Capítulo 3
La noche era fresca. El viento acariciaba su rostro conforme avanzaba a grandes zancadas por el circuito ubicado alrededor del inmenso parque cercano a su casa. Alejandro solía ir allí cada vez que necesitaba descargar tensiones y no estaba de humor para el gimnasio. De alguna manera, sentía que correr en un ambiente natural renovaba por completo su energía, permitiéndole al mismo tiempo librarse de los oscuros y negativos pensamientos que en el último tiempo lo hostigaban con frecuencia.
"I was made for lovin' you" de Kiss sonaba alto a través de los auriculares mientras sus pies golpeaban el asfalto al ritmo de la batería con cada paso que daba. Para él no había mejor música que la de los ochenta, en especial el rock, y todas sus listas contenían diversas canciones de esos años. Con su coro de voces, los integrantes de la banda dieron comienzo a la melodía que lo transportó en el acto a una época en la que su mayor preocupación era reunirse con sus amigos para pasar el rato.
Le fue imposible no pensar en Martina. La letra básicamente recitaba lo que él tenía guardado en su corazón desde hacía años. Al igual que el cantante, quien le repetía a la mujer de su inspiración una y otra vez que estaba hecho para amarla y deseaba poner el mundo a sus pies solo para ver en sus ojos la magia del amor, él también quería hacerlo. Más que quererlo, lo necesitaba. ¡Dios, lo anhelaba con todo su ser!
Ella era el gran amor de su vida, la chica de sus sueños, lo que siempre había añorado en una compañera. Sin embargo, nunca tuvo el valor para confesarle lo que sentía porque además de todo eso, también era su mejor amiga. Y justamente esa hermosa e incondicional amistad que los unía fue lo que le impidió reunir el coraje suficiente para decírselo. Por el contrario, su miedo a perderla fue más poderoso y lo llevó a guardar silencio. Era preferible reprimir sus sentimientos que arriesgar lo que ya tenían.
Si bien en un principio creyó que estaba confundido —después de todo, él era un adolescente hormonal y ella no solo una mujer hermosa, sino la única en el grupo— con el correr de los años, a la par de ellos creció también su amor, así como un fuerte y devastador deseo que fue imposible de saciar con ninguna otra. Porque sí, lo había intentado más de una vez, pero el resultado fue desastroso. Por consiguiente, decidió que lo mejor era estar solo. Si no podía compartir la vida con la única que en verdad amaba, no le interesaba hacerlo con nadie más.
Frustrado como siempre ante aquel recuerdo, se secó el sudor de la frente con un brazo y aumentó el ritmo. Necesitaba dejar de pensar en ella y por lo visto, el ejercicio no lo estaba ayudando demasiado. ¡Nada lo hacía últimamente! Aparte de su madre, Martina era la persona más importante para él y la distancia que ella había impuesto entre ambos lo estaba matando. ¡Mierda! No tenía idea de por qué lo alejaba de ese modo, pero intuía que tenía que ver con la maldita misión. Algo había pasado entonces, algo que por algún motivo la avergonzaba, la hacía sentirse mal, pero se negaba a contárselo y eso lo desesperaba aún más.
La imagen de ella desnuda en la cama con el empresario se filtró de pronto en su cabeza forzándolo a detenerse. De inmediato, se inclinó hacia adelante, apoyó las manos en sus rodillas y trató de regular la agitada respiración. El corazón golpeaba con fuerza dentro de su pecho, acelerado más por la furia que siempre experimentaba al pensar en eso que por el ejercicio en sí mismo. Aunque nunca los había visto en verdad —lo cual agradecía porque la investigación se habría ido a la mierda en ese instante—, tenía claro que el sexo había sido una parte inevitable del proceso.
"Paranoid" de Black Sabbath sonaba ahora en sus oídos. El ritmo rápido e intenso se elevaba por encima de su caos mental mientras que su letra parecía burlarse de él. "All day long I think of things, but nothing seems to satisfy. Think I'll lose my mind if I don't find something to pacify. Can you help me occupy my brain? Oh yeah" —"Todo el día pienso en cosas, pero nada parece satisfacerme. Creo que voy a perder la cabeza si no encuentro algo que me mantenga en paz. ¿Me ayudás a ocupar mi mente? Oh sí"—.
Se quitó los auriculares de un manotazo para no tener que seguir escuchándola y detuvo el reproductor en su teléfono. Haría el resto del trayecto en completo silencio. Después de todo, era bueno para eso.
—¿Alejandro?
Alzó la cabeza nada más oír una voz femenina y familiar. La sorpresa hizo que el aire escapara bruscamente de sus pulmones. Vestida con unas calzas negras y un top deportivo ajustado en color rojo que dejaba muy poco a la imaginación, la agente más joven y llamativa de la comisaría lo observaba con una sonrisa en el rostro. Sin poder evitarlo, la recorrió con la mirada. Su abdomen plano y tonificado brillaba al contraste de los faroles de la calle. Solo la había visto de civil una vez en una fiesta años atrás, pero nada tenía que ver con la imagen que tenía frente a él en ese momento.
—Oficial Vega —saludó tras aclararse la garganta.
La mujer hizo un mohín al oírlo que atrajo en el acto la atención a su boca.
—Candela —corrigió—. No estamos en el trabajo.
Alejandro no pasó por alto la forma en la que remarcó eso último. Era evidente que buscaba hacer hincapié en ese punto.
—No sabía que te gustaba correr, Candela —señaló sin apartar los ojos de los de ella. Eso le permitió ver el destello de satisfacción que le provocó el sonido de su nombre.
—¡Me encanta! Tengo una cinta en casa. Aunque ahora que me mudé cerca del parque, seguro que vendré más seguido por acá. ¿Y vos?
—¿Si me gusta o si suelo venir?
Una risita escapó de su boca.
—Ambas —respondió mientras enganchó un mechón del cabello en su dedo para comenzar a jugar con este de forma intencionalmente inocente.
Pese a que nunca se había fijado en ella antes, su cuerpo reaccionó de inmediato a la sensual actitud. Era más que obvio el interés de la chica. Cada movimiento era en sí mismo una declaración de intenciones. Y era muy bonita para ser honesto. Sus ojos claros, gruesos y brillantes labios y un largo cabello negro atado en una cola alta eran el incentivo perfecto para cualquier hombre. Por un momento, se imaginó a sí mismo sujetándola con fuerza de este mientras era complacido con su ardiente boca, pero se apresuró a eliminar esos pensamientos. Lo que menos necesitaba era complicarse la vida aún más.
—Intento venir cada vez que tengo tiempo, lo cual últimamente no pasa con frecuencia —respondió cuando su cerebro volvió a funcionar y recordó lo que le había preguntado.
—Qué maravillosa casualidad que nos hayamos encontrado entonces, ¿no te parece?
—Sí, supongo —se apresuró a decir a la vez que miró su reloj—. Lo siento, Candela, tengo que irme.
No sabía por qué huía. Porque sin duda eso era lo que estaba haciendo. Pero sentía que debía alejarse de ella antes de hacer algo de lo que probablemente se arrepentiría al día siguiente. No sería muy inteligente por su parte que tuviera sexo con una compañera de trabajo y definitivamente eso era lo que pasaría si no se marchaba.
—¿Ya? Creí que podríamos...
—Tengo trabajo pendiente —la interrumpió—. Te veo mañana. ¡Cuidate!
Sin esperar respuesta, caminó hacia atrás con su mano levantada a modo de saludo y se giró para comenzar a correr en dirección contraria. ¡Dios, ¿acaso era un maldito marica?! Debía serlo ya que no se explicaba por qué otra razón escaparía así de una hermosa mujer notablemente dispuesta.
Resopló cuando el rostro de Martina ocupó su mente una vez más. Estaba jodido, tan simple como eso. De alguna manera que no podía comprender, el sexo casual ya no le resultaba tan gratificante como antes. Le servía para desahogarse y disfrutar del momento, claro, pero nada más. Y después de un rato experimentaba ese desagradable vacío que le quitaba las ganas de todo.
Gruñó al entrar en su departamento. Ella volvía a acaparar sus pensamientos.
Dejo las llaves, el celular y la billetera sobre la mesa y se fue desnudando en su camino al cuarto de baño. Estaba agotado, tanto física como mentalmente, y una buena ducha era justo lo que necesitaba en ese momento.
La comisaría no era lo mismo sin ella y aunque no habían vuelto a trabajar en equipo después de la última misión en la que estuvo infiltrada, ahora que no estaba yendo siquiera se notaba demasiado su ausencia. Por fortuna, el trabajo que le había encargado personalmente su jefe lo mantenía bastante ocupado, eso sin contar las veces que asistía a otros equipos cuando necesitaban de sus conocimientos en informática, permitiéndolo evadirse por un rato del vacío que llevaba alojado en su corazón desde hacía tiempo.
Siempre le había gustado la tecnología, en especial la programación, por lo que, de seguro, habría sido un gran profesional si se hubiese decantado a seguir ese camino. Su paciencia y mente analítica, así como la determinación para encontrar opciones alternativas, aun teniendo todo en contra, hubiesen sido la base de una próspera carrera en sistemas. Tal vez incluso hasta podría estar dando clases en alguna universidad en la actualidad. Claramente, tenía pasta para eso.
Sin embargo, había optado por servir a la comunidad, promoviendo y asegurando el debido cumplimiento de la ley. Si bien no había nacido con la vocación de servicio, que sin lugar a dudas sí tenía Martina, amaba su trabajo y procuraba ser bueno en este. Compartía los mismos valores que las fuerzas abanderaban, odiaba la corrupción y no toleraba ningún tipo de injusticia. Por eso siempre lucharía para proteger a los más vulnerables de la maldad en cualquiera de las formas que se presentara.
Quizás por eso el saber que uno de los suyos estaba involucrado en negocios sucios con la política lo tenía tan molesto. Seguía dándole vueltas al detalle de llamadas que su contacto en la Agencia de Inteligencia le había proporcionado días atrás. Si bien no podía condenar a un directivo de la policía por mantener comunicaciones con los centros penitenciarios, la llamativa frecuencia de estas era un poco extraña. Aun así, no era prueba suficiente para acusarlo de nada. Por consiguiente, le había pedido a su informante que prestara especial atención a los movimientos de los guardias.
Algo similar le pasaba con las llamadas entre el comisario mayor en cuestión y el funcionario investigado. Si bien no era poco habitual que un político en función se comunicara en algún momento con oficiales de las altas esferas de las fuerzas, no acostumbraban mantener conversaciones personales de celular a celular. Algo no le cerraba, más si a eso le sumaba el registro de operaciones bancarias provenientes del policía. No obstante, era un hombre muy determinado y paciente que no descansaría hasta que la verdad finalmente saliera a la luz.
Para cuando el final de la jornada llegó, sentía todos los músculos agarrotados. Había pasado horas sentado frente a su escritorio leyendo los interminables informes de las investigaciones cerradas en las que hubo relación entre el narcotráfico y diversas figuras de la política. Había repasado una y otra vez los testimonios de testigos y declaraciones de los acusados buscando alguna inconsistencia o pista que le indicara el camino a seguir. Pero era una tarea difícil y lo sabía. Tratándose de un comisario de alto rango, sería raro que hubiese dejado un cabo suelto que pudiera incriminarlo.
—Te ves como la mierda, Amaya.
Resopló al oír el comentario de uno de los oficiales a su cargo.
—Así quedo siempre después de visitar a tu mamá, Domínguez.
Las carcajadas de los otros agentes de su equipo no se hicieron esperar.
—Sí, ustedes sigan riéndose. Ya van a venir a pedirme algo —se quejó este y la indignación en su tono hizo que las risotadas aumentaran—. Manga de pelotudos —murmuró por lo bajo, esforzándose por contener la propia risa.
—¿Qué están haciendo todavía acá? —quiso saber Alejandro al ver que seguían revoloteando a su alrededor como insectos con la luz.
—Teníamos pensado ir al bar a celebrar que Villalba va a ser papá de nuevo y pensamos que tal vez querrías acompañarnos.
—¡¿Otra vez?! —preguntó asombrado. Si su memoria no le fallaba, ya tenía cuatro hijos.
El policía asintió con un encogimiento de hombros.
—Sí, pero este es el último. Mi señora ya me dijo que no va a dejar que la toque de nuevo hasta que me haga la vasectomía —se lamentó.
—Ouch —gimió Campos mientras se cubría los genitales con una mano en un gesto defensivo—. No quisiera estar en tu lugar.
Negó con la cabeza, divertido. Los tres hombres, Julio Domínguez, Horacio Villalba y Esteban Campos se entendían muy bien a la hora de actuar y junto a Martina y él, conformaban un excelente equipo. Eran serios, disciplinados e implacables cuando estaban en campo, pero totalmente lo opuesto fuera del trabajo.
—Bueno, ¿y? ¿Qué decís? ¿Te sumás? —insistió Domínguez.
—Vienen también los de tránsito y algunos de la científica —agregó Villalba.
Alejandro lo pensó por un momento. Aunque estaba cansado sabía que lo que menos haría al llegar a su casa sería dormir. Por el contrario, se volvería loco pensando una y otra vez en ella y la razón por la que lo estaba evadiendo. Y si por un milagro era capaz de apartarla de su mente, entonces empezaría a darle vueltas a la investigación y ya no podría conciliar el sueño. Tal vez le haría bien salir un poco y despejarse.
—Sí, por qué no —respondió con una sonrisa torcida.
—¡Bien, jefe! Esa es la actitud —celebró Campos, mostrando su aprobación, como siempre, a todo lo que implicara bebidas y diversión.
Alejandro volvió a negar con la cabeza al oír la forma en la que lo llamó. Si bien el único jefe era el comisario Omar Castillo, los de su equipo solían utilizar ese apelativo con él en señal de respeto. Después de todo, tenía un rango superior al de ellos.
Decidido a relajarse y pasarla bien durante un par de horas, guardó la pila de informes que estuvo revisando más temprano en el cajón y se apresuró a recoger su chaqueta del respaldo de la silla, el celular y las llaves. A continuación, los siguió hasta la salida.
Al llegar, se sorprendió por la cantidad de gente que había. Estaba más concurrido de lo que esperaba para un día de semana. De inmediato, reconoció algunas caras. Varios eran agentes; otros, bomberos, y por supuesto también había civiles. El dueño era un oficial retirado que había dado clases en la escuela de policía durante toda su carrera y muy querido por todos. Lo saludó conforme avanzaba y luego de cruzar unas pocas palabras con él, se desplazó hacia el fondo donde sus hombres lo estaban esperando.
Varias veces habían compartido este tipo de salidas, pero en todas siempre estuvo Martina presente. Al igual que lo habían sido durante la adolescencia, de adultos también eran inseparables y siempre iban juntos tanto a los eventos sociales como a los pertenecientes al Departamento. De hecho, al principio muchos habían creído que salían en secreto, pero todo eso cambió cuando ella comenzó a verse con un abogado que conoció por medio del novio de su hermana, ahora su esposo.
Todavía recordaba el esfuerzo que tenía que hacer para que su rostro no delatara los celos que lo invadían cada puta vez que él pasaba a buscarla por la comisaría al terminar su turno. Por fortuna, la relación no duró mucho y unos meses después, todo volvió a la normalidad. Sin embargo, jamás olvidaría las noches que pasaba en vela imaginando a la mujer que amaba en los brazos de otro hombre. Se frotó la cara, incómodo ante el recuerdo, y gruñó. ¡Mierda! ¿Cómo podía ser que incluso estando en medio de un bar lleno de gente siguiera siendo ella el centro de sus pensamientos?
Ofuscado, se tomó la mitad del contenido de la cerveza que acababan de traerle y pidió una segunda. Luego, brindó por la fortuna del futuro padre y continuó bebiendo. Estaba determinado a olvidarse de todo y disfrutar de la noche con sus compañeros. Al fin y al cabo, ¿de qué le servía rumiar sobre el motivo de que su mejor amiga lo estuviese evitando? Él había hecho todo lo posible por acercarse y le preguntó al respecto cuando notó su reticencia, pero ella se negó a responderle en cada oportunidad.
Iba por la cuarta botellita cuando, siguiendo un impulso, desbloqueó su celular, abrió el WhatsApp y buscó su última conversación. No estaba seguro de qué lo motivaba a enviarle un mensaje, pero le era imposible contenerse. Estaba harto de su actitud, de su maldita indiferencia y la falta de consideración hacia su persona. ¿Acaso no se daba cuenta de que estaba sufriendo? Como fuese, tenía claro que no podía obligarla a hablar con él si ella no lo quería, pero nada le impedía decirle lo que pensaba al respecto. Mucho menos ahora que ni siquiera podría verla en el trabajo debido a su licencia forzada.
—Vega no te sacó los ojos de encima desde que llegamos —susurró Campos con muy poco disimulo.
Alejandro alzó la vista para ver a la hermosa mujer que lo observaba desde otra mesa ubicada a varios metros de distancia donde se encontraba sentada junto a sus compañeros de equipo. Envalentonado por el alcohol, alzó la botella y la inclinó hacia ella a modo de saludo antes de terminársela de un trago.
—Te diría que vayas parando si tu plan es aprovechar la noche.
No necesitó más explicación para entender a qué se refería. Esteban Campos era el más antiguo de los tres y de lejos, el más extrovertido. Divorciado y mujeriego, estaba siempre a la pesca.
—Paso. Donde se come no se caga, deberías recordarlo.
—Sí, hombre, pero siempre hay una excepción a la regla. Mirala bien. La mina es un camión. Vale la pena cualquier problema que se presente —señaló sin apartar los ojos de ella.
Alejandro volvió a mirarla. Estaba de perfil, riendo por algo que habría dicho el oficial sentado a su lado. Sí, era preciosa, eso no podía negarlo y tenía un cuerpo increíble, en especial dentro de ese vestido que invitaba a la imaginación. A diferencia de la noche anterior, su cabello estaba suelto y caía hasta la mitad de su espalda, contrastando con la palidez de su piel de porcelana.
Se apresuró a apartar la vista cuando sus ojos se encontraron de nuevo. ¡Carajo! Lo había atrapado comiéndosela con la mirada.
—Te dije que no estoy interesado, Esteban. No rompas más los huevos —aseveró con más brusquedad de la que se proponía antes de indicarle a la camarera que le trajera otra bebida.
—De acuerdo —aceptó con una sonrisa burlona. A continuación, se levantó y le dio una palmada en el hombro—. Espero que estés convencido de eso entonces porque viene para acá.
Sin más que agregar, se alejó para ir a saludar a un amigo que acababa de sentarse a dos mesas de distancia. Por su parte, Julio Domínguez y Horacio Villalba, los otros dos oficiales pertenecientes a su equipo, le dieron la espalda en un evidente, aunque pobre, intento por darle privacidad. Estaba claro que no querían perderse detalle de la conversación. "Idiotas", murmuró por lo bajo.
—Hola de nuevo, inspector —saludó la chica con voz melodiosa.
—Candela, ¿cómo estás?
Ella sonrió y sin pedir permiso, se sentó en la silla que había quedado libre a su lado.
—Bien, pero ahora que te veo mucho mejor.
Alzó las cejas, sorprendido por lo directa que estaba siendo y la miró a los ojos. Sin duda, era consciente de su belleza y estaba acostumbrada a conseguir lo que quería. Se tensó al sentir su mano sobre la suya y contuvo el impulso de apartarla con brusquedad. Sin importar lo bonita que fuera, en ningún momento le había dado la confianza para que se tomara esas atribuciones.
—Me alegra que estés bien —respondió cortés, procurando contener la necesidad de volver a poner espacio entre ellos.
Podía sentir el calor de su cuerpo apoyado contra su costado y si bien cualquier hombre estaría encantado con la atención, no era su caso. Su perfume, dulce y floral, tan diferente al fresco y afrutado de Martina, flotaba a su alrededor, haciéndole imposible ignorarlo. Con disimulo, trató de apartarse, pero ella no estaba dispuesta a ceder ni un centímetro y cerrando la mano alrededor de su antebrazo, se inclinó lentamente para hablarle al oído.
—Tengo un Rutini en mi departamento que estaba guardando para una ocasión especial. ¿Te gustaría probarlo conmigo?
Alejandro cerró los ojos al sentir el cálido aliento sobre su oreja y el roce de sus labios sobre la piel. Pese a su poco interés, tendría que estar muerto para no reaccionar a semejante acto de seducción por parte de una hermosa mujer. Era muy difícil para un hombre resistirse a algo así, incluso para él. Tal vez era una cuestión biológica propia del género, no lo sabía, pero la mera posibilidad de sexo solía colapsar el cerebro masculino en un instante y él no era la excepción. Más aun considerando que había pasado mucho tiempo desde la última vez.
Volviendo a posar los ojos en los de ella, tragó con dificultad. Sabía que era un error, que no debía acostarse con alguien del trabajo porque podría haber consecuencias severas. No obstante, la tentación era demasiado fuerte y hasta el más estoico flaquearía ante una oferta de esa índole. Tal vez debía hacerle caso a su oficial y hacer una excepción. Dejarse llevar por el momento sin pensar en nada más y pasarla bien.
—Alejandro.
—¡Martina! —exclamó a la vez que se apartó de la chica y se puso de pie—. ¿Qué estás haciendo acá?
Ella lo miró fijamente por un momento.
—Vine a verte. Necesito que hablemos.
—Sí, claro —respondió, nervioso.
Todo el alcohol ingerido parecía haberse evaporado de su sistema.
Solo entonces, ella desvió la mirada hacia donde se encontraba su acompañante.
—¿Perdiste algo, Candela?
—¿Qué? —preguntó esta, claramente incómoda.
—Que si perdiste algo —repitió, remarcando cada palabra a propósito, pero no la dejó responder—. Lo que sea lo estás buscando en el lugar equivocado —advirtió con dureza—. Te sugiero que vuelvas con tus compañeros y dejes al mío en paz.
Villalba y Domínguez prácticamente se atragantaron de la risa al ver a la joven levantarse con torpeza de la silla para regresar a toda velocidad a su mesa.
—Un poco cruel, Soler —murmuró el primero.
—Sí, fue como patear a un cachorro —agregó el otro.
—Más bien a una perra —siseó, furiosa.
Molesto por el despliegue de territorialidad que acababa de presenciar por parte de su compañera, Alejandro la agarró del brazo y la acercó más a él.
—¿A qué viniste, Martina? ¿A qué se debe todo esto? —inquirió en un susurro solo para ella.
Pese a su turbación, era incapaz de apartar la mirada de ella. Debería estar furioso por su actitud posesiva y celosa, en especial teniendo en cuenta que lo había ignorado y hecho a un lado durante semanas, pero lo único que estaba experimentando en ese momento era admiración y deseo. Ambos eran muy protectores el uno con el otro, siempre lo habían sido, pero esto se sentía diferente. Ella parecía estar lista para tragarse a la chica, masticarla y escupirla. ¿Acaso sus celos querían decir otra cosa? Pero entonces, ella habló y sus palabras lo dejaron sin aliento.
—Vine a decirte que mañana me voy a Tandil y no sé cuándo vuelvo.
------------------------
¡Espero que les haya gustado!
Si es así, no se olviden de votar, comentar y recomendar.
Grupo de facebook: En un rincón de Argentina. Libros Mariana Alonso.
¡Hasta el próximo capítulo! ❤
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top