2. Nueva vida

ROSIE

Días después.

El sol se posiciona en el horizonte, confirmando que el día da su paso a la oscura noche. Hace un rato llegamos a Quenzy, bajo del auto contemplando el barrio en el que antes pasaba mis días jugando de un lado a otro con los hijos de los vecinos. Las casas no han cambiado mucho, quizá las personas sí.

Ayudo a mi tía a llevar las maletas hacia la casa. Sé que mamá no está, dijo que iba a llegar tarde. Y papá...bueno supongo que él si estará.

En cuánto abro la puerta siento un extraño sentimiento que me invade. A mi mente llegan una cantidad de recuerdos. Cruzo la puerta y me dirijo a la sala.

―¡Bienvenida!―Mamá y papá gritan al unísono.

Leo el cartel que está colgado en la pared: Bienvenida a casa. Me quedo pasmada en la mitad de la sala, definitivamente no esperaba esto.

―Vaya, que bonita sorpresa―dice mi tía rompiendo el hielo.

Mi mamá me mira con una sonrisa, se acerca y me abraza. Mi padre hace lo mismo. Pero yo sigo quieta, inmutable.

―¿Pasa algo, Rosie?―insiste mi tía al ver que no respondo a lo que mi padre acaba de preguntar.

―¿Estás bien, hija?

Mis padres me guían hacia una mesa dónde hay un pastel. Vislumbro toda la decoración, serpentinas, globos, todo está tan bonito. De pronto las lágrimas comienzan a correr por mi rostro.

Mis padres vuelven a abrazarme y nos quedamos así por un tiempo.

―Gracias por todo―digo antes de salir huyendo hacia mi habitación.

No debí hacerlo, llevo una hora encerrada. Nadie ha subido a ver si estoy bien, supongo que quieren darme mi espacio. Abro mi libreta y empiezo a escribir.

La escritura me abrió puertas a un mundo que creía destruido.

La lluvia cae torrencial en Quenzy, Rosie Dacé transita por las nubladas vías abandonadas del tren. Mantiene su vista fija en los rieles evitando cualquier tropiezo de su parte. Su suéter amarillo empieza a pesar por la cantidad de agua que ha absorbido. Sus piernas están congeladas a causa de los jeans mojados.

Su celular vibra en el bolsillo trasero de sus jeans, es un milagro que no se haya dañado.

Sigue vibrando. ¿Pero quién llama tan insistente?

Es Dylan. Seguramente quiere disculparse con ella por lo ocurrido con Paris. Sin embargo apenas responde un silencio sepulcral la hace pensar que esa no es la urgencia de su llamada.

¿Ocurrio algo?

―Rosie, algo malo pasa en tu casa. Hay una ambulancia y varios policias. No se que sucede.

En efecto, ocurrió algo.

―¿De qué hablas? ¿Es una broma?

Nunca había estado tan equivocada.

―No es una broma. Tienes que venir rápido.

―Si, voy.

Sus manos guardan con rapidez el teléfono, no le importa la lluvia que continua su rumbo sin percatarse de la chica que corre por lo rieles del tren.

Es tarde. Ha llegado demasiado tarde.

Frente a su casa, en la acera observa cómo los paramédicos llevan a alguien en la camilla, su cuerpo está tapado con una sabana blanca. Ella lo sospecha, más desea confirmarlo con sus propios ojos. Los ojos chocolate de su madre la ven correr, la atrapa entre sus brazos y niega con la cabeza.

―Ha ocurrido una tragedia.

―¿Qué es mamá?¿Qué sucedió?

―Está muerta, se ha ido.

Ve a su padre en la puerta de la casa conteniendo las lágrimas. Si él está ahí es porque algo realmente malo ha pasado. Aunque su cerebro ya sabe quién es, se niega a creerlo.

―¿Dónde está Alysha?¿Dónde está mi hermana?

Siente la mano de su padre en su hombro, él niega.

―Ya no volverá más.

Rosie empuja a sus padres a un lado y se hace paso hacia la ambulancia. Nadie la detiene. La chica avanza y toma la esquina de la sabana en sus manos, levanta lo suficiente como para darse cuenta que es verdad.

Es su hermana. Sus ojos están cerrados, su piel está más blanca que la nieve, sus labios están morados. Ya no hay un corazón latiendo. Se ha ido.

Rosie niega, no lo cree. Ella no está muerta. En cualquier momento despertará y se reirán de la situación.

Pero eso nunca pasa...

Sigue esperando, sus padres la alejan permitiendo que la ambulancia se marche.

Llora, llora como nunca.

Está destrozada.

¿Por qué? ¿Por qué tenía que irse?

De rodillas en medio de la calle grita con todas las fuerzas el nombre su hermana.

Para Alysha es el fin, para Rosie apenas es el inicio de una nueva vida. Una vida sin su hermana.

Mis lágrimas empiezan a descender en cuánto termino de leer. Respiro profundo e intento calmarme. Esto fue algo que escribí hace algunos meses, desde entonces no había vuelto a leerlo. Y vaya que me dolió. Sé que han pasado dos años desde la muerte de mi hermana, demasiado tiempo, pero para mí ha sido como si solo hubieran pasado meses.

Muerdo mi labio y tomo aire. Este lugar empieza a sentirse asfixiante.

Quizá deba salir. Ya es de noche pero conozco este pueblo desde niña, jamás ha sucedido nada malo.

Agarro mi sudadera morada y me la coloco, guardo mi celular y las llaves de la casa en los bolsillos del jean y bajo las escaleras de la casa haciendo el menor ruido posible.

Hay voces en la cocina, son mis padres. En serio me siento culpable por haberlos rechazado de esa manera, espero algún día recompensarlos.

Camino de puntillas hacia la puerta principal, el piso cruje bajo mis pies, me detengo por unos segundos. Las voces de la cocina siguen hablando así que continuo mi salida.

Sin embargo cuando estoy cerrando la puerta de la casa me sorprendo con la voz de mi tía. Está sentada en la mecedora que hay en el porche de la casa.

―¿Qué crees que haces?¿Te vas a escapar?―se apresura a interrogar más no se mueve.

―Quería salir a dar un paseo.

―Es algo tarde.

―No tanto―refuto―. Además Quenzy es un lugar muy tranquilo. Iré y volveré en pocos minutos.

―Está bien. Pero por favor cuídate.

Asiento y empiezo a bajar las escaleras de la entrada.

―Oye, ¿Segura qué no necesitas compañía?

―No, necesito estar sola―volteo a verla. Parece comprender ni decisión ya que solo asiente y vuelve su mirada al cielo nocturno.

Me coloco la capucha de la sudadera. Realmente está haciendo mucho frío. Aumento mis pasos para intentar entrar en calor. No sé hacia dónde iré, solo dejaré que mis pasos me lleven a donde quieran.

La luna está brillando hoy con intensidad, no se ven muchas estrellas a diferencia de como las solía ver en la cabaña. Amaba hacer eso todas las noches, mi tía contaba historias acerca de las constelaciones y sus nombres, yo me dedicaba a escuchar. Era un momento bastante mágico.

Me abstengo de caminar por el centro del pueblo, no quiero que nadie me conozca. Ya solucionaré eso cuando tenga que asistir a la secundaria, lo cual es dentro de dos días.

Estoy ansiosa por eso. Por un lado quiero ver a Dylan y hablar con él, y por el otro no quiero que me rechacé e ignore así que prefiero no encontrarme con él.

Solo empiezo a correr sintiendo la brisa helada en la cara, otra vez estoy llorando. Siento que nunca dejará de sucederme, detengo mis pasos al llegar al puente de Fin Stern donde solíamos venir con mi hermana a ver el río. Sin embargo los recuerdos se ven opacados por otra situación que me parece irreal.

Mi corazón empieza a latir con rapidez, es como si ese día se repitiera en vivo y en directo, sin embargo yo no estuve ahí cuando...es por eso que esto se siente diferente.

Hay una silueta en la baranda del puente, que parece estar dispuesta a saltar. Mis ojos hacen contacto con la persona que se encuentra allí. De pronto solo entro en pánico, caigo de rodillas al suelo y empiezo a hiperventilar. Me siento mareada de repente, los recuerdos de mi hermana me asaltan al mismo tiempo.

La silueta da un respingo, se asusta ante mi reacción. Cierro los ojos e intento controlarme. No es ella, no es Alysha, repito una y otra vez. No puedo evitarlo y entro en llanto. Jamás pensé que me derrumbaria frente a un desconocido y mucho menos en esta situación.

¿Qué debo hacer?¿Qué se supone que deba hacer? Suplico a quién sea que me responda pero solo estamos los dos.

¿Quién soy yo para decirle que no lo haga?¿Quién soy yo para juzgarlo cuando hasta yo misma lo he pensado?

Los minutos pasan, no sé cuánto tiempo ha pasado solo se que estoy recostada contra la baranda y ni siquiera puedo mirar a esa persona.
Ninguno de los dos dice nada, y eso me pone mucho más ansiosa.

Debo hacer algo. Tengo que hacer algo.

―Por favor, no lo hagas.

Mi débil susurro parece asustarla. Siento que su mirada está clavada en mi, no puedo mirar en su dirección.  Sé que está protestando una y otra vez: ¿Por qué haría algo así?¿por qué le haría caso a alguien que no conozco? ¿Quién es ella para decirme eso?

Tomo valor y miro hacia la silueta, no veo muy bien su rostro ya que está cubierto por la capucha de su sudadera negra.

―Sé que no soy nadie para decir eso pero...

―Exacto, no eres nadie. No te metas―dice con voz quebrada. Es un chico deduzco. Él está sentado en la baranda, se mueve un poco con toda la intención de saltar.

―Lo sé. Sé que mis palabras no son suficientes pero no quiero rendirme sabiendo que puedo evitar una muerte.

El voltea a verme, me acerco un poco más con cautela y logro ver parte de su rostro. Sus ojos están rojos e hinchados probablemente debido al llanto.

―Sé lo difícil que es esto para ti. ―pronunció sin saber si estoy diciendo lo correcto―. Estás dudando, ¿verdad? Tú quieres dejar de sentir ese dolor, y sabes que la única forma de hacerlo es con la muerte. Pero no es así hay otras formas. Yo puedo ayudarte.

―¡Vete! Lárgate de una maldita vez. Mi vida es una mierda. No sabes nada de mi ni de como me siento, no estoy dudando. Tomé esta decisión hace meses. ¿Entiendes?

Mantiene su mirada en mí, luce furioso y triste a la vez. Puede que también se sienta frustado.

―¿Sabes?―me siento en el piso, recostada contra la baranda―. Tienes razón, no te entiendo. Mi hermana se suicidó y hasta el día de hoy todavía no entiendo. Pero créeme, si hubiera tenido la oportunidad de salvarla lo hubiera hecho.

―¿Así que se trata de eso, de una redención por lo qué pasó con tu hermana?

―No, no es eso...

―Pues no quiero que me salves. No quiero nada―espeta empezando a llorar―. No le importó a nadie, no tengo a nadie. Si me voy nadie me recordará.

―Eso no es ciero―susurro. Las lágrimas en mis ojos se empiezan a acumular―. Siempre hay alguien, aunque no lo veas.

Él niega y aprieta con fuerza la baranda.

―No gastes tu tiempo conmigo. Voy a hacerlo y nadie va a deterneme―afirma secando sus lágrimas con su sudadera, se inclina sobre la baranda. Tan solo necesita soltar del agarre que ejercen sus manos y todo habrá acabado.

Me quedo quieta. No se qué hacer.

―Está bien―suelto―. Pero no me iré. Se que no lo vas a hacer.

Esto último lo digo con una convicción que no se si será real. De lo contrario me pongo alerta en caso de que necesite reaccionar y evitar su caída.

El viento sopla fuerte y mueve mis cabellos. Observo al chico, sigue ahí recostado contra la baranda, inmutable. Con sus manos clavadas en el metal ejerciendo un agarre lo suficiente fuerte como para evitar que caiga.

―Estoy harto de todo―confiesa―. De mi maldita vida. De que todo me salga mal. De que nadie ni mi padre me quiera. Estoy harto del odio que me tienen mi madrastra y hermanastras por invadir su casa. Estoy cansado de buscar a mi madre sabiendo que ella me abandono porque no me quería
―Suelta un sollozo. Está temblando, puede que de frío o por las emociones que en este momento deja salir―. Estoy cansado de sentir este dolor. No tengo amigos ni nada. Estoy solo y me siento incomprendido.

―Oye―me levanto de mi sitio y me atrevo a poner mi mano sobre la suya―. No estás solo.

―No sabes ni quién soy.

―No. Pero puedo averiguarlo puedo ser tu amiga. Por favor, no lo hagas.

El chico me mira a los ojos. Veo que su mirada ha cambiado, está más calmada, parece que se ha replanteado la situación.

―¿Hablas en serio?

Asiento y decido abrazarlo, desde mi posición tengo que estirarme en puntillas para alcanzarlo.

Él no se mueve. Ambos nos quedamos en silencio. Yo rompo el abrazo, algo incomoda. Estoy entregando demasiado por un extraño, pero es como si mi hermana estuviera aquí, frente a mí.

El chico empieza a voltearse con la intención de bajarse de la baranda. Estoy a punto de saltar de la felicidad. No puedo creer que mis palabras tuvieran ese efecto en el. Vuelvo a abrazarlo, al igual que antes él no me lo devuelve.

―Me llamo Hero. ¿Cómo te llamas?

―Rosie.

―Rosie, ni una palabra de esto a nadie―comenta y empieza a caminar.

―Espera. Lo que decía es verdad. Quiero ser tu amiga.

Tengo que correr a alcanzarlo pues él no se detiene. Me interpongo en su camino y él me mira atónito.

―Está bien―suelta un suspiro―. Pero no hagas esto más raro de lo que ya es. Debo irme―me aparta del camino con un empujón y sigue adelante―. Por cierto das pésimos discursos.

Auch. Creí que lo estaba haciendo bien

―Pues gracias. Oye, ¿quieres que te acompañe a casa?―digo siguiéndolo a una distancia prudente para que no se enoje.

Aún temo que vuelva a intentarlo. Puede que me esté mintiendo, no sé con qué tipo de persona esté lidiando ni si tiene algo grave como depresión. Quizá necesité atención especializada y yo estoy aquí jugando a ser psicóloga.

―Puedo irme a casa solo, Madre Teresa. Has hecho suficiente.

―Está bien. Espero que nos volvamos a ver.

―Espero que no.

―¡Lo haremos!―grito para que me escuche pues ya está muy adelante.

Me devuelvo sobre mis pasos, es hora de volver a casa.

Cuando ya es medianoche me cuelo a la habitación de mi hermana, duermo allí. Es la primera noche que puedo conciliar el sueño.

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