Capítulo 18

Es martes, y tenemos gimnasia. Por ende, tengo que llegar temprano porque siempre me tardo una eternidad en cambiarme. Para colmo, se les ocurrió pasar las clases a las primeras horas de la mañana.  Y no es como si tenga demasiadas ganas de correr.

—Me voy, me voy.

Francis se encuentra aún desayunando. Me ve con el ceño fruncido, y se talla un ojo. Mamá está apenas levantándose.

—¿No es muy temprano?

—Si, pero quiero ser la primera, porque los vestidores se abarrotan y la vez pasada tuve que esperar afuera a que se desocupara un poco.

Ellos siguen en sus cosas, y yo me coloco el abrigo para terminar yéndome con una satisfacción grande, por haber logrado salir a mi hora. Mi alegria se disipa cuando el frío de afuera es tanto, que me siento desnuda, aún con las cuatro capas de abrigo. Comienzo a caminar, y el viento me empuja hacia atrás.

—Ah, mier**.

Sigo moviéndome como puedo, pero la distancia se me hace eterna. Nadie había avisado de tormenta o cosa parecida.

—¡Sube!

Por arte de magia, un coche negro baja la velocidad. Puedo escuchar una voz masculina, pero no llego a percibir de quién se trata. Hay un chico blanco, pero no es Thomas. El auto es deportivo, y caro.

—No te conozco.

Soy tan ridícula que le contesto gritando, porque siento que en cualquier momento saldré volando. Alguien baja del coche. Tiene puesta capucha negra, y estoy tan cansada, que ni puedo correr.

—¿Tan pronto me olvidas, morocha?

Me alegro demasiado de verlo. Quiero abrazarlo de nuevo. Soy idiota. Ambos subimos. Yo me siento atrás. La calefacción de adentro me hace suspirar. Creí que moriría de hipotermia.

—Podía perderte ahí —dice Thomas.

—Gracias, quién seas, estaba helada.

Evito lo que ha dicho el  rubio. Aunque la frase no me pasó desapercibida. El que conduce es un chico castaño.

—Soy Julián. Foster insistió en parar por su novia.

El otro lo golpea y Julián se ríe. Me sonrío en silencio. Supongo que la gente ve divertido bromear sobre eso. Despejo mi mente a los segundos, porque estoy casi sin energías. El condenado viento era como un luchador de sumo y yo no soy precisamente pesada.

Ellos se sumergen en una breve conversación acerca de que debe dejar de ser pacifista y actuar. Thomas le dice que actuará cuando creo necesario, al igual que ayer por la mañana. Me pregunto cuando allegada es la relación entre ambos, pero enserio parecen buenos amigos.

Y también me pregunto que dirán los demás cuando nos vean llegar en un coche de estas proporciones.

—¿Es aquí?

Veo al castaño mirar por la ventana. Me imagino que su instituto sera distinto al nuestro. Quizás las paredes seran de un verde elegante, mientras que estas apenas tienen restos de blanca. Los canteros tendrán flores, y no habrá malezas en los rincones. Los estacionamientos estarán ocupados por coches como este, y bueno... La cosa podría seguir.

—Si, aquí es. Gracias por el aventón. —Abro la puerta y antes de cerrarla, escucho su voz.

—A ver si lo apuras un poco...

Thom lo calla y cierra la puerta antes de que siga hablando. No tengo que preguntarme a que se refería. Más cuando su pálida piel se sonroja y me lleva rápido del brazo.

Apenas hay algunos alumnos, que como siempre, voltean a vernos mientras caminamos juntos por el pasillo. Algunos disimulan, otros no. Y la verdad es que me importa demasiado poco.

—Ayer me salvaste, gracias rubio.

—Pensaba darte la tarjeta para que se la des luego, y gracias a Dios la tenía conmigo.

Llegamos a mi casillero primero, así que dejo mis cosas, y llevo mi ropa deportiva. Luego de eso seguimos caminando hasta el de él, solo que sus clases son de historia, una de las pocas que no compartimos. Suspiro al ver que Gabriella se aproxima.

—Hey, Peyton.

Crujo mi cuello y digo mil maldiciones internas, porque verla tan temprano no está en mis planes.

—¿Qué?

—Patt me contó que no le gustó nada la suspensión. Para serte sincera, creo que mejor te mudas, chico, porque él no parecía muy contento con lo ocurrido —dice, mientras recarga todo su peso en la pierna derecha. Su exagerado perfume me hace estornudar.

—¿Y te contrató como su perra cartera o algo? Digo, porque vienes a comentarnos cada cosa que hace o dice.

Su rostro es de molestia, y él mío también. Thomas pone su brazo sobre mi y masajea mis hombros. El gesto me deja tensa. Me olvido de ella por un segundo.

—Agradecelo que lo haga. No pareces tener muy buena defensa personal.

Ella ríe y se va con un exagerado movimiento de caderas. Thomas me apreta el hombro, y creo que lo necesito como psicólogo personal. De no ser así, ya le habría dicho algo feo, enserio.

—Es tan...

—No dejes que te arruine el día. Bueno, tengo que irme. —Él rebusca en su mochila y saca una caja de cartón color roja.

—¿Es para mí?

Asiente y me hace señas para que la abra, mientras se recarga en el casillero. No dudó ni un segundo, y veo algo que me deja con la boca abierta. Es un par de zapatillas. Son plateadas con blanco y no puedo creer que sean para mí.

—Siempre quise unas de estas. Pasaba por las vidrieras mirando esta marca y era imposible con su precio. Las mías ya tienen agujeros. —Me río—. Pero no debería... Quizás puedas venderlas...

—Consideralas como la manzana que se les daban a los profesores.

Me quedo mirandolas y luego doy un salto de felicidad, para terminar dandole un abrazo-apretón.

—Muchísimas gracias.

Caigo en la cuenta de que la mayoría ha llegado ya, y todos nos atraviesan con la mirada. El timbre suena, y nos separamos. Siento un calor subir a mi rostro. Me pregunto donde quedó mi Peyton interior.

—Nos vemos en el almuerzo.

Me da algo así como un paro cuando me deja un tronado beso en la mejilla, y sale trotando sin mirarme. Tardo un par de minutos en reaccionar. Sacudo mis rizos intentando despejarme. Maldigo por sentirme como una puberta en sus primeras andadas con chicos. Y para peor, es más que eso. Creí haber sentido toda sensación nueva con mi ex novio. Él había sido el primero en todo. Sin embargo, estos días estoy descubriendo que los sentimientos pueden ser demasiado fuertes. Algo así como choques eléctricos en diferente potencia.

Me doy cuenta que perdí mi lugar en los vestidores cuando tengo que hacer fila. Pero la importancia de eso está en cero, porque mi mente ronda por otras cosas.

Demonios.

Ese rubio me gusta demasiado.

...








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