3. Smells Like Teen Spirit
5 de septiembre de 2022
LINDA
Cuando las arcadas fueron tan fuertes que me indujeron al vómito, me di cuenta de que no había sido buena idea beber tanto. Es más, había sido una pésima idea. Mi primera vez bebiendo y ya había acabado con una borrachera más grande que esa casa.
En Sundale no había tenido oportunidad de ir a eventos como este. Así que técnicamente esta era mi primera fiesta.
Primera impresión y ya la había cagado. ¿Qué más podía salir mal? Ah, sí. Había vomitado encima de la alfombra de Betty. Sin poder evitarlo me entró la risa tonta a través de las lágrimas. Resulta que cuando vomitas, lloras sin poder evitarlo. A mi alrededor algunas personas me miraban por primera vez y se apartaban de mí con asco. Esa noche conseguí lo que tanto temía: que todos me odiaran.
Me erguí y sentí que me mareaba de dar tantas vueltas. Me tambaleé sin poder evitarlo. En otra situación, hubiera temblado ante tantos ojos sobre mí, pero borracha me daba sinceramente igual. Solo quería volver a casa, al regazo de mamá y llorar hasta que no me quedaran lágrimas en el cuerpo. Una trágica muerte por deshidratación.
Heather se acercó a mí y me tomó del brazo. Con cuidado me apartó el pelo del pecho y me guio fuera de la multitud, hacia el patio trasero. Ahí pude respirar por fin aire fresco. Todavía recuerdo la mirada horrorizada de Betty que, por cierto, nos iba siguiendo de cerca.
—Has bebido demasiado —oí decir a Heather desde mi lado derecho. No me digas—. ¿No sabes controlarte?
Los oscuros árboles se mecían en una sinfonía de frotes.
—Es la primera vez que bebo —confesé indiferente. No reconocía mi propia voz.
—¿Y por qué no nos lo has dicho? —intervino Betty molesta.
—Es que... quería ser guay como vosotras —me sinceré. Había comenzado a llorar sin darme cuenta—. Nunca he estado en una fiesta y no sé cómo son, mi madre me ha ayudado a prepararme y...
—Espera, espera —Heather acalló mi voz—. No tienes que ser como nosotras. Tú eres tú. Si era tu primera vez nos lo podrías haber dicho y te habríamos dado algo más ligero.
Las miré con los ojos llenos de lágrimas. Me dolía el pecho. En ese momento me odié. Seguramente tenía la máscara corrida.
—Jo, siempre la cago —sollocé. Perdí el equilibrio y caí de culo al suelo. Me dio igual sentarme en la hierba mojada—. Soy horrible, por eso no tengo amigos, encima he vomitado y te he estropeado la fiesta. Y la alfombra. —Mi voz sonó nasal.
Ambas se agacharon junto a mí.
—No me has estropeado la fiesta —aseguró Betty con un tono de voz algo afligido—. Estas cosas pasan más a menudo de lo que crees. —Me sonó a mentira—. Y por la alfombra no te preocupes, se puede limpiar.
Bajé la cabeza con vergüenza.
—Me caes muy bien, Betty. Eres muy buena —expresé en voz alta.
—Venga, levántate —pidió Heather y con su ayuda hice lo que me pedía. Me empezó a guiar hacia la puerta del jardín que llevaba a la calle.
—¿A dónde te la llevas? —quiso saber Betty.
—Al coche. —Sentí curiosidad porque nosotras habíamos llegado andando.
—¿Pero no ves que la pobre no puede andar?
—Yo puedo con ella, tú disfruta de la fiesta. Más tarde iré a ayudarte con la alfombra. —Heather le guiñó un ojo.
*
Resulta que el coche era un todoterreno abandonado en el bosque, al que tuvimos que llegar con la luz de la linterna del móvil de Heather. Estaba abandonado, pero era cómodo y su interior había sido modificado para ser una pequeña estancia acolchada, sin asientos. Las llaves colgaban del retrovisor y en el techo había luces doradas de Navidad que encendió con un botón. También había telas de colores y un radiocasete en la parte delantera. Hice ademán de entrar, pero ella me detuvo agarrándome fuerte del brazo y señaló mi vestido.
—Quítatelo. Tienes vómito —explicó—. Y en el coche no entramos sucios, esto es un santuario desprovisto de gérmenes.
—Hace frío —susurré adormilada.
—Dentro hay mantas.
Con cuidado, me bajé la cremallera y deslicé el vestido hasta mis botines. Llevaba ropa interior negra y algo fina pero no me importó porque, al fin y al cabo, Heather era de mí mismo género. Y porque estaba un poquito tinqui winqui. Una vez dentro corrí a taparme con una de las mantas y me cubrí las piernas con las manos.
La cabeza me pesaba y tenía tanto sueño que en poco tiempo decidí apoyar la cabeza en uno de los cojines. Heather también entro, pues había espacio para las dos.
—¿Estás mejor? —Asentí—. ¿Llamo a tu madre o algo?
Recordé entonces que mamá me había dejado ir con la condición de estar a las doce en casa. Bostecé. Ya me llevaría la bronca por la mañana.
—No me sé su número.
—¿No lo tienes en tu móvil?
—No tengo móvil.
Creo que eso no se lo esperaba, porque me miró sin parpadear. Me tumbé y empecé a cerrar los ojos. De verdad que me estaba durmiendo como si hubiera estado toda la noche sin pegar ojo. Y en realidad lo era. Cuando salimos a toda prisa de Sundale, en el viaje apenas había podido encontrar una postura cómoda para descansar. También estaban las pesadillas, donde la sangre salpicaba camisas blancas y mi padre subía las escaleras con un cinturón de cuero en las manos.
Tal vez fue por el reciente trauma, incentivado por el alcohol en sangre, pero le confesé algo que no quería.
—Mi padre era racista.
Abrí los ojos para ver su reacción. Heather me dirigió una mirada que no supe descifrar. Estaba a medio camino entre el odio y la curiosidad.
—¿Y tú? —inquirió seria—. ¿Lo eres?
Escruté sus ojos avellana con tristeza por aquellos recuerdos.
—No, yo no.
No supe cuándo me quedé dormida, pero al despertarme en medio de la noche, Heather ya se había ido.
Me desperecé con las luces del alba. Había dormido mejor de lo que esperaba y cuando fui a mirarme en el retrovisor, las ojeras habían desaparecido. En su lugar tenía una resaca increíble. Sentía que si tomaba cualquier cosa iba a vomitar y la cabeza me dolía como si me hubiera dado un buen golpe. Tenía el maquillaje corrido y frío.
Entonces recordé que estaba medio desnuda y que durante la noche me habría destapado. Me imaginé un posible escenario donde cualquier pervertido me hubiera visto dormir de esa forma desde las ventanillas y me removí incómoda. Heather se había llevado mi ropa.
Mi mente repasó lo ocurrido la noche anterior y por suerte (o no tanto) lo recordaba todo. Viajé hasta la mirada horrorizada de Betty al vomitar en su salón y las miradas de los demás. Me entraron ganas de llorar. Creo que jamás olvidaré esas caras de decepción y asco.
Ojalá pudiera borrar todo eso. Ojalá hubiera dicho que no. Ojalá no fuera tan influenciable.
La culpa la tenía mi padre, que al bajarme la autoestima a mí y a mamá le fue más fácil manipularnos emocionalmente. Lo peor es que yo sabía cuándo la gente me manipulaba y no podía hacer nada por evitarlo. Sus argumentos parecían tan ciertos y los míos tan poco válidos, que no rechistaba. Y solo después de hacer caso me daba cuenta de la equivocación.
Observé las copas de los árboles meciéndose con tonos dorados y verdosos sobre mí. ¿Qué se suponía que debía hacer ahí? ¿Debía salir y buscar a Heather o esperarla? La primera opción no era viable, como pensé después, porque estaba en sujetador y tanga.
Entonces aguardé. Además, no conocía esos bosques, y podía perderme y aparecer en otro pueblo. Una chica saliendo de los árboles en ropa interior, con una manta de Bob Esponja y la cara hecha un cuadro. En fin.
Para no aburrirme encendí el radiocasete y las inconfundibles primeras notas en guitarra de Smells Like Teen Spirit comenzaron a sonar.
Me apoyé en una ventana y cuando el sol se elevó un poco más, Heather apareció entre los árboles. Iba vestida igual que ayer, pero más demacrada. En las manos llevaba una bolsa de tela. Abrió la puerta del asiento trasero y me tiró la bolsa sobre el regazo.
—Buenos días. —Me recibió con una sonrisa y percibió la música, pero no dijo nada. Miré la bolsa con curiosidad y en su interior estaba mi vestido, pero con un olor bastante mejor del que recordaba—. Lo he lavado en casa de Betty. Nos hemos pasado la noche limpiando su casa. En la cocina alguien había agitado una botella de Coca-Cola y al abrirla ha llenado todo de azúcares añadidos y aditivos. —No estaba segura de si lo decía en serio o solo para consolarme. Solía desconfiar de la gente. Me fijé en sus ojeras oscuras y su pelo ligeramente ondulado.
—Gracias —murmuré con voz ronca.
—¿Conoces a Nirvana? —preguntó entonces.
—¿Quién no?
—Te sorprenderías.
—Me gustan las canciones, no son mis favoritas, pero están bien.
—Has ofendido a mis dioses —dijo alzando las manos como si estuviera realmente ofendida.
Solté una risita. Esa era nuestra conversación más larga sin que me pusiera nerviosa. Los recuerdos de la fiesta me asaltaron y tuve que obligarme a apartarlos para no estropear el momento. El cambio de expresión repentino no pasó inadvertido para Heather, que me miró con preocupación.
—¿Yo te caigo bien de verdad? —no pude evitar preguntarle—. ¿O solo estás conmigo para que tu madre te de la paga?
Ella se rio con nerviosismo.
—A ver, en parte es así, pero de todas formas yo te habría ofrecido venir. Sé lo duro que es hacer amigos cuando no hay nadie como tú, ni con tus mismos intereses.
—Ayer parecía que fuera una obligación para ti.
—Si fueras una obligación, te habría llevado a tu casa y me habría limpiado las manos. Pero... eres una novedad, pareces interesante, y aquí no hay mucho de eso.
Se me subieron los colores a la cara. Creo que era lo más bonito que me habían dicho nunca. Y sí, antes también tenía amigas cuando era más pequeña, pero la ausencia de ellas hacía que valorase más las pocas palabras que la gente me ofrecía.
—¿Podemos ser amigas? —pregunté armándome de valor.
—Ya somos amigas. —Pude palpar la emoción que Heather sintió.
Estaba emocionada de ser mi amiga. Y había dicho que era interesante. Un sueño hecho realidad.
—Pero antes, toca hacer el juramento del coche —continuó.
—¿Como en las pelis?
—Como en las pelis. Mira, pon la mano sobre el volante y di: yo, Linda... ¿cuál es tu apellido? —preguntó entonces.
—Jones. —Tragué saliva.
—Yo, Linda Jones, me comprometo a hacer del coche un lugar habitable, contribuir a la noble causa de la rebeldía y, sobre todo, mantener este lugar en extremo secreto al mundo exterior. Cualquier duda, se la consultaré a Betty, nuestra jefa de Estado y a Heather, nuestra patrona y fundadora.
Me costó memorizarlo y repetirlo, pero al final lo conseguí con su ayuda. Despegué la mano del volante.
—Bienvenida al coche, hogar de la rebeldía y la aventura. —Me estrechó la mano formalmente—. Recuerda que no se lo puedes decir a nadie. —Como si lo hubiera olvidado—. Ni siquiera a tu familia. Me fío de ti.
—Está bien —exclamé alegre.
—Ahora toca ir a ver al demonio —dijo Heather refiriéndose a nuestras madres. Bueno, más a la suya, porque no conocía bien lo que mi madre era capaz de hacer.
*
Cuando pisé la hierba que crecía en los límites de mi casa, el grito fue ensordecedor.
—¡¿Dónde estabas?! —gritó la madre de Heather, y ella, a unos pasos detrás de mí se quedó inmóvil. La ventana de la cocina se cerró y de la puerta de la entrada emergieron las dos mujeres. Mi madre aún sostenía su taza de té en las manos y se la veía más pálida de lo habitual. Al menos estaba callada.
Keira bajó a toda velocidad los escalones del porche y al estar frente a su hija, la bofetada resonó en toda la calle. Una bandada de pájaros salió volando asustada y el mundo entero enmudeció. Yo pegué un respingo y sentí una angustia asfixiante por los recuerdos.
—Te di una responsabilidad, porque siempre me quieres demostrar que eres mayor y que puedes con todo, y has fallado. Llevábamos toda la noche llamando y preguntando por vosotras y nadie sabía nada, no contestabas a las llamadas... —Sonaba muy afectada.
—No tenía batería —susurró Heather con expresión impasible y la piel de la mejilla abrasada, pero si su madre la oyó, no dio muestras de ello.
—Llamamos a Betty y a sus padres y no sabían dónde estabais, Betty dijo que os vio salir de la fiesta sobre las diez y media y ¡pum! desaparecisteis. —Vi a Heather suspirar de alivio y entonces comprendí lo importante que era para ellas no revelar la ubicación ni existencia del coche, que supuse que sería un refugio bastante importante para ellas. Hasta me sentí mal por haber irrumpido en ese rinconcito del mundo que ya tenía una larga historia que puede que jamás llegaría a conocer—. Hemos llamado a la policía, pero dijeron que no podían hacer nada hasta después de las cuarenta y ocho horas de desaparición. —¡Madre mía, qué dramatismo! Aposté mis gafas de corazones a que Heather se había escapado de casa muchas veces antes, así que el motivo de ese escándalo no era por ella. Era por mí.
Miré a mamá para confirmar mis sospechas. Me miraba fijamente, muy tensa, tratando de no llorar. Como cuando venía papá del trabajo.
—Bueno, gracias por el té, Emma. —Keira tomó con fuerza a su hija del brazo y comenzó a arrastrarla hacia su casa—. Me alegro de que tu hija esté sana y salva, pero ahora voy a hablar con Heather. Hasta luego.
Mamá se despidió con la mano levemente antes de volver a fijar sus ojos llenos de escarcha en los míos.
—Entra.
*
Estábamos en la cocina, que estaba hecha un asco, y mamá y yo llorábamos en silencio. Recordé sus palabras:
—Pensaba que te había encontrado y te había... Me asusté mucho. Entiendo que quieras hacer amigos, encajar y todo eso, pero por favor, no me saques así de tu vida. Cuéntame las cosas, sabes que puedes confiar en mí.
—Ahora me doy cuenta de que lo que he hecho está mal y aceptaré el castigo que me quieras poner. —Había decidido no llevarle la contraria, no quería que fuera peor.
—Sí —afirmó pensativa—. Cuando comiencen las clases irás al instituto y volverás a casa. Vas a estar sin salir un tiempo porque tienes muchas asignaturas que recuperar. Ayer hablé con la directora y vas a hacer extraescolares algunos días a la semana para subir tu media.
Aquello era peor que una patada en el pecho. En mi nuevo horario no había tiempo para estar con mis nuevas amigas. Pero decidí callarme. Porque era estaba acostumbrada a hacerlo.
Sacudí la cabeza con sumisión y me sequé las lágrimas. Mamá estaba preparando un té para mí. Ya me había duchado y me había cambiado ese incómodo vestido. La radio sonaba en la encimera con apenas ligeras interferencias. Aún no habíamos comprado una televisión.
—Interrumpimos la programación para actualizarles sobre el brutal asesinato de Richard Grimson, hace dos días en el aparcamiento de un supermercado en la bahía de Sundale. Según el análisis forense, fue disparado cuatro veces en el tórax por una persona zurda. El asesino aún no ha sido localizado, por lo que se recomienda que permanezcan en sus casas al caer la noche y en caso de ver algo sospechoso alertar a la policía. El análisis del escenario está siendo llevado a cabo por expertos en el tema, y de momento han determinado que el cabello pertenece a un individuo de género femenino de unos...
No llegó a oírse la continuación, porque en ese momento mamá desenchufó el aparato y con inmensa fuerza, lo estrelló contra el suelo. Se rompió en mil pedazos. Ambas lo miramos durante unos segundos sin mediar palabra, con las respiraciones entrecortadas.
Al cabo, mamá se destensó respirando hondo y con una sonrisa me tedió una taza de té. Dentro había un trozo de plástico.
Nota de la autora
Este capítulo es el más largo, pero el siguiente ya vuelve a la duración habitual. Espero que estéis emocionados por las cosas que se vienen. Entre el caso de Richard Grimson y el motivo por el cual Linda y Emma están en el pueblo, tenemos un misterio por resolver asegurado. Y Heather también tiene muchos secretos por desvelar ;) Nos leemos el domingo que viene <3
Cuarto capítulo: 25 de septiembre de 2022
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