Capítulo 44

Es la mañana del miércoles. Ayer le mandé miles de mensajes a Peyton y no contestó ni uno, aunque ví que a los primeros si les clavó el visto. ¿Qué rayos le sucedía? Estuve a punto de ir hasta su casa, pero mi madre insistió en que quería una cena familiar, y no sé cuanto, así que me terminé quedando con las ganas. Y ahora ya son las diez y su última vez en línea fue hace media hora. Estoy comenzando a desesperarme.

—¿Por qué te frotas tanto la nuca, hijo? —pregunta papá, apareciendo con su bata azul, y el cabello despeinado.

—Nada, no es nada.

Dejo mi taza de café helado en la mesa y en la cocina entra Holly, con su pijama de seda rosa. Me da un beso en la cabeza y lanza una camiseta blanca, ya que estoy todavía en boxer, aprovechando mi libertad de que Grace no se encuentra en casa.

—Hum, Grace está enferma, así que no podrá venir hoy. —Es como si ella leyera mis pensamientos—. Pero por eso no hace falta que estes en ropa interior, Thomas.

Ruedo los ojos y me pongo la camiseta. Mi padre se coloca los lentes de leer, y comienza a leer las noticias desde su tableta electrónica. Vuelvo a mirar la conexión.

Morocha
últ. vez hoy a las 8:30 p.m.

Y son las nueve. Maldigo en voz baja, y mi padre me mira con los lentes en la punta de nariz, como suele hacer siempre. Niego con la cabeza, y creo que se da cuenta de mi mal humor, porque no insiste en saber. Mientras tanto, mamá viene al desayunador con su té verde y bandeja plástica con apios "orgánicos". Enciende la televisión y el silencio de la cocina se pierde en las noticias diarias. Mis padres son fanáticos de los noticieros.

Recuerdo que no le presenté a Rodolfo, el Erizo.

Tengo que dejar de pensar en ella.

Muerdo mi tostada con queso fresco, haciendo ruido de más, porque mis padres voltean a verme como "¿por qué estás enojado con ese pobre pan?", pero luego vuelven a lo suyo. Estoy demasiado tenso como para seguir aquí, así que me levanto y camino escaleras arriba, para ir a vestirme. Iré a ver qué demonios le pasa, y porque osa no contestarme los mensajes.

Cuando voy poniéndome la segunda deportiva, un WhatsApp llega a mi celular, y mentiría si no dijera que casi me abalanzo sobre el aparato. Por desgracia, no es ella. Es de un número desconocido. Con el ceño más que fruncido, lo abro y dice:

"Tu zorrita no pierde el tiempo".

Una imagen. Está cargando y me desespera que internet quiera ir lento justo ahora.

Peyton está en un bar, alguien saca la foto de lejos. La iluminación es roja y la persona con la que se encuentra no me queda muy clara. Así que pincho con mis dedos, haciendo zoom, para intentar descubrirlo, cuando mi mandíbula casi se desencaja. Tiene que ser una broma.

Ellos están riendo. Ella la está pasando bien con él.

No puedo creerlo, es demasiado ilógico. ¿Ese sujeto no me hizo bastante daño como para andar saliendo a beber tragos una noche de martes? Claro, ahora entiendo porque no me coge el maldito teléfono.

Toco en la foto de perfil y veo a esa Gabriella. Sea lo que sea que quería lograr, lo ha logrado. ¿Nos quería poner en contra? Lo ha hecho. Y odio admitir que estoy jodidamente celoso. La sentía mía en algún sentido. No como persona, sino como alguna especie de relación que creí empezamos a tener. Y no le prohíbo verse con alguien porque estoy enfermo, solo que esa persona me odiaba y claro, intento matarme, pequeño detalle.

Mier**.

¿Acaso soy el único que pensaba que ella se interesaba por mi?

Termino quitándome la deportiva y la arrojo con fuerza, golpeando el closet, y me tiro a la cama. Si así quiere que sean las cosas, tendré que decirle que no coincido para nada.

...

Recibí los WhatsApp de ella respondiendo. Me dijo que estuvo ocupada, que está muy loca con lo de su hermano y blablablá. En la foto se nota muchísimo cuan preocupada está por él.

No respondí a nada, y menos al "¿Podemos vernos ahora?".

Y como mi humor está por debajo de la corteza terrestre, no se me hizo muy agradable saber que Julián y mi prima vinieron en el preciso momento en que me tiré al sofá de arriba, a ver televisión, muriendo de diabetes por el azúcar en las palomitas. Presioné el timbre para que pasaran y así lo hicieron. Escuché sus risas subiendo las dos escaleras, y me limité a atiborrar mi boca.

—Uf, ¿qué te pasó? —Fue lo primero que dijo Julián, al entrar, viéndome desparramado ahí, con mi pantalón de pijama y sin camiseta de nuevo.

—Solo estoy haciendo mi Shabat shalom.

¿Y qué es eso? —pregunta Bárbara, sentándose en la punta, justo al lado de mis pies.

—Es el deseo que podamos detenernos por un momento, dejar de lado nuestra rutina, permitirnos descansar un día en el que reine la armonia, en un estado de completa paz y relajación.

Ellos se giran y miran los tres sahumerios encendidos, así como las dos velas aromáticas y comienzan a reírse, rompiendo toda mi armonia. Ah, criaturas del inframundo. Niego con la cabeza incorporándome y Julián aprovecha para sentarse.

—¿Te peleaste con la morocha ardiente?

—Algo parecido, solo que ella no lo sabe —asiento, y luego le doy un codazo—. No tienes derecho a llamarla así.

—Bueno, creo que soy la única que no le gusta nadie por el momento, así que hagamos algo para distraernos.

—¿Ver una película que haga llorar a Julián?—pregunto, recibiendo su mirada fulminante.

Julián puede llorar hasta por una película de acción.

...

Nos entretuvimos viendo fotos viejas de los tres cuando éramos más pequeños. Las guardaba mi madre en su habitación, y es chistoso vernos medio desnudos jugando en la alberca, con nuestros flotadores. En una estamos peleando con Julián, arrancando nuestros pocos pelos, mientras que Bárbara llora desconsolada, y mi madre corre hacia nosotros.

El timbre vuelve a sonar, así que me levanto por un segundo a ver de quién se trata esta vez. Y me sorprende verla ahí, esperando a que la reciba. Los chicos la ven también.

—Ve a hablar, no seas idiota —Julián me ha visto dudar—. Sea lo que sea que haya pasado, ve a decírselo.

—Eso. Además, si ella no quisiera arreglar las cosas ni siquiera hubiera venido hasta aquí —agrega mi prima, moviendo la hoja del álbum.

Es loco, porque ella no sabe que soy yo el que está molesto. Me siento la chica de la relación ahora. Así que bajo la escaleras y no me doy cuenta de que estoy nervioso hasta que me cuesta abrir la puerta. Ella vuelve a tocar el timbre, y agradezco que mi madre no se encuentre en casa. Aunque seguro se ha ido a hacer las compras, por eso al salir, le hago un ademán para que suba al coche, que está aparcado en la puerta. Peyton me mira sin entender, pero lo hace después. Enciendo el motor, y todavía no nos hemos dicho nada.

—¿Y bien? ¿Por qué no me contestaste en todo el día? —pregunta, girando su cabeza hacia mi, mientras conduzco al parque.

Hago un risa burlona, y ella abre la boca sorprendida:—Me lo has hecho desde ayer, y recién hace un rato recordaste que existo. Bastaba con decirme un estoy bien.

—Espera, ¿estás enojado? Ni siquiera sabía eso.

—Bueno, ahora lo sabes.

Tengo la mandíbula tensa. Muevo mis dedos impaciente en el volante, y cuando me detiene un semáforo, despeino mi cabello irritado. Peyton me mira como si no me conociera. Nunca me ha visto así, supongo, pero tampoco es como si le hubiera gritado. Es molesto que me reclame algo que ella hizo durante toda la noche. Estaba preocupado, lo admito. Y me importa un mier** que su mente esté en otra cosa, porque podía simplemente avisar que estaba bien.

Además, está mintiendo.

—¿Y quieres que te pida disculpas por haberte ignorado? Perdón, está bien. Sabes que me encuentro en otro mundo.

—Sí, y seguro no es el de tu hermano.

Agradezco que en ese mismo instante, hayamos llegado al Central Park, porque la situación no daba para seguir hablando mientras intentaba conducir. Peyton se dió vuelta por completo en cuanto dije eso, y tuve que apretar el volante con fuerza, porque sus histéricas reacciones me han puesto peor.

—Habla ahora mismo porque no se que estás diciendo con eso. —No obtiene ninguna respuesta, e insiste—. Vamos, no tengo todo el día.

Es raro discutir sobre esto. Va a ser raro cuando le muestre la foto que recibí y esperar sus explicaciones. No somos nada, pero al mismo tiempo no podemos darnos el lujo de seguir con nuestra vida de solteros. Estoy jodidamente celoso, y me cuesta admitirlo, porque reconocería que ella me importa más de lo que quizás pienso. Más de lo que quizás ella piensa.

—¿Qué te pasa Foster?

Saco mi celular y ella resopla, pensando que estoy ignorandola, pero en realidad busco la prueba para que esté actuando de esta manera.

—Ayer por la noche no estabas precisamente en tu casa, bebiendo un refresco. Y la verdad es que me parece un poco odioso el hecho de que estuvieras en un maldito bar con el maldito que intento matarme hace menos de  tres días.

Levanto la vista del teléfono y su mirada ha cambiado por completo. Suelto una nueva risa llena de sorna, y muevo la pantalla hacia ella, esperando que tiene para decirme. Peyton toma el celular con manos dudosas y se queda mirándola, sin tener palabras. Me limito a mirar hacia adelante y veo un par de ardillas corretear en el césped. Un hombre pasa caminando en shorts deportivos y sigo sin obtener respuesta.

—¿Sabes qué? Bastaba con decirme esto desde el principio y dejaba de molestarte con toda mi vida, mi racista madre y mis  estúpideces de chico "rico" —recalco las comillas.

—No sigas hablando porque no sabes lo que estás diciendo —murmura, y niego con la cabeza, mirando hacia el otro lado—. No quise decirte porque supe que no lo entenderías. Creía que no ibas a enterarte y todo esto quedaría ahí sin que lo supieras...

—No quiero seguir escuchando —Giro las llaves y el motor da arranque, pero ella toma mi mano, evitando que lo haga.

—¿Puedes dejarme hablar? Deja de ser tan inmaduro.

Con llave en mano, le hago un ademán para que continúe y estira su cara con ambas manos, claramente irritada:—Esa perra, seguro fue Gabriella. ¿Sabes qué? No me importa lo que haya querido hacer solo voy a explicarte que eso no fue más que un trato, para que él y sus amigos dejaran en paz a mi hermano en cuanto salga de su tratamiento. Francis dejó su celular en casa, y pude leer las conversaciones que tenía con Patt. Él le vendía la droga.

La información pasa rápido y se ha salido por completo de lo que yo pensé. De repente me siento tan avergonzado que me hundo en el asiento, con los brazos cruzados, sin dejar de escucharla.

—...acordamos esto para que pudiera presumirlo de que por fin le había aceptado una cita, o lo que sea, no importa, pero no pasó más que eso. Aquí estamos riendo, porque le mostraba como hacer un paso que siempre había querido saber, y la gente nos miraba raro...

Asiento, y ruego que no esté notando como escuchar eso me hace poner. Estoy aliviado claro, pero sigo sintiendome celoso de saber que ellos pasaron un buen rato juntos. Sé que él tiene sentimientos por ella, y eso me enferma un poco más.

—Él, su familia, sus padres más bien, son horribles. Y nada justifica sus actos, pero sentí lastima por su vida y la de sus hermanos. No intentó propasarse conmigo, solo bebimos una copa y luego me llevó a casa.

—Te creo, no hace falta más... —Mi voz es demasiado baja, y ella busca mis ojos con un poco de preocupación, así que me obligo a sonreír—. Lamento haber desconfiado de ti...

—Yo también habría pensado cualquier cosa de ver esto —dice, negando con la cabeza.

—Esa si que está resentida... —Intento volver a sacar conversación, aunque todavía no me siento al cien de humor.

—¿Estabas celoso?

Ruedo los ojos y quiero dar arranque al motor, pero ella me quita las llaves riendo. Intento quitárselas, pero no puedo, porque es como una gusano flaco y escurridizo, así que le hago cosquillas en los costados y se ríe como demente.

—Ya, ya, ya, me rindo... —jadea, y está sin aire, al igual que yo—. Toma —Me extiende las llaves, pero luego agrega—. No seas cobarde y contesta la pregunta.

Pongo la llave, pero luego sonrío de lado. Ella es insistente.

—Si, maldición, sí. Me dieron malditos celos de verte con ese idiota.

Su sonrisa es más amplia que nunca, y sé que se siente satisfecha una vez me sacó la información.

—Ja, eso es inesperado quizás.

Pero como me gusta ponerla nerviosa, no puedo seguir siendo la víctima de esto, así que digo:—No tan inesperado, si sabes lo mucho que me encantas. Sobre todo cuando llevas esos shorts.

Y pasa de ser Peyton la triunfadora, a esconderse en una sonrisa, mientras mira por la ventana. Sus manos han comenzado a jugar entre ellas, y lo hice de nuevo.

Aunque nunca miento en mis afirmaciones.

...

Jajaja amé este final de capítulo 7u7. Estamos un poco más cerca del final shiquitas. No falta mucho ya 7u7, así que no se pierdan nada de lo que se viene que va a ser pum pum pum.








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