Capítulo 9

Había tomado una decisión y esta vez nada lo haría retroceder. Estaba harto de sostener una mentira, de reprimir sus sentimientos y renunciar a lo que más deseaba en la vida solo por el temor a equivocarse. Porque sí, estaba aterrado de perderla si le confesaba lo que en verdad sentía, pero más miedo le daba no llegar nunca a experimentar la plenitud con la única mujer que amaba. Y sí, por supuesto que valoraba mucho su amistad, eso jamás lo puso en duda, pero en el fondo anhelaba más. Mucho más.

Durante años había vivido en un perpetuo autoengaño, fingiendo que no se desarmaba cada vez que ella simplemente sonreía o que no sufría cuando tenía que verla con alguien más. Y aferrado a un vínculo, que por muy sincero que fuera, siempre sería insuficiente, se obligó a sí mismo a conformarse sin traspasar los límites establecidos, a no cruzar esa línea de fuego que podría conducirlo a la más absoluta felicidad o bien, a la peor de las condenas. Porque si fallaba, su corazón, que siempre le había pertenecido a ella, se rompería en mil pedazos.

Pero entonces, Martina le envió un audio que sacudió por completo el tablero y le dio el incentivo que necesitaba para ponerse en movimiento de una vez por todas. Hasta ese momento no había creído que pudiera sentir lo mismo que él. Nunca se había permitido tener esperanza. Hacerlo podría llevarlo a cometer el peor error, cuyo precio era demasiado alto si no era correspondido. Por eso, guardó silencio y sepultó el inmenso amor que llevaba dentro. Prefería una y mil veces tenerla en su vida de esa manera a que saliera de ella para siempre.

Sin embargo, poco a poco se dio cuenta de que, cuanto más callaba y espacio le daba, más se alejaba ella, provocando que al final terminara pasando lo que tanto temía. Luego de aquella misión en la que, estaba seguro, se había visto obligada a ir en contra de sus convicciones para sobrevivir, en lugar de buscar su apoyo y contención, levantó un muro entre ambos, grueso y gigante, imposible de saltar, y se distanció afectiva y físicamente de él, mandando a la mierda la confianza y el cariño que siempre habían sido los pilares de su relación.

Tal vez por todo esto, después de oír aquel inesperado e incierto mensaje por parte de ella, decidió que había llegado el momento de poner las cartas sobre la mesa. Ni siquiera le importaba las posibles consecuencias porque dudaba de que hubiera algo peor que la nada misma en la que se encontraba sumergido justo en ese instante. Era como si estuviera en el fondo de un agujero negro del que no veía salida, y si bien nunca habían sido pareja, tampoco parecía que fuesen amigos. Ya no. Y eso hacía que su alma llorara por dentro.

No podía seguir de esa manera, negándose a sí mismo, muriendo un poquito cada día. Necesitaba liberarse de su propia opresión y confesarle por fin lo que en verdad sentía. De hecho, estuvo a punto de hacerlo la noche anterior, de llamarla justo después de haber escuchado el bendito audio. Sin embargo, no pudo. La sorpresa lo había descolocado tanto que pasaron varios minutos hasta que fue capaz de moverse de nuevo.

Había reconocido sus celos al instante, eran los mismos de la otra vez en el bar donde lo encontró con Candela. Y también, percibió la frustración que desprendía con cada una de las palabras pronunciadas. Pero mucho más importante, había adivinado la intención con la que le contó sobre el tipo con el que había bailado. De forma consciente o no, estaba buscando ponerlo celoso, hacerle ver que ella también tenía opciones y que ninguna lo incluía a él. Intentaba provocarlo, hacerlo reaccionar. Y lo peor de todo era que había funcionado.

Para cuando finalmente salió de su estupor, se sentía tan inquieto y furioso que su intención de devolverle la llamada se evaporó en un instante. No sería una conversación agradable y nada bueno resultaría de eso. ¡Dios, ¿cómo era posible que nada más imaginarla en los brazos de otro hombre lo sacara tanto de su eje?! Y saber que, encima, había estado borracha, hacía que su ira escalara de forma alarmante y se llenase de impotencia. No, no iba a llamarla. Haría algo mucho mejor que eso. Iría a buscarla.

Desde el momento en que se enteró de que iba a marcharse, supo que terminaría yendo detrás de ella, solo que en ese entonces no quiso reconocerlo. No obstante, ya no tenía sentido seguir fingiendo que no la extrañaba, que su ausencia no le nublaba la mente. No había nada que anhelase más que perderse en su mirada de miel y llenarse con su olor; estrecharla entre sus brazos y cubrir sus labios con los suyos, listo para naufragar a la deriva en su cuerpo hasta que ambos perdieran la razón; reclamarla para siempre como su mujer, su amor, su alma gemela.

Curiosamente, esa noche durmió como un bebé. Tal vez porque ya tenía un plan o porque por fin había tomado las riendas de su vida sin esperar que la solución a sus problemas llegara por arte de magia. No sabía qué sucedería en el futuro, pero de algo estaba seguro, no se rendiría sin pelear hasta el final. Haría todo lo que estuviera a su alcance para conquistar su corazón. Ya no volvería a dejar su destino librado a la suerte. Asumiría por completo la responsabilidad que le correspondía y se expondría a ella como nunca creyó que pudiera hacerlo.

Tras enviarle un mensaje a su jefe para avisarle del cambio de planes y asegurarse de que no dejaba nada pendiente, desayunó algo rápido y salió de su departamento para ir a visitar a su madre. No podía irse sin despedirse, sin importar que solo fuera a ausentarse unos pocos días. Además, quería contarle que había decidido seguir su consejo y pedirle que rezara por él. Si bien no compartía su fe, consideraba que toda ayuda era bienvenida. Solo esperaba que no tuviera ninguna crisis mientras él se encontrara lejos. Si bien confiaba en la institución y la capacidad de los profesionales a cargo, prefería estar disponible cada vez que estas llegaban.

Para su alivio, ella estaba teniendo un buen día, por lo que la visita le dio la tranquilidad que necesitaba. Y aunque por momentos la vio un poco perdida, pronto recobró el camino hacia el presente. Por otro lado, se mostró muy feliz de que finalmente decidiera ir a buscar a Martina, cosa que no le extrañó en absoluto. Pilar adoraba a su mejor amiga y en el fondo siempre había tenido la esperanza de que hubiera algo más entre ellos. Lo que sí logró sorprenderlo fue descubrir que su compañera había pasado por allí antes de irse a Tandil.

Lo descubrió mientras intentaba que no notara su sonrisa cuando comenzó a criticar a otra residente del geriátrico que no le caía bien. Había apartado la mirada, posándola en la mesita de luz. Lo que le permitió reparar en el portarretrato de madera color blanco que contenía una foto vieja y muy familiar para él. En esta, su madre, que en esa ápoca llevaba el pelo castaño en lugar del gris perlado que lucía hoy, miraba con admiración a su mejor amiga quien, sonriente y radiante, le mostraba su diploma tras recibirse de policía. Recordaba el momento con exactitud, ya que él había tomado esa fotografía.

"Me la trajo mi niña antes de irse", le había dicho al verlo abstraído en el cuadro. Así era como solía llamarla. Su niña. Porque luego de la muerte de su madre y de la posterior mudanza de su hermana, Pilar volcó aún más todo su cariño en ella, decidida a evitar que se sintiera sola y desprotegida. Y funcionó, ya que Martina no solo encontró refugio y contención en su compañía, sino también una familia. "Está tan triste... Algo le pasa, hijo. Tenés que averiguar qué va mal con ella. Prometeme que vas a hacerlo", había rogado a continuación, y ¡por Dios! que eso sería justo lo que haría.

Si bien le había gustado mucho ver a su madre, lo cierto era que también le había removido una herida que aún se encontraba abierta. "Tenés que averiguar qué va mal con ella", repetía una y otra vez en su mente aquellas palabras mientras los músculos de su cuerpo se tensaban cada vez más conforme el día avanzaba. Sin duda, algo había salido muy mal para que Martina se cerrase de esa manera y lo dejara fuera, lo que a su vez lo hacía sentirse impotente y frustrado.

Listo para despejarse y descargar un poco de tensión, decidió que entrenaría un poco antes de regresar a su casa.

—¡¿Qué hacés, man?! —La voz de Rodrigo le dio la bienvenida nada más entrar en el gimnasio—. ¡Qué raro verte por acá a esta hora!

El muchacho se encontraba sentado sobre una máquina de la cual colgaba una larga barra por encima de su cabeza y que él bajaba con los brazos hasta su pecho con movimientos lentos y controlados, haciendo que los músculos de su espalda emergieran con orgullo. La verdad que la imagen era impresionante. Debía reconocer que su amigo tenía un físico envidiable. Con justa razón, las mujeres parecían incapaces de resistirse a él cada vez que lo veían.

—¿Cómo va? ¿Todo bien? —saludó al tiempo que, parándose a su lado, comenzó a mover los brazos en círculos para calentar un poco antes de empezar con su rutina.

—Mejor me perjudica —le respondió este, con tono jocoso como de costumbre, sin interrumpir su entrenamiento—. ¿Vos qué contás?

Cuidándose de no dar demasiados detalles, le contó que se había tomado el día en el trabajo para organizarse porque, a la mañana siguiente, iría a Tandil para ver a Martina, debido a que estaba preocupado por ella. Rodrigo, que hasta ese momento lo había estado escuchando en silencio, soltó la barra para beber un poco de agua y volteó hacia él con expresión divertida.

—¿Vas a recorrer casi cuatrocientos kilómetros solo para asegurarte de que ella está bien? —lo pinchó con una sonrisa burlona.

—Sí. Como te acabo de decir, me preocupa y quiero quedarme tranquilo.

—Claro, seguro que es por eso.

—¿Y por qué otra cosa sería? —preguntó, reaccionando a la defensiva.

—Bueno, no lo sé. Tal vez tenga que ver con que te enamoraste de ella —provocó.

—¿Qué decís? —desestimó, nervioso, a la vez que se sentó a su lado para comenzar a trabajar, también él, su espalda—. Martina es mi amiga y mi compañera.

—Y la mujer que amás —agregó, divertido.

—Yo no... —Se detuvo al no encontrar ninguna excusa factible.

¿Qué le diría? ¿Que se trataba de algo de trabajo que no podía esperar a que ella volviera? ¿Que debía llevarle documentos importantes que requerían de su firma cuanto antes? Nadie creería una cosa así.

Bufó. Al parecer, no era tan buen actor como creía, ya que no era el único que se había dado cuenta de lo que le pasaba. Incluso Campos lo había notado. ¿Tan evidente era? ¿Acaso era esa la razón por la que Martina se había alejado de él? Tal vez ella había advertido que sus sentimientos sobrepasaban el vínculo de amistad que compartían. Quizás no supo cómo manejarlo y prefirió irse a Tandil antes que enfrentarlo. Se tensó de solo pensarlo. ¡Carajo! Otra vez empezaba a enredarse con sus propios divagues.

—Estoy jodido —reconoció finalmente.

Este asintió, ampliando aún más su sonrisa.

—Hasta el fondo, amigo. Por eso yo no me complico. Hay mucho Rodrigo para repartir, ¿por qué habría de querer exclusividad?

Alejandro no pudo evitar carcajearse. Si había alguien que podía hacerlo olvidarse de sus problemas, sin duda, era él. Y aunque estaba seguro de que gran parte de lo que decía era más una actitud autoimpuesta que algo natural, lo divertían sus desfachatadas declaraciones. La verdad era que no sabía mucho de su pasado, a excepción de su historia familiar y trayectoria musical, pero apostaría su próximo sueldo, sin miedo a perderlo, a que su actitud era la consecuencia de alguna desilusión amorosa que aún hoy no tenía superada.

Mientras ejercitaban a continuación los brazos, hablaron de todo un poco. Rodrigo aprovechó para contarle sobre su inscripción al curso de ingreso de los bomberos. Al parecer, gracias a su sugerencia, se había informado al respecto y quedó impresionado con el duro entrenamiento al que estos eran sometidos al entrar. Si bien él ya se encontraba en forma, lo que le facilitaba bastante las cosas, no estaba familiarizado con ejercicios específicos como deslizarse por una cuerda, desplazarse con carga o las diferentes pruebas de equilibrio, claustrofobia y vértigo. Lo consideraba un desafío interesante y estaba ansioso por empezar.

Por otro lado, la separación de su banda era un hecho, por lo que solo estaría ocupado la mitad del día con el negocio de instrumentos de música que tenía junto a su futuro cuñado y el resto del tiempo podría dedicárselo a su nueva afición que, esperaba, se convirtiera en una profesión a toda regla. Nunca antes lo había considerado una posibilidad, pero ahora que tuvo la chance de ver el increíble trabajo que un bombero hace por su comunidad y la generosidad que brinda con cada una de sus acciones, no podía esperar a que el curso por fin iniciara.

Si bien Alejandro se lo había dicho en broma, ahora le parecía una fantástica idea. Rodrigo no solo poseía el estado físico ideal para hacerlo, sino también la motivación correcta. Porque, al igual que los policías, los bomberos arriesgan su vida día a día en cada incendio o accidente en el que intervienen con el único objetivo —y el más noble de todos—, de ayudar a otros. Eso, al menos para él, siempre sería la mayor gratificación que una profesión te puede otorgar.

Llegando al final de la larga rutina de entrenamiento, subieron a las cintas caminadoras para ejercitar la parte cardiovascular durante veinte minutos. Para cuando terminaron, Alejandro se sentía exhausto, aunque satisfecho. Y también hambriento. Se moría por una hamburguesa doble y papas fritas, lo que probablemente tiraría por la borda todo el trabajo realizado esa mañana, pero no le importaba. Tras acordar ir a almorzar a la salida del gimnasio, se dirigieron al vestuario para darse una ducha rápida.

Cuando, horas más tarde, regresó a su casa, se le vinieron encima todas sus preocupaciones de nuevo. Si bien entrenar y haber pasado tiempo con su amigo le había servido para distraerse, ahora que volvía a estar solo, se sentía otra vez agobiado por todo tipo de pensamientos desagradables. Sin duda, tomar la decisión de ir a buscarla le había permitido aquietar un poco la mente, ya que finalmente le diría todo lo que ya no podía seguir guardando para sí mismo. Sin embargo, cuanto más lo pensaba, más crecía su miedo. ¿Qué sería de él si ella no le correspondía y decidía que lo mejor era cortar con todo vínculo?

Para peor, conforme el día transcurría, mayor era su inquietud. Y aunque había esperado sentirse nervioso por la magnitud de lo que estaba por hacer, percibía que había algo más que lo alteraba. Una emoción de incertidumbre que no tenía nada que ver con el nerviosismo propio de saber que pronto le confesaría su amor. Una extraña sensación de la que no podía librarse y que le contraía las entrañas. Su intuición advirtiéndole que tuviera cuidado, que el peligro acechaba.

Luego de intercambiar varios mensajes con sus oficiales para asegurarse de que no hubiera habido ningún cambio ni nada de qué preocuparse, decidió mirar un poco de televisión. Recostándose en el sofá, comenzó a pasar los canales en busca de algo que captara su atención y lograra distraerlo un rato. Le molestaba no poder sacarse de encima el maldito presentimiento de que algo andaba mal. Era una sensación como de urgencia. De qué, no tenía idea, pero de una cosa estaba seguro, tenía que ver con ella. Probablemente solo se debía al anhelo por volver a verla; aun así, el sentirlo con tanta intensidad lo hacía dudar, lo ponía en alerta.

Procurando dejar a un lado sus preocupaciones, se concentró en una película de acción y suspenso que había visto varias veces y le encantaba. En esta, un ex agente de las fuerzas especiales de élite se enfrentaba a una red criminal de tráfico de mujeres para intentar salvar a su hija que había sido raptada junto a una amiga. Contrarreloj, el hombre debía encontrarla antes de que su rastro se perdiera por completo. Como siempre le pasaba al ver este tipo de tramas, se sintió agradecido por no tener que lidiar con casos de esa índole en su trabajo.

Poco a poco, se fue relajando hasta conseguir por fin que todo su cuerpo se aflojara. Cansado, cerró los ojos, entrando en un estado de duermevela que le dificultó seguir con atención el hilo de la película. Estaba agotado, así que no se resistió al sopor que cayó de pronto sobre él. Tal vez era una buena idea dormir unas horas antes de emprender un viaje de cinco horas hasta la Ciudad de Tandil en el interior de la Provincia de Buenos Aires.

Sí, por fin había llegado. Ya era de noche y el viento comenzaba a soplar con fuerza. Al parecer, una tormenta se aproximaba y, a juzgar por los truenos cada vez más seguidos, no tardaría mucho en llegar. Golpeó la puerta con fuerza y esta se abrió despacio con un chirrido que consiguió ponerle los pelos de punta. No obstante, no había nadie esperándolo del otro lado. Con la mano sobre su pistola, caminó despacio hacia el interior de la casa. Frunció el ceño al ver que adentro todo estaba en penumbras y llamó con la esperanza de que ella lo escuchara. Pero el silencio fue su única respuesta.

—Martina, soy Ale. ¿Dónde estás?

Un gemido lastimoso lo alcanzó desde una de las puertas que daba a las habitaciones. Apuró el paso, dirigiéndose en esa dirección y la abrió con cuidado. La tenue luz de una lámpara, ubicada sobre la mesita junto a la cama, iluminaba el cuarto de forma sombría. La quietud de la noche era solo interrumpida por los repentinos relámpagos y el aullido de la brisa que se colaba por la ventana abierta. Las cortinas flameaban a ambos lados de esta, como siluetas espectrales que se deslizaban sin rumbo ni prisa alguna.

—Estás acá.

La voz apenas audible de su compañera lo hizo mirar hacia el lado opuesto de la habitación, desde donde ella lo miraba, bajo el umbral de una puerta que no había visto hasta ese momento. Llevaba un camisón largo y blanco, y el cabello suelto caía despeinado sobre sus hombros. Su expresión era de miedo, aunque también de alivio, como si su sola presencia tuviera el poder de calmarla. Entonces, la vio alzar sus temblorosas manos hacia él, permitiéndole ver la sangre en ellas.

—¡Martina!

Corrió hacia adelante, atrapándola en sus brazos cuando ella se derrumbó. ¡Dios, no! ¡Había llegado demasiado tarde!

Arrodillándose en el piso, la acostó sobre su regazo.

—Tranquila, corazón. Ya estoy acá. Todo está bien.

Pero no lo estaba y ambos lo sabían.

—Viniste.

Su suave voz, ahogada por la debilidad y la falta de aire, lo hizo estremecerse. ¡Ella se iba! ¡Se estaba muriendo!

—Shhh no hables —susurró a la vez que le presionó la herida con sus manos para evitar que siguiera desangrándose.

Ella gimió de dolor.

—No es tu culpa —la oyó decir con dificultad.

—Debí haber venido antes...

—No —repitió—. Por favor no te culpes. Yo fui la que se alejó. Yo soy la única respons... —Pero la tos le impidió terminar la frase.

—¡Ayuda! —gritó con desesperación. Tenía que llamar a una ambulancia, pero sus manos estaban cubiertas de sangre y el teléfono se le resbalaba cada vez que intentaba agarrarlo.

—Todo va a estar bien —continuó ella—. No llores, mi amor. —Alejandro no se había percatado de las lágrimas que comenzaban a deslizarse por sus mejillas—. Te amo. Siempre te amé.

—Yo también te amo. Con toda mi alma —respondió entre incontenibles sollozos—. Por favor no me dejes. Quedate conmigo, Martina. ¡Martina!

Pero ella ya no estaba ahí. Acababa de expulsar su último aliento.

Con un gruñido desgarrador, se sentó de golpe en el sofá. Todo su cuerpo temblaba, las lágrimas empañaban sus ojos y el corazón le latía desbocado, amenazando con salirse de su pecho. Se miró las manos por acto reflejo. Estaban limpias y secas. No había ningún rastro de la sangre que había visto y sentido hasta hacía un momento. Confundido, alzó la cabeza para mirar a su alrededor. Estaba solo, en el living de su casa, con el televisor encendido como única fuente de luz luego de que la tarde finalmente cayera.

Había sido un puto sueño. Una horrible y escalofriante pesadilla.

Necesitando calmarse, se levantó para tomar un poco de agua. Una capa de sudor cubría su frente y tenía la boca seca. Lo que acababa de ver se había sentido demasiado real y no podía deshacerse del devastador vacío que perforaba su pecho. Martina estaba en peligro. No sabía por qué o de dónde vendría, pero la muerte la acechaba. Podía sentirlo en sus entrañas y aunque había planeado salir al alba con los primeros rayos de luz, estaba contemplando la posibilidad de marcharse ahora mismo. Nunca le había gustado conducir de noche, pero no creía ser capaz de aguantar hasta la mañana siguiente. Necesitaba verla pronto o enloquecería.

De pronto, su celular vibró sobre la mesa ratona donde lo había dejado antes de quedarse dormido. Se apresuró a buscarlo. Podía ser uno de sus oficiales, o bien su jefe, que lo llamaban para informarle algo importante relacionado con la investigación. Y si bien no era lo que más le preocupaba en ese momento, no podía desentenderse de su trabajo. Frunció el ceño cuando, al acercarse, advirtió que se trataba de su otro teléfono, ese que usaba para hablar con su informante. Lo atendió de inmediato.

—Búho —lo saludó con el nombre clave que le había asignado para mantener la confidencialidad.

—Agente Lobo, tengo nueva data que podría interesarte.

Por supuesto que él también tenía un apodo. Solo así podía asegurarse de no revelar su verdadera identidad.

—Te escucho.

Este procedió a contarle que el líder de la banda criminal relacionada al comisario mayor —y a su vez, con el político—, furioso tras enterarse de la detención de tres de sus hombres, había ordenado a sus contactos de afuera que los silenciaran antes de que le dieran información valiosa a la policía. Alejandro se pasó la mano por el cabello en un gesto nervioso. Si bien sabía que los delincuentes se encontraban a resguardo, no podía anticipase a una posible traición por parte de algún agente que también estuviera vinculado al caso.

—¿Podés darme más información de esos contactos?

—De momento, es todo lo que pude averiguar. Pero tengo algo del recluso que me pediste que vigilara.

Se tensó al oírlo. Hablaba de Ariel Deglise, el dueño del boliche en el que se había infiltrado Martina meses atrás y a quien había engañado, haciéndose pasar por su novia para sacarle información de las actividades ilícitas que realizaba en dicho establecimiento. El mismo que, durante el último operativo, la habría matado si él no hubiera llegado a tiempo.

—Decime —ordenó.

—Anoche se acercó al guardia que trata con Paco —indicó, refiriéndose al capo narco—, y un rato más tarde, se reunieron en su celda.

—¿Qué quería? —indagó, cerrando su mano libre en un puño.

—Un sicario.

Inquieto, comenzó a caminar de un lado al otro. ¡¿Para qué carajo quería un asesino a sueldo ese imbécil?! Si bien debía reconocerle que se las había ingeniado para delinquir en su discoteca, no creía que tuviera la pasta de un criminal. Sin embargo, estaba demostrando lo contrario. Tal vez, había cometido el error de subestimarlo.

—¿Quién es el objetivo? —presionó, con impaciencia.

—Por lo que escuché, una puta que lo traicionó.

Un agudo pitido resonó en sus oídos nada más oír su respuesta, al tiempo que su visión se volvió borrosa. Su corazón comenzó a latir desbocado, así como su respiración se tornó fatigosa. Martina... Ese hijo de puta iba tras ella.

—¿Llegaron a un acuerdo? —se las ingenió para preguntar. Precisaba más información y la necesitaba ya.

—No estoy seguro, pero en cuanto sepa algo más te llamo.

Cortó antes de que terminara mandándolo a la mierda por incompetente.

La imagen de su sueño emergió súbitamente en su mente cual recordatorio macabro, provocándole un escalofrío que le recorrió la espalda con violencia. Nunca antes había ignorado una señal cuando se le aparecía y claramente no empezaría a hacerlo ahora, mucho menos, si la que estaba en riesgo era la mujer que amaba.

Preocupado y un poco asustado también, buscó su contacto para llamarla. Quería oír su voz, asegurarse de que estaba bien. No obstante, ella no respondió. El puto teléfono sonó y sonó hasta que luego de interminables tonos, se interrumpió la comunicación. ¡Mierda! ¡¿Era en serio?

Respiró profundo y exhaló despacio para serenarse. No podía dejarse llevar por los nervios. Por el contrario, debía estar tranquilo para evaluar con claridad sus opciones y planear el siguiente paso. Pero apenas era capaz de respirar con normalidad. No había forma de que esperara hasta el amanecer para irse. Partiría en ese instante y una vez más, rogaría para llegar a tiempo.

Treinta minutos después, se encontraba en su auto por la ruta rumbo a Tandil. Ya en camino, intentó llamarla de nuevo. Tenía que advertirle lo que estaba pasando y que no se moviera de allí hasta que él llegara. Le importaba una mierda que pensara que la estaba sobreprotegiendo cuando era perfectamente capaz de cuidarse sola. Iría hasta allá y una vez a su lado, no volvería a alejarse de ella. Sin embargo, una vez más, no respondió.

Maldijo a la vez que presionó a fondo el acelerador. ¿A qué estaba jugando? Dos noches atrás le había enviado un audio de lo más confuso que puso en duda todo lo que creía respecto de su relación. Un audio que, incluso en contra de sí mismo, le dio esperanza. ¿Y ahora, qué? ¿No pensaba atenderlo? ¡¿Cuánto tiempo más seguiría ignorándolo?!

¡Esto se terminaba ahora! Suficiente paciencia había tenido ya. Se le aparecería en la puerta y, lo quisiera o no, iban a hablar. Y más le valía no hacérselo difícil porque entonces conocería un lado de él que nunca le había mostrado antes y que, de seguro, no iba a gustarle.

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¡Hasta el próximo capítulo! ❤

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