Capítulo 27

Con el correr de los días, Martina poco a poco fue dejando atrás los malos recuerdos. Aunque era consciente de que nunca olvidaría lo que había vivido durante aquellas aterradoras horas en las que estuvo a merced de un asesino, estaba decidida a no permitir que eso la definiera. Lo que le pasó no solo le demostró que tenía la fuerza suficiente para seguir adelante, sino además que no lo haría sola. Porque Alejandro se encontraba a su lado, siempre lo había estado, conteniéndola en todo momento y acompañándola en cada paso, dispuesto a ayudarla a liberarse por fin de la culpa y la vergüenza que aplastaban su pecho.

Por otro lado, su hermana también había jugado un papel importante en su recuperación. En cuanto se volvieron a encontrar al regresar del hospital después de que diera su declaración y presentara el informe oficial en la comisaría, la envolvió en un fuerte abrazo que, de forma inesperada, juntó todas las partes rotas de su alma y la colmó de calidez y amor. El mismo que en su adolescencia había sido clave para sobrellevar la muerte de sus padres y que la impulsó a continuar aun pese a sus miedos hasta que por fin consiguió cumplir su mayor sueño: convertirse en oficial de policía.

Siempre tuvo claro que el camino no sería fácil, que habría muchas veces en las que, para poder combatir la oscuridad, tendría que sumergirse de lleno en esta. Lo sabía porque lo había visto en su padre antes y una vez en las fuerzas, tuvo la oportunidad de experimentarlo en carne propia. Y si bien cada vez le resultaba más duro, lo seguiría haciendo porque eso era lo que la llenaba por dentro y la hacía sentirse plena. Solo saber que su granito de arena contribuía a hacer del mundo un lugar mejor le daba la satisfacción que tanto buscaba.

"Papá estaría muy orgulloso de vos", le había susurrado entre lágrimas Cecilia mientras la estrechaba entre sus brazos y eso fue todo lo que necesitó para comprender que su sacrificio nunca sería en vano. Lo que había padecido a manos de ese tipo en aquel sucio y frío sótano, el miedo y el dolor que había padecido por su culpa, fue lo peor que tuvo que afrontar a lo largo de toda su carrera, incluso más que el abuso infligido por parte del empresario cuando, haciéndose pasar por su chica, se sometió a él para obtener información durante la última misión. Entendió entonces que lo haría todo de nuevo una y mil veces más si con ello conseguía que un violador y asesino volviera a la cárcel, donde pertenecía.

Durante los días que siguieron Martina se dejó cobijar por el cariño y la contención de su hermana mayor y aprovechó para pasar tiempo con ella y su familia. Si bien su licencia todavía no terminaba, su estadía en Tandil estaba llegando a su fin. Necesitaba regresar a Buenos Aires y retomar su trabajo, volver pronto a la rutina, a su equipo, pero más importante aún, empezar su nueva vida junto a Alejandro. Las cosas entre él y el comisario estaban un poco tensas y, dado que el problema con el sicario se había resuelto, ya no tenía más razón para quedarse. No obstante, sabía que no se iría solo y lo cierto era que ella tampoco deseaba quedarse, por lo que, en cuanto estuvieron solos de nuevo, le comunicó que estaba lista para volver a casa.

Pese a su firme decisión, la despedida con Cecilia fue muy triste. Solía dolerle cada vez que debían separarse, pero en esa oportunidad lo vivió de forma más desgarradora, ya que no solo se alejaba de ella. Conocer a sus sobrinos y pasar tiempo con ellos fue una experiencia increíble y atesoraría en su corazón los momentos compartidos. Se sentía orgullosa de su hermana y el modo en el que, junto a su cuñado, estaban criando a esos niños maravillosos. En especial, después de enterarse de que un nuevo bebé venía en camino. Siempre había deseado una familia grande y la hacía feliz que por fin pudiera cumplir ese sueño.

A un costado del auto de Alejandro, volvió a abrazarla como cuando eran pequeñas. Ya se había despedido de Manuel y los chicos más temprano y en ese momento era el turno de ella. ¡La destrozaba dejarla! Había pasado poco más de un mes desde que llegó a Tandil sintiéndose rota y vacía y Cecilia la había acogido con todo su amor, brindándole un espacio para sanar y encontrarse consigo misma de nuevo. Sin embargo, tenía que marcharse. Su vida estaba en Buenos Aires, junto a su compañero y su equipo.

—Cuidate, Martu, y llamame cuando llegues. —Su voz temblorosa hizo que las lágrimas asomaran en los ojos de Martina.

—Gracias por todo lo que siempre hacés por mí. Si no fuera por tu apoyo, hoy no sería la persona que soy.

—Solo hago lo que cualquier hermana mayor haría.

—No, Ceci, hacés mucho más que eso y lo sabés. Te quiero y te voy a extrañar mucho.

—Yo también, preciosa —replicó en un susurro entrecortado por la angustia, y la abrazó con fuerza.

No supo cuánto tiempo estuvieron aferradas, la una a la otra, pero para cuando se subió al vehículo las lágrimas empapaban por completo su rostro.

—¿Estás bien?

Alejandro la miraba con preocupación, consciente de lo difícil que era para ella alejarse de su familia de nuevo.

—Sí —afirmó—. Es hora de volver a casa.

Él asintió al oír la seguridad en su voz y, un poco más tranquilo, encendió el motor para finalmente emprender la marcha. 

Eran casi las once de la noche cuando Martina se dejó caer en el sofá para mirar un poco de televisión. Había desarmado la valija, guardado las cosas, y puesto una tanda de ropa a lavar. Ya no tenía nada con lo que mantenerse ocupada y el silencio en su departamento comenzaba a pesarle. Al llegar de Tandil, había insistido en quedarse sola, asegurándole a Alejandro que necesitaba tiempo para acomodarlo todo y despejarse. Él tenía que reunirse con el comisario a la mañana siguiente y no quería que se preocupara más de lo necesario. Sin embargo, en la soledad de su hogar, ya no estaba tan segura de haber tomado la decisión correcta.

Luego de dejar el control remoto sobre la mesita ratona, miró su teléfono, tentada de escribirle. Habían intercambiado el último mensaje varias horas antes cuando le avisó que había llegado a su casa y desde entonces, no volvieron a hablar. Por el horario suponía que ya estaba durmiendo, aun así, entró en su chat, debatiéndose si ceder o no a la necesidad de contactarlo. Resopló, frustrada, sin saber qué hacer. No quería parecer débil, aunque tampoco podía ignorar la ansiedad que la consumía en ese momento.

Estaba por dejar a un lado el celular cuando de pronto una notificación iluminó la pantalla. Su corazón dio un salto al ver su nombre en ella.

"¿Estás despierta?"

Sonrió al leer la pregunta mientras experimentaba una mezcla de alivio y sorpresa. Una vez más, él estaba allí para ella, como si hubiera sabido que lo necesitaba.

"Sí, no me puedo dormir."

Su respuesta llegó al instante.

"Yo tampoco."

Se mordió los labios a la vez que inspiró profundo. Se moría de ganas de decirle lo mucho que ansiaba volver a verlo, pero algo en su orgullo todavía la frenaba. No quería admitir que estar sola la hacía sentir tan vulnerable. Después de todo, era una mujer fuerte e independiente, ¿cierto?

"Tratá de descansar, Ale. Mañana tenés que levantarte temprano." —Exhaló despacio, consciente de que su consejo era lo opuesto a lo que en verdad deseaba decirle.

"Lo haría mejor si estuviera a tu lado."

Se frotó el pecho al sentir la leve opresión en este. Al parecer, él también la extrañaba. Gruñó. ¿Por qué le costaba tanto admitir que lo necesitaba? Ignorando el impulso de alzar la barrera y cerrarse dentro de sí misma, escribió su respuesta.

"Me pasa igual."

Notó que sus manos temblaban conforme iba dejando que se asomara un poco de la vulnerabilidad que sentía.

"Sabés que solo tenés que pedírmelo."

Sus dedos vacilaron por un momento sobre la pantalla, su resistencia debilitándose cada vez más. ¿Para qué negar lo que le pasaba? En definitiva, lo quería allí junto a ella. Esa era la pura verdad y no tenía sentido seguir fingiendo lo contrario.

"Vení..."

Hubo un breve silencio y Martina temió que ya no le respondiera. ¿Y si justo se había quedado dormido y no llegó a leer el mensaje? Pero antes de que volviera a escribirle, oyó unos suaves golpes en la puerta. Sorprendida, se quedó inmóvil por unos segundos. ¿Acaso él...? Entonces, reaccionó por fin. Levantándose en el acto, corrió con prisa hacia esta y la abrió. Todo en su interior vibró al verlo allí parado, con un hombro apoyado contra el marco y una cálida sonrisa en el rostro.

—Estás acá... —Su voz salió contenida, casi un susurro.

—No podía esperar.

Sin decir nada más, se lanzó a sus brazos, sintiendo cómo el peso del mundo se desvanecía mientras él la abrazaba. 

Alejandro se frotó la nuca, nervioso. Llevaba varios minutos esperando en una incómoda silla de plástico, frente al despacho de su jefe, y la impaciencia comenzaba a hacer mella en él. Las manos le sudaban y era incapaz de dejar quieta la pierna, que se sacudía a un ritmo imparable. Había intentado mantenerse tranquilo, pero al parecer no lo estaba logrando. La realidad era que lo que el comisario pudiera decirle lo inquietaba más de lo que quería admitir.

A su alrededor, el ambiente era como el de cualquier otro día: agentes yendo y viniendo, teléfonos sonando, voces que se mezclaban en un bullicio constante. Sin embargo, para él todo era distinto. Su carrera estaba en juego. Cada puerta que se abría o el sonido de pasos acercándose hacían que su corazón saltara dentro de su pecho. Necesitaba calmarse antes de enfrentar a su superior.

Con una respiración profunda, comenzó a ensayar en su mente lo que diría una vez que estuviera frente a él. Cuando decidió actuar solo en Tandil, sin pedir refuerzos para rescatar a Martina, sabía muy bien que estaba desobedeciendo el protocolo y que, desde el punto de vista profesional, era un acto imprudente. No obstante, si tuviera que hacerlo de nuevo, no dudaría ni un segundo. Ella era lo más importante para él y siempre lo sería.

—Alejandro, el comisario puede verte ahora. —La voz del secretario lo regresó con brusquedad al presente.

—Gracias, Valentín.

Detrás de un escritorio cubierto de informes y carpetas, Omar Castillo revisaba unos papeles cuando él entró a su despacho.

—Buenos días, señor.

Sin apartar los ojos de los documentos que sostenía, le hizo un gesto con la mano para que se sentara.

—Inspector Amaya —saludó con la seriedad que lo caracterizaba a la vez que cerró la carpeta y levantó la mirada—. Necesitamos hablar de lo que pasó en Tandil.

Se sentó de inmediato y se preparó para lo que diría al respecto. Había llegado el momento de explicar sus decisiones y el modo en el que se desarrollaron los eventos, desde el rescate de su compañera hasta la situación con Candela. También de cómo Esteban tomó el mando temporalmente mientras él se enfocaba en la recuperación de Martina, tanto física como emocional.

Luego de unos segundos en los que ordenó sus pensamientos, comenzó a hablar. No importaba que hubiese mencionado los hechos en su informe antes, lo hizo de nuevo, de forma ordenada y concisa, y aportó detalles relevantes que contribuían a justificar su proceder. El comisario lo escuchó con atención, sin interrumpirlo ni una sola vez, y le dio el tiempo que necesitaba para exponer su caso. Al finalizar, se quedó en silencio por un momento, mirándolo con un destello de comprensión en sus ojos.

—Tuviste suerte, Alejandro —señaló mientras se reclinaba en el respaldo de su silla. Su tono era cálido y sereno, prueba del gran aprecio sentía hacia él por haber sido su mentor durante tantos años—. Las cosas podrían haber salido muy mal. No lo voy a ignorar. —Alzó la mano cuando se disponía a interrumpirlo—. Pero era Martina y lo entiendo —concluyó.

Sí, era consciente de que no había seguido el protocolo, como así también de que arriesgó su vida en el proceso; sin embargo, no tuvo otra opción, no en la situación en la que se encontraba.

—No había tiempo para pensar, Omar —respondió con los ojos fijos en los suyos—. Si volviera a estar en la misma posición, haría exactamente lo mismo.

El hombre suspiró, cansado.

—Lo sé. —La empatía que escuchó en su tono lo hizo por fin bajar un poco la guardia—. Y por eso lo voy a dejar pasar en esta oportunidad. Pero que quede claro, Ale, hay cosas que se escapan de nuestras manos. La próxima vez podría irse todo al carajo.

Si bien aún estaba algo tenso, se sentía agradecido de que comprendiera lo que lo había impulsado a actuar de esa forma y no lo castigara por eso.

—Gracias, jefe —dijo con sinceridad.

—No me lo agradezcas —contestó mientras se enderezaba en la silla—. Hacés un buen trabajo, pero no me pongas en una situación en la que no te pueda cubrir la espalda.

Reconoció la advertencia en sus palabras. Castillo acababa de recordarle que, a pesar de que siempre intentaría protegerlo, había ciertos límites legales y procedimentales que no debían cruzarse para evitar consecuencias irreversibles.

—Lo entiendo, comisario. —Hizo una pausa, con la mirada fija en el escritorio—. No fue mi intención ponerte en esa posición, pero... —Respiró hondo—... no habría podido quedarme quieto sabiendo que ella estaba en peligro. Prometo ser más cuidadoso en el futuro.

Este se inclinó un poco hacia adelante y apoyó los codos en el escritorio.

—Eso espero, inspector —replicó con seriedad. No obstante, había calidez en su mirada—. Por cierto, quería comentarte que no pasó desapercibido lo que hizo el oficial Campos en Tandil. Estoy considerando darle un aumento de sueldo y hacer una recomendación para su ascenso. Se lo ganó, y es bueno tener a alguien que pueda tomar el mando cuando las cosas se complican.

Alejandro asintió, consciente de la importancia de aquel gesto.

—Estoy de acuerdo. De hecho, pensaba ponerlo a cargo de la coordinación de operaciones del equipo —añadió—. Ya demostró que está preparado para eso y más.

Este lo miró con aprobación y esbozó una leve sonrisa.

—Muy bien. Se lo podrás comunicar a su regreso. Tiene para unos días más hasta que le den el alta a Vega.

No pudo evitar tensarse al oír ese nombre y la expresión en su rostro se volvió más dura.

—Iba a hablarte de ella también. No la quiero en mi equipo —declaró con firmeza.

Castillo alzó una ceja al captar el tono decidido en su voz. Más que una petición, parecía una advertencia y si bien la relación entre ellos era cercana, nunca olvidaban el rol que ocupaba cada uno y un inspector no le daba órdenes a un comisario.

—¿Candela? Tené en cuenta que apenas está empezando. Tal vez, si...

—No —lo interrumpió—. Su conducta fue inaceptable. Abandonó a Martina y la dejó en una situación extremadamente peligrosa. No está preparada para el trabajo y no confío en ella.

—Bueno. Dejame ver cómo lo manejo. Su tío tiene influencia y eso podría complicar las cosas.

—Sí, sé que tiene contactos, pero no me importa. No voy a comprometer la integridad de mi equipo por alguien así.

—Entiendo y justifico tu postura, Alejandro. No te preocupes, me encargaré de reasignarla a otra división.

Asintió de nuevo, aliviado de contar con el apoyo de su superior directo. Acababa de quitarse un enorme peso de los hombros.

—Muchas gracias, Omar. Ahora, deberíamos hablar de Deglise.

El comisario frunció el ceño, sabiendo con exactitud a qué se refería. Luego de que Pablo Díaz, inspector de la delegación de Misiones, contactara a la policía de Tandil para advertirles lo que sucedía allí, varios agentes se apresuraron a acudir al lugar con el objetivo de apoyar a Alejandro y apresar a Thiago Guevara, el sicario contratado para matar a Martina. Pese a que llegaron cuando el inspector ya tenía la situación controlada, asumieron el control a partir de entonces y se encargaron de procesar la escena y de poner al sospechoso bajo custodia.

Así fue cómo dieron con el video que el mismo agresor había grabado durante su ataque a la agente. En este confesaba el pago por parte de Ariel y los detalles de sus planes perversos contra ella. La cinta, junto con la información descubierta gracias a la intervención de Lucas Ferreyra, el compañero de Pablo, se convirtió en la prueba crucial e irrefutable de la conexión entre este y el empresario y su confesión grabada les permitió iniciar la investigación pertinente para rastrear las operaciones bancarias y vincularlo aún más con el delito cometido.

Campos, asumiendo el liderazgo mientras él se dedicaba de lleno a atender a su compañera, dado el impacto físico y emocional que ella había sufrido, se encargó de hacer el seguimiento y enviar la información a Buenos Aires. Por eso, Castillo estaba al tanto de todo. Gracias a la firme presencia del oficial y la presión ejercida sobre el fiscal de Tandil, se presentó de forma expeditiva la evidencia al juez para que este pudiera ordenar la prisión preventiva de Thiago. Lo que Alejandro aún ignoraba, porque ocurrió en las últimas horas, era que también se había aprobado el traslado de Ariel a un penal de máxima seguridad. La obsesión que los dos mostraban hacia Martina era un componente psicológico que se consideró como agravante para justificar dicha medida.

—¿Cuándo? —quiso saber, desesperado por ponerle fin a la amenaza contra la mujer que amaba—. El tipo no va a quedarse quieto. No es solo una cuestión de venganza. Está obsesionado con ella.

—Tengo entendido que lo trasladarán esta semana —respondió con tono firme—. De todos modos, dudo que pueda hacer algo más. Como te mencioné la última vez que hablamos, después del operativo del ferry, requisamos los celulares de la prisión, cortando toda comunicación con el exterior.

Alejandro se inclinó hacia adelante al oír la mención de aquel caso.

—¿Qué novedades hay sobre eso? —preguntó, interesado.

Antes de irse a Tandil, Castillo le había asignado la investigación de una red de narcotráfico que involucraba no solo al jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, sino también a un comisario mayor de la Policía Federal. Dada la sensibilidad del asunto, debió proceder con extrema discreción para no levantar sospechas. A pesar de ello, logró descubrir una serie de llamadas entre ambos implicados, junto con movimientos bancarios que indicaban posibles sobornos. Además, identificó un patrón inquietante de comunicaciones del comisario con el Servicio Penitenciario, en particular con un guardia encargado del pabellón donde estaba Paco, el líder de una antigua banda de narcotráfico que, al parecer, seguía operando desde prisión.

Días más tarde, tras recibir el aviso de su informante de que iban a transportar droga hacia Uruguay utilizando una empresa comercial vinculada al funcionario, no tardó en organizar un operativo que resultó en la captura de varios delincuentes. Sus declaraciones permitieron al juez autorizar la intervención del teléfono del comisario y de altos mandos policiales y de Prefectura, lo que fortaleció la investigación. Sin embargo, justo en ese momento, debió dejarlo todo para ir a ayudar a Martina, impidiéndole avanzar más.

Sintió una oleada de adrenalina al contemplar cómo la mirada de Castillo se encendía al tiempo que una sonrisa asomaba en su rostro.

—Después de que atrapáramos a los hombres de Paco, nuestro querido colega se puso nervioso y decidió pedirle ayuda al político. Digamos que no fue muy discreto en su llamada, y eso nos dio justo lo que estábamos esperando. Al comisario ya lo apartaron del cargo, y ahora tiene un sumario en curso. En cuanto al jefe de gobierno, se inició otra investigación. No falta nada para las próximas elecciones. En cuanto pierda los fueros es nuestro.

Alejandro permaneció en silencio por un momento, procesando la información.

—Lo tenemos contra las cuerdas —aseveró, su mente dividida entre la satisfacción de cerrar un caso y la furia latente por el peligro que aún acechaba a Martina—. Ahora hay que resolver el asunto de Deglise. Tenemos que asegurarnos de que no haya ningún otro movimiento en marcha.

Castillo asintió, percibiendo la evidente tensión en la voz del inspector.

—No te preocupes, el traslado es inminente. No tiene margen para seguir moviendo hilos desde adentro.

Dejó escapar un suspiro cargado de agotamiento mientras se recostaba sobre el respaldo de la silla. Si bien la conversación con su jefe lo había dejado más tranquilo, sabía que no debía desestimar la inteligencia ni astucia que Ariel ya había demostrado tener. No, no iba a bajar la guardia todavía. 

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