Capítulo 2

El mundo de Martina Soler empezaba a desmoronarse. Siempre había sido una mujer de acción, decidida y práctica. Cuando algo le preocupaba, buscaba de inmediato una forma de resolverlo y si el asunto no tenía tanta importancia, entonces simplemente lo hacía a un lado. Era una persona simple y no le gustaban las complicaciones. No obstante, desde que había aceptado esta misión, su mente se volvió una maraña de dudas, temores y remordimiento.

Se sentía culpable por las cosas que debió hacer no solo para conseguir la información que necesitaba, sino también para resguardar su verdadera identidad y no sabía cómo librarse de esa emoción. Ariel Deglise, un empresario frío y astuto de cuarenta y nueve años, era el dueño, junto a su hermano, de una discoteca en la cual, según la denuncia de un ex empleado y que había podido comprobar más tarde, se llevaba a cabo la venta de estupefacientes y cocaína.

A pedido de sus jefes, Martina debió adoptar el papel de chica adinerada, superficial y con problemas con la figura paterna para poder acercarse a él. Su aspecto físico se amoldaba a la perfección al tipo de mujer que a él le atraía, lo que la hacía la más apta para llevar a cabo tan importante tarea. Si bien en un principio había sentido cierto reparo, no tuvo más opción que seguir adelante con la orden recibida. Al fin y al cabo, de eso se trataba el trabajo de encubierto. El fin justificaba los medios, ¿verdad?

Tal y como habían supuesto, no le resultó difícil seducirlo y con su experta actuación se fue ganando poco a poco su confianza. Luego de un tiempo y una vez instalada en su casa, consiguió que la llevara a sus encuentros de negocios. Lo convenció de que su sola presencia los distraería y eso le daría una notable ventaja sobre ellos. Entusiasmado con la idea, Ariel comenzó a incluirla en cada reunión, mostrándola cual trofeo a sus potenciales socios.

En cada oportunidad, ella jugó su papel a la perfección, pero entonces, le pidió ayuda para cerrar un trato difícil y a partir de ahí todo se complicó. Al parecer, el tipo era un voyeur y solo accedería a trabajar con él si le permitía verlos mientras la mujer le hacía una felación. Su primer instinto fue salir corriendo y mandar todo a la mierda, pero no podía hacerlo. No si quería que la misión tuviera éxito.

Enterrando su consciencia en el fondo de la mente y desconectándose de sus emociones, dejó que su alter ego, una rubia llamada Tatiana que se excitaba con romper las reglas, tomara el control de la situación y les brindara a ambos el espectáculo de sus vidas. Sin embargo, no consiguió desconectarse y en todo momento fue consciente de su entorno. Se sintió sucia y asqueada nada más terminar. Nunca había tenido que rebajarse tanto en su carrera para llegar al final de una investigación y se juró a sí misma no volver a ponerse en una posición similar. No importaba si tenía que renunciar a su trabajo en el futuro. No pasaría por algo así de nuevo.

Para su alivio, Ariel no volvió a pedirle nada similar. Al parecer, su excelente actuación y la buena predisposición que había demostrado esa noche, la hizo ganar puntos de confianza, por lo que todos sus reparos desaparecieron. Poco a poco, se fue abriendo a ella, en especial mientras tenían intimidad y, entre sábanas, le brindó información muy valiosa, por completo ajeno al hecho de que la mujer en su cama era una entrenada agente de policía quien grababa todos y cada uno de sus encuentros. Aun así, Martina era consciente de que no debía subestimarlo. El hombre era muy inteligente, observador y extremadamente celoso.

Por eso, cuando sus celos se manifestaron y les dio la orden a sus guardaespaldas de que estuvieran pendientes de todos sus movimientos, se apresuró a cortar el vínculo con su equipo y fingió estar embarazada. Fue lo mejor que se le ocurrió para justificar sus misteriosas y frecuentes salidas y proteger tanto su seguridad como las de sus compañeros. No podía arriesgarse a que la misión se viera comprometida luego de tanto esfuerzo, así que se deshizo de la grabadora y el teléfono y faltó al encuentro pautado con su intermediario.

Era consciente de que Alejandro se alarmaría al comprender que no podría contactarla, aunque quisiera, y rezó para que el miedo y su necesidad de protegerla no lo llevaran a ponerse a sí mismo en peligro. Ya en su adolescencia se había mostrado muy protector con relación a ella y, con los años eso se fue acrecentando, incluso sabiendo que podía cuidarse sola. Sin embargo, no vio otra salida. Estaba a nada de conseguir lo que buscaba y no permitiría que todo se fuera a la mierda faltando tan poco para reunir las pruebas que necesitaban.

Una luz de esperanza la alcanzó una noche, justo después de que averiguase no solo la ubicación y la hora donde encontrarían al dueño del boliche con las manos en la masa, sino también a Franco Bermúdez, un prófugo narcotraficante al que la policía le había perdido el rastro tiempo atrás. Desesperada, trató de pensar en la forma más segura de avisarle a su compañero, de hacerle llegar la información que estaban esperando y así terminar de una vez por todas con aquella investigación. No obstante, tenía claro que cualquier movimiento por su parte la pondría directamente en la mira.

Pero entonces, Gabriel Acosta, un viejo amigo de los dos al que no veían desde hacía varios años, se cruzó en su camino, dándole la oportunidad que estaba buscando. En ese momento, se encontraba trabajando como custodio de Gustavo, el hermano de Ariel y su socio, y tras reconocerla, había decidido contactar a su compañero. Gracias a su rápida intervención, Alejandro pudo preparar el operativo que permitió apresar a los delincuentes y más importante aún, salvar su vida.

Todavía se estremecía al recordar el modo en el que se había lanzado encima del enemigo antes de que este consiguiera dispararle. Si bien habían pasado horas desde que le había enviado los datos que se necesitaban para autorizar la operación policial, sabía cómo era el procedimiento y la falta de tiempo no contaba a su favor. Le había dado a su compañero una ventana muy breve para que lo dispusiera todo y la probabilidad de que llegara muy tarde era peligrosamente alta.

Martina en verdad creyó que no saldría con vida. Pese a la traición de Gustavo, el envidioso y resentido hermano de Ariel quien, dispuesto a tomar su lugar, entregó al empresario y al nuevo socio a un cártel enemigo para que se deshicieran de ambos, la seguridad de Franco Bermúdez, el poderoso narcotraficante, demostró estar a la altura y en cuestión de minutos eliminaron por completo la amenaza. Finalmente, ordenó que mataran al empresario y a su chica.

Actuando por instinto, se arrojó al suelo y tomó el arma de uno de los guardaespaldas de Ariel que había muerto en el enfrentamiento y disparó una y otra vez hacia sus verdugos en un intento por alejarse y ponerse a resguardo. Pero una bala logró alcanzarla y la empujó hacia adelante, golpeándose la cabeza y perdiendo la pistola en la caída.

Aprovechando la oportunidad, el narcotraficante fue hacia ella y la pateó para que no fuera capaz de levantarse siquiera. Sus movimientos y el modo en el que había actuado la delataron, dejándole ver que lejos estaba de ser la chica ingenua y superficial que aparentaba. Porque podía no tener una identificación encima, pero cualquier delincuente experimentado reconocía a un policía cuando lo tenía enfrente.

Su equipo llegó justo en ese momento y dando la voz de alto obligatoria, iniciaron el segundo tiroteo de la noche. Confiada en que sus compañeros serían capaces de reducirlos, se dispuso a resguardarse hasta que todo acabara. Estaba herida y débil por lo que no sería de mucha ayuda en esas condiciones. Sin embargo, Ariel la estaba esperando para vengarse de ella. Furioso por haber sido engañado por una mujer durante tanto tiempo, apuntó su revolver en su dirección dispuesto a matarla.

No obstante, Alejandro surgió de la nada y lanzándose sobre él como un toro de lidia, lo derribó con fuerza haciendo que los dos cayeran al piso. Martina apenas podía ver lo que sucedía frente a ella. La cabeza le latía, su visión se volvió borrosa y los sonidos parecían alejarse cada vez más. Sumado a eso, sentía mucho frío, lo que indicaba una gran pérdida de sangre. Apenas podía mantener los ojos abiertos. Pero entonces, alcanzó a oír la voz de su compañero en medio de la bruma.

—Sé que duele, corazón, lo siento, pero tengo que detener la hemorragia —lo oyó decir cuando ella se quejó de dolor. Sonaba asustado. La herida debía ser peor de lo que pensaba—. Tranquila, todo va a estar bien. Te llevaré al hospital.

Quiso responderle que no se preocupara, que por primera vez en mucho tiempo estaba tranquila. Al fin y al cabo, él estaba allí y sabía que no dejaría que nada malo le pasara. Sin embargo, no tenía fuerzas siquiera para levantar los párpados, mucho menos emitir palabra. Pero todo pasó a un segundo plano cuando sintió el reconfortante calor de su cuerpo a su alrededor. Su olor se impregnó en sus fosas nasales, ahuyentando en el acto todo rastro de miedo o preocupación.

Esa noche, Alejandro la salvó, del mismo modo en que lo había hecho tantas otras veces en el pasado sin siquiera ser consciente de eso. Era la única persona, aparte de su hermana, en la que confiaba ciegamente. Gracias a él había cumplido su sueño de ser policía, ya que no le permitió rendirse cuando su madre se puso en contra por miedo de que terminara como su padre. Solo él había podido darle la fuerza que necesitaba para seguir adelante.

Se habían conocido en la secundaria, cuando junto a sus otros amigos, conformaron un cuarteto inseparable. Al igual que ella, Pablo era hijo de un agente también y compartía su vocación de servicio. Gabriel no lo tenía tan claro, pero estaba dispuesto a seguirlos de todos modos. Alejandro, por su parte, siempre había mostrado una marcada inclinación hacia la informática y por eso los sorprendió cuando les comunicó su decisión de anotarse también en la escuela de policía. Y aunque debió haberlo instado a que siguiera su propio camino, nunca lo hizo.

"Porque sos una egoísta de mierda", se dijo a sí misma al comprender que ya entonces, había tenido miedo de que se alejara de ella. Arrojó en la pileta el resto de café que había quedado en su taza. Apenas tomó un par de sorbos antes de que los recuerdos se cernieran sobre ella y la llevaran hasta el fondo del abismo. Su única meta siempre había sido ser una buena policía, pero para ello necesitaba tener a su lado a su mejor amigo. Sin él nunca habría llegado tan lejos. Su apoyo incondicional fue lo que la convirtió en una de las mejores.

¡¿Por qué carajo era ella quien lo alejaba entonces?! No estaba segura. Solo sabía que después de lo que había tenido que hacer para que la misión tuviera éxito no podía mirarlo a los ojos. ¿Qué pensaría de ella si supiera que no solo había tenido sexo con el sujeto a quien estaban investigando para conseguir la información que buscaban, sino que además había tenido que complacer cada una de sus necesidades incluso cuando estas la exponían ante otras personas?

Corrió hacia el baño en cuanto sintió la violenta arcada y vomitó lo poco que había ingerido esa mañana. Le revolvía el estómago solo de recordar lo que había vivido en aquel entonces. Si bien sabía que jamás podría olvidarlo y aceptaba que era algo con lo que lidiaría en su mente por el resto de su vida, no soportaba la idea de que él se enterara. Alejandro siempre había sido su pilar, su roca, la persona en quien se apoyaba cuando todo iba mal. No obstante, ya no podía seguir haciéndolo, no sin quebrarse y contándoselo todo al menos.

Pese a que solo eran amigos, sus sentimientos hacia él eran mucho más profundos de lo que demostraba y antes de que esta misión se presentara había llegado, incluso, a considerar la posibilidad de sincerarse. Sin embargo, el temor a que todo cambiara entre ellos o que decidiera pedir el pase a otra comisaría para alejarse de ella la detuvo y ahora ya no tenía valor para hacerlo. No después de haberse hecho pasar por una estúpida rubia con aserrín en la cabeza.

Una melodía proveniente de su habitación interrumpió sus tortuosas cavilaciones, regresándola bruscamente al presente. Con manos temblorosas, se enjuagó la boca y la cara y se dirigió al cuarto para buscar su celular. Dudó por un instante al ver el nombre de su hermana en la pantalla. La chica, mayor por cuatro años, tenía un sexto sentido cuando se trataba de ella y siempre sabía cuándo no se encontraba bien. No obstante, tampoco podía ignorarla. Simplemente seguiría llamándola hasta obtener respuesta.

—Hola, Ceci —saludó, procurando utilizar un tono de voz suave y sereno.

—¡Buenos días a mi hermana favorita! —exclamó con su alegría y espontaneidad innatas.

Siempre había sido así. Positiva hasta la médula y optimista incluso en los peores escenarios. Junto a Alejandro, fue su sostén cuando el padre de ambas murió a sus catorce años y quien estuvo a su lado cuando a los diecinueve, también las dejó su madre. Gracias a su apoyo incondicional pudo terminar la carrera y mantenerse hasta que finalmente fue asignada a la comisaría donde su compañero y ella trabajaban. Hoy las separaba más de trescientos kilómetros; sin embargo, seguían siendo muy unidas. Eso no había cambiado y no lo haría nunca.

—Soy la única que tenés, aparato —replicó, divertida, mientras una sonrisa se dibujaba de forma automática en su rostro. Sí, su hermana tenía el poder de iluminar hasta el día más oscuro—. ¿Todo bien?

—Sí, sí, todo tranquilo. Solo llamaba para ver cómo estabas vos.

Si bien nunca le daba detalles, solía avisarle cada vez que tenía una misión de encubierto, ya que sabía que estarían incomunicadas por algún tiempo. La última había durado más de lo previsto y si bien Alejandro le aseguró que no había problemas cuando lo llamó, preocupada, no había conseguido convencerla del todo. Su intuición le decía que algo andaba mal y no se había equivocado. Al fin y al cabo, después de eso Martina terminó en el hospital para que la operaran de urgencia por una herida de bala.

—Bien, aunque llegando tarde al trabajo —respondió a la vez que abrió la llave de la ducha.

—¿Te quedaste dormida?

No le gustaba mentirle, pero si le decía la verdad, que por momentos se perdía en sus pensamientos, la llenaría de preguntas que no estaba lista para responder.

—Anoche me dormí tarde y esta mañana no escuché la alarma.

Una pausa. Oh, no. Eso no era buena señal.

—Creí que ibas a acostarte temprano. Al menos, eso fue lo que me dijiste ayer a la tarde cuando nos estuvimos escribiendo.

¡Mierda!

—Ah, es que me quedé viendo una película.

—¿Con Ale? —indagó, con falso tono de inocencia.

Se tensó ante la mención de su amigo. Su hermana le había preguntado por su relación muchos años atrás. Creía que estaba enamorado de ella, pero que no se animaba a dar el paso y deseaba saber si le pasaba lo mismo y qué pensaba hacer al respecto. Nerviosa, se apresuró a negar sus acusaciones. Le aseguró que no había nada más que una cercana amistad entre ambos y que se sacara de la cabeza esas tontas ideas. Después de eso, no volvió a preguntar, pero podía percibir la doble intención en su voz cada vez que lo nombraba.

—No, Cecilia. No siempre estoy con Alejandro.

Su tono brusco y el uso de su nombre sin diminutivo la pusieron en alerta.

—¿Seguro que estás bien?

¡Carajo! Tenía que cortar antes de que notara que nada en su vida iba bien últimamente.

—Sí. Tengo que dejarte o voy a llegar tarde. Mandale un beso a los chicos y a Manuel. Hablamos después, ¿sí? Te quiero.

Si su hermana no le creyó, no lo demostró y ella no pudo estar más agradecida por eso. Lo que menos necesitaba en ese momento era ponerse en contacto con sus emociones justo antes de ir al trabajo.

—Yo también te quiero, Martu, y acá estoy si querés hablar.

Cortó antes de que dijera algo más y de inmediato, la culpa cayó sobre ella. No la había engañado, después de todo. Lo que no era de extrañar ya que la conocía demasiado. Era obvio que notaría que estaba rara. Sabía que probablemente la había lastimado al no querer decirle lo que la aquejaba, pero lo cierto era que no podía. Si lo hacía tendría que reflexionar y entonces se derrumbaría. Lo mejor era enterrarlo en algún rincón de su mente y seguir adelante.

Dejando el teléfono sobre un estante en el baño, se quitó el pijama y se metió bajo la ducha. Le esperaba otra larga jornada en la comisaría. Luego de que regresara de la licencia médica que había tenido que tomar tras su herida, no le habían vuelto a asignar ninguna investigación, por lo que su trabajo se había vuelto aburrido y monótono, lleno de papeleo y tareas administrativas que no le gustaban nada.

Por otro lado, le resultaba de lo más agotador tener que fingir estar todo el tiempo ocupada e ignorar a su compañero siendo que sus escritorios estaban uno frente al otro. Lo que más deseaba en la vida era que la abrazara y le susurrara que todo estaría bien, pero no podía dejar que eso pasara. No merecía su empatía después de todo lo que había hecho. Porque si bien solo eran amigos, en su corazón no lo veía así. Nunca lo había hecho.

Siempre le pareció un hombre muy atractivo y sensual. ¡No era ciega! Sin embargo, Pablo y Gabriel también eran tipos llamativos, al igual que otros compañeros con los que había tenido que trabajar a lo largo de los años, pero ninguno de ellos le había provocado esas exquisitas cosquillas en la boca del estómago como cuando él le hablaba utilizando aquel apelativo cariñoso que tanto le gustaba. Tampoco hacían que sus ojos se cerraran al oler su perfume o sus latidos aumentaran cada vez que él la abrazaba.

Podría seguir eternamente enumerando las sensaciones que él provocaba en su interior, pero no tenía ningún sentido. Además de amigos, eran compañeros de trabajo y no iba a arriesgarse a romper su confianza al confesarle sus sentimientos hacia él. Mucho menos ahora que se sentía culpable y sucia. Porque si bien era consciente de que no había habido traición alguna, no podía evitar sentir que lo había engañado con otro hombre.

Tras cerrar la ducha, corrió la cortina de golpe. Mejor que se apresurase a vestirse y dejara de pensar en él o terminaría quebrándose de nuevo. Tenía que mostrarse fuerte en todo momento, en especial cuando lo tuviera en frente. Lo conocía lo suficiente para saber que se estaba impacientando. Le había dado espacio cuando ella se lo pidió, pero no iba a esperar eternamente. 

La jornada resultó más fácil de lo que había imaginado. Alejandro había estado fuera todo el día y solo se había cruzado con él temprano en la mañana. Curioso que el hecho de no verlo le generase la misma ansiedad que cuando lo tenía cerca. No había nada que le viniera bien y comenzaba a creer que se estaba volviendo loca.

—Inspectora Soler, a mi despacho.

La voz del comisario la sobresaltó. Estaba tan centrada en sus pensamientos que había perdido toda noción de su entorno. Esto tenía que terminar de una vez o pronto la suspenderían.

Nerviosa, apiló los documentos que tenía en su escritorio y se dirigió a la oficina de su jefe.

—¿Algún problema, señor? —preguntó nada más cerrar la puerta.

—Eso mismo quisiera saber yo —declaró mientras le hacía un gesto con la mano para que se sentara.

Obedeció de inmediato.

Una vez sentada, enderezó la espalda y cuadró los hombros. Podía sentir la mirada fija de su superior y eso la ponía nerviosa. ¡Dios, ¿qué inventaría ahora?!

—No hay ningún pro...

—Martina —la interrumpió con un tono más amigable, compasivo incluso, que hizo que sus ojos se humedecieran en el acto.

—No quiero hablar de eso, Omar —respondió con la confianza de quien le habla a un amigo en un momento de tensión.

El comisario Castillo había sido el inspector a cargo cuando Alejandro y ella ingresaron a las fuerzas y el modelo a seguir de ambos durante sus primeros años como policías. Ver la preocupación en su mirada le afectó de un modo que no había esperado. Sabía que podía confiar en él, que no hablaría con nadie sobre lo que ella dijera, pero no podía hacerlo. Eso implicaba reconocer y sentir emociones que no estaba preparada para experimentar todavía.

—Entonces no tengo más opción que darte una licencia.

—Por favor, eso no es necesario.

—Te negaste a volver al hospital para ver a la psicóloga que te trató luego del tiroteo, no querés hablar conmigo ni con Alejandro. —Se tensó al oírlo—. Y reaccionás a la defensiva cada vez que alguien intenta acercarse —prosiguió a la vez que la señaló para que prestara atención a su lenguaje corporal—. Estás ausente la mayor parte del tiempo y es evidente que ni siquiera podés concentrarte en las tareas administrativas que te estuve asignando.

—Tal vez si tuviera más acción...

—No —la cortó de golpe—. No voy a arriesgar la vida de otros oficiales mandándote a un operativo sin que vea que estás lista y no lo estás, Martina.

—¿Cuánto tiempo?

—Tres meses.

Jadeó al oírlo.

—Es demasiado tiempo.

El hombre se encogió de hombros.

—Aprovechá para descansar, viajá a Tandil a visitar a tu hermana, no sé, hacé lo que creas necesario para mejorar y en tres meses nos volvemos a ver.

Asintió al comprender que todo lo que dijera sería en vano. Su jefe estaba decidido y no conseguiría hacerlo cambiar de opinión.

Tras despedirse, volvió a su escritorio para recoger sus cosas y marcharse. ¡Dios, ¿qué iba a hacer con todo ese tiempo libre?! Lo que menos quería era quedarse encerrada en su departamento sin hacer nada. No dejaría de rumiar en su mente hasta volverse loca. Tal vez Omar tenía razón. Quizás pasar un tiempo con la familia de su hermana era lo mejor.

No obstante, no estaba dispuesta a ir a terapia. Ya lo había hecho cuando su padre falleció siendo tan solo una adolescente y nada de lo que le dijo la ayudó en verdad a superar la significativa pérdida. "Solo Alejandro lo hizo", pensó al recordar las conversaciones que había tenido con él y el modo en el que la había escuchado y contenido. Ni siquiera Cecilia logró que se desahogara. Solo con él fue capaz de finalmente sacar la angustia y el dolor contenidos.

Se paralizó por un momento al ver a su compañero sentado frente a su computadora, pero consiguió disimular y continuó avanzando.

—No es tanto tiempo —dijo él, leyéndola como siempre.

Lo miró a los ojos nada más oírlo.

—Lo sabías —afirmó más que preguntó—. Fue tu idea, ¿verdad?

—No, pero estoy de acuerdo con la decisión tomada. No estás bien, Martina, y en nuestro trabajo eso es peligroso. ¿Vas a decirme lo que en verdad sucede?

—Ahora no, Alejandro.

—¡¿Entonces cuándo?! —reclamó con impaciencia al tiempo que se ponía de pie para ir hacia ella, pero se detuvo al verla retroceder—. ¿Por qué me apartás? ¿Qué hice mal?

—¡Nada! ¡Vos no hiciste nada mal! —exclamó a través del enorme nudo que acababa de formarse en su garganta. Apenas conteniendo las lágrimas, se apresuró a recoger las llaves y el celular de su escritorio.

—Por favor hablame. Sabés que podés contar conmigo.

Lo miró por un momento y se arrepintió al instante. Él la miraba con incertidumbre y dolor y ella era la responsable.

—Yo... lo siento, no puedo —balbuceó al tiempo que se daba la vuelta para que no pudiera ver las lágrimas que ahora sí se deslizaban por su rostro.

Y sin decir nada más, se dirigió a la salida, consciente de que dejaba atrás un pedazo de su corazón. 

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¡Hasta el próximo capítulo! ❤

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