Capítulo 17

Esa maldita llamada había hecho que todos los miedos de Alejandro resurgieran con fuerza. Aunque hasta ahora no tenía la certeza de que efectivamente alguien hubiese estado allí, no podía sacarse de encima la sensación de que estaban siendo observados, acechados. Por eso, a la mañana siguiente, no dudó en ponerse en contacto con su jefe.

Había decidido ir a Tandil después de que su informante le advirtiera acerca de la conversación que había oído entre Ariel Deglise y Paco, el narcotraficante, donde el primero expresaba su deseo de contratar a un sicario para deshacerse de una mujer que lo había traicionado. Si bien nunca se mencionó el nombre de Martina, no era muy difícil de inferir que estaba hablando de ella. Su intuición ya lo había alertado con esa desagradable pesadilla en la que su compañera moría en sus brazos, por lo que se apresuró a ir en su búsqueda. No obstante, jamás se imaginó que el enemigo pudiera moverse tan rápido. ¿Cómo lo había conseguido?

Inquieto ante ese interrogante y temiendo no ser capaz de protegerla solo, a la mañana siguiente, llamó al comisario desde el mismo número con el que se había comunicado antes con Pablo y le pidió que enviara a alguien de su equipo para ayudarlos. Por otro lado, le sugirió que cortara todo tipo de comunicación entre los presos y el afuera. Si bien todavía no entendía cómo el asesino había dado con ella tan rápido, era un hecho, por lo que debían actuar con la misma velocidad que él. De alguna manera, el tipo consiguió ubicarla incluso antes de su llegada y por eso sabía que no se hallaba sola. ¿Por qué entonces no encontró ningún indicio que revelara su presencia cuando revisó el perímetro? ¿Estaba demasiado involucrado y corría el riesgo de perder su objetividad?

Para su sorpresa, Omar Castillo ya se había encargado de eso. Luego del operativo llevado a cabo en el ferry durante la investigación en la que Alejandro estuvo abocado antes de marcharse, ordenó cortar todas las comunicaciones entre la prisión y el exterior e incautar los teléfonos que se encontraran en cada celda. Era lo único que podía hacer dentro de la ley para acorralar a los sospechosos. Confiaba en que, nerviosos, alguno de ellos cometería pronto un error. Además, con el teléfono del comisario mayor intervenido, solo era cuestión de tiempo para que este diera un paso en falso y terminara por incriminarse no solo a sí mismo, sino también a sus cómplices.

Tras ponerlo al tanto de todo, Castillo prometió enviarle refuerzos en cuanto le fuera posible y le anunció que hablaría con la policía de la zona para alertarlos de la situación y solicitar su colaboración. Era importante que se mantuvieran atentos a cualquier persona o comportamiento extraño y estuviesen listos para actuar en caso de ser necesario. Mientras tanto, les rogó a ambos que fueran prudentes y no trataran de resolverlo todo solos, mucho menos de hacerse los héroes. Pronto uno de su equipo estaría allí para ayudarlos, pero hasta entonces, debían tener mucho cuidado y procurar mantenerse a salvo, tanto ellos mismos como quienes se encontraban a su alrededor.

Si bien la conversación lo dejó más tranquilo, no consiguió aquietarlo del todo. Nada lo haría hasta eliminar por fin la amenaza. No saber por dónde podría venir el peligro lo desestabilizaba como ninguna otra cosa y lo hacía sentirse vulnerable. Si se tratara solo de él, no dudaría en preparar una trampa y ponerse a sí mismo como carnada para atrapar al enemigo. Sin embargo, jamás se le ocurriría hacerlo con ella. Era demasiado arriesgado.

Martina, por su parte, se ocupó de convencer a su hermana para que tanto ella como su familia se fueran un tiempo a la casa de los padres de Manuel. Entendía que le estaba pidiendo demasiado y se sentía culpable por ponerla en esa situación, pero no era seguro quedarse y necesitaba saberla a salvo. Lo cierto era que debió marcharse en cuanto supo lo que sucedía. Si así lo hubiera hecho, ninguno de ellos se encontraría en peligro ahora. Sin embargo, no había nada que pudiera hacer para cambiar el pasado y necesitaba protegerlos de alguna manera. No podría vivir consigo misma si terminaba pasándoles algo por su culpa.

Solo cuando los vio partir, horas después, volvió a respirar con normalidad. Aun así, se quedó muy triste y desanimada. Había logrado llevar adelante una misión que estuvo a punto de destruirla, donde cada día temió por su seguridad y la de su equipo, en especial la de su compañero, y en la que debió soportar las peores humillaciones que pudiera experimentar alguna vez. Creyó que todo eso había quedado atrás, que finalmente podría seguir adelante y olvidarse de esa oscura etapa de su vida. Pero estaba equivocada. Ariel parecía determinado a acabar con ella y empezaba a pensar que se saldría con la suya.

Esa noche, Martina se durmió enseguida gracias al calor y la contención que le brindaron los brazos de Alejandro. Pese a la angustia y sus preocupaciones, tenerlo a su lado la hacía sentirse segura. Él, por el contrario, permaneció despierto por mucho más tiempo. No podía dejar de darle vueltas a esa llamada que no terminaba de cerrarle del todo. ¿Cómo mierda supo que era él quien había atendido? Su primer instinto fue pensar que los estaba espiando, pero no encontró nada que reforzara esa teoría y la incertidumbre lo estaba volviendo loco. ¿Y si había pasado algo por alto?

¡Dios! Estaba en verdad preocupado. Por más entrenado y preparado, seguía siendo humano, y eventualmente, cometería alguna equivocación. Era imposible vigilar el área y estar junto a ella al mismo tiempo. O hacía una cosa o la otra, no ambas, y eso, sin duda, aumentaba el ya de por sí bastante amplio margen de error. Porque, aunque ella fuese capaz de defenderse a sí misma, no se estaba enfrentando a un delincuente más. Se trataba de un asesino a sueldo, de un profesional que hacía de la muerte un negocio y que acostumbraba a ir siempre un paso por delante de sus víctimas.

Sin poder evitarlo, apretó con más fuerza los brazos alrededor de su cuerpo. La sola idea de perderla le oprimía el pecho, le arrebataba el aire. Necesitaba protegerla, resguardarla de todo mal, pero sabía que no podría solo. Su enemigo acechaba en silencio, con calma, a la espera de un mínimo desliz por su parte para alcanzar su objetivo, y él estaba demasiado involucrado, lo que lo hacía perder el foco por momentos. Cualquier cosa que pudiera ponerla en peligro lo alteraba y lo hacía perder el control, era muy consciente de eso. Por consiguiente, precisaba el respaldo de su equipo para que ellos le cubrieran la espalda mientras él cuidaba que nadie pudiera llegar a ella.

Cerró los ojos al sentirla acurrucarse más contra su costado y le besó la frente. A continuación, inspiró profundo para llenarse de su olor y suspiró, resignado. No estaba en su poder evitar que alguien intentara lastimarla, pero definitivamente le daría batalla. Mientras él respirara, nadie más le haría daño. 

Determinada a librarse de aquella sensación de vulnerabilidad que parecía aplastarla cada vez más, salió de la habitación con cuidado de no despertarlo. Vestida con ropa deportiva, su arma en una mano y las zapatillas en la otra, se dirigió al cuarto de baño. Sabía que él se enojaría cuando, al despertar, no la encontrara a su lado, pero no veía ninguna otra opción. Era imposible convencerlo de que podía cuidarse sola y no deseaba discutir de nuevo. Necesitaba espacio, tomarse un momento para pensar cómo salir de esa situación tan compleja sin que nadie más saliera perjudicado y no podía hacerlo allí encerrada. Precisaba un poco de aire o se volvería loca, y correr siempre la ayudaba a centrarse.

Luego de lavarse los dientes y la cara, se ajustó la cartuchera de la pistola a su hombro y la cubrió con una fina campera con cierre y capucha. No era tonta, por muchas ansias que tuviera de salir, jamás lo haría sin protección. Se puso las zapatillas, ató bien los cordones y abrió la puerta despacio. Luego, caminó en absoluto silencio hasta la cocina donde se encontraban las llaves. Por un momento, pensó en dejarle una nota, algo que lo calmara hasta que ella estuviera de regreso en un par de horas, pero lo descartó de inmediato. Si lo hacía, saldría a buscarla y no quería que volviera a exponerse. En cambio, si no tenía idea de dónde encontrarla, no le quedaría más opción que esperarla. ¿Verdad?

Maldijo ante el sonido metálico que estas hicieron al tomarlas y contuvo la respiración por un instante a la espera de que él se levantara y tratara de detenerla. Exhaló al comprobar que seguía dormido y se giró para dirigirse a la puerta. Podía sentir cómo el corazón le latía, desenfrenado, contra el pecho a la vez que el nudo que se había formado en la boca de su estómago se hacía más grande. Estaba nerviosa, inquieta, como si fuese un error lo que estaba a punto de hacer. ¡Carajo! Tenía que salir de allí antes de que la culpa por hacerlo a su espalda le impidiera marcharse.

Pero entonces, justo cuando estaba por sujetar el picaporte, el teléfono de Alejandro comenzó a vibrar sobre la misma mesa donde habían estado las llaves. Conteniendo una maldición, corrió hacia este. No habría chance de que la dejara ir si se despertaba en ese momento, por lo que debía apagarlo antes de que fuese demasiado tarde. Lo recogió con torpeza, determinada a apagarlo, pero se detuvo en cuanto vio los nombres en la pantalla. Se trataba de una videollamada grupal y debía de ser importante para que Gabriel y Pablo llamaran tan temprano. Con una inspiración profunda, cerró la puerta de la habitación y deslizó el dedo para aceptar la comunicación.

—Hola, chicos —saludó en un susurro al tiempo que regresó a la cocina.

Hubo un pequeño silencio antes de que Gabriel se aclarara la garganta y le devolviera el saludo. Pablo lo hizo justo después y con el mismo tono bajo de voz que ella estaba empleando, le preguntó cómo se encontraba.

No pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas al oír la preocupación de ambos. La transportó al instante a otra época en la que los cuatro eran una unidad inquebrantable y se cuidaban los unos a los otros. Al parecer, ni el tiempo ni la distancia pudieron arrebatarles eso porque allí estaban para ella, brindándole su apoyo incondicional.

Para su sorpresa, sintió la imperiosa necesidad de abrirse a ellos como cuando tenía veinte años y buscaba el consuelo y la contención de sus amigos. No entendía cómo era siquiera posible. No había sido capaz de hablarlo con su hermana y le costó horrores decírselo a Alejandro. Ahora, en cambio, le urgía sacarlo todo, como un maldito volcán en erupción después de años dormido. Dejándose caer en una silla, les contó sobre la última misión y lo que debió hacer para poder sobrevivir. Por supuesto, no les dio detalles. Esos solo los había compartido con Alejandro, aunque apenas fue un esbozo de lo sucedido. El resto se lo guardaría para ella.

—¡Hijo de puta! ¡Quisiera matarlo! —siseó Gabriel al tiempo que se pasó la mano por el cabello, nervioso.

Tragó a través del nudo en su garganta y asintió. Lo cierto era que no la sorprendía su reacción. A diferencia del resto, él había llegado a conocer al empresario cuando trabajó como guardaespaldas de su hermano y sabía exactamente de lo que era capaz.

—Ya no puede lastimarte, Martina. Está preso y te prometo que nunca saldrá de ahí.

Esta vez fue Pablo quien habló y la determinación en su voz la hizo estremecer. La impresionó la oscuridad que alcanzó a ver en sus ojos cuando estos volvieron a encontrarse. Él no acostumbraba a expresar su enojo a través de grandes explosiones de ira. No le hacía falta. Su profunda y penetrante mirada hablaba por sí misma y transmitía con exactitud la emoción que lo embargaba por dentro. En ese momento supo que, si alguno de ellos llegara a toparse con el empresario, este no sobreviviría para contarlo.

—Y, sin embargo, acá estamos, escondiéndonos de su matón.

Ninguno de los dos pasó por alto el fastidio en su voz. Era evidente que la situación empezaba a impacientarla y eso era muy peligroso porque podía llevarla a cometer una imprudencia.

—Martina —comenzó a decir Gabriel, pero ella lo interrumpió.

—Sé lo que vas a decirme, que me quede tranquila, que lo atraparemos, pero ¿sabés qué? Estoy harta de ser una maldita presa. No voy a dejar que ese tipo me siga arruinando la vida, mucho menos la de mi familia. Si en verdad un asesino viene tras de mí, entonces que se prepare porque no pienso caer sola. Soy una de las mejores y ustedes lo saben.

Estaba furiosa, lo que a su vez reflejaba el profundo temor que sentía.

—Eso nunca lo pusimos en duda —se apresuró a responder él—. Solo no queremos que lo tomes a la ligera. Nada más. Alejandro está muy preocupado y por eso nos pidió ayuda.

—Porque no confía en mí y no cree que puedo cuidar de mí misma.

—Lo que cree es que no le das la importancia que merece y después de escucharte, yo también lo pienso —aseveró Pablo con brusquedad.

Martina cerró los puños al oírlo. Como siempre, se estaban poniendo de su lado.

—Entrenamos juntos, ¿o ya se olvidaron? Y soy tan capaz como cualquiera de ustedes, así que ¡ya déjenme en paz! —exclamó, molesta.

—¡Cortá con esa mierda de una vez, Martina! —gruñó el policía con un tono de voz que le impidió mirar a otro lado—. No vamos a dejarte en paz, como tampoco lo hará Alejandro. Estás loca si creés que se quedará de brazos cruzados mientras intentás demostrarle tu valía. Sabe muy bien lo que valés. Todos lo hacemos. Y por eso te cuidamos. No porque no puedas hacerlo vos, sino porque queremos hacerlo. Sos nuestra y nosotros protegemos lo que nos pertenece.

Tras aquella declaración, fue incapaz de seguir conteniendo las lágrimas. Odiaba mostrarse vulnerable delante de otras personas y por eso siempre se esforzaba por mantenerse en una pieza, pero ya no podía más y sus palabras terminaron por quebrarla. Lo cierto era que estaba aterrada, pero no solo por ella, sino también y especialmente por Alejandro porque sabía que él haría lo que fuera, sin importar si con eso se ponía a sí mismo en peligro, con tal de protegerla. Y ella no quería que eso sucediera. No podría soportar que a él le pasara algo.

De pronto, unos fuertes brazos la envolvieron desde atrás, justo a tiempo para brindarle la contención que tanto necesitaba en ese momento.

La repentina vibración de su teléfono lo había despertado al instante. Alerta como estaba, su cuerpo reaccionó de inmediato ante la más mínima variación de sonido, incluso a la distancia, y lo instó a ponerse en movimiento. Sin embargo, se detuvo al oírla hablar con Pablo y Gabriel. Les estaba contando sobre lo que había sufrido durante la última misión y no quería interrumpirla. Sabía lo mucho que le costaba apoyarse en otros y le gustó que pudiera, al menos, desahogarse con ellos.

Había intentado darle su espacio, dejar que sus amigos de toda la vida la contuvieran y le ofrecieran consuelo. Ellos también estaban preocupados y sabía que verla así los lastimaba. Pero entonces, la sintió romperse y ya no fue capaz de mantenerse apartado. Su angustia lo golpeó con violencia, así como el miedo detrás de su dolor, y supo que a ella le pasaba lo mismo que a él. En su afán por cuidarla, no había tenido en cuenta lo vulnerable que podría llegar a sentirse al verse imposibilitada de protegerlo también. Porque lo habían hecho desde que se conocieron y seguirían haciéndolo por siempre.

—Jamás dejaré de velar por tu seguridad, corazón, y cuanto más reniegues de eso, peor será. Necesito que confíes en mí para poder cuidarte.

Ella se estremeció al oír el temblor en su voz susurrada al oído.

—¿Y quién te cuidará a vos? —replicó a la vez que se giró para poder mirarlo.

Confiaba por completo en él, pero esa fe absoluta que tenía era la misma que le provocaba temor.

Él acunó su rostro entre sus manos y para su sorpresa, sonrió.

—Nos cuidaremos el uno al otro, tal y como siempre hicimos. ¿Te parece bien?

Martina asintió, perdiéndose al instante en su celeste mirada.

Alejandro suspiró al ver por fin la aceptación en sus ojos y sin poder contenerse más, cubrió sus labios con los suyos.

Ella se desarmó en sus brazos cuando sintió su lengua abrirse paso en su interior y con un gemido que él devoró, le devolvió el beso con absoluta pasión y entrega.

Temblaba cuando ambos se separaron en busca de aire. No sabía cómo hacía, pero cada vez que la besaba, conseguía hacerla olvidarse de todo a su alrededor. No obstante, pronto recordó que no estaban solos. Sintiendo las mejillas arder, gimió, avergonzada, y apoyó la frente en su pecho para esconderse.

Alejandro se carcajeó a la vez que le acarició la cabeza con una mano en un gesto no solo tierno, sino también protector, y sin ningún tipo de pesar o arrepentimiento, se giró para enfrentar a sus amigos. Los muy imbéciles tenían una maldita sonrisa en sus rostros, al parecer, encantados con lo que acababan de presenciar.

Pese a las circunstancias, se tomaron un momento para bromear entre ellos, riéndose de lo mucho que habían tardado para por fin dar el paso. Era evidente que para ninguno se trataba de una sorpresa el hecho de que estuvieran juntos. Luego de varios minutos en los que hablaron con nostalgia de los viejos tiempos, retomaron el tema que en verdad les preocupaba. Si bien Pablo todavía no tenía novedades respecto al registro de llamadas en el teléfono de Martina, su compañero se estaba ocupando de eso y no tardaría mucho más en conseguir información.

Como si hubiesen escuchado que lo nombraban, de pronto, Lucas se unió a la llamada. A su lado, se encontraba Ana, la hermana de este y novia de Gabriel. Al parecer, en paralelo a sus empleos, estaban trabajando juntos en la creación de un software de rastreo y localización para la nueva empresa de seguridad que el ex guardaespaldas pondría pronto en funcionamiento, y no dudaron en ofrecérselo a Alejandro para que lo probara. Si bien todavía se trataba de una versión beta, estaban convencidos de que era exactamente lo que él buscaba.

Observó, maravillada, como su compañero descargaba en la computadora el archivo que ellos le facilitaron y luego, instalaba una aplicación tanto en su teléfono como en el de ella que le permitiría ubicarla en cuestión de minutos si así lo deseara. Aunque el programa había sido pensado originariamente para monitorear en tiempo real y a través de GPS a los empleados y vehículos pertenecientes a la flota de la compañía, no precisó de mucho trabajo el adaptarlo a esta situación en particular. Por el contrario, lo consideraron la prueba final, la puesta a punto definitiva antes de implementarlo de forma definitiva.

Lo novedoso de este sistema y la razón por la cual creían que Gabriel destacaría en el ambiente era que la configuración para activar o desactivar la localización del dispositivo solo podía ser manipulada por el personal administrador. Por consiguiente, el usuario estaba inhabilitado para evadir de forma manual el rastreo. Era evidente que, luego de lo que le había sucedido a la chica en Buenos Aires la misma noche en la que se llevó a cabo el operativo en el que Martina fue rescatada, su amigo no quería volver a pasar por una situación similar.

La idea de Alejandro consistía en instalar dicho software en un reloj inteligente que ella llevaría en la muñeca a partir de ahora y por el cual sería capaz de ubicarla en pocos minutos, en caso de que el hijo de puta que la estaba cazando lograra evadir su protección y consiguiera atraparla. Como policía, tenía claro que su teléfono sería lo primero que este descartaría. Como informático, jamás se perdonaría no estar a la altura de las circunstancias. Por lo tanto, quería estar preparado para enfrentar cualquier escenario posible. Martina era lo más preciado en su vida y no estaba dispuesto a perderla.

No pudo evitar sentirse muy orgullosa de él. Siempre le había parecido brillante e inteligente, no por nada terminó siendo elegido por su jefe como líder de su equipo. No obstante, lo que más admiraba era su asombrosa capacidad para anticiparse a los hechos e improvisar sobre la marcha sin perder nunca el verdadero objetivo: alcanzar el éxito en cada operativo. Hoy la misión era ella y estaba cien por ciento dedicado a protegerla. Se dio cuenta, justo en ese momento, que no tenía nada de qué preocuparse. Sabía que él haría lo imposible por mantenerla a salvo, y ella se aseguraría de cuidarlo también.

Media hora más tarde, se despidieron de sus amigos. Antes de cortar, Pablo volvió a prometerle que los llamaría ni bien tuviese alguna novedad respecto a las misteriosas llamadas y les pidió que lo mantuvieran informado de cualquier cambio que hubiera. Gabriel, por su parte, les advirtió que no dudaran en pedirle ayuda si lo necesitaban, que solo debían llamarlo y se tomaría un avión para viajar hasta allí. Tras agradecerles finalmente a Lucas y Ana por la tecnología brindada, cortaron la comunicación.

—Me gusta mucho esa chica para Gabriel. Creo que es perfecta para él —dijo cuando sus miradas se encontraron de nuevo.

La había conocido cuando acompañó a su amigo a visitarla al hospital luego de su operación tras la última misión y congeniaron de inmediato. Martina no era demasiado sociable, pero la joven tenía algo que invitaba a abrirse a ella. Era espontánea, fresca, no tenía un gramo de maldad en su cuerpo. Y por la forma en la que lo miraba, sabía que estaba profundamente enamorada de él. Solo por eso le habría caído bien. Gabriel tenía un pasado muy duro y durante mucho tiempo se boicoteó a sí mismo para no encontrar la felicidad. Ver que por fin tenía a alguien en su vida que lo quería le alegraba el corazón.

Por otro lado, estaba al tanto de lo que había hecho para ayudar a Alejandro cuando, por su propia seguridad y en especial la de él, tuvo que cortar toda comunicación con su equipo. No solo se había arriesgado a ser descubierta al meterse en la oficina de uno de los dueños de la discoteca e introducir en la computadora un perfil falso que le permitiese a su compañero contactarla, sino que se expuso a sí misma y terminó siendo víctima de un inesperado secuestro en el que peligró su vida. Menos mal que su amigo con la ayuda del hermano de ella, consiguió rescatarla. No estaba segura de qué habría sido de él si no hubiese llegado a tiempo.

—Yo también lo pienso. Nunca lo vi tan feliz como ahora.

Sonrió. Era cierto. Este siempre había tenido un vacío en su interior, pero desapareció en cuanto ella llegó a su vida.

—A Pablo también se lo ve contento, tranquilo, con una paz que nunca antes percibí en él.

Alejandro se carcajeó.

—Le llevó unos cuantos disgustos conseguir esa paz. Según lo que él mismo me contó, Daniela no fue nada pacífica al principio, pero bueno, quién sabe, tal vez por eso fue capaz de atravesar su dura coraza. Lucas sostiene que esa chica le da vida.

A Martina le gustó escuchar eso.

—Es muy parecido a Ana —dijo en alusión al compañero de su amigo—. Y totalmente opuesto a Pablo, aunque se ve que hacen un buen equipo. Es lindo saber que alguien como él le cuida la espalda.

—Es un tipazo. Muy relajado y divertido cuando no quiere asesinar a Gabriel —bromeó al recordar cómo estuvo a punto de molerlo a golpes al enterarse de su relación con su hermana.

—Bueno, razones tenía, pobre. Espero que Lucila pueda perdonarlo algún día. Tal vez podríamos viajar a Misiones. Dicen que las cataratas son increíbles.

Alejandro sonrió, feliz de ver en sus ojos un destello de esperanza. Había estado muy desanimada desde que le pidió a su hermana que se marchara y odiaba verla tan triste.

—Podemos hacer lo que sea que vos quieras, corazón —susurró a la vez que le apartó el cabello del rostro para colocarlo con suavidad detrás de su oreja.

Ella se inclinó hacia su contacto mientras dejaba escapar un suspiro.

—¿Cualquier cosa? —preguntó con voz temblorosa.

Era imposible no sentirse afectada por su cercanía. Solo bastaba que la tocara para que todo su cuerpo reaccionara a él.

—Todo.

Sin darle tiempo a responder, cerró la mano alrededor de su nuca y la acercó a él, dispuesto a besarla una vez más. 

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¡Hasta el próximo capítulo! ❤

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