6. Infierno

HERO.

Me odio. Todos los malditos días me odio pero hoy es tolerable...y debo admitir que fue gracias a ella.

Siempre me he negado a recibir ayuda pero ella fue diferente. Ella me dijo palabras sinceras, no intento darme ánimo falso como si le importará. Ella me dijo lo que necesitaba oír: Se lo difícil que es esto para ti.

Nunca me habían dicho esto. Para todos siempre fui el que no lo intentaba, el que no se esforzaba por salir de la depresión, el que lo hacía para llamar la atención, pero nunca me había considerado de esa manera. Y eso que yo odio que me tengan compasión, es solo que algo en sus palabras movieron mi interior.

Quizá fue el discurso acerca de su hermana que ablando mi corazón o quizá el hecho de que una persona desconocida me quisiera ver con vida, incluso más que mis propios padres.

Sí, mi vida es difícil. Y muchos me decían, incluyendo mi padre, que yo soy el único culpable. Según él yo complico las cosas. Al parecer, que yo fuera un niño problema era la principal causa de que mi madre se fuera y no que ella tuviera problemas de drogas. Tiene sentido, yo compliqué las cosas para ella por eso sé fue sin decir nada...claro por qué que un niño de tres años que pasa horas sin comer lloré con todas sus fuerzas es ser un niño problema. Yo compliqué su vida y la de su adorada familia nueva con mi estúpida llegada, porque claro que mi abuela enferma de ochenta años se muriera sin previo aviso fue culpa mía. Por supuesto, yo arruiné todo.

Yo soy la oveja negra de la familia. Yo soy la decepción. Yo soy el hijo cobarde. El abandonado. El depresivo, el traumado. Muchos adjetivos más se me vienen a la mente y estoy seguro que tanto a mi padre como a mi madrastra.

Un maldito año viviendo con ellos. Ha sido un infierno en vida.

¿Ahora me entienden? Por eso quería morir. Quiero dejar de sufrir...además el infierno no puede ser más horrible que mi vida actual.

―Un capuchino mediano, descafeinado, con leche descremada, sin azúcar. Por cierto y una pizca de canela.

La chica frente a mi luce una resplandeciente sonrisa, pero estoy seguro que no quiere ser amable conmigo. Un solo error en su pedido y no dudará en arrojarme el estúpido café a la cara. Sí, esa es mi hermana, bueno hermanastra: Sylvianne o como prefiero decirle el demonio en persona.

Su hermana tras de ella carraspea incómoda. Sé que odia venir aquí, lo noto en su mirada. Pero su hermana adora verme sufrir en mi trabajo, es su pasatiempo de tiempo completo. Venir a fastidiarme hasta el punto de verme en la calle, no le daré el gusto.

―Yo solo quiero un expreso.

―Yo un late mediano.

Dylan, él siempre anda detrás de ese par, tampoco parece muy feliz de estar aquí. Percibo una extraña vibra de su parte. ¿Tendrá algo que ver con ella? Al final y al cabo son amigos. No me extrañaría que le haya dicho cosas malas de mi. Así es siempre. En la escuela, el trabajo a todo lugar que vaya ellas se encargan de arruinarlo todo.

Me dispongo a hacer los pedidos ignorando su fastidiosa presencia y concentrandome en no cagarla pues a mi jefe no le agradaría nada.

―Keith no me responde las llamadas―masculla con fastidio Sylvianne.

―Te dije que dejarás de intentarlo, Syl. Volverá a hacerte lo mismo.

Marianne, su gemela, me agrada mucho más. Ella es más sincera acerca de todo, al comienzo no me trato mal pero con el paso de los días se transformó en miradas extrañas que me indicaban que su madre había hablado mal de mí.

Lo sé, sé que me odian por algo que hicé, más bien, por algo que mi madre hizó. No soy mi madre. Me cansé de decirlo. Un día solo deje de buscar su atención y dediqué mi vida a hacerme el invisible y a ignorar sus malos comentarios, sin embargo eso nunca funcionó, pues hubo un tiempo en que fui la cenicienta del cuento.

―Deja de rogar. A los hombres no les gusta eso. Ellos prefieren que seas distante para luego regresar, ser cariñosos y asi caerás en su trampa y luego terminarás quedándote detrás de ellos por otros dos años más.

Levanto mi mirada, capto los ojos malhumorados de Sylvianne ante la verdad que tiro su hermana.

―¡Oye! No seas dura conmigo...―toma el celular con una enorme sonrisa y va hacia la salida―¿Sí? Claro, te extraño tanto. Estaré allí.

Sale del lugar sin despedirse, es obvio que irá tras el imbécil ese.

―Otra vez. Lo volvió a hacer―espeta la castaña y sale iracunda tras su hermana.

―Mierda, odio salir con ellas.

Dylan hace lo mismo que ellas y yo me quedo con las manos congeladas. Un pedido perdido, sabía que iba a volver a suceder. Desecho todo lo que estaba haciendo, una inútil pérdida de tiempo. Debí fingir que preparaba los cafés como otras veces pero creí que sería diferente esta vez. Vaya que comienza a volverse rutina.

―Supongo que es mal momento para decirte que debo irme temprano hoy.

Annie empieza a quitarse el delantal sin darme tiempo a protestar.

―Está bien.

Suelto un suspiro al ver que se va tan rápido como termino de hablar. Muchas veces la reemplacé a escondidas del jefe, solo me dejé convencer con un par de billetes extra y bueno además de que contó su triste historia de madre soltera...y lo admito me conmovió. Mi madre también era como ella hasta que se metió con gente que no debía y corrompió su inocente alma.

Limpio las mesas en cuánto cierro la cafetería, barro y hago un aseo general. Me marcho a las once en punto, si mi compañera estuviera aquí habría terminado más rápido. Me coloco la capucha de mi buzo y empiezo a vagar por las calles del pueblo. Completamente solo.

Entro a la casa sin hacer mucho ruido, se encuentra a las afueras pues es una casa bastante lujosa. Sí, papá es rico por decirlo así. Intento caminar sigiloso para que nadie sepa que llegue, sobre todo Zara que odia que la perturben a estas horas de la noche.

Estoy en la cocina robando un vaso con agua cuando escucho un ruido proveniente de la entrada. Me quedo de pie quieto, no debí encender la luz, sabrán que estoy aquí.

Me asombro cuando veo una silueta ingresar al lugar. Es Sylvianne. Tiene un labio roto y marcas rosadas en los brazos. Me mira como si fuera la última persona que deseará que se enterará de su secreto y tiene razón. No debí enterarme de eso, estuve en el lugar equivocado.

―Ni una palabra de esto a nadie―espeta.

Con dificultad se mueve por la cocina manteniendo su prepotencia. Ella es la dueña, yo no. Lo veo en su mirada está haciéndose la fuerte, ella falla cuando deja escapar un gemido de dolor en su intento por llegar a la nevera. Lleva sus manos a su costado y se sostiene con fuerza del mesón. Se ve muy mal, está muy golpeada al parecer.

Su dolor me hace sentir un poco feliz, de inmediato me corrijo. No, yo puedo estar deprimido, triste y ser cruel conmigo mismo pero jamás le desearía el mal a ningún ser humano. Paso de sentir felicidad a sentir lástima por ella. En serio lamento que ella no abra los ojos y se de cuenta que su relación con ese hombre está mal.

Me marcho sin decir nada. No somos hermanos de sangre. No somos amigos. No nos queremos ni un poco. No tiene sentido que fijamos amor el uno por el otro solo porque está lastimada. Es un ser humano y sé que es natural sentir algo de compasión cuando alguien está en esa situación, pero eso no significa que me corresponda ayudarla. Ella nunca lo hizo cuando necesité ayuda. ¿Por qué razón yo si debería hacerlo?

Con ese pensamiento en mente me quedo dormido alrededor de la medianoche cuando por fin logró conciliar el sueño.

En la mañana salgo temprano antes de ir a la escuela a trotar un rato por el vecindario, es algo que hago cuando me siento realmente ansioso, hoy es uno de esos días.

Al regresar, me choco con Zara. No planeaba este encuentro, quizá debí escabullirse a mi habitación en lugar de la cocina, pero es raro que ella esté despierta tan temprano, lo que me hace sospechar de su presencia. Algo sucedió o algo está por suceder. Su furia casi siempre hacia mí se ve desatada por factores externos, es algo que he deducido con el tiempo. Por ejemplo, como aquella vez que rompió una vajilla, sí ella sola lo hizó y con mucha intención, después de que discutió con mi padre y se encargó de desquitarse conmigo. No se movió hasta que yo recogí el último pedazo de cerámica que quedaba. Fue un verdadero castigo para mi yo débil y recién llegado que esperaba algo de amor, aunque sea una pizca. Tiempo después cada vez que se peleaba con sus amigas, con sus hijas o con mi padre decidía que yo sería su entretenimiento. Mi padre la había tenido bastante satisfecha estos días puesto que no sé había cruzado en mis camino en semanas.

―Que bueno que te veo. Hoy Lydia no estará, así que encárgate del desayuno y las demás comidas.

Me quedo callado. Desde que papá contrato a Lydia no tuvé que volver a encargarme de la casa, y lo admito antes lo hacía como forma de agradecimiento por dejarme vivir aquí, en ese tiempo yo me sentía diferente y sabía que no valía nada por ser un intruso en sus vida. Sin embargo ahora ya no soy cenicienta, no soy su sirvienta y no quiero seguir soportando esto. Aunque sé con certeza que últimamente solo lo hace para fastidiarme, lo comprendo al ver su actitud altiva y mirada penetrante, Zara, la madrastra me clava sus ojos color carbón y mantiene sus rojos labios cerrados en señal de enojo.

A pesar de que todo indica que no debo desobedecerla, mucho menos hoy. Ya no puedo evitarlo. Mis pasos son automático en dirección a la salida.

No pienso rendirme a su orden.

―Ya veo. ¿Esa es tu manera de pagar que te dejemos vivir aquí?¿Acaso lo olvidas? Además recuerda quién paga todos tus gastos, tu alimentación, escuela. Tu padre.

Estuve a punto de decir que yo me he mantenido a base de mi trabajo ni un solo peso le he pedido a mi padre desde que llegue así que me parece injusto que me reclame por cosas que no soy ciertas. Si bien mi padre pagó al inicio la escuela después de un tiempo yo me encargué liberandolo de esa presión. Ahora solo me da dinero en mi cumpleaños y eso es mucho decir de su parte, además de que siempre lo olvida y termina dándomelo en días incorrectos. Procuro comer solo fuera de casa y nunca tomar ninguno de los alimentos que compran así que por ese lado tampoco soy un mantenido.

―No lo haré. No soy su empleado, señora.

―¿Cómo me hablas, insolente?

―Le digo que no pienso hacerlo. No le debo nada a nadie, y si no me cree pregúntele a mi padre. Yo pago mis propios gastos.

―Claro, claro. Veo que te crees mucho solo porque tienes un trabajo y como eso ayudas en nimiedades de la casa, pero no es así niño. Esta casa cuesta millones, tu habitación tiene todo: cama, armario, baño propio. Son lujos que nunca podrás pagarnos.

Aprieto mis puños enojado. Tiene razón, lo sé. Soy un muerto de hambre, ni trabajando un año completo lograría pagar un arriendo en algún lugar bonito y lujoso como este. Ni para una habitación en una pocilga me alcanza. Son muchos gastos y ni siquiera he terminado la escuela, no puedo trabajar a tiempo completo. Soy un fracaso. No dejaré que me vea derrotado.

―Haz el desayuno, ahora. No escucharé más de tu parte, mocoso. Es una orden.

En cuánto ella se va me dejo caer en el piso de la cocina, agitado por el llanto, llevo las piernas a mi pecho como un único consuelo. Nada lo será. No hoy.

Maldición debí morir aquel día, debía acabar con este sufrimiento pero tenía que hacerle caso a esa estúpida chica que tiene padres que si la aman y valoran.

Me levanto del suelo sintiendo los ojos llorosos, mis manos tiemblan cuando me acerco al mesón y abro uno de los cajones. Conozco esta cocina como la palma de mi mano, sé donde se guardan los cuchillos.

Me sostengo del mesón con fuerza, tambaleó un poco ante un mareo repentino, las náuseas me impide ponerme en una mejor posición.

Es todo. Se acabó. Tomó uno de los cuchillos y lo dirijo a mis muñecas. Sé lo que debo hacer. Solo unos cortes en el sitio correcto y moriré desangrado.

Se ve bastante fácil. De hecho, es asombroso ver cómo el ser humano es tan frágil y fácil de destruir. Unos minutos bastarán para matar a un cuerpo.

Sin embargo, la vida tiene unos planes diferentes para mi. Mi celular vibra en el bolsillo de mi buzo, siempre está en silencio pero hoy no. Me sorprendo al ver que es ella.

Mierda. Por primera vez no puedo hacerlo.

El cuchillo cae al suelo en un fuerte estruendo, lo que me espanta aún más. Llevo el celular a mi oreja intrigado.

―Hero, ¿qué haces?

Su voz me asusta. ¿Acaso puede verme? Me siento paranoico de pronto. Estuve a punto de hacerlo...y ella de nuevo me salvó, sin querer.

―¿Estás bien?¿Sucedió algo?

Estoy seguro que solo oye mi respiración agitada a través de la llamada. No puedo hablar, estoy en medio de un ataque de pánico.

―Escúchame, voy para allá de inmediato. Espera, ¿dónde vives? Mándame la ubicación o algo te lo suplico pero no vayas a hacer nada. Quédate quieto.

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