y siento como poco a poco comienza a relajarse. Veo un asomo de que quiere mover su cola y sonrío, mientras busco galletas para darle.
—Toma, debes tener hambre.
Al instante come lo que le doy, y no puedo sentirme más triste. ¿Quién podría lastimar a un animal tan noble? Aveces dudo que seamos todos de la misma especie.
—Bueno, tengo que irme...
Casi quiero llorar cuando comienzo a irme. Es un perro viejo, el cual ya no les serviría. La forma en que tomo confianza me demuestra que él solo quería un poco de cariño. Aunque quisiera llevármelo a casa, no puedo, porque mamá en serio me mataría. Así que decido apresurarme, porque los sentimientos me quieren hacer regresar.
Cuando quiero darme cuenta, la noche ya ha caído. Me encuentro a solo una cuadra de casa.
Como no he notado que el tiempo pasaba, tampoco note el momento en que un sujeto me bloqueó y puso un cuchillo en mi cuello. Respira agitado, y se nota que está drogado. Casi puedo escuchar su corazón.
—Dame tu teléfono y no te haré nada.
Maldigo en mis adentros porque sé que no podré comprarme uno nuevo en mucho tiempo. Pienso alguna manera de zafarme, pero no se me cruza ninguna, porque el cuchillo está pegado a mi garganta. Si llegara a moverme, podría reaccionar, y aún más en su estado de adrenalina.
—Está bien, suéltame y prometo dártelo.
—No, no soy idiota, dime donde está.
Sé que tendré que darselo y quisiera haber estado más atenta.
Al instante, siento un gruñido y como el sujeto me suelta. Miro y me quedo asombrada al ver que el perro negro está mordiendo su pierna, mientras su víctima grita desesperado. No sé qué hacer, y reacciono a silbar para que me siga, mientras me echo a correr. Siento mi corazón latir con fuerza en mis oídos, como si fuera a salirse. Volteo cuando he llegado a la puerta de mi edificio y él sujeto se ha ido.
El can jadea cansado debido a la corrida.
—Oh, dios mío. ¿Te das cuenta de que acabas de salvarme, grandote?
Segundos después, me encuentro subiendo con él por las escaleras.
...
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