Capítulo 14

A partir de ese momento, el tiempo se detuvo para ambos. Habían sido tantos años deseándose el uno al otro y reprimiendo sentimientos igual de profundos como intensos, que ahora que finalmente se permitieron dejarlos salir, les parecía estar viviendo un hermoso sueño. No obstante, sus cuerpos eran muy conscientes de la realidad. Y no, no se trataba de ninguna ilusión. En verdad estaba sucediendo y nada podría frenarlos ya.

Deteniéndose a escasos centímetros de sus labios, Alejandro le acarició la nariz con la suya, prolongando por unos segundos más el exquisito momento. Había anhelado besarla una y mil veces en el pasado, llegando incluso a desvelarse en las noches, imaginando que la sujetaba del rostro y se apoderaba de su boca con hambre y pasión mientras la llevaba a su cama, de donde jamás volvería a dejarla salir. Su más ansiada fantasía estaba a punto de cumplirse y él disfrutaría cada segundo de esta.

Podía sentir el deseo bullir en su interior, recorriendo su cuerpo, electrificando sus músculos. Su corazón palpitaba con fuerza, estimulado por la ardiente emoción que lo embargaba por dentro, y todo a su alrededor dejó de existir. Finalmente, tenía en sus brazos a la mujer de sus sueños, a la única que siempre había amado y por la que daría su vida en un segundo sin siquiera pensarlo. Su compañera y amiga incondicional. Su gran y verdadero amor.

Martina se estremeció al sentir en su piel el cálido roce de su aliento y miles de mariposas se agitaron en la boca de su estómago a la par que su respiración se volvía pesada y entrecortada. Tal y como acababa de confesarle a él, había anhelado esto desde que tenía memoria, deseando que él la rodeara con sus brazos y se adueñara por completo de sus labios. ¡Dios! Se sentía tan bien que apenas era capaz de hilar un pensamiento coherente. Sus cinco sentidos estaban enfocados en el atractivo y sensual hombre que, de pie frente a ella, la miraba como si fuese un preciado tesoro.

Por un breve momento, el miedo trató de abrirse paso de nuevo entre la bruma de deseo que la embargaba, alertándola del peligroso riesgo que corría si se permitía seguir adelante. ¿Qué pasaría si las cosas no funcionaban entre ellos? La relación no iba a ser la misma, eso seguro. Una vez que cedieran a la ardiente pasión que, al parecer, ambos sentían, nada volvería a ser igual. Consciente de que un beso suyo arrasaría con todo su mundo, por una fracción de segundo, pensó en detenerlo. Al fin y al cabo, prefería aguantarse las ganas a perderlo cuando todo acabara. Sin embargo, no encontró la fuerza para hacerlo.

—Todo estará bien —susurró él, leyendo el temor en su rostro.

Fijó los ojos en los suyos al oírlo. Era evidente que no podía ocultarle nada.

—¿Y si...?

—Shhh. —La silenció colocando un dedo sobre su boca. Luego, con una suavidad que la hizo temblar, deslizó la yema por el contorno de su labio inferior—. Confiá en mí, corazón. Nada puede estar mal cuando se siente tan perfecto. Vos también lo notás, ¿verdad? Este fuego que te consume por dentro y apenas te deja respirar. Este devastador deseo que te nubla la mente y hace que todo tu cuerpo vibre de necesidad.

Ella cerró los ojos, por completo ida ante la sensualidad de sus palabras combinadas con la suave caricia de sus dedos. Por supuesto que lo sentía. Lo había hecho cada segundo a su lado desde que era tan solo una adolescente. Cuando sin necesidad de pedírselo, lo dejaba todo para quedarse con ella en la noche después de un día difícil en el trabajo; o cuando estaba triste y la hacía reír con alguna tontera sin sentido solo para sacarle una sonrisa; e incluso, cuando discutían cada vez que él se exponía demasiado para protegerla. ¿Cómo no caer rendida a sus pies después de todo eso?

—Lo noto —murmuró con voz ahogada y temblorosa—. ¿Vas a besarme ya?

Alejandro gimió al oírla y tras sujetarla de la nuca, finalmente juntó su boca con la de ella. Deslizó la lengua despacio sobre la costura de sus labios y se adentró en cuanto estos se abrieron para darle la bienvenida. Volvió a gemir cuando la lengua de ella rozó la suya y con renovado deseo, profundizó el beso. ¡Carajo! Era mejor de lo que había imaginado y debió hacer un gran esfuerzo por contener el fuerte impulso de subirla al desayunador y tomarla ahí mismo, cual animal salvaje.

Martina se aferró a sus hombros, temerosa de que sus piernas no la sostuvieran debido a la intensidad de lo que estaba experimentando, y entregada a un placer que no tenía precedentes, se desarmó en sus brazos. Jamás un beso le había generado tanto, y definitivamente, ningún otro hombre logró nunca llevarla de cero a cien en un instante. Olvidándose de sus miedos y de todo lo que no fuesen ellos dos, se dejó llevar por primera vez por lo que estaba sintiendo y lo besó de regreso con la misma pasión que él demostraba.

¡Mierda! No era suficiente. Necesitaba más de ella. Mucho más. Quería arrancarle la maldita ropa y recorrer sus deliciosas curvas con sus manos y su boca hasta que le rogara clemencia. Solo imaginarlo hizo que su pene palpitara, deseoso, endureciéndose aún más, si acaso eso era posible. Ansiaba descubrir cada rincón de su cuerpo y complacerla de modo que fuera inevitable que gritara su nombre en medio del clímax. Llevarla al cielo y traerla de vuelta. Y lo más importante de todo, reclamarla por fin como suya. Porque ella le pertenecía. Siempre lo había hecho.

Sin dejar de besarla, enterró los dedos en su cabello mientras bajaba la otra mano a su cintura y presionaba para acercarla más a él. Ahora que por fin la tenía donde quería, no podía dejar de tocarla. Era como si ninguna caricia fuera suficiente para saciar la avasalladora necesidad que sentía por ella. Sin embargo, era consciente de que tenía que controlarse. Había idealizado este momento en su mente y sabía que debía ir despacio. No quería apresurar las cosas; por el contrario, deseaba disfrutar de cada glorioso segundo. Luchando contra la ardiente pasión que lo embargaba, ralentizó poco a poco el beso hasta ponerle fin.

Martina respiraba de forma agitada cuando, al terminar, se separaron. No entendía por qué había parado, pero tampoco podía hacer que su cerebro funcionara lo suficiente como para preguntárselo. Aún conmocionada, abrió los ojos de nuevo y los fijó en los de él. Estos brillaban con remanente deseo, oscurecidos por la misma pasión que ella estaba sintiendo.

Alejandro esbozó una sonrisa ladeada que le provocó una fuerte descarga en la parte baja de su vientre y con un suspiro, apoyó la frente en la suya. Al igual que la de ella, su respiración se encontraba acelerada.

—No sabés lo mucho que deseaba hacer esto —jadeó con voz ronca, profunda.

—¿Por qué paraste entonces?

Su sonrisa se amplió.

—No paré, corazón —susurró y apoyó brevemente los labios contra los de ella—. Solo estoy tomándome mi tiempo. —Otro beso, esta vez en la mejilla—. Disfrutando de tenerte así entre mis brazos. —Uno más, descendiendo ahora a su cuello mientras la rozaba con la punta de la lengua. Le gustó ver que ella se estremecía ante su contacto y volvió a apartarse para poder mirarla—. No quiero que te sientas presionada de alguna forma —señaló al tiempo que le acariciaba el cabello con ambas manos—. No tenemos que hacer nada esta noche.

Martina se encontraba en el limbo. Apenas escuchaba lo que decía, perdida por completo en las deliciosas sensaciones que le provocaban sus caricias y en especial, el suave roce de su boca en la piel. ¿Que no tenían que hacer nada acababa de decir? ¿Acaso quería matarla? No, no iba a seguir conteniéndose, mucho menos después de descubrir no solo que no la culpaba por lo que había tenido que hacer en el pasado, sino que lo que sentía hacia ella no había cambiado.

—Creo que ya esperamos demasiado, Ale. Quiero esto. Te quiero a vos. Ahora.

Sin esperar respuesta, lo sujetó de la remera y lo atrajo de nuevo a su boca.

Él no se resistió y dejando salir un gemido de anhelo, devoró sus labios con enfebrecida pasión. Sus bocas se unieron una vez más y sus lenguas se acariciaron, danzando juntas en un erótico y ardiente baile que los dejó a ambos con ganas de más. Ya no quedaba nada de esa calma con la que se disponía a prolongar el momento. Necesitaba tenerla en ese instante o perdería la razón. Con una brusquedad que no había mostrado antes, la sujetó de las nalgas y la alzó sin esfuerzo, instándola a rodearlo con sus piernas.

Ella jadeó ante el repentino movimiento y se aferró a su cuello con los brazos cuando, tras levantarla, comenzó a caminar hacia la habitación. No dejaron de besarse en todo el trayecto, como si, ahora que por fin podían hacerlo, se negaran a desperdiciar un solo segundo. Sintió la textura del colchón en su espalda cuando, con sorprendente delicadeza, la depositó en la cama antes de cubrirla con su propio cuerpo. ¡Dios! No podía creer que estuviese a punto de acostarse con el hombre que amaba.

Alejandro abandonó su boca para seguir con su cuello y dejó un reguero de besos húmedos en su piel a su paso. Le encantaba ver cómo se erizaba ante el contacto de sus labios o el cálido roce de su lengua conforme descendía. Pero lo que más le gustaba era su aroma. Este era simplemente sublime. Olía a ella, la más deliciosa de todas las fragancias. Hundiendo la nariz en el hueco entre su cuello y su oreja, inspiró profundo para llenarse de ella, antes de apartarse para mirarla de nuevo. ¡Dios, era preciosa! Fuerte y delicada a la vez. Y muy sensual.

Con los ojos fijos en los de ella, le apartó el cabello del rostro con un dedo y deslizó este por su mejilla hacia abajo, imitando el camino que había seguido antes con su boca. No obstante, no se detuvo como entonces, sino que bajó un poco más hasta alcanzar el nacimiento de su escote. Una vez allí, continuó con su avance por encima de la musculosa, bordeando con la yema el contorno de uno de sus senos. Lo complació comprobar que su respiración se entrecortaba a medida que su mano se volvía más atrevida.

Ella se arqueó hacia atrás al sentir la estimulante caricia. ¿Cómo era posible que solo eso bastara para que todo su cuerpo vibrara? No quería ni pensar en lo que sentiría cuando la tocara realmente. Aunque muy pronto lo averiguaría. Maravillada por lo mucho que generaba en ella, lo observó por un momento, perdiéndose al instante en sus ojos cálidos y celestes como el cielo de una tarde de verano. Se estremeció cuando aquel dedo furtivo le rozó el pezón por encima de la ropa y sin poder contenerlo, un tembloroso suspiro escapó de sus labios.

Hipnotizado por el duro pico que se alzaba, majestuoso, bajo la tela, continuó con su otro pecho hasta obtener el mismo resultado. Ella era muy receptiva a su toque, lo que hacía que, a su vez, su propio placer aumentara. Introduciendo los pulgares en el extremo inferior de su remera, tiró de esta hacia arriba y la arrojó a un lado, sin importarle donde cayera. Luego, hizo lo mismo con su short, arrastrándolo con delicadeza por sus piernas. Finalmente, se deshizo también de su ropa interior y se detuvo a mirarla, maravillado ante la hermosa mujer que yacía bajo su cuerpo.

Martina se removió, inquieta, cuando la recorrió con la mirada. Sus ojos quemaban allí donde los posaba, y toda ella ardía en respuesta. Él no había mentido cuando dijo que iba a tomarse su tiempo, y ella empezaba a impacientarse. Porque lo deseaba tanto que apenas podía respirar, y cada segundo que pasaba sin tocarlo le parecía una completa tortura. Quería que la besara de nuevo, que la acariciara en todas partes hasta enloquecerla de pasión y le susurrara lo mucho que ansiaba hacerla suya. Contuvo un gemido a la vez que cerró sus piernas ante el repentino cosquilleo que experimentó en su centro de solo imaginarlo.

Alejandro reconoció al instante el anhelo en su rostro y supo que estaba perdiendo la batalla. Al carajo su idea de ir despacio y saborear el momento. Lo disfrutaría, de eso no tenía la menor duda, y por supuesto, se aseguraría de complacerla también, pero no iría tan lento como había planeado en un principio. Después de desearla y venerarla durante tantos años, refrenarse a sí mismo sería no solo imposible, sino más bien una utopía. Sin apartar los ojos de los de ella, se deshizo de su propia ropa, bajo su atenta y fervorosa mirada, y se apresuró a regresar a su lado. ¡Mierda! Si seguía mirándolo de ese modo, estaba perdido.

—Esperá —lo detuvo cuando él se disponía a inclinarse sobre ella.

Entonces, sorprendiéndolo, apoyó las manos en su pecho y lo empujó con suavidad para que se recostara sobre su espalda. Su compañero no opuso resistencia y sin dejar de mirarla, se dejó caer sobre el colchón. Martina se colocó de inmediato a ahorcajadas sobre él y con una sonrisa que no hizo más que aumentar su excitación, le acarició el torso con la yema de los dedos, deslizándolos desde los pectorales hasta su marcado abdomen. Ahora, era el turno de ella para recrearse en su cuerpo, y no pensaba desaprovecharlo.

—Tan hermosa... —susurró, profundamente cautivado por la increíble visión de su mujer desnuda sobre él.

Incapaz de refrenarse a sí mismo, cubrió sus pechos con ambas manos y frotó con sus pulgares los pronunciados pezones. Ella gimió en respuesta y arqueando la espalda hacia atrás, se empujó aún más contra sus palmas. ¡Mierda! Tocarla era una maldita delicia. Sin poder dejar de mirarla, siguió el contorno de su silueta hacia abajo, hasta aferrarse a sus caderas cuando sintió su ardiente calor contra su pene. ¡Dios querido! Era como estar en el paraíso. ¿O tal vez se trataba del infierno? No estaba seguro. Lo que sí sabía era que, si no hacía algo pronto, se volvería loco.

Martina notó la presión de su dureza contra su centro y con deliberada alevosía, comenzó a balancearse mientras se inclinaba hacia abajo y le besaba los labios. Sintió su ronco gemido sobre la boca, a la vez que la sujetaba de la nuca con una mano y presionaba con la otra la parte baja de su espalda para acercarla más a él. Su cuerpo era firme y caliente como brasa ardiente. Su excitación acrecentó la suya, envolviéndola al instante en una burbuja de pasión y deseo que desencadenó en ella una reacción en cadena sin retorno. Ya solo quedaba una salida posible.

—Quiero sentirte dentro de mí ahora —confesó en medio de un jadeo.

Alejandro gruñó al oírla y sin dejar de besarla, rodó sobre su espalda para colocarse encima de ella. Luego, empujó con su muslo, instándola a abrir sus piernas. Aquella declaración temblorosa había hecho estragos en él y aunque también ansiaba hundirse en su calor, antes necesitaba probarla. Habían sido muchos años imaginando cómo sería su sabor, su aroma, y no pensaba esperar más. Dejando un camino de besos a lo largo de su cuello, descendió hasta el valle de sus senos y sin detenerse, pasó la punta de la lengua por el duro pico que clamaba ser besado.

La sujetó para inmovilizarla cuando ella se sacudió debajo de su cuerpo y continuó lamiéndola, rodeando su pezón con movimientos circulares y repentinas succiones que le arrancaron varios gemidos. ¡Carajo! Le encantaban sus pechos y estaba seguro de que podría pasarse horas estimulándolos. Sin embargo, había mucho más por explorar y ansioso, continuó bajando en búsqueda de la Tierra prometida. Tras depositar besos húmedos por todo su vientre, hizo una pausa para deleitarse con la vista. Entonces, deslizó lentamente un dedo por su abertura, antes de inclinarse y reemplazarlo con su lengua.

¡Dios bendito! Todo el aire abandonó sus pulmones cuando la boca de él cubrió por completo su feminidad. Sin tregua, la lamió con pequeños círculos alrededor de su nervioso nudo y alternándolo con repentinos golpecitos, lo estimuló hasta verlo crecer e hincharse, famélico, bajo sus ojos. Entonces, succionó con fuerza, llevándola a la cima en segundos. Incapaz de contener la apasionada respuesta de su cuerpo, alzó las caderas, desesperada por sentirlo con más intensidad. Él pareció entenderla, ya que, al instante, deslizó la lengua dentro de ella, acercándola peligrosamente al borde del abismo.

—Alejandro, por favor...

Se apartó al oír su nombre y posicionándose por fin entre sus piernas, empujó despacio con la punta de su miembro.

—¿Qué, corazón? ¿Es esto lo que querés? —provocó, luchando con su propio deseo mientras se adentraba un poco más.

—¡Dios, sí! —siseó ella, enfebrecida.

Consciente de que no se había puesto condón y que, si seguía avanzando, sería incapaz de detenerse, comenzó a retroceder para ir a buscar uno. Pero ella tenía otros planes y enganchando los tobillos detrás de su cintura, lo inmovilizó impidiendo que pudiera apartarse.

—Necesito un preservativo —advirtió con voz ronca, su voluntad pendiendo de un hilo.

Como policías, debían someterse periódicamente a exhaustivos chequeos, por lo que sabía que los dos estaban sanos. Sin embargo, la cosa cambiaba en cuanto a los métodos anticonceptivos y como sabía que ella no utilizaba ningún otro, tenía que asegurarse de ser él quien se cuidase. Pero entonces la vio negar con la cabeza.

—Tengo un DIU. Me lo puse durante la misión. Para evitar...

Alejandro maldijo en su mente al recordar las cosas que ese tipo le había hecho e inspiró profundo para serenarse. Podía sentir la tensión en el cuerpo de ella y también la vergüenza en sus ojos, y eso solo consiguió enfurecerlo más. Tenía que hacer algo o volvería a alejarse de él. No, no iba a dejar que eso sucediera de nuevo. Decidido a traerla de regreso del oscuro lugar al que se había marchado, acunó su rostro entre sus manos y con extrema ternura, depositó un suave beso en su frente, uno en cada mejilla y un último sobre sus labios.

—Todo está bien, mi amor. Estás conmigo ahora.

La besó de nuevo, esta vez instándola a abrir la boca con su lengua. Gimió cuando rozó la de ella que había salido a su encuentro y apoyándose en los antebrazos, movió levemente la pelvis para avanzar otro poco más. Martina se relajó al instante y con los brazos enganchados alrededor de su cuello, le devolvió el beso con renovada pasión. Él no se detuvo y con extrema suavidad, se deslizó poco a poco en su interior, disfrutando de la deliciosa presión que su cuerpo ejerció alrededor de su eje.

Nada más importó cuando lo sintió entrar en ella. Con una lentitud que encendió de inmediato cada fibra de su ser, él se abrió paso hasta colmarla por completo, llenando un vacío que iba más allá de lo físico. Porque siempre había tenido un hueco dentro, en su corazón, que jamás creyó que desaparecería. Sus ojos se humedecieron ante la inmensidad de lo que estaba experimentando y susurrando su nombre, presionó con los talones sobre sus nalgas para indicarle que se moviera. Sus palabras le habían permitido volver a conectar con el presente, con él, y su cuerpo se encargó del resto, haciendo que su placer emergiera en cuestión de segundos.

Enterrado en lo más profundo de ella, Alejandro luchaba para no dejarse ir. La sentía tan apretada, tan caliente, que debió recurrir a toda su fuerza de voluntad para no moverse y perder el control. Era muy difícil. Lo que generaba en él era tan poderoso e intenso que apenas podía contenerlo. Retrocedió despacio para volver a entrar en ella sin prisa, disfrutando de la exquisita sensación de estar sumergido en su calor. Sus músculos lo apretaban, cual tortuosa prensa, cerrándose en torno a su palpitante pene, comprimiéndolo, ordeñándolo.

Un gemido escapó de su boca cuando poco a poco, lo sintió aumentar el ritmo, embistiéndola una y otra vez en un delicioso vaivén que la llevó al límite en un instante. Había soñado con este momento tantas veces que le costaba aceptar que no era un sueño. No obstante, la complació descubrir que la realidad superaba con creces todas sus fantasías. Le acarició los brazos, maravillada de sentir bajo sus manos la impresionante fuerza de sus músculos, y alzó las caderas hacia arriba cuando sus estocadas se volvieron más fuertes, rápidas, profundas. Amaba ese lado de él, impetuoso y salvaje.

Con un gruñido, la sujetó de la parte posterior de una de sus rodillas y le levantó la pierna para abrirla más a él. Entonces, siguió penetrándola con fuerza, alcanzando un ritmo brusco y profundo que hizo que los dos gimieran de placer. Esta posición le permitía tomarla desde un mejor ángulo, lo que hacía que todas las sensaciones se potenciaran aún más. Pronto, los jadeos de ambos se entremezclaron al tiempo que sus cuerpos danzaron, enfebrecidos, en un erótico y ardiente balanceo que los empujó sin frenos al más vertiginoso abismo.

Martina gritó su nombre, por completo extasiada, cuando el inmenso placer que solo él podía brindarle, la sacudió con violencia provocando que todo a su alrededor estallara en mil pedazos. Su orgasmo fue brutal, devastador, y arrasando con todo a su paso, derribó la última de sus barreras, dejándola total y absolutamente vulnerable a él.

Alejandro emitió un largo y ronco gemido en cuanto la sintió contraerse en torno a su miembro. Ya sin fuerzas para seguir resistiéndose a ella, hundió la cara en el hueco de su cuello y con una última y profunda embestida, finalmente se dejó ir.

Le llevó varios segundos regular su agitada respiración. Su corazón latía desbocado contra su pecho mientras su cuerpo aún vibraba por la intensidad de lo que acababan de experimentar. Sabía que, a partir de ese momento, todo cambiaría entre ellos. Porque no había forma de que volviera al lugar en el que se encontraba antes de esto. Y más importante aún, porque tampoco deseaba hacerlo.

Apoyándose sobre el antebrazo, se apartó lo suficiente para poder mirarla. Temía que intentara alejarlo de nuevo ahora que la tensión sexual se había calmado. No obstante, la hermosa sonrisa en su rostro y el remanente de placer en sus ojos le indicaron que eso no sucedería.

—¿Estás bien? —le preguntó mientras le apartaba el cabello del rostro.

—Sí, ¿y vos?

Él arqueó una ceja, divertido.

—Yo estoy tocando el cielo con las manos. ¿Acaso te queda alguna duda?

Martina se rio al oírlo y sin poder, ni querer, contenerse, le acarició la mejilla con la yema de sus dedos.

—Fue maravilloso, Ale. Deberíamos haberlo hecho mucho antes.

Gimió, quejumbroso, a la vez que salió despacio de ella. A continuación, se recostó sobre su espalda y estiró un brazo para acercarla a su costado. Inspiró profundo al sentirla pegarse a él. No volvería a soltarla jamás.

—Creeme que lo sé —aceptó con pesar—. Ahora mismo, me siento un idiota por no haberte dicho antes cómo me sentía.

—Bueno, entonces ya somos dos. Yo también debí decir algo.

De pronto, un destello de luz parpadeó con violencia, seguido por el sonido de un trueno que hizo vibrar los vidrios de la ventana. Solo entonces, se percataron de la lluvia que caía de forma copiosa en el exterior. Al parecer, sumergidos en el fervor de la pasión, ninguno se había percatado de que la tormenta estaba sobre ellos.

Otra explosión hizo que Martina se estremeciera y se acurrucara más cerca de él. Alejandro la abrazó con más fuerza y le acarició la espalda para confortarla.

—Todo va a estar bien. No tengas miedo.

Ella suspiró.

—Es solo una tormenta, ¿no? —replicó con diversión.

—No me refiero a eso, Martina —advirtió, y colocándose de costado, dobló el codo para apoyar la cabeza sobre su mano. Con la otra, le alzó el mentón para que lo mirara—. Sé que lo que te pasó fue duro y no te das una idea de la impotencia que me da no haber podido protegerte en ese momento. Pero no voy a cometer el mismo error dos veces. Estamos juntos ahora, corazón, y no dejaré que nadie más te haga daño.

Sus ojos se llenaron de lágrimas de nuevo, conmovida por sus palabras.

—Te amo.

—Yo también te amo.

Y sin más, volvió a besarla, sellando así la promesa que acababa de hacerle.

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¡Hasta el próximo capítulo! ❤

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